
𝐗𝐕𝐈𝐈. 𝐋𝐀 𝐑𝐄𝐈𝐍𝐀
Capitulo 17
Después de que Anevel logró persuadir los pensamientos de Lauker, ambos salieron de la sala privada, cruzaron los pasillos y el jardín hasta llegar al patio de armas, donde un grupo de guardias entrenaban a la distancia, captando la atención de Anevel, quien observaba el enfrentamiento con insistencia, mientras que Lauker buscaba a su consejero con la mirada.
—Espérame aquí —habló él, encontrando a su consejero impartiendo ordenanzas a un par de guardias—, y Anevel asintió, quedándose en su lugar para verlo alejarse hacia el hombre.
Al llegar hasta lord Grey, el hombre se inclinó ante el rey, informándole que ya habían movido al campesino hasta las cuevas de tortura, pero Lauker lo interrumpió en su discurso.
—Libere al hombre y devuélvale el grano.
El consejero frunció el ceño. —¿Majestad?
—Haga lo que le digo, lord. Libere al hombre y devuélvale su grano.
—Majestad, no es por cuestionar su autoridad, pero eso no sería oportuno. Usted…
—Creo que he sido lo suficientemente claro con usted y no lo discutiré, lord. Haga lo que le digo.
Tras un tenso silencio, roto por el choque de espadas en el entrenamiento cercano, el consejero asintió sin refutar las palabras del rey.
—Le ordené a uno de los soldados más leales de mi hermano que lo acompañe a hacer lo que le pedí y así asegurar que se cumpla mi voluntad al pie de la letra.
El consejero tragó en seco, disimulando su disgusto, y su mirada se deslizó hacia Anevel, sospechando entre líneas que quizás ella tenía algo que ver con el cambio inesperado en la postura del rey, y sabiendo que no podía desafiar la orden de su señor, el lord consejero asintió, guardando su postura.
—Como usted ordene, majestad. Siempre estaré a su servicio.
Lauker observó a su consejero alejarse en dirección a las cuevas de tortura; luego él se dio la vuelta y caminó de regreso hacia Anevel, quien lo esperaba de pie en la entrada del corredor. Al llegar hasta ella, él la tomó de la mano y juntos caminaron hacia el interior del castillo.
ARMES
Junto al persistente sonido de las botas de los guardias en el pasillo, el príncipe Volker avanzaba seguido de un grupo de soldados, mientras que él, con la mirada fruncida, los guiaba en la formación hasta que llegaron a la habitación de lady Astiria, y uno de los soldados no dudó en forzar la puerta de un solo golpe, logrando abrirla al instante.
Sorprendida por la irrupción de los soldados, Astiria dejó caer una pequeña bolsa llena de lo que parecían ser plantas trituradas, que segundos antes estaba colocando sobre una taza de té caliente y un vaso de agua tibia, y la sirviente de la joven lady no tardó en hacerse a un lado con las manos sobre su pecho, mientras que Astiria quedó paralizada ante la mirada asesina de su esposo sobre ella.
—¡Revise la taza, encargado! —ordenó Volker al hombre, señalando con su espada.
Uno de los encargados se acercó, tomó la taza en sus manos con cuidado, y tras olfatearla por unos segundos, el hombre levantó la vista hacia el regente, colocando la taza en su lugar.
—Es acónito, majestad.
—¿Es grave?
—Este es un veneno altamente mortífero, mi príncipe.
Al oír las palabras del encargado, Volker apretó la mandíbula y al instante se giró hacia Astiria, quien retrocedió con torpeza al ver la hostilidad en la mirada del Worwick.
—¿Qué pensabas hacer con esto? —reclamó Volker, dando un paso hacia ella.
—No es veneno, Volker. Solo estaba preparando mi té.
—¡Deja de mentir, Astiria! —Se acercó un paso más, haciéndola retroceder—. Sé que fuiste tú quien mató a la madre de Aiseen.
—¡Eso no es verdad!
—¡Ya basta! ¿Creíste que nunca confirmaría mis sospechas? —Él avanzó aún más, acorralándola—. Tu nana Greis lo confesó todo.
—¿Qué? —Ella intentó fingir una sonrisa—. ¿Cómo la encontraste?
—La busqué durante muchas estrellas hasta dar con ella, y yo mismo me encargué de que lo confesara todo. ¡Ahora sé que fuiste tú quien la asesinó!
Con los puños apretados, tras la impotencia que sentía al haber sido descubierta, Astiria desdibujó de su rostro esa sonrisa fingida y dejó salir lo que realmente sentía.
—¡Sí, lo hice! —Ella caminó hacia Volker, gritándole en la cara—. ¡Y no me arrepiento! Esa mujer jamás debió haber insistido en mirarte como lo hizo, ni debió tomar una posición que no le correspondía.
Volker tomó el cuello de Astiria entre su mano. —¡La que jamás debió insistir fuiste tú! Tú eras más que consciente y sabías muy bien que yo nunca iba a casarme contigo, y te lo dejé muy claro cuando eso se propuso. —La soltó, empujándola hacia un lado—. Desde que te lo hice saber, tenías que haberte ido después de la estancia que tu padre pidió para ti en este castillo. ¡Pero no! Tuviste que quedarte para hacer mi vida miserable.
Astiria levantó su rostro, desafiante.
—¡No iba a soltarte! Mi padre me dijo que, si yo lo deseaba, podría casarme contigo. Llegar aquí y encontrar a una mujer tan baja como esa, pretendiendo ser tu esposa, cuando esa posición era mía, fue muy insultante. ¡Tú debías ser mi esposo, y esa mujer era la que estorbaba!
—Estás loca —murmuró él, mirándola con desprecio—. No sabes cuánto me arrepiento de haber caído en tu juego después de su muerte. Lamento cada momento que pasé contigo, creyendo que eras una mujer digna, y lamento haber aceptado casarme contigo después de eso, bajo tus engañosas palabras de consuelo. Lo único de lo que no me arrepiento es de mis hijos, pero todo lo demás, ¡lo maldigo y lo escupo!
Astiria permaneció en silencio, tratando de no desmoronarse al sentirse herida por las palabras de Volker, pero él no tenía paciencia para sus juegos de dolor y dignidad.
—¿Para quién era ese té, Astiria? —exigió él, apuntándole con la punta de la espada hacia su rostro, pero ella permaneció en silencio, desafiándolo con la mirada, y harto de su juego, Volker se fue contra la sirviente, colocando el filo de su espada en el cuello de la mujer.
—¡Dígame ahora mismo para qué estaba preparando ella ese veneno o la mataré aquí mismo!
La sirviente apretó los ojos, entre lágrimas, con la respiración acelerada. —¡Por favor, majestad! Lady Astiria, ella... —balbuceó entre sollozos.
—¡¿Ella qué?! —gritó Volker, presionando la hoja contra el cuello de la mujer.
—Ella quería que yo le llevara el té a la princesa Minerva, y con el agua quería que preparara el alimento del príncipe Aiseen.
Ante la revelación de la sirviente, la mirada de Volker se tensó sobre Astiria, y en cuestión de segundos su furia estalló; haciendo un movimiento rápido contra la mujer a la que él tomó por el cabello, llevándola hasta él.
—¡Maldita seas! —Él buscó su mirada—. ¡Pagarás por lo que hiciste! ¡Pagarás por haber asesinado a la madre de Aiseen y por pretender asesinar a mi mujer y a mi hijo!
—¡Suéltame, Volker! ¡Soy tu esposa!
suplicó Astiria, intentando zafarse de su agarre, pero antes de que pudiera moverse, Volker alzó su espada y la atravesó contra el cuello de la mujer, cortándole la cabeza. La sangre salpicó en todas direcciones, manchando las paredes de la habitación, mientras que el cuerpo de Astiria cayó sobre el suelo, cubriéndolo con su sangre.
Volker permaneció inmóvil por un momento, con la respiración agitada, mientras la sirviente sollozaba presa del pánico y los guardias permanecían en alerta a las indicaciones del príncipe.
Por fin, después de tanto tiempo, la carga que él había arrastrado y el matrimonio que lo había sofocado se habían desvanecido en cuestión de segundos. Astiria ya no era una amenaza, ni para él ni para su familia, y con ese último acto, él cumplió lo que una vez le prometió a la mujer que tanto amó al pie de su sepulcro.
NORTHLANDY – CASTILLO WORWICK
Unos cuantos días previos a la coronación de Anevel, el bullicio comenzó a envolver los pasillos del castillo, mientras la familia Worwick empezaba a llegar a Northlandy, y los regentes de los reinos de la casa Worwick se hicieron presentes, acompañados de sus esposas e hijos, tal como lo había solicitado el rey.
El príncipe Volker Worwick arribó al castillo acompañado por la princesa Minerva Worwick y sus tres hijos, quienes llenaron el ambiente del castillo de risas y bullicios. Poco después, el príncipe Varg Worwick arribó junto a su esposa, Lady Bel Hadmmon, quien llegó un poco débil del viaje, requiriendo un urgente descanso y atención por parte de un encargado.
El príncipe Nicola Worwick no tardó en seguirlos, acompañado de su esposa, la reina Lyra Vanderdark de Baios, y sus dos hijos, quienes al sumarse a los tres hijos del príncipe Volker, alegraron aún más el ambiente del castillo.
El príncipe Ludger Worwick llegó a Northlandy acompañado de la princesa Valira Worwick, y su entrada junto a la princesa de casta blanca les dejó en claro a los presentes el tipo de relación que mantenían, pero de todos los que se encontraban en el castillo, Varg fue quien mostró mayor interés en saber qué ocurría entre su hermana y su primo, encarando en privado al gobernador de Vinndvik.
El príncipe Tanatos Worwick llegó poco después, rindiendo sus excusas ante la corona por la ausencia de su hermano, el príncipe de casta blanca Hypnox Worwick. Pero junto a Tanatos llegó su esposa, Lady Zoralis Ruxen-Lund, una hermosa joven de ojos cafés y una figura delicada y redondeada, a quien la maternidad parecía favorecer con un vientre abultado de unas seis estrellas de gestación, y con la pareja llegó uno de sus hijos, quien se sumó a las risas y travesuras infantiles que ya se sentían en el castillo.
El príncipe Lexton Worwick también llegó al castillo, aunque en solitario, ya que su esposa se encontraba indispuesta para viajar debido a su avanzado estado de embarazo. Ante la corona, el Worwick presentó sus excusas no solo por la ausencia de su esposa, sino también por la ausencia de su hermano, el príncipe de casta blanca Neith Worwick.
En medio de todo el movimiento por la llegada de los regentes y gobernadores de la casa Worwick, la presencia de su hermana Minerva junto a Volker captó la atención del gobernador de Velorum, quien no tardó en investigar de qué se trataba aquello, encarando a su primo en privado.
Finalmente, el príncipe Molko Worwick llegó a Northlandy acompañado por su hermana, la princesa Ania, seguidos de cerca por la llegada de la reina Anya, quien debía estar en la coronación, ya que su presencia era imprescindible para el evento, pues sería ella quien entregaría la corona a la esposa de su hijo y rey.
A medida que avanzaba el tiempo previo a la coronación, tanto Lauker como la reina Anya comenzaron a notar ciertos comportamientos inusuales entre los miembros de la casa Worwick. La llegada de Ania junto a Molko causó desconcierto, ya que se sabía que ella estaba comprometida con un lord en Ravenmoort, y más aún cuando Molko pidió una habitación para ambos sin dar explicaciones.
Junto a esto, se percibió un fuerte contraste y cierto desapego en la formalidad de otros miembros de la familia. La llegada de Volker junto a Minerva, la cercanía que ambos tenían y la forma en la que el regente de Armes presentó a su hijo Aiseen como el sucesor de su regencia, dejaron a Lauker y a Anya un tanto inquietos, pero Lauker prefirió ignorar esto, ya que él no tenía tiempo para enfocarse en asuntos internos de la casa Worwick, al tener su atención completamente dirigida en asegurar que los preparativos para la coronación de la nueva reina estuvieran listos.
Con los miembros de la familia ya instalados en el castillo, Lauker optó por ignorar momentáneamente estas inquietudes y concentrarse en el gran evento, hasta que el tan esperado día finalmente llegó.
El salón del trono del castillo estaba debidamente adornado para la coronación. Las altas paredes de piedra gris estaban decoradas con el emblema de la casa Worwick, y en el centro, el trono blanco resplandecía con la luz que se filtraba por los ventanales, como si estuviera hecho de hielo y cristal. Al fondo del salón, enormes banderines con el estandarte de la casa Worwick pendían desde lo alto y se ondeaban con ligereza gracias a la brisa que se colaba por las rendijas.
La servidumbre se movía con prisa por los pasillos, asegurándose de que cada detalle estuviera perfecto para la celebración. Pero a pesar de la majestuosidad del lugar, la tensión en la atmósfera del interior del castillo seguía latente, ya que, aunque los miembros de la casa Worwick estuvieran presentes físicamente, parecían más distantes que nunca, incluso entre los aliados.
Cada uno de ellos estaba sumido en sus propias actividades, evitando el contacto directo, especialmente con Lauker, y aunque finalmente estaban juntos en un mismo espacio, no se reunían para conversar ni compartir en familia.
Durante la cena que se llevó a cabo la noche antes de la coronación, la familia se reunió, pero la interacción entre ellos fue mínima; ninguno prestó atención al rey y todos parecían enfocados en sus propios asuntos.
Sentada en la mesa junto a su hijo, la reina Anya observó la gran distancia que había entre cada miembro de la familia, a pesar de que todos estaban presentes, y no pudo evitar recordar aquellos días de juventud, cuando ella junto a sus primos y tíos, se reunieron en la mesa familiar del castillo Worwick en Ateckdra, un día antes de su boda con el entonces príncipe Valko. A diferencia de aquel cálido momento, este se sintió tan gélido que una leve tristeza la invadió, ya que la ausencia de la unión que había caracterizado a las generaciones anteriores parecía brillar por su ausencia.
La mañana había llegado sobre Northlandy, y la luz del amanecer se filtraba sin permiso a través de las ventanas del castillo, llenando sus pasillos con un cálido resplandor dorado que parecía querer disipar el frío que lo envolvía sin poder lograrlo.
Hacia la primera hora del día, la reina ya se encontraba en la habitación de la joven Anevel, quien sentada en una silla junto a la mesa del té, no dejaba de mover sus manos y de mirar todo a su alrededor, dejando ver su nerviosismo, pues ese día recibiría una corona que jamás se imaginó tener.
Mientras miraba por el cristal de la ventana, a su mente llegaban recuerdos de su vida anterior, y su mirada se entristeció un poco, recordando a su hermano, a quien ella aún añoraba tener a su lado.
Desde el primer momento en que Anya vio a la joven, percibió en ella una profunda bondad y sencillez, junto a un destello de inocencia que le alegró el corazón, y la reina madre no tardó en recibir a Anevel con cariño, sintiéndose más que satisfecha por la elección de su hijo. Pero a pesar de esto, ella no dejaba de sentir cierto pesar al conocer la historia detrás de la llegada de Anevel al castillo y cómo su hijo la había arrebatado de los brazos de su familia para convertirla en su esposa.
El día que la reina Anya llegó al reino, tuvo una conversación donde ella confrontó a su hijo al conocer los detalles sobre la llegada de Anevel al castillo. Ella le dejó saber su descontento ante la forma en cómo él había tratado a la joven y la despreocupación que mostró hacia ella. Pero como siempre y una vez más, los regaños de Anya no pasaron a más que palabras y después, decidió centrar su atención en la joven que tenía ante sí.
Mientras preparaban a Anevel para su gran día, Anya comenzó a conversar con ella para intentar crear un lazo con la joven y así poder instruirla en su nuevo rol de reina legítima de la casa Worwick. Con el delicado vestido de la joven en las manos, Anya se acercó a Anevel y se lo mostró como regalo de su esposo, y la joven no tardó en sonreír observando aquella prenda de un hermoso tono aperlado, adornado con bordados de flores en tonos pastel.
Con la ayuda de las sirvientes, Anya comenzó a vestir a Anevel y con cuidado, deslizó la falda del vestido sobre su cabeza para dejar que la tela se extendiera a su alrededor. Luego, ajustaron la cintura con un lazo de seda blanca que resaltaba su figura, y con cada prenda que le colocaban, la transformación de Anevel se describía aún más, borrando de su vista a aquella joven que recolectaba cerezas en los bosques de Northlandy, para darle paso a la reina que estaba destinada a ser.
Anya le colocó a Anevel un corsé de encaje con delicados bordados que adornaban sus hombros, dejando caer las mangas del vestido como pétalos de una flor. Cada detalle del vestido fue puesto con cuidado para que la joven luciera hermosa ese día, y finalmente, la reina colocó sobre la cabeza de Anevel un pequeño tocado, elaborado con flores y pequeñas perlas.
Cuando Anya guió a Anevel hacia un cristal de cuerpo completo que yacía en sus aposentos, el reflejo que apareció ante ella pareció maravillarla. La imagen que devolvía el cristal mostraba a una joven radiante, adornada con un vestido que emanaba gracia y pureza, y al contemplar su reflejo, Anevel sintió cómo sus emociones explotaban en su interior ante la ilusión de un nuevo comienzo y la tristeza por la vida que había dejado atrás.
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