
𝐗𝐕𝐈. 𝐀𝐅𝐑𝐄𝐍𝐓𝐀 𝐀 𝐋𝐀 𝐒𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄
Capítulo 16
DUNKELHEIT – VINNDVIK, PALACIO NATKRONEN
A paso lento, pero sigiloso, el príncipe Ludger Worwick recorría la biblioteca del palacio Natkronen bajo su impecable postura militar, mientras aquellos ojos azules que le otorgaban su casta blanca se posaban en un librero en particular, y después de desplazar su mirada con detenimiento por cada pergamino, él extendió su mano y tomó un libro, marcando sus dedos sobre la fina capa de polvo que cubría la tapa de cuero marrón.
El entrecejo de Ludger se frunció y su mandíbula se tensó al fijar su mirada en las primeras páginas del libro, remarcando entre cada facción y gesto el gran parecido que había entre él y su abuelo, el fallecido Aiseen II Worwick, como si este fuera el reflejo viviente del antiguo regente de Armes.
Ludger hojeó algunas páginas más del libro con la misma mano que lo sostenía, mientras que su mano libre permanecía posicionada tras su espalda, hasta que un estruendo que parecía venir de afuera llamó su atención.
Sin mover el rostro, él desvió los ojos hacia el ventanal, reconociendo el origen del sonido, y tras unos breves segundos, él cerró el libro y lo dejó sobre el escritorio, para después dirigirse con cautela hacia el ventanal.
Al acercarse al balcón, la luz del sol acarició su rostro mientras se asomaba para observar a sus primas, las gemelas Valkira y Valira Worwick, hijas del fallecido príncipe Alek Worwick, entrenando en el patio del palacio.
Ludger observó a las princesas de casta blanca por unos minutos, analizando cada uno de los movimientos de las Worwick con una ligera sonrisa esquinera, mientras su mirada parecía estar atrapada en la figura de ambas mujeres, hasta que la puerta de la biblioteca crujió y Ludger se giró sin sorpresa, encontrándose con la figura del Sr Horvat junto a la entrada.
—Mi príncipe. —Se reverenció el consejero del príncipe Ludger.
—¿Qué se le ofrece, Sr Horvat?
—Majestad, ha llegado un comunicado desde Northlandy, enviado por la corona —dijo Horvat, extendiendo una nota sellada que Ludger tomó sin prisa.
El príncipe abrió el comunicado y comenzó a leerlo con cuidado de no saltarse ni una sola palabra, recorriendo cada línea del papel sin prisa, y al terminar, él esbozó una sonrisa, doblando el papel de vuelta.
—Me alegra saber que Lauker finalmente se ha casado —Ludger arrojó el papel sobre el escritorio—. Responda a la solicitud del rey y confirme la asistencia del gobernador de Vinndvik a Northlandy.
—Como ordene, majestad. —El hombre se reverenció—. De inmediato confirmo su asistencia.
Sr Horvat se retiró de la biblioteca, mientras Ludger lo observaba partir en silencio y con prisa, sabiendo que la urgencia de su consejero era a causa del mismo miedo que le tenían. Una vez la puerta se cerró, Ludger sonrió con gracia y luego volvió al libro que había dejado sobre el escritorio de la sala.
NORTHLANDY – CASTILLO WORWICK
Cerca de las horas de la tarde, Lauker entró a sus aposentos cuidando que el sonido de sus botas no perturbara el silencio del lugar, mientras veía a Anevel sentada en el amplio mueble de la habitación, concentrada en conseguir terminar uno de sus bordados. Pero al observar mejor lo que ella hacía, Lauker se percató de que las manos de su esposa parecían luchar con la tela y la aguja, y al verla concentrada y algo frustrada, él sonrió de medio labio, al tiempo que ella era completamente ajena a su presencia.
A medida que él se acercaba, sus ojos se fijaron más en la forma en la ella que buscaba introducir la aguja correctamente en la tela, dejando en evidencia que el bordado le estaba resultando difícil, pero, a pesar de eso, ella continuaba intentándolo una y otra vez, hasta que Anevel alzó la mirada, dando un leve brinco en el mueble, al encontrarse con la mirada de su esposo, quien sonrió mientras ella suspiraba de alivio al darse cuenta de que era él quien estaba ahí.
—¡Lauker!
—Tranquila, mi reina. —Él metió la mano en el bolsillo del pantalón de su traje, permaneciendo de pie junto al mueble—. ¿Cómo has estado?
—He estado bien, bordando. —Ella le extendió la tela para mostrarle lo que había estado haciendo, y él sonrió con cierta ternura observando la figura a medio hacer en la tela—. Gracias por las telas que me mandaste, son preciosas. Solo que a veces se me complica un poco.
—Sabes que puedes pedir lo que quieras y todo se te traerá.
—Gracias. —Sonrió, volviendo la mirada a su bordado.
Lauker dejó salir un leve suspiro notando lo tranquilo que se sentía el ambiente entre ellos, y sintiéndose a gusto; se sentó junto a ella en el mueble, dándole un beso en la mejilla solo para verla sonrojarse.
—¿Ya comiste algo? —preguntó él, apartando los hilos.
—Sí, he comido algo —dijo sin despegar la vista de la flor amarilla a medio hacer, y al lograr pasar el hilo por la tela, ella alzó la mirada hacia él y preguntó—: ¿Y tú? ¿Ya comiste? Estuviste afuera toda la mañana.
—Sí, lo hice muy temprano; aún dormías. Ahora acabo de regresar del patio de armas. Estaba asegurándome de que todo estuviera bien con ese asunto.
—¿Cómo te fue? —preguntó ella, intentando pasar el hilo por la tela, haciendo presión con sus manos.
—Bien —dijo él, manteniéndose al margen al tiempo que la veía luchar con la aguja, mientras comenzaba a mover los dedos de su mano con insistencia sobre el espaldar del mueble, sintiéndose un tanto irritado.
Cuando por fin Anevel logró meter la aguja entre la tela, un agudo quejido salió de sus labios al pincharse el dedo, y al intentar ver su herida, ella soltó el bordado, pero Lauker fue más rápido y se inclinó hacia ella, echando el bordado a un lado.
—Mejor deja eso.
—Arde —se quejó, con los ojos empañados, sintiendo el dolor de la aguja que había pinchado su piel.
Lauker vio cómo una gota de sangre se asomó en el dedo de ella y llevó el dedo herido de Anevel a sus labios, retirando la pequeña gota de sangre con ellos. El calor de la boca de Lauker sobre su piel la estremeció, y su mente quedó en blanco por un momento, observando lo grandes y fuertes que eran las manos de él a comparación con las suyas, y no pudo evitar recordar cómo se sentían esas mismas manos sobre su piel en las noches anteriores, mientras compartían el lecho juntos.
—¿Te duele? —preguntó él, observando la herida casi invisible.
—No, ya no duele.
—Mejor deja esto si aún no lo dominas bien.
—Pediré que me ayuden —dijo, comenzando a recoger los hilos—. Si no lo intento bien, nunca aprenderé.
—Es lo mejor, mi reina.
Lauker se levantó del mueble y antes de irse, se inclinó para darle un beso en la frente a Anevel.
—Tengo que irme, hay cosas que debo hacer. Solo quería saber cómo estabas, pero volveré más tarde para cenar juntos y descansar.
—¿No crees que deberías quedarte? Aún no te han retirado todo el vendaje.
—No te preocupes, solo estaré sentado en mi sala privada revisando algunos pergaminos.
Ella asintió, viéndolo caminar hacia la puerta. Pero antes de que él pudiera salir, lo llamó: —¡Espera!
Él se detuvo, volcando su atención hacia ella. —¿Qué ocurre?
—¿Puedo ir contigo?
—¿Conmigo?
—Sí, es que no tengo nada más que hacer. —Anevel se levantó del mueble y dio unos pasos hacia él—. Solo me gustaría ir contigo y ver algo diferente.
—Por supuesto. —Lauker le sonrió—. Claro que sí. Vamos.
Ella volvió al mueble y comenzó a recoger unas lanas que tenía en un pequeño cesto para llevarlas con ella.
—Anevel, ¿vas a seguir bordando?
—No, esto es para tejer —dijo ella, tomando las madejas.
—¿No te pincharás igual? Porque si es así, mejor no lo lleves.
—No, no me pincharé. Mira, la aguja es más suave y su punta no es filosa, así que no hay peligro.
Él miró la aguja, sin entender del todo a qué se refería, y fingiendo comprender su punto, asintió complaciéndola.
—Bueno, entonces vamos.
Después de tomar su pequeño cesto con madejas, ambos salieron de la habitación, y cuando él cerró la puerta tras de sí, se giró hacia Anevel, metiendo su mano en el bolsillo del pantalón de su traje, y su otra mano libre la extendió hacia ella, quien la tomó, entrelazando sus dedos con los de él, y así ambos comenzaron a caminar juntos por los pasillos hacia la sala privada.
Mientras caminaban, un guardia pasó frente a ellos, inclinando la cabeza en señal de reverencia ante el rey y la reina, y así continuaron caminando hasta que llegaron a la sala privada del rey, donde el silencio y la tranquilidad se sentían mucho más.
Lauker tomó asiento en su escritorio, concentrado en revisar pergaminos y tratados, mientras que el crujido del papel que él arrugaba con su mano era lo único que se escuchaba en la sala, y de vez en cuando, él levantaba la mirada hacia su esposa, quien estaba sentada en el mueble cercano, intentando recordar cómo tejer, tal como le había enseñado la ama de costura.
Lauker parecía curioso e intrigado por su serenidad y ternura, lo que hacía que a su mente volvieran aquellos momentos en los que la había visto por primera vez en los campos de cerezas, con la misma inocente belleza que lo cautivó desde la distancia, hasta que la tranquilidad del momento fue interrumpida de forma abrupta cuando el consejero del rey entró en la sala, acompañado de dos guardias.
—Majestad. —El hombre se inclinó con respeto ante el rey.
—¿Qué sucede, lord consejero? —habló Lauker, retirando la vista de su esposa, quien levantó la mirada al escuchar la voz de su esposo decir “consejero”, lo que la hizo recordar las palabras de Vermilion, mientras Lauker volvía su vista a los papeles.
El lord volcó su mirada hacia Anevel, observándola con sutil desdén, pero al contrario de lo que el hombre pensaba, ella no bajó la mirada, logrando que fuera él quien quitara sus ojos de ella para volver su atención hacia el rey.
—Majestad, me tomé la libertad de enviar parte de la guardia del príncipe Vermilion a realizar el recorrido habitual esta mañana por los campos y el pueblo, pero en el trayecto, encontraron a un campesino escondiendo parte de su cosecha para no entregar el tributo completo al rey.
Anevel continuaba observando al consejero, percibiendo su mirada fría y su intención casi calculadora.
—¿Dónde está ahora ese campesino? —indagó Lauker sin levantar la vista de sus papeles.
—En el calabozo, majestad.
Anevel jadeó de susto al oír las palabras del consejero, captando la atención de aquel hombre y de Lauker, quien al parecer supo entender el porqué de su reacción.
—Pero con todo respeto, mi rey —Lauker volvió su mirada hacia el lord—, y solo como sugerencia, le aconsejo que lo envíe a las cuevas de tortura para que confiese si hay más campesinos cometiendo esta deslealtad.
Lauker observó a Anevel y, tras unos segundos de silencio, se dirigió a su consejero: —Está bien. Me encargaré de eso en un momento.
El consejero se inclinó una vez más ante el Worwick antes de salir de la sala acompañado de los guardias. Una vez las puertas se cerraron, Lauker colocó los papeles a un lado, se levantó de su lugar y abandonando su escritorio, se acercó a Anevel, regalándole una ligera sonrisa.
—Debemos salir de la sala, mi reina.
—¿A dónde irás?
—A un lugar donde no puedo llevarte.
—¿Qué lugar es?
—Es un lugar no apto para la esposa del rey.
Anevel suspiró, bajando la mirada, mientras sus delicadas manos temblaban jugando con la lana que sostenía entre sus dedos, y al ver el pesar en su rostro, Lauker se inclinó frente a ella, quedando a su altura, y al mirarla a los ojos él notó una ligera sombra que antes no estaba.
—¿Qué sucede?
Ella miró a Lauker dejando la lana a un lado.
—Creo que lo que le van a hacer a ese hombre no es justo.
—Anevel, no puedes imaginarte todo lo que implica este tipo de situaciones. Esto es más complicado de lo que parece.
—Sí, lo sé —contestó mirándolo a los ojos—. Recuerda que yo era campesina hace apenas unas semanas. Sé lo que es vivir en esas condiciones, y me pone triste.
—¿Por qué te sientes triste?
—Porque me acordé de algo. —Ella agachó la mirada, mientras él permanecía en silencio—. Hubo más de una ocasión en la que quise quedarme con más cerezas de las que debía. Quería venderlas en el pueblo porque en casa no había casi nada de comida. Muchas noches tuve que irme a dormir sin haber probado un simple pan, y se sentía horrible. —Ella hizo una pausa, mientras él la observaba en silencio, al sentir cómo sus palabras le producían algo extraño que comenzaba a hundir su pecho—. ¿Te imaginas si me hubieran descubierto? Si me hubieran hecho lo mismo que piensan hacerle a ese hombre; llevarme a un lugar feo como esas cuevas, solo por tener hambre y querer un poco más.
Quedando en jaque por las palabras de Anevel, Lauker guardó silencio, mientras se imaginaba lo que habría sucedido si a la mujer que ahora era su esposa la hubieran apresado de esa forma, y la simple idea de ser castigada lo afectó más de lo que parecía.
—Ya vamos —dijo ella, levantándose del mueble.
Lauker se incorporó en silencio, mientras su mente giraba en torno a la imagen de ella en una situación de miseria y peligro, y su zozobra aumentó cuando ella se empinó hacia él y le dejó un suave beso en sus labios.
Embelesado, él vio cómo ella se giró para caminar hacia la puerta, pero antes de que pudiera alejarse más, él la tomó del brazo, sujetándola entre sus manos, y luego respondió a ese ligero beso que había despertado su necesidad de sentir sus labios una vez más.
Sin prisa y con muchas ansias, ambos se besaron en medio de la soledad de la sala privada, tratando de calmar ese deseo mutuo que sentían el uno por el otro, y al finalizar el beso, ella lo miró a los ojos.
—No me arrepiento de ser tu esposa, pero por favor, no dejes que hagan cosas malas a la gente como yo.
—¿Entonces sugieres que debería dejar libre a ese hombre y devolverle el grano?
—No digo que no deba pagar por lo que hizo —dijo ella, tomando la mano de él, mientras jugaba con sus dedos como a él le gustaba—. Pero si lo castigas de una forma muy cruel, la gente solo va a temerte.
—La gente en el pueblo ama a la institución y siente devoción y lealtad por la corona, mi reina.
—Lauker, escúchame. No sé quién te ha estado metiendo esas mentiras en la cabeza. Yo pertenezco al pueblo, y créeme cuando te digo que ellos te tienen miedo, pero no ese miedo que infunde respeto; ellos maldicen en tu nombre, y si haces más de eso, solo harás que te odien. Si le devuelves el grano y le das una segunda oportunidad, puede que la próxima vez no consideren hacer algo así, por agradecimiento, porque sabrán que eres justo. Yo sé lo que es tener hambre, y a veces cuando el estómago duele, uno hace cosas sin pensar. No es por maldad, te lo juro, es porque a veces ya no se puede más.
El rey se quedó en silencio, procesando las palabras de su reina, dichas con una ternura y un pesar tan profundo que él quedó preso de ello, pensando en lo que ella habría hecho estando en la misma situación.
—Lo liberaré.
Anevel sonrió, mostrándole ese rosado en las mejillas que a él tanto le gustaba.
—Gracias, mi rey.
—Ven conmigo, esposa.
—¿A dónde?
—Vamos a resolver esto.
Lauker tomó a Anevel de la mano y la llevó fuera de la sala privada, entrelazando sus dedos con los de ella una vez más.
DUNKELHEIT – VINNDVIK, PALACIO NATKRONEN
Entrada la fría noche en Vinndvik, el príncipe Ludger ingresó con cuidado en la habitación de su prima Valkira, cuidando que sus botas no interrumpieran el silencio de la estancia vacía, que apenas estaba iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba entre las cortinas y un par de velas.
Un suave aroma a lavanda flotaba en el aire, y guiado por el mismo, él avanzó con cautela, hasta que llegó al cuarto de baño, donde se recostó con cuidado al dintel de la puerta, observando a Valkira sumergida en la tina de madera disfrutando de un baño aromático, mientras él continuaba observándola, recorriendo con su mirada sus largos cabellos blancos que rozaban el suelo, fuera de la tina.
Ludger entrecerró los ojos con una leve sonrisa, observándola sin prisas, y aunque ella mantenía los ojos cerrados, no tardó en sentir su presencia acechándola con esa necesidad de poseerla y tomarla con el simple pensamiento.
—Me gustaba cuando me mirabas a escondidas tras las sombras de tu largo cabello que cubría tu rostro, Ludger; no sé por qué razón lo cortaste.
Ludger avanzó hacia ella en silencio, al tiempo que ella abría sus ojos para mirarlo.
—Esto ya no tiene que ser un secreto entre las sombras. —Él se arrodilló frente a ella, tomando con fuerza el rostro de la gemela mayor entre sus manos, y sin darle tiempo a decir algo más, él la besó, sintiendo como las manos de ella tiraban de su cabello, intentando apartarlo, pero él no se apartaba, y cuando quiso dejarla, Valkira lo empujó con fuerza contra ella, robándole un beso a Ludger esta vez.
Sintiendo como ella mordía su labio con ligereza para después separar sus labios de él, el Worwick se soltó de ella haciéndola a un lado, mientras ella sonreía como si le gustara ejercer fuerza sobre él y que él la sometiera.
—No deberías estar aquí. Hoy no es mi día —susurró ella, volviendo a hundirse en la tina.
—Te vi entrenar, y sabes que me gusta cómo dominas cada movimiento con tus dagas.
Valkira sonrió, admirándolo de la misma forma en la que él la admiraba, y sin poder evitarlo, al ver la silueta de su cuerpo desnudo transparentándose bajo el agua, él se lanzó sobre ella y la volvió a besar, metiendo su mano dentro del agua para buscar algo más que solo sentir sus labios contra los suyos.
Al concluir el beso, él se incorporó, se dio la vuelta con la misma calma con la que había llegado y en silencio, salió de la habitación, dejando a Valkira sumergida en el agua, disfrutando de su baño.
Ludger se desplazó con sigilo por los pasillos del palacio, evitando el recorrido de la guardia, hasta llegar a sus aposentos, donde entró cerrando la puerta con seguro, y al girarse, se encontró con Valira saliendo del cuarto de baño, envuelta en una ligera bata de dormir traslúcida que se adhería con ligereza a su figura.
Las mejillas de la gemela menor se enternecieron al ver a Ludger, y ella corrió hacia él, arrojándose a sus brazos, en los que él la recibió tomándola por la cintura, para estrecharla contra su pecho, al tiempo que sus labios se encontraron en un beso delicado donde él parecía tener el control.
—¿Vienes de la habitación de Valkira? —preguntó ella, desabotonando el camisón de Ludger, revelando en cada movimiento lo que había debajo de aquella prenda.
—Sí. —Él arrojó su camisón a un lado—. La encontré dándose un baño cuando pasé por su habitación.
Valira soltó una risa suave y divertida, mientras deslizaba sus manos por los pechos del Worwick.
—Tal vez a ella no le guste que hayas ido sin ser su día.
—No te preocupes. —Él rozó sus labios con los de ella—. Lo tomó muy bien. Las vi entrenar en la tarde, así que quise felicitarla.
—¿Y a mí no me vas a felicitar?
—Para eso estamos aquí, ¿no? —Él la besó una vez más, perdiéndose en la calidez de su cercanía, mientras deslizaba su mano hasta la parte más baja de la espalda de ella, apretándola con delicadeza—. ¿Qué tal te han sentado el nuevo juego de dagas que te envió Varg?
—Me han gustado. No se me hacen muy pesadas.
Ludger asintió, acariciando su mano con suavidad.
—Me alegra. Lo importante es que te sientas cómoda y aprendas a dominarlas lo mejor posible. Siempre he pensado que de las dos, tú tienes un toque más refinado.
Valira sonrió, comprendiendo lo que le había querido decir a su manera, mientras él volvía a buscar sus labios en un beso profundo y prolongado, al tiempo que las velas en la habitación parpadeaban sobre ellos, siendo las únicas testigos de cómo ellos se perdían el uno en el otro, dejando que la noche guardara sus secretos en la penumbra.
Lauker cayó de rodillas ante el altar de los dioses, con sus puños apretados y el rostro cubierto de sus propias lágrimas, mientras su cuerpo temblaba de agonía esperando en vano una respuesta de los dioses que nunca llegaba. Él sollozó una vez más, con la voz quebrada en un ruego desesperado, y al no recibir consuelo, bajó la cabeza en medio de un susurro que brotaba de un dolor profundo que oprimía su alma y su corazón.
"Padre, si pudieras verme ahora me aborrecerías. Tú siempre tuviste razón; no merezco la corona que pesa sobre mi cabeza, ni el reino que dejaste en mis necias manos. Yo la maté, padre. Ella está muerta por mi culpa.”
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