
𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝐋𝐄𝐍𝐆𝐔𝐀𝐉𝐄 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐌𝐎𝐑, 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄 𝐈𝐈
Capítulo 13
DUNKELHEIT FICXIA - CASTILLO WORWICK
Disfrutando de la tranquilidad de sus aposentos, Maeve trataba de colocarse su cubrebata cuando Varg entró en la habitación sin pedir pase y sin importar quién estuviera dentro con ella
Al girarse para ver quién había entrado, ella observó a Varg de pie frente a la puerta con el ceño fruncido observándola, mientras ella desajustaba su cubrebata con sutileza, dejándole ver al príncipe una ligera sonrisa despreocupada y fingida en su rostro.
—Varg, qué sorpresa verte aquí —dijo Maeve en un tono de voz meloso, mientras se acercaba a él con la intención de darle un beso en la mejilla.
Sin mucho esfuerzo, Varg colocó su dedo sobre el pecho de la joven y la empujó hacia atrás, para marcar una distancia clara entre ellos.
—No te acerques.
—¿Por qué actúas así? —Ella frunció el ceño, intentando fingir confusión.
—No te hagas la tonta, Maeve —respondió sin mucho ánimo—. Sé perfectamente lo que hiciste. No vuelvas a acercarte a los aposentos de Bel para molestarla, te lo advierto.
—Espera —replicó—. Yo no hice nada.
—No te atrevas a fingir, Maeve —Varg dio un paso hacia ella haciéndola retroceder—. Se me informó que antes de que Bel se pusiera mal, tú estuviste en su habitación.
—¡Yo no le hice nada! —alegó indignada—. Yo solo le dije la verdad que tú, yo y todos aquí sabemos; incluso hasta ella lo sabe Varg. Ella está enferma, y si sigue viéndose así, tú terminarías fijándote en otra mujer y alguien debe ….
—¡No te equivoques, Maeve! —interrumpió él elevando su tono de voz al tiempo que avanzaba hacia ella con prisa, acorralándola contra el dosel de la cama—. ¡Yo jamás dejaría a Bel por nadie! Ella es mi esposa, y como los dioses lo dictan, y mi padre me enseñó; yo estaré con ella hasta el día en que los dioses decidan llevársela de este mundo.
La respiración de Maeve se cortó como si hubiera quedado suspendía en el aire, mientras su pulso parecía desestabilizarse y su cuerpo se mantenía aferrado al dosel.
—Así que escucha bien esto —continuó Varg—. Si Bel vuelve a empeorar después de hablar contigo, o si algo le pasara por tu culpa, te juro, Maeve que está vez si conocerás lo hijo de perra que puedo llegar a ser sin importarme si eso incluye cortarte el cuello. Estas advertida.
—¿Cómo puedes considerar tanto a esa enferma si tú no la amas? —gritó, viendo como Varg se giraba para ir a la puerta, pero antes de dar un paso más el Worwick se abalanzó sobre Maeve encerrando el cuello de la joven entre su mano, mientras la presionaba contra el dosel de la cama.
—¡Eso a ti no te importa! —le susurró él en el rostro, mientras ella hacía el esfuerzo con sus manos para quitárselo de encima, mirándolo con pavor—. Así que espero que te quede muy claro que el día que Bel se vaya de este mundo, la última mujer con la que estaría sería contigo.
—Varg, me lastimas —murmuró ella, tratando de sacar la mano de él de su cuello al sentir como la asfixia comenzaba a hacerse más fuerte.
—Aunque Bel no logre ver tus malas intenciones, yo sí las conozco. Las vi desde el primer momento en el que te referiste a ella de forma despectiva en mi sala privada cuando ella solo quería un libro, y si lo que esperas es que ella se muera para intentar casarte conmigo como siempre haz querido, pierdes tu tiempo. Yo jamás me casaría con una puta como tú.
Con un último gesto de desprecio, Varg soltó a Maeve arrojándola al suelo, mientras ella intentaba recuperar el aire y sin decir una palabra más él se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Maeve consumiéndose en su propia rabia tras una de las tantas humillaciones que recibía del hombre que ella quería pero que había elegido una y mil veces a su hermana.
NORTHLANDY – CASTILLO WORWICK
Bajo la fría noche, Anevel yacía entre las sábanas, aún inconsciente después del incidente en el bosque, hasta que el bullicio que comenzó a filtrarse por sus oídos, la llevó de vuelta a la conciencia.
Entre susurros dispersos y pasos apresurados, ella comenzó a entreabrir los ojos, divisando algunas sombras que se movían a su alrededor, al tiempo que sus párpados luchaban por abrirse por completo, y al lograrlo, el entorno familiar de su habitación la recibió de vuelta, pero la confusión de su mente comenzó a mezclarse con su somnolencia hasta que la imagen de Lauker invadió su mente.
El bosque, el paseo en la tarde y el ataque de ese hombre desconocido.
Anevel se sentó de golpe en la cama con el corazón acelerado, llamando la atención de Valeria, Vermilion y la sirviente que se encontraban en la habitación. Ellos volcaron su atención hacia ella y la rubia se acercó de inmediato a la cama junto Anevel al verla alterada.
—Anevel, tranquila.
—¡Me iban a matar, Valeria! —habló Anevel ofuscada—. A él lo iban a matar.
—Tranquila, no pasó nada. Estás a salvo, por favor, cálmate.
—¿Cómo está Lauker? —preguntó con urgencia—. Él fue atacado por un hombre en el bosque, deben atenderlo. Él tiene una herida en…
Las palabras de Anevel se cortaron cuando en medio de sus súplicas, sus ojos se detuvieron en una mancha carmesí en el suelo, justo a un lado de la cama. La sangre seca formaba un charco oscuro sobre el suelo de piedra y teniendo que fuera lo que se imaginaba, su respiración se aceleró, y su mano señaló la mancha.
—¿Es su sangre? —Ella miró a Valeria buscando una respuesta—. ¿Esa es la sangre de Lauker?
—Sí, es de él, pero no te preocupes, ya está siendo atendido por un encargado. El peligro ya pasó.
Un fuerte sollozo salió del interior de Anevel, junto a las lágrimas que rodaban por sus mejillas, mientras apretaba las sábanas de la cama contra su rostro.
—Esto fue mi culpa. —Apretó las sábanas con más fuerza—. ¡No debí correr, no debí correr!
—No fue tu culpa, Anevel —dijo Valeria abrazando Anevel para darle consuelo—. Nadie sabía que habría un Cangrino cerca de ustedes.
—Es correcto —intervino Vermilion, dirigiéndose a Anevel para calmar su llanto—. No es tu culpa que un Cangrino estuviera merodeando cerca del castillo. Ellos no deberían haber estado en estos terrenos.
En ese instante, la puerta de la habitación se abrió y un guardia entró apresurado, interrumpiendo el momento. El hombre se inclinó ante los príncipes y la futura reina, y luego se dirigió al príncipe Vermilion, diciendo:
—Mi príncipe, los guardias han estado rondando el lugar del ataque y encontramos el cuerpo del hombre aún en el lugar donde el rey lo asesinó. Eso confirma que el hombre estaba solo.
Vermilion tensó su mandíbula al escuchar las palabras del guardia, ya que él sabía que los Cangrinos rara vez se movían en solitario, especialmente cerca del castillo, lo que hacía la situación aún más sospechosa.
—¿Montaron la vigilancia necesaria para asegurarse de que no aparezca ningún otro Cangrino cerca? —preguntó el Worwick, observando al guardia.
—Sí, mi príncipe. Todo está bajo control.
—Bien —Vermilion desvió su mirada hacia un punto vago en la habitación—. Vuelva al lugar de la formación y manténganse alerta. Iré pronto a supervisar personalmente los alrededores.
—Con su permiso, mi príncipe.
El guardia se reverenció y salió de la habitación, mientras que Valeria se dirigió hacia Vermilion con la mirada confusa, sabiendo que algo extraño estaba sucediendo.
—Esto es muy extraño, Vermilion.
—Lo es —afirmó caminando hacia el otro lado de la habitación con la mirada fija en el suelo—. Ese Cangrino no debió haber estado ahí —dijo en voz baja, para sí mismo.
—¿Por qué es raro? —preguntó Anevel, mirando ambos desde su lecho—. ¿Qué significa?
Vermilion no respondió de inmediato a la pregunta de Anevel, al estar pensando en todo lo que había sucedido como si en silencio estuviera atando cabos, hasta que su mirada curiosa se volvió de nuevo hacia Anevel.
—¿Alguien más sabía que ustedes saldrían a dar un paseo por el bosque?
—No, nadie más lo sabía.
—Espera, Vermilion. —interrumpió Valeria comprendiendo hacia donde Vermilion estaba llevando la conversación—. ¿Insinúas que alguien provocó el ataque?
Vermilion se quedó mirando a Valeria por unos segundos y después caminó hacia la puerta.
—Solo digo que es raro que un Cangrino esté merodeando cerca del castillo sin la intención de atacar. Entonces, ¿para qué estaba ahí? —murmuró él frente a la puerta sin mirarlas—. Además. —Él se giró hacia ellas—. ¿Cómo supo ese hombre el lugar exacto donde estarían el rey y la reina? Podría ser una coincidencia, pero con lo grande que es el bosque que rodea el castillo, las coincidencias aquí serían pocas. Solo ustedes dos sabían de ese paseo, con excepción de alguien que siempre está muy atento a los movimientos del rey.
Anevel miró a Vermilion con el ceño fruncido, dejando ver que al parecer había entendido lo que él trataba de decir.
—¿Hablas de su consejero?
Vermilion se detuvo por un segundo y luego esbozó una sonrisa de medio labio, indicándole a Anevel que estaba en lo correcto.
—Descansa, Anevel. Espero que te recuperes pronto del golpe.
Vermilion abrió la puerta y salió de la habitación, dejando a Anevel y Valeria confundidas, con más preguntas que respuestas, e inquieta por aquella posibilidad, Anevel se levantó de la cama y caminó un poco por la habitación.
—¿Crees que pueda ser lo que dije, y que la intención de ese hombre era llevarme con él?
—Sí, así es —dijo la rubia—. Los Cangrinos suelen llevarse a las personas, especialmente a mujeres jóvenes, para venderlas como esclavas. Es una práctica común para ellos.
—Nunca había visto uno tan de cerca —susurró, mientras su mirada se fijaba en la mancha roja en el suelo.
—Por lo general, ellos atacan a los más vulnerables, como niños o personas que viven aisladas en ciertas partes del bosque, o al menos eso es lo que he oído. Creo que jamás habías visto uno de cerca porque, cuando el rey Valko estaba en el trono, los cazaba y...
—¿La herida de Lauker es grande? —interrumpió Anevel, con urgencia, volcando su mirada en Valeria, quien la miró extrañada por el cambio brusco de la conversación.
—No, no es demasiado grande, pero sí llegó a perder un poco de sangre.
—¿Dónde está él?
—Está en sus aposentos.
—¿Crees que podría ir a verlo?
—Si quieres verlo, claro que puedes ir —Valeria sonrió—. Yo te llevaré.
Anevel asintió, sin pensarlo dos veces, y juntas salieron de la habitación. La joven caminaba a la par de Valeria, observando todo a su alrededor, mientras frotaba sus manos una contra la otra, al tiempo que sus ojos observaban todo a su alrededor, hasta que finalmente llegaron a la puerta de la habitación donde descansaba Lauker.
Valeria le hizo una seña a Anevel para que esperara un momento, y la joven asintió sin problemas. la rubia abrió la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido y entró, encontrando a su primo recostado entre la cama y el cabecero, mientras dos sirvientes trabajaban en silencio, preparando los ungüentos y vendajes que el encargado había sugerido para la curación del rey. La luz tenue de las velas iluminaba el lugar, y el aire estaba impregnado con el aroma de frescas hierbas medicinales.
La princesa observó con cuidado él vendaje que cruzaba el abdomen de Lauker y otro que sostenía su brazo, y creyendo que estaba inconsciente al verlo con los ojos cerrados, ella se movió en dirección a una de las sirvientes; pero al percibir movimiento en la habitación, Lauker entreabrió los ojos, observando de reojo a Valeria, que permanecía junto a la puerta.
—Prima.
—Primo —susurró ella mirándolo con cariño—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —Él hizo una leve mueca restándole importancia a su dolor—. Solo me siento un poco adolorido.
—Me alegra saber que estás bien —suspiró Valeria, aliviada—. Sabes que si sientes algún dolor, no dudes en decirlo —él le sonrió con ligereza—. Hay alguien que ha venido a verte.
En ese momento, Anevel entró con cuidado a la habitación observando a Lauker como si temiera que el rey estuviera molesto por lo ocurrido, pero cuando sus miradas se cruzaron, el corazón de Anevel se encogió al ver a Lauker tan vulnerable, recostado entre vendajes y curaciones.
—Anevel.
—Hola —musitó ella con pena—. ¿Estás bien?
—No te preocupes, estoy bien.
Anevel sonrió en medio de un ligero suspiro de alivio al saber que él estaba bien.
—Bien, creo que los dejaré solos —interrumpió Valeria saliendo de la habitación con tal urgencia que Anevel no tuvo tiempo de responder, quedando se sola y sin saber que hacer frente a Lauker, quien la miraba leyendo su incomodidad
—Déjennos a solas a la reina y a mí —ordenó él, buscando que ella pudiera sentirse más cómoda estando a solas con él, y los sirvientes no tardaron en seguir las órdenes del rey; abandonando la habitación en silencio, mientras que Anevel intentaba evitar mirar a Lauker al darse cuenta que este tenía el dorso desnudo.
—Ven, Anevel. —Él le extendió la mano, mientras ella le miraba—. Acércate.
Valeria caminaba absorta en sus pensamientos por los corredores que rodeaban el claustro, cuando se encontró con Vermilion, quien la sorprendió rodeándola de la cintura.
—¡Ah! —Ella se sobresaltó asustada, hasta que se dio cuenta de quién se trataba.
—Tranquila —musitó él arrastrándola con delicadeza hacia la balaustrada, donde la recostó colocándose él frente a ella encerrándola entre sus brazos.
—¿Qué estás haciendo? —sonrió ella observando de cerca esa mirada encantadora y atrevida que solía tener Vermilion cuando solo la observaba a ella.
—¿Acaso no puedo sorprender a mi bella princesa? —Él le arrebató un beso.
—Sí, pero aquí nos pueden ver.
—Pues que se antojen.
Vermilion volvió a darle un beso más a Valeria entre ligeras sonrisas para después tomarla de la mano y retirarla de la orilla de la balaustrada de vuelta al corredor.
—¿Dejaste a Anevel sola? —preguntó él arreglando los cabellos de su rubia.
—No, no la dejé sola, así que dime cómo está todo ahí fuera. ¿Viste más Cangrinos?
—No, no hemos visto a más —respondió Vermilion con calma, retomando el paso junto a ella por el pasillo—. Pero dime cómo está Anevel. ¿Ya está más calmada?
—Supongo. Ella está en la habitación de Lauker.
—¿La dejaste sola con él?
—Pues sí —sonrió—. Como ya es algo tarde y él está solo, quizás ella se quede a cuidarlo esta noche.
—Bueno, ojalá sea así. —Vermilion tomó la mano de Valeria entre la suya para después llevarla hasta su costado, y rozando sus labios cerca al oído de ella susurró—: Mejor vamos nosotros también a descansar, ¿no crees?
Valeria sonrió ante la clara insinuación de Vermilion, pero justo cuando estaba apunto de responder, ella desvió su mirada hasta el otro lado de corredor y observó a su doncella cruzando por otro pasillo que llevaba a la habitación de Lauker.
—¡Keila! —gritó Valeria, soltándose del amarre de Vermilion, sin lograr que la mujer detuviera su paso.
La doncella continuó caminando sin intenciones de detenerse ante la voz de Valeria quien seguía llamándola, hasta que la rubia la alcanzó y la tomó por el brazo obligándola a detenerse.
—¿A dónde crees que vas Keila.
—Mi princesa —susurró la joven con una sonrisa forzada—. Yo solo quería ir a ver al rey. Escuché que fue herido y quise asegurarme de que estuviera bien, usted sabe por qué.
Valeria no pudo contener su furia ante el atrevimiento de la mujer al intentar recordarle que ella era la mujer de cama del rey.
—¡Te ordeno que te vayas a tus aposentos inmediatamente! ¡No seas atrevida!
—Lo siento princesa.
La doncella se giró para continuar su camino a toda costa, pero en ese instante Vermilion se le atravesó en el pasillo y la joven retrocedió ante la presencia del príncipe, a quien ella sabía que no podía retar.
—¿Acaso no escuchaste la orden de tu princesa? —Él dio un par de pasos hacia ella haciéndola retroceder.
—Príncipe yo….
—Si no quieres que al amanecer seas expulsada del castillo, te sugiero que obedezcas las órdenes de la princesa. Tu rey está con su reina, como debe ser, y ella se está encargando de todo lo que tiene que ver con él. Así que espero que sepas cuál es tu lugar y entiendas que no tienes nada que hacer ahí. Desaparece de mi vista, ahora.
Por más rabia que su cuerpo estuviera sintiendo en ese momento, Keila no podía permitirse estallar delante del príncipe Vermilion por lo que se quedó en su sitio, inmóvil, sin saber qué hacer, mirándolo con temor, mientras que él frunció el ceño, sintiendo cómo su paciencia se agotaba.
—¡TE DIJE QUE TE MOVIERAS!
Tras el grito del Worwick Keila se dio la vuelta y se fue corriendo por el pasillo contrario, mientras Vermilion y Valeria observaban cómo la mujer se perdía de vista.
En los aposentos del rey, Anevel decidió aceptar la invitación de Lauker y ella caminó hacia él, mientras sus ojos no podían evitar recorrer su torso, junto a la curvatura de sus músculos, tensados por el ligero esfuerzo en cada movimiento, y al llegar a su lado, ella se sentó en el borde de la cama, intentando mantener la distancia.
—¿Te duele mucho?
—Un poco, pero no es nada grave —respondió él, tratando de aligerar el ambiente—. No hay de qué preocuparse. Con esto y con los cuidados de un encargado estaré mejor en unos días.
Anevel lo miró con tristeza. —¿Cómo no voy a preocuparme? Ese hombre te atacó sin piedad y perdiste sangre. Yo vi sangre en el suelo de mis aposentos.
—Tienes razón —admitió Lauker—. Pero los encargados han hecho bien su trabajo. Ellos me han curado y han vendado muy bien la herida; aunque —él hizo una pausa, respirando hondo—, admito que me sigue doliendo al moverme.
—Perdóname, Lauker. Esto es mi culpa —su voz se quebró—. Yo no debí haberme portado así, ni debí haber salido corriendo, ni tampoco debí haberte rasguñado de esa forma, porque fue por eso que todo esto pasó.
—Anevel, esto no fue tu culpa —él tomó el mentón de ella entre sus dedos y lo levantó con ligereza para que lo mirara—. No podías haber sabido que había un Cangrino merodeando cerca del castillo, así que no tienes nada de qué culparte.
—¿Te duele el rasguño?
—No, eso es lo de menos. Pero una vez más intentaste escapar de mí.
—Si intenté huir después de eso, es porque pensé que me ibas a….
—¿Pegar? —Él la miró, respondiendo en silencio a su temor—. Juro que tenía mucha rabia en ese momento, pero jamás te haría daño de esa manera, Anevel, no a ti.
En ese momento, una sirviente entró en la habitación, interrumpiendo la conversación, e inclinándose ante el rey dijo: —Disculpe, majestad, es hora de su té.
—Yo se lo daré.
Anevel se levantó de la cama y se acercó a la sirviente, quien le sonrió a la mujer que ella sabía que sería su futura reina, entregándole la taza en sus manos, al tiempo que Anevel le devolvía la sonrisa a la mujer, mientras que Lauker la observaba. La mujer hizo una reverencia ante ambos y se retiró, cerrando la puerta.
Ella dejó el té en el buró, para después ayudar a Lauker a incorporarse un poco en la cama, y cuando estuvo listo, lo ayudó a tomar el té con cuidado. Una vez él tomó todo el té, Anevel intentó levantarse para dejar la taza en la mesa, pero Lauker la tomó de la mano con delicadeza, deteniéndola.
—Anevel —Ella giró su rostro para mirarlo—. ¿Te quedarías esta noche?
Sin saber que decir ante la pregunta de Lauker, ella se mantuvo en silencio por unos segundos, dudando si quedarse o no, pero al final asintió con una ligera sonrisa en los labios.
—Sí, claro que sí.
Ella dejó la taza vacía sobre la mesa del té y luego volvió a la cama donde ayudó a Lauker a moverse un poco, como él se lo pidió, para hacerle más espacio. Una vez ella se cercioró de que él estuviera cómodo, ella lo despojó de sus botas y luego caminó hasta las velas para apagarlas, mientras él la seguía con la mirada en silencio.
La habitación se comenzó a sumergir en una ligera penumbra a medida que Anevel iba apagando las velas y aprovechando la ligera oscuridad que está le brindaba, ella se quitó la cubrebata y con sutileza se metió en la cama junto a él.
Al mirar hacia Lauker, quien parecía tener los ojos cerrados, ella aprovechó para acercar su mano con cautela hacia su torso, pasándola con suavidad por el vendaje que cubría la herida, sintiendo su piel fuera del vendaje, pero cuando estuvo a punto de retirar la mano, él la tomó, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Descansa —murmuró Lauker, con los ojos cerrados, haciéndola estremecer bajo su tacto.
—Descansa tú también —respondió Anevel con ese suave y delicado hilo de voz que en secreto a él le cautivaba, y así ambos cerraron los ojos, mientras el silencio envolvía la habitación que poco a poco, se sumergía más en la penumbra.
RAVENMOORT – CASTILLO WORWICK
Bajo la leve penumbra que envolvía la habitación del regente de Ravenmoort, el príncipe Molko yacía entre las sábanas, con la respiración aún agitada, mientras intentaba recobrar el aliento tras el encuentro íntimo que acababa de tener con Ania, quien yacía desnuda sobre el costado del rubio, trazando un camino de besos con sus labios por el torso de Molko; disfrutando de la suavidad de su piel, aún extasiada por los últimos instantes de intimidad.
El calor entre ellos aún se sentía palpable, y el ambiente en la habitación seguía cargado de deseo.
—¿Otra ronda, mi príncipe? —susurró Ania con una sonrisa pícara, dejando un beso en los labios del rubio.
Antes de que Molko pudiera responder, unos golpes en la puerta interrumpieron el momento, y el Worwick suspiró irritado por la interrupción, mientras cubría bien a Ania con las sábanas.
—Adelante. —ordenó él, disimulando su voz entre cortada.
La puerta se abrió con cautela, revelando la figura de su consejero, quien entró con prisa reverenciándose, para después enfocar su mirada en el príncipe, siendo consciente del momento íntimo que había interrumpido.
—Mis disculpas, Alteza, por la interrupción —dijo el consejero con urgencia—, pero ha ocurrido algo serio. Lady Kristel se ha desmayado y se encuentra inconsciente en sus aposentos.
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