𝐄𝐒𝐌𝐄𝐑𝐀𝐋𝐃𝐀𝐒 & 𝐍𝐀𝐑𝐂𝐈𝐒𝐎𝐒
Capítulo 1
La suave brisa mece con ligereza las hojas de los árboles del parque ornamental, mejor conocido como Lanscapes Garden, mientras avanzo sosteniendo cortésmente el brazo de mi prima, Lady Charlotte.
Ella camina feliz, sosteniendo su delicada sombrilla que la protege del sol invernal, al tiempo que disfruta del jugueteo de la brisa en su rostro y del paisaje verde a su alrededor como si fuese una niña, mientras la punta de mi bastón de ébano cruje contra la arena junto a nuestros pasos.
—Confieso que —dice Charlotte con una sonrisa traviesa, inclinando su rostro hacia arriba para buscar mi mirada—, el baile en la mansión Ashcroft fue, si se me permite decirlo, una experiencia menos espléndida de lo que esperaba.
—Qué peculiar suena eso —respondo, arqueando una ceja mientras jugueteo distraídamente con la empuñadura de mi bastón—. ¿Qué pudo haber empañado la velada? ¿Acaso el banquete o la orquesta no estuvieron a la altura?
—La música y el banquete estuvieron impecables —ella suelta una risa ligera—. Pero he de decir que la señora Cavendish se superó en su falta de tacto. ¿Puedes creer que tuvo la osadía de interrumpir al propio duque de Wilmington en mitad de su discurso sobre las nuevas reformas políticas en Southwick?
—No me sorprende —sonrío de medio labio—. Lady Cavendish siempre tiene un talento especial para escoger los peores momentos. Aunque debo admitir que su interrupción pudo haber sido un alivio para quienes, como yo nunca encuentran los discursos del duque particularmente estimulante.
—Ya lo sé —Charlotte sonríe, mientras sus dedos rozan con sutileza mi mano; sé que a ella siempre le ha gustado hacer eso—. Soy consciente de que la historia política de este reino no te llama la atención, a pesar de ser quién eres. Pero creo que entendí un poco su palabrería sobre cómo los menos favorecidos deberían permanecer en su lugar.
Asiento sin replicar al comentario de mi bella pero un tanto despectiva prima, mientras ella se percata de que hemos llegado al estanque de los cisnes. Charlotte detiene, saca de su bolso un pequeño paquetito de migajas de pan y comienza a arrojar pedacitos al agua con cuidado.
—Estas criaturas son un reflejo de la elegancia que debería permanecer en nuestras vidas, ¿no te parece, Veikan? —comenta mientras los observa, pero yo me mantengo en silencio, guardando mi postura.
A medida que ella habla de su desencanto ante la obligación de convivir más de cerca con los menos privilegiados, asiento en silencio observándola arrojar el pan al lago, pero mi atención se desvía cuando un sonido distinto llega a mis oídos, mis ojos se apartan del estanque y la veo.
Una joven de cabello rojo, vestida con un sencillo vestido beige que, aunque desgastado y con encajes rotos, luce limpio.
Ella suelta una risa de emoción mientras observa cómo los cisnes se acercan, acompañada por otra joven irrelevante en comparación con la belleza de la sonrisa de aquella tierna damita que parece embelesarme.
—Veikan.
La voz de Charlotte atraviesa mis pensamientos como un chasquido, y giro de inmediato hacia ella, esforzándome por recomponer mi postura.
—¿Decías algo, Charlotte? —pregunto, aclarando mi garganta.
—¿Estás aburrido? Te llamé varias veces, pero parecías ausente —dice, buscando mi mirada con reproche—. ¿Acaso hay algo más interesante que yo y nuestras conversaciones?
—Tranquila. Tal vez el calor del sol me haya afectado por un instante —respondo, esbozando una sonrisa que espero la convenza.
Mientras Charlotte vuelve a concentrarse en los cisnes, hablando de quien sabe que insensateces; mis ojos buscan de nuevo a aquella pelirroja como si no tuvieran voluntad propia, pero ella no parece percatarse de mi mirada que se desvía al sentir la mano de Charlotte tomar la mía como suele hacerlo, y apenas alcanzo a oír que Charlotte quiere irse tomando con delicadeza la pomposa falda de su fino vestido color lavanda, mientras continuo caminando junto a ella, pero sus palabras parecen desvanecerse en el aire, al tiempo que pasamos junto a aquellas jóvenes.
—No puedo quedarme mucho más —dice la joven pelirroja a su acompañante con cierta prisa—. Debo estar en la floristería antes de que llegue la señora MaryAnn. No quiero perder mi turno en el centro.
«La floristería de la señora MaryAnn», repito en mi mente, tratando de no olvidarlo y por unos segundos no puedo pensar en otra cosa. Charlotte sigue caminando sin darse cuenta de mi distracción ni de mi silenciosa emoción al saber dónde encontrarla.
—Veikan —la voz de Charlotte me arrastra de nuevo al presente, y la miro dándole cierta atención—. ¿Estás escuchando lo que digo? Me siento un poco cansada; creo que hemos caminado mucho hoy.
Asiento sin analizar muy bien su queja, pero al instante me percato de que nos detuvimos para ver a los cisnes, así que sonrío ignorando su drama y giro la mirada levemente hacia atrás, mientras un único pensamiento ronda mi mente.
«Debo ir a la floristería»
Esa tarde llego al centro con el propósito de encontrar la floristería de la señora MaryAnn, pero la calle está llena de locales similares, lo que complica mi búsqueda. Me bajo del carruaje y acomodando mi sombrero de copa, observo con atención cada letrero.
Tras recorrer un par de calles, finalmente la encuentro. El letrero de madera desgastada tiene el nombre "Florería MaryAnn", tallado y resaltado en color oscuro y la satisfacción se dibuja en mi rostro al saber que he dado con el lugar donde ella está.
Empujo la puerta con sutileza, lo que hace sonar una campana, y en cuanto la cruzo, el perfume de las flores frescas me envuelve, invadiendo por completo mi olfato.
El interior del local es sencillo, hasta los estantes de madera llenos de flores se ven algo desgastados, pero el ambiente es acogedor, y para mi sorpresa, el sitio parece estar vacío, sin el flujo habitual de clientes que tienen estos lugares y solo me encuentro con una dama que se inclina ligeramente al reconocerme.
Al avanzar, veo a aquella jovencita concentrada en arreglar un ramo de lirios blancos, y lo sé porque en la meseta hay una etiqueta con el nombre de la planta, así que mis ojos no tardan en fijarse en su belleza y en la delicadeza con la que prepara la flor, y me quedo sin palabras, incapaz de apartar la mirada.
Me acerco al mostrador con cautela, pero ante mi presencia silenciosa, ella levanta la vista y me sumerjo por completo en el verde profundo de sus ojos, que me atrapan. No sé por qué, pero por primera vez en mi vida siento una extraña sensación de nerviosismo ante la simple y sutil belleza de una dama que de hecho, me resulta extrañamente familiar al contemplar el color esmeralda de su mirada.
Me quito el sombrero con calma y la saludo formalmente con la misma cortesía con la que trataría a cualquiera de los míos.
—Buenas tardes, señorita —digo, sin apartar la mirada de sus ojos.
—Bienvenido a nuestra florería, milord —responde, sonriendo con calidez y sin bajar la mirada, y observo cómo su rostro se ilumina con una tierna sonrisa que me deja momentáneamente sin aliento.
—¿Aún están en servicio?
—Por supuesto que sí, milord. ¿Qué desea?
—Deseo ver las flores más lindas que tenga en este momento —respondo, sin despegar la mirada de sus ojos.
En ese instante, la puerta de la florería se abre y entra una mujer, que a decir por la forma en que llega, parece ser la dueña del lugar. Ella se acerca a la joven, frente a mí, con prisa y yo me aparto un poco por educación para no interferir en la charla. Cuando la mujer me ve, su rostro se ilumina al reconocerme y se inclina con respeto, haciendo una pequeña reverencia.
—Milord Worwick, es un honor recibirlo —dice, con un alto respeto hacia mí, pero antes de que pueda responder, se dirige a la joven y le indica que la acompañe tras el mostrador.
—Un momento, milord —dice la dueña mientras se lleva a la joven. A pesar de que ambas mujeres se alejan un poco del lugar donde estoy, no puedo evitar escuchar lo que la mujer le dice en voz baja, en un intento por disimular.
—Recuerda que debes atender bien a Lord Worwick, Minerva —le dice, y la jovencita parece confusa, mientras yo quedó encantado al oír su nombre.
—¿Worwick? —pregunta, como si el apellido le resultara vago, familiar, pero no del todo claro.
—Sí, recuerdas el castillo que tanta curiosidad te causa y que me dices que ves a lo lejos cuando vas de camino hacia tu casa, subiendo el sendero —habla la mujer como si compartiera una historia que pocos conocen y la joven asiente con una sonrisa.
—Sí, lo recuerdo.
—Bueno, muchacha. Ese castillo pertenece a los descendientes de los Worwick. En tiempos muy lejanos y en otras épocas, su familia fue la realeza de Southlandy, lo que hoy es Southwick. Así que por favor, no olvides darle el mejor trato sin objeciones.
La joven no responde inmediatamente, pero se nota en su rostro el asombro y la confusión al saber que está viviendo en tierras que alguna vez fueron gobernadas por mis antepasados.
Mientras la dueña se aleja del mostrador, yo sigo inmóvil, observando cómo la joven regresa hacia mí, aunque su postura parece haber sido sugestionada por mi presencia y a pesar de ello, su comportamiento sigue siendo cordial y natural.
—¿En qué puedo ayudarle, milord? —pregunta con una dulzura única en su voz y sale del mostrador, deteniéndose frente a mí.
—La verdad es que no sé mucho sobre flores —admito, desplegando mi vista por el local—. Pero busco algo discreto y especial para un obsequio personal.
—Entiendo —responde ella con una leve sonrisa y me señala con una mano el camino, invitándome a seguir—. Acompáñeme, le mostraré algunas opciones.
—No, no. Después de usted —digo, con una ligera reverencia, invitándola a pasar primero por caballerosidad.
Ella sonríe una vez más y comienza a caminar por el local, mostrándome las distintas flores en jarrones y bases. Pero no sé qué ocurre, algo en su presencia me mantiene aislado, como si las flores y el aroma que me rodean se desvanecieran y todo mi ser estuviera concentrado solo en ella, y sus palabras fluyen sin esfuerzo, como si lo hubiera hecho miles de veces, y me fascina cómo maneja el momento.
—Estos son los lirios —dice, deteniéndose frente a un arreglo mientras señala una serie de flores blancas—. Son símbolo de pureza y devoción. Regalar un lirio a alguien significa que tiene usted un sentimiento de respeto y admiración por esa persona especial.
Luego, se mueve hacia un jarrón cercano, lleno de hermosas violetas.
—Las violetas representan modestia y lealtad, y son perfectas para una amistad cercana o una relación muy importante y sincera.
Ella sigue señalando más flores y me explica el simbolismo de cada una de ellas, pero no puedo dejar de mirar cómo sus delicados dedos tocan suavemente los pétalos, cómo su rostro se ilumina al hablar sobre el tema, y es imposible para mí concentrarme en las flores mismas cuando la belleza de sus gestos eclipsa todo lo demás.
—Y estas son las valerianas —dice, deteniéndose frente a un jarrón con flores de un tono sutil rosado—. Son un símbolo de belleza y afecto. Si regala valerianas, está expresando un profundo cariño y un aprecio sincero por la persona a la que se las ha concedido.
—Son hermosas —respondo, casi sin darme cuenta de lo que estoy diciendo.
Ella me mira con atención, sosteniendo ese brillo en su mirada, como si estuviera esperando una respuesta de mi parte, pero al no decir nada, ella pregunta.
—¿Y cuál de estas flores le gustaría llevarse, milord?
—Aún no lo sé —admito, y en un impulso, hago una pregunta que no había planeado.
—Si le regalaran flores a usted, ¿qué flores le gustaría recibir? —pregunto, sintiendo cómo la extraña sensación de nervios regresa a mí. Espero que mi pregunta no la espante, pero afortunadamente su rostro se ilumina, sus labios se curvan con cierto entusiasmo y me guía hacia otro rincón del local.
—Si fuera por mí —dice, deteniéndose ante unas flores blancas—. Yo elegiría los narcisos. Estas son flores que representan admiración y respeto, pero también la belleza interior que se puede observar en la persona a quien se las regala.
Me acerco a donde ella señala, y al inclinarme para ver los narcisos, no puedo evitar sentir el aroma delicado que emana de ellos.
—Son maravillosos —murmuro, oliendo una de las flores.
Ella se encanta al verme envuelto en tan magnífica fragancia. —¿Desea que le prepare un ramo con estas flores, milord?
Asiento sin dudarlo. —Sí, por favor. Deme un ramo de estos narcisos, y una tarjeta para firmar.
En un instante, ella toma las flores, se dirige al mostrador y comienza a preparar el ramo, envolviéndolo cuidadosamente en papel de seda, y mientras lo hace, mis ojos permanecen fijos en ella.
Cuando finalmente las flores están listas, la joven me entrega el ramo, perfectamente envuelto, junto a una tarjeta, que tomo con la mano un tanto temblorosa.
—Gracias por su amabilidad y cortesía —le digo, asintiendo con ligereza mientras coloco de nuevo el sombrero en mi cabeza.
Me giro casi a la fuerza, dibujándose una sonrisa en mi rostro, mientras siento cómo su mirada permanece conmigo; incluso después de salir por la puerta.
La tarde ha caído ya, y el bullicio del centro se ha calmado. Las sombras del ocaso caen con prisa sobre la calle, la concurrencia de personas ya es escasa, y el aire se siente fresco para este punto del día. Es entonces cuando la veo salir de la florería con una canasta de mimbre en sus manos y cierra la puerta con cuidado.
Mi atención se concentra más cuando uno de mis sirvientes se acerca a ella y con cortesía, la llama por su nombre.
—Señorita Minerva —dice mi sirviente con respeto, y ella se detiene por un momento, un tanto sorprendida por la aparición de alguien que claramente la conoce.
Él extiende entonces el ramo de narcisos que había pedido para el regalo, y aunque la confusión invade aún más a la joven pelirroja, ella toma las flores sin tiempo a negarse, teniéndolas ya en sus manos. Sus dedos se ciñen alrededor de los tallos, y es en ese instante cuando veo cómo su mirada se fija en las flores, reconociendo al instante quién le envía el presente.
Sus ojos se posan entonces en la tarjeta, y con un susurro casi inaudible, lee en voz baja su contenido:
"Para una dama cuya belleza y luz merecen ser admiradas siempre, y que esta flor sea solo un reflejo de su alma. Con todo mi aprecio, Veikan Worwick."
Al leer las palabras, su rostro cambia, y por un segundo parece no saber qué hacer. La tarjeta, que ha quedado entre sus dedos, se dobla un poco mientras ella alza la vista buscando a mi sirviente, pero él no está, y sus ojos se mueven de un lado a otro, buscando entre las personas que pasaban cerca. Por un momento, puedo ver la confusión en su rostro, mientras estoy del otro lado de la calle, dentro de mi carruaje.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro