
𝐗𝐕. 𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀 𝐄𝐍 𝐒𝐎𝐌𝐁𝐑𝐀𝐒
Capítulo 15
En la gran sala del consejo, iluminada por ardientes antorchas fijadas en lo alto de las paredes, yacían el príncipe Vermilion, Lord Grey y los miembros del consejo, en espera del rey, que había solicitado la presencia de sus súbditos una vez finalizara la ceremonia nupcial. Lauker ingresó a la sala bajo la reverencia de los miembros de su corte y se dirigió hacia la cabecera de la mesa, donde se sentó, mientras los miembros volvían a tomar su lugar en la mesa, esperando la intervención del rey.
—Sé que se preguntarán por qué los he convocado aquí después de la celebración de mis nupcias, y la razón es que debo tratar dos asuntos cruciales para el reino —Lauker apoyó sus codos sobre la mesa—. Primero, la coronación de la nueva reina; y segundo, la preocupante situación en torno a los Cangrinos que posiblemente aún estén rondando el castillo. —Él se dirigió a su hermano—. Vermilion, ¿cómo va el asunto de los Cangrinos?
—Hasta el momento no hay novedades, Lauker —dijo el rubio, clavando su mirada acusadora sobre Lord Grey—. Monté una formación defensiva alrededor de la fortaleza para prevenir la aparición de nuevos Cangrinos, pero hasta el momento no ha habido más avistamientos, así que tengo todo bajo control.
Lauker suspiró con alivio. —Agradezco tu trabajo para con la guardia. Mantén las formaciones.
Vermilion asintió, relajándose en su silla.
—Cambiando de tema —comentó Lauker, acomodando su postura en la silla—, quería informarles que la coronación de la reina se llevará a cabo dentro de poco, y he decidido invitar a los regentes y a sus esposas, para que todos puedan conocer a la nueva madre del reino. La ceremonia tiene que ser espléndida y con un gran banquete, tal como corresponde.
—Con todo respeto, majestad —intervino un lord miembro—, ¿no cree usted que sería imprudente organizar una ceremonia tan pomposa cuando el pueblo sufre algunas calamidades?
—El reino está en buenas condiciones, y el pueblo no sufre calamidad alguna —intervino el lord consejero, antes que Lauker pudiera responder—. La coronación de la reina Anevel debe celebrarse como corresponde.
—Por supuesto —interrumpió Vermilion, fastidiado—, eso es lo que más le conviene, ¿verdad?
—¿Disculpe, príncipe?
—El lord miembro tiene razón, Lauker. El pueblo está en crisis por el sobreimpuesto arbitrario que has colocado, secundado por este oportunista, y no es prudente realizar este tipo de celebraciones cuando afuera de estos muros la realidad es muy distinta. Tu consejero insiste en lo contrario solo para que no veas lo que realmente sucede tras los muros de este castillo y para que por supuesto, tu pueblo te odie aún más.
—¡Lo que usted asegura es una necedad!
—¿Ah, sí? Ahora dígalo sin llorar.
—Los dioses saben que…
Vermilion estrelló su mano contra la mesa y con la otra mano le señaló. —¡No me joda con mis dioses! Si ellos estuvieran aquí en persona, igual que yo ahora, cortarían su vida. ¡Maldito traidor a la corona del rey Valko!
—No le permito que…
—¡Basta! —frenó Lauker a su consejero, para que no dijera ni una sola palabra más—. Yo no estoy aquí para discutir sobre lo que haré o no con respecto a la coronación de la reina, porque eso ya está decidido. La celebración no será pomposa, pero sí será digna de la coronación de la reina legítima de los once reinos. —Él suspiró, volviendo en medio del silencio de los presentes, y volcando la mirada en sus miembros, agregó—: Estoy organizando un banquete para los lores de los reinos de Armes y Northros, y también para los regentes y gobernadores miembros de la familia Worwick.
—¿La reina Anya estará presente, mi rey? —preguntó un lord miembro.
—Es correcto, lord. Mi madre, la reina Anya Worwick, será quien coloque la corona sobre la cabeza de Anevel como corresponde, y no quiero objeciones. El banquete será solo para los invitados; no habrá festín fuera de los muros de este castillo, ni el pueblo tiene por qué enterarse de ello, y esa es mi última palabra.
Con esa última frase, que zanjaba cualquier posible desacuerdo, Lauker se levantó de su asiento y salió de la sala del consejo, mientras que, desde su lugar, Vermilion observaba a Lord Grey sin quitarle la mirada, logrando incomodar al hombre, que, bajo un incómodo silencio, también abandonó la sala.
Los días pasaron, y tal como se había dispuesto en las regencias, el príncipe Molko emprendió su viaje junto a su hermana, la princesa Ania, hacia la isla Andrax. Una vez allí, él se estableció en el Palacio de Velmor, donde comenzó a darle forma al nuevo orden en la isla, y las leyes dictadas por la regencia del príncipe Molko, bajo la tradición y la ley de los dioses de la Casa Worwick, se impusieron en Andrax como se esperaba.
Días después de conversaciones y reestructuraciones de leyes con el pequeño consejo de Andrax, Molko contrajo matrimonio en una ceremonia tradicional en el salón del rey del palacio.
El vínculo con su hermana Ania, que era una tradición propia de la Casa Worwick, sellaba la unidad familiar y reafirmaba la alianza de sangre que se había mantenido por generaciones. Entre los presentes se encontraban el príncipe Nicola, como testigo de la regencia de Artarbur; el príncipe Lexton Worwick, gobernador de Velorum en Ateckdra, hijo del fallecido príncipe Lexter Worwick; y por último, Tanatos Worwick, gobernador de Xistrinia, hijo del fallecido príncipe Timothy Worwick.
Ellos no solo fueron testigos de la unión matrimonial, sino que también llegaron a la isla junto a pequeñas formaciones militares, demostrando su apoyo a la propuesta de mantener la Casa Worwick a salvo ante la falta de intervención del rey. Y, una vez reunidos, ellos comenzaron a trazar las nuevas líneas de mando para la formación de un ejército en la isla, bajo el mando absoluto de estos regentes.
Mientras tanto, en otro rincón del reino, Lady Kristel permanecía en palacio junto a su esposo, el príncipe Volton, quien no se inmutó en recibirla a su llegada, pero a pesar de la solicitud de Molko para que Volton llegara a la isla Andrax en apoyo de la causa, el Worwick decidió ignorar el deber real, prefiriendo disfrutar de la vida fuera de palacio.
El Worwick se dedicó a invertir su tiempo en consumir vino dulce y a frecuentar las casas de apuestas en las aldeas más bajas, donde su figura imponente y su cabellera dorada resaltaban a la vista, dejando en evidencia su linaje.
En contraste a esto, Lady Kristel lidiaba en silencio con mareos que día con día, se intensificaban, y aunque sospechaba qué podría producir su incomodidad matutina, ella temía confirmar lo que su cuerpo parecía indicarle; siendo consciente de que si era lo que ella creía, debía darle muchas explicaciones a su esposo.
En la fría región de Northlandy, Lauker ya mostraba signos de una completa mejoría gracias a los cuidados que había recibido. Aunque compartía lecho con Anevel, la unión matrimonial aún no había llegado a la debida consumación, ya que el encargado aún no retiraba por completo el vendaje de la herida del rey, pero a pesar de la creciente cercanía entre ambos, Anevel no lograba sentirse completamente cómoda con su esposo en ciertos momentos, aunque Lauker intentara a toda costa respetar su espacio, confiando en que el tiempo consolidaría el lazo que comenzaba a forjarse entre ellos.
Por otro lado, Vermilion continuaba con sus labores en los alrededores del castillo como primer jefe comandante, pero sin saberlo, él estaba siendo vigilado. Los movimientos del príncipe eran cuidadosamente observados por el consejero de Lauker, quien había encargado a sus guardias de confianza seguir de cerca cada uno de sus pasos, y no pasó mucho para que el consejero descubriera un patrón inusual en los movimientos del Worwick.
En ocasiones puntuales, Vermilion salía del castillo con comida, ropa y piezas de plata en dirección a los campos, y teniendo curiosidad sobre adónde llevaba todo lo que sacaba del castillo, el consejero ordenó a uno de los guardias unirse a la formación que el príncipe llevaba a los campos; lo cual no fue difícil, ya que estos guardias también pertenecían a la guardia real, y gracias a esto, al consejero se le reveló lo que hacía el príncipe cuando salía del castillo en esas ocasiones.
El guardia le relató a Lord Grey que el príncipe llegaba a los campos de cereza y llevaba presentes a un niño que fue identificado como el hermano de la reina. Cada vez que Vermilion regresaba al castillo, se veía con Anevel para entregarle discretas notas que su hermano le enviaba, y al estar informado de todo, el consejero no tardó también en darse cuenta de que esto sucedía a espaldas del rey.
Lauker dedicó sus días de calma a supervisar cada detalle de los preparativos para la coronación de Anevel. El salón del trono del castillo se transformaba lentamente con las decoraciones propias de estos eventos reales y las mesas dispuestas para el banquete que ofrecería a sus invitados.
Una vez que los preparativos estuvieron avanzados, Lauker se sentó en el escritorio de su sala privada y comenzó a redactar los comunicados oficiales, invitando a los regentes y gobernadores de los pueblos bajo el dominio de la familia Worwick, asegurándose de que a cada uno de ellos, sin falta, se les enviara el comunicado de asistencia.
Los cuervos volaron a sus respectivos destinos y pronto, todos los regentes y súbditos de la Casa Worwick comenzaron a recibir la invitación que anunciaba el matrimonio del rey, junto a la noticia de la coronación de Anevel como reina.
Junto a estos importantes comunicados, Lauker también escribió dos carta; una dirigida a su madre, la reina Anya, y otra a su abuela, la reina Diana. En ambas, no solo les informaba de su matrimonio, sino que les comunicaba los detalles de la coronación de Anevel, esperando que ellas volvieran al castillo en Northlandy, porque él era consciente de que estos anuncios traerían consigo juicios y opiniones, pero él estaba decidido a consolidar su alianza con Anevel y legitimar su reinado.
Una vez selladas las cartas con el emblema de su casa, Lauker mismo las envió por un cuervo, llevando consigo la noticia que pronto también llegaría a los oídos de los gobernantes que hacían parte de la orden de los Trece Tronos de Nordhia.
ARMES
En su sala privada del castillo, el príncipe Volker yacía sentado en su escritorio, leyendo con atención uno de los pergaminos esparcidos sobre la mesa, cuando su lord consejero entró en la sala.
—Majestad —habló el consejero, haciendo una ligera reverencia—. Traigo novedades que requieren su atención.
Volker dejó el pergamino sobre la mesa y levantó la vista hacia él.
—¿Qué noticias trae, lord?
—Ha llegado un comunicado desde Northlandy, donde usted es invitado a la coronación de la nueva reina y esposa del rey Lauker Worwick.
Volker sonrió con ironía y se recostó en su silla, como si no pudiera creer lo que había escuchado.
—Así que finalmente se casó.
Justo en ese instante, Astiria llegó hasta la puerta de la sala con la intención de entrar, pero al oír las voces dentro, se detuvo y permaneció oculta, escuchando lo que ahí se hablaba.
—Qué bien —continuó Volker, volviendo su vista al pergamino que leía—. Ya era hora de que el rey diera el ejemplo. Iré a la coronación con mis hijos y con Minerva.
El lord consejero frunció el ceño. —Disculpe, majestad, pero ¿cree usted que es prudente asistir acompañado de la princesa Minerva y no de su esposa, lady Astiria?
—Iré con la mujer con la que comparto mi vida —Volker alzó la mirada hacia su consejero—, no con la mujer que es mi esposa solo por compromiso. Usted más que nadie sabe que yo no comparto nada con Astiria y que, en la práctica, no es mi esposa. Ella solo es la madre de mis dos hijos.
—Eso lo entiendo, majestad, pero quizás el rey Lauker y lady Astiria no tomen bien dicha decisión.
—No me importa, lord. Está de más explicarle a Astiria su posición en este lugar, y me tiene sin cuidado lo que piense Lauker.
Sintiendo cómo la rabia se acumulaba en su interior al saber que era dejada de lado una vez más, Astiria tragó en seco y apretó sus puños como si estuviera conteniendo la intención de entrar y reclamar, pero antes de que alguien pudiera verla, ella se alejó de la sala para pensar qué hacer con cabeza fría.
—Concluyendo con ese asunto, majestad. Comento esto por el rey Lauker, ya que puede caber la posibilidad de que a él no le parezca apropiado que usted lleve a la princesa Minerva y no a su esposa.
—Comprendo su punto, lord, pero ningún regente fue informado sobre el compromiso ni el matrimonio del rey, así que no tengo yo por qué darle razones de lo que hago. Mejor dígame con cuál asunto quiere continuar para concluir este.
El lord sacó un pequeño papel del bolsillo de su traje y se lo entregó al príncipe. —Véalo usted mismo, alteza.
Extrañado, Volker tomó el pequeño papel de la mano del lord, lo abrió y leyó con atención su contenido. Al terminar de repasar cada línea de aquel papel, él levantó la vista, y sus ojos azules intensos se clavaron en el consejero.
—¿Dónde está esa mujer?
—La mujer se encuentra de camino hacia aquí, majestad. Cuando llegue pediré que la lleven a las cuevas para que usted la interrogue a su gusto. Así que esperemos que pronto usted pueda saber la verdad sobre lo que en realidad sucedió con la muerte de la madre del príncipe Aiseen.
Volker suspiró, apretando el papel entre su mano. —Eso espero, lord. Esto es lo último que necesito para poder volver a dormir tranquilo.
—Los dioses le respaldan, majestad.
Volker se quedó en silencio, con la mirada fija en un punto de la sala, mientras un sinfín de pensamientos comenzaba a rondar por su mente, al ser consciente de que lo que pudiera descubrir por la boca de esa mujer cambiaría todo lo que creía saber.
DUNKELHEIT – CASTILLO WORWICK
Después de un agotador día de atender asuntos pendientes en el puerto de Dunkelheit, el príncipe Varg salió del cuarto de baño en sus aposentos con su cabello blanco completamente empapado, sujetando una toalla en una mano, mientras dejaba su cuerpo al descubierto.
En silencio, Varg comenzó a caminar por la habitación mientras secaba su cabello, observando a su pequeña Bel metida en las sábanas, concentrada en uno de los tantos libros de historias coloridas y fantásticas que él le había traído de uno de sus viajes, pero al percatarse de su presencia, ella levantó la mirada, contemplando a su esposo caminar despreocupado por la habitación.
Al darse cuenta de que ella le miraba con una sonrisa tierna que no lograba ser del todo atrevida, Varg se acercó a ella con una sonrisa pícara de medio labio y, con delicadeza, se inclinó hacia su tierna Bel y depositó un beso en su frente.
—¿Qué lees? —preguntó, mientras terminaba de secar su cabello con la toalla de lino.
—Uno de los libros de cuentos lindos y rosados que me trajiste cuando fuiste a Baios.
Varg sonrió de vuelta, dejando la toalla a un lado para peinar su cabello con los dedos de sus manos.
—¿Estás cansado? —indagó Bel, viéndolo meterse entre las sábanas.
—Solo un poco —él suspiró.
—Voy a apagar la vela para que duermas. Ya terminé de leer.
Bel se levantó con delicadeza de la cama para apagar la vela y dejar el libro sobre la cómoda, y Varg no pudo evitar mirar la figura de su delicado y frágil cuerpo que se marcaba a través de su bata en tela traslúcida de seda en tono marfil, que sutilmente se ceñía a su figura.
Varg observaba en silencio cada uno de sus movimientos, mientras ella se mantenía ajena a la intensidad de la mirada de su esposo, quien desde que se casó con ella, descubrió cuánto disfrutaba de tener el cuerpo de Bel entre sus brazos, y cuando ella regresó a la cama, Varg susurró, tomándola de la cintura:
—Pensándolo bien, creo que ya no estoy tan cansado.
Antes de que ella pudiera decir algo, sonrió por lo bajo, dejándose llevar por su esposo, como siempre sucedía. Él se inclinó sobre su cuerpo, envolviéndola entre sus brazos, y la besó en los labios con una ternura que pronto se transformó en deseo por poseerla una vez más.
Bel se sonrojó al sentir bajo su bata el tacto autoritario de su esposo ardiendo sobre su piel, que cada día se veía más pálida. La mirada de Varg parecía brillar un poco más ese día, y Bel lo notó, sintiendo un pequeño revoloteo en su estómago, mismo que intentó disipar aferrándose a la realidad que ella conocía de los sentimientos de él, y entendiendo que ese brillo quizás se debía a un deseo aún más intenso por tomarla para él una vez más.
En medio de tímidas risas que ella dejaba escapar al sentir los labios de él sobre su cuello, él elevó la comisura de sus labios al escuchar esa risita juguetona que ella solía tener, para después volver su mirada hacia ella y meterla con delicadeza contra su costado, como si quisiera protegerla de cualquier cosa que pudiera perturbar su paz.
—Lauker se casó y nos han invitado a la coronación de su esposa como nueva reina de los once reinos. —Al escuchar las palabras de Varg, la sonrisa de Bel se desvaneció, y él no evitó percatarse de su gesto—. ¿Qué sucede? —Él buscó su mirada—. ¿Te incomodó algo de lo que dije?
—No, no es nada. —Ella se giró, quedando de espaldas a él—. Solo que otra vez te irás lejos, y no me gusta cuando te vas mucho tiempo, porque cuando me quedo aquí sola, no descanso muy bien y te extraño.
Varg esbozó una sonrisa al escuchar sus palabras, notando ese tono vulnerable que era similar al de un niño tratando de evitar algo inevitable, y con delicadeza Varg la giró hacia él y le acarició su rostro.
—Cálmate, mi Bel —dijo, manteniendo su mirada fija en ella—. Eso no sucederá esta vez. Tú vendrás conmigo en este viaje.
—¡¿De verdad?! —exclamó ella, en medio de una sonrisa, al no poder creer que él decidiera llevarla.
—Sí, es verdad —Varg le acarició el cabello con dulzura—. No voy a dejarte sola. Esta vez iremos juntos, porque quizás deba quedarme un tiempo indefinido en Northlandy, así que quiero que estés conmigo todo ese tiempo. Llevaré a uno de los encargados para que esté pendiente de ti, porque quiero asegurarme de que todo esté bien en el viaje, especialmente por tu condición.
Bel sonrió, hundiéndose en el pecho de Varg. —Me hará tan feliz ir a Northlandy y conocer a la reina. Espero que sea amable y linda.
—Lo dudo.
—¿Por qué? —Ella lo miró, confusa—. ¿Crees que ella no es linda y amable?
—No es eso. Solo que creo que nadie puede llegar a ser más amable y más linda que tú, Bel.
Tras sus palabras, él se inclinó, rozando sus labios contra los de ella, al tiempo que su mano se deslizaba con suavidad por la piel de su pierna hasta llegar a sus caderas bajo la bata, y sintiendo cómo su deseo parecía perder el control, Varg subió su mano hasta la manga del vestido de Bel y en medio de los besos húmedos que dejaba sobre sus hombros, musitó:
—Te ves hermosa con esa bata, pero quiero verte sin ella.
Sin despegar sus labios de los pechos de Bel, Varg arrancó la bata del cuerpo de su delicada esposa, mientras ella se reía por lo bajo, diciendo con su suave voz inocente:
—Me pones nerviosa cuando te pones así de peligroso.
—Detente, Bel —jadeó él contra sus pechos.
—No. —Se tapó ella la boca, bajo una sonrisa divertida.
Varg tomó a Bel de la cintura con ambas manos y la jaló con fuerza, acomodándola bajo su cuerpo en la cama, mientras sus manos se movían con malicia y tacto, explorando cada rincón de su cuerpo, despertando en ella sensaciones que la hicieron estremecer.
La noche los envolvía a ambos en una penumbra íntima que parecía ser cómplice para proteger el momento, y al sentir cómo ella respondía a sus besos y los movimientos de su mano contra su intimidad, ahí supo que ella ya estaba lista para ser tomada por él.
Al principio, los movimientos de Varg fueron lentos y delicados, como si a toda costa él quisiera prolongar ese instante de placer íntimo en el que sentía cómo el cuerpo de ella se estremecía, cómo sus delicadas manos se aferraban a sus hombros y a su espalda bajo su cuerpo, mientras él continuaba moviéndose sobre ella, oyendo sus ligeros jadeos y gemidos que poco a poco iban en aumento.
A medida que la pasión y el deseo entre ambos crecía, las embestidas de Varg se volvieron más profundas e intensas. Cada susurro y cada jadeo ahogado entre ellos alimentaban aún más el deseo que sentían el uno por el otro, y en medio de maldiciones benditas, los movimientos de Varg se hicieron más fuertes y mucho más rápidos, mezclándose con la respiración entrecortada y acelerada, producto de una urgencia por sentir más de eso que los atrapaba y los consumía
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