
𝟗. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 9
Observando la mano de Varg tendida hacia ella, mientras esas últimas palabras dichas por él sin espera aún hacían eco en su mente, Bel abrió los ojos, resaltando su impresión sin poder detener aquella lágrima que se deslizó sin permiso por su mejilla, ganándole la batalla.
Ella miró a todos los presentes en la mesa, sintiendo una fuerte opresión en su pecho, pero se encontró con la sonrisa maternal de Rous, junto con la mirada cálida de su tía Dita, y sintió cómo aquella opresión parecía disiparse hasta que su mirada se fijó en Maeve, quien la observaba con una furia silenciosa y amenazante que parecía gritar en silencio la advertencia de que no se le ocurriera tocarlo o tomar su mano, y el pecho de Bel se volvió a hundir en un sentimiento de culpa casi insoportable.
Bel volvió su vista hacia Varg, y en medio de su confusión y miedo, se levantó de la mesa, dejando salir un grito desgarrador de su interior.
—¡No!
Ella salió corriendo del comedor, pasando por el lado de Rous, quien se levantó de su lugar para ir por ella.
—¡Bel, espera! —gritó Varg, moviéndose de su lugar mientras la veía desaparecer tras las puertas.
—Iré por ella —dijo Rous, apartándose de su silla.
—No, madre —intervino Varg, deteniéndola—. Déjeme hacer esto a mi. Yo iré por ella.
Sin esperar respuesta, Varg abandonó la sala, dispuesto a ir por Bel, y Rous volvió a tomar su lugar en la mesa, sin evitar fijar su mirada fruncida en Maeve, quien hacía un terrible esfuerzo por no reclamar, apretando con fuerza uno de los cubiertos entre sus dedos, con la mirada fija sobre el plato frente a ella, mientras que Ludger se limitó a darle un largo trago a su copa de vino, analizando todo a su alrededor como solía hacerlo.
En medio de los pasillos, Bel corría mirando a todos lados, como si no tuviera un rumbo a dónde ir, sintiendo cada vez más cerca los pasos de Varg tras de ella.
—¡Bel, espera! —se escuchó la voz de Varg, mientras ella trataba de huir por uno de los pasillos que daban con el jardín.
—Ya no... —musitó ella entre sollozos, sin detenerse.
—¡Bel, detente! —insistió Varg, elevando su tono de voz, estando cada vez más cerca, al correr mucho más rápido que ella.
—¡Déjeme ya!
Tras su grito, Bel aceleró su paso, logrando salir a los corredores, pero al intentar correr hacia el jardín, ella pisó la fina capa de nieve lisa sobre el césped y resbaló justo cuando Varg logró alcanzarla, sujetándola por la cintura.
En su intento por sostenerla, Varg perdió el equilibrio, y antes de caer ambos al suelo, él envolvió el cuerpo de Bel en sus brazos, quien terminó sobre él, amortiguando la caída con su cuerpo.
—¡Demonios! —se quejó Varg al sentir su espalda golpear el suelo y la nieve seca.
Bel alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Varg, y en un impulso por alejarse, ella intentó levantarse, pero él la retuvo, apretándola con fuerza entre sus brazos.
—Cálmate, Bel. Tranquila.
—¡Suélteme!
—¡No te pienso soltar! —dijo él, sentándose con ella aún entre sus brazos sobre la nieve, mientras ella intentaba zafarse—. ¡No vas a poder contra mi fuerza, así que es mejor que te calmes y me escuches!
—¡Por favor! —sollozó, respirando como si el aire le costara la vida—. Me hace daño, me está apretando.
—No quiero apretarte, pero si no te calmas, no me dejarás opción.
Ella mantuvo su mirada agachada, mientras intentaba respirar al sentir que el aire le faltaba.
—Bel, mírame.
—¡¿Para qué?!
—¡Solo mírame!
En medio de su resistencia, ella se quedó unos segundos en silencio y obedeció, levantando su mirada hacia Varg, quien notó lo enrojecidos que estaban sus ojos y lo difícil que estaba siendo para ella respirar.
—Respira profundo y cálmate. —Ella cerró los ojos y siguió su voz, intentando tranquilizarse—. Respira profundo. Nada malo te está pasando.
Tras respirar con calma e intentar estar serena, Bel soltó su resistencia entre los brazos del Worwick, y poco a poco su respiración comenzó a estabilizarse.
Varg comenzó a soltar sutilmente su amarre, y cuando supo que ella ya no huiría, él se levantó del suelo y le extendió la mano, pero cuando la ayudó a ponerse en pie, ella se soltó de él y retrocedió unos pasos, buscando alejarse.
—¿Por qué hizo eso ahí dentro? —Ella apretó la tela de su vestido—. ¿Por qué me pidió eso?
—¿Acaso no puedo pedirte que te cases conmigo?
—¡No! —exclamó, rompiendo en llanto—. ¡Usted debió pedirle a Maeve que fuera su esposa! ¡Para eso vinimos aquí!
—Yo no voy a pedirle eso a ella, Bel.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero —Él dio un paso hacia ella, haciéndola retroceder—. Porque no puedo pedirle que sea mi esposa si ni siquiera me agrada verla. —Varg hizo una pausa—. Es más interesante ver cómo se seca una pared de este castillo que tu hermana.
Bel lo miró con el ceño fruncido, mientras que él soltaba un leve suspiro, dando un paso hacia ella.
—Escúchame, Bel, si te pedí esto ahí dentro, es porque quiero que seas mi esposa, y quiero que seas mi princesa regente.
—Usted no lo entiende, ¿verdad? —Bel lo miró con recelo—. Yo no puedo aceptarlo.
—¿Por qué no puedes? ¿Qué te lo impide?
—¡Usted tenía que casarse con Maeve!
—¡Bel, ya basta!
—¡No!
—¡Sí!
Bel se giró para volver a entrar en los pasillos, pero Varg la alcanzó y la acorraló contra una de las columnas, encerrándola entre sus brazos.
—No le voy a pedir esto a ella porque simple y sencillamente no es la mujer a la que quiero como esposa. Yo te quiero a ti.
—¡Pues yo no quiero!
—¿De verdad crees que si me rechazas voy a volver ahí dentro y a pedirle a tu hermana que se case conmigo?
—¡Sí!
—No, Bel. No lo haré. —Él la soltó—. Si me dices que no es tu deseo aceptar que te despose, yo lo entenderé, pero necesito una razón real de tu parte, porque no me casaré con Maeve solo porque era el plan. Si tú me dices que no y me das una verdadera razón, entonces retiraré mi propuesta, pero eso no hará que se lo pida a ella. Estoy seguro de que más de una lady o princesa en todos los reinos de Ficxia estará dispuesta a que las despose, así que si no es contigo, será con otra, pero no con ella.
Sintiéndose culpable y acorralada por las palabras de Varg, Bel comenzó a llorar, dejándose caer sobre el bordillo del corredor, mientras que a sus espaldas, Varg llevó sus manos a su rostro, sintiéndose terriblemente irritado por todo este asunto, y sabiendo que no podía simplemente gritar o ordenarle que hiciera lo que él decía, Varg suspiró, sentándose a su lado.
—¿Dime, por qué lloras? —indagó él, notando cómo ella apretaba con insistencia la tela del vestido entre sus manos.
—Esto es mi culpa —sollozó—. ¡Es mi culpa!
Varg colocó su mano sobre las manos de Bel, obligándola a detenerse. —¿Qué es lo que se supone que es tu culpa?
Ella suspiró. —Se suponía que debíamos venir aquí porque ella se casaría con…
—Solo dime Varg.
Bel tragó en seco. —Contigo.
—Estoy al tanto de eso.
—Entonces, si lo sabías, ¿por qué hiciste eso?
—Porque tu tía y tu hermana sabían que todo dependía de si yo me fijaba en ella, Bel. Mi madre jamás les prometió nada y siempre fue muy clara con respecto a este tema, porque ella sabe que en los sentimientos no se ordena. Así que no tienes la culpa de que tu hermana no me cause absolutamente nada, ni tienes la culpa de esto.
—¡Sí la tengo!
—No.
—¡Sí! —insistió ella, mirándolo—. Yo no debí entrar en su sala privada sin permiso esa noche, no debí invitarlo a leer conmigo en este jardín ese día que preguntó cómo seguía, y no debí verlo en la forma en la que lo vi ese primer día.
Varg frunció el ceño. —¿Cómo?
—No me escuche.
—Te quiero escuchar, Bel.
—No... —sollozó.
Varg suspiró, intentando buscar la forma de romper su barrera. —¿Dime entonces qué hay de todas las veces que me evitaste y me ignoraste, y en las que aun así terminábamos juntos? ¿También eso fue tu culpa?
Ella negó con la cabeza.
—Entonces, también estamos de acuerdo en que lo que yo pienso o decido tampoco es culpa tuya, ¿no es así? —Ella asintió—. Si eso es así, entonces nada de esto es tu culpa, porque, si mal lo recuerdo, tú me dejaste en claro que no querías que te molestara y me pediste que me alejara.
—Pero…
—Nada de peros, Bel. Por más que intentaste alejarte y alejarme, aquí estoy, pidiéndote que seas mi esposa, y aunque me rechaces, no voy a ir tras Maeve, así que si de verdad no quieres esto, solo dímelo y yo lo entenderé. ¿No quieres ser mi esposa?
Bel guardó silencio, sintiendo cómo su corazón quería salirse de su pecho y su pulso temblaba sin control. En su interior, ella gritaba que sí, que sí quería ser su esposa; quería sentir sus manos, dejarse mirar por esos ojos y que sus labios rozaran con los suyos. Y tras no poder soportarlo más, Bel bajó la mirada y, en medio de un susurro, dijo:
—Sí quiero ser tu esposa, pero no quiero que Maeve piense que te robé.
—Bel. —Varg tomó el rostro de ella entre sus manos con delicadeza y mirándola a los ojos, dijo—: Nadie me ha robado, Bel. Y quiero que te quede algo claro: tú no tienes la culpa de ser como eres, ni de que yo te quiera como esposa. Ella no tiene derecho a reclamarte nada.
—De verdad intenté alejarme.
—Y lo sé. Así que estamos de acuerdo en que tú hiciste lo correcto.
—Sí.
—Entonces, eso confirma una vez más que tú no tienes la culpa de que yo te prefiera.
Él suspiró, regalándole una ligera sonrisa, mientras ella asentía, secándose sus lágrimas. Una vez Bel parecía estar más calmada, Varg se puso de pie y le extendió la mano para que ella la tomara.
—Ven, vamos. Debemos anunciarles a todos ahí dentro que obtuve un sí como respuesta.
Bel agarró la mano del Worwick y él la ayudó a levantarse, pero antes de que él pudiera caminar con ella hacia el interior del pasillo, Bel lo detuvo.
—Espera, Varg.
—¿Qué pasa?
—Antes de eso, quiero decirte algo sobre mí… Es sobre mis ataques, como el que me dio ese día en tu sala privada —Varg la observó en silencio—. Yo tengo una condición, y no sé si viviré lo suficiente para ser una buena esposa para ti, y tampoco sé si podré ser madre; de hecho, no sé cómo hacer para darte un hijo. Yo no sé cómo se hace eso.
Varg sonrió de medio labio, dejándose llevar por la ternura en la inocencia de ella. —Bel, yo no ignoro lo que me dices.
Ella lo miró con temor. —¿Tú lo sabes?
—Sí, y no me importa.
—¿Quién te lo dijo, Varg?
—Eso es lo de menos ahora. Lo que importa en este momento es que sé lo que padeces, y eso no es un impedimento para que seas mi esposa. Sobre lo otro, no te preocupes; déjamelo a mí. Yo te enseñaré, ¿estamos?
Ella asintió, dejando salir un suspiro de alivio.
—Algo más —Él la miró a los ojos—. Si después de esto tu tía, tu hermana o quien sea se te encara para reclamarte, molestarte o para hacerte daño, solo búscame y dímelo en el momento que sea. ¿Está bien?
—Sí.
—Bien. Ahora vamos dentro. Nos están esperando.
Bel se giró y comenzó a caminar hacia el pasillo, mientras Varg la seguía de cerca, dirigiéndose con ella hacia el gran comedor.
Una vez llegaron ahí, Bel se escondió en el costado de Varg y caminó junto a él, sintiendo cómo las miradas de los presentes se posaban sobre ellos con expectativa, mientras que el silencio abrumador de la sala parecía intensificar su ansiedad.
Al llegar al lugar que ocupaba la esposa del regente, Varg abrió la silla en la que ella se había sentado antes e invitó a Bel a tomar asiento una vez más. Ella obedeció, ocupando su lugar con timidez, y él volvió a ocupar su posición en el extremo de la mesa, permaneciendo de pie para dirigirse hacia los presentes.
—Lamento haberlos hecho esperar, y por eso quiero extenderles mis sinceras excusas. Después de haber hablado con Lady Hadmmon, hemos llegado a un acuerdo. Así que, frente a todos ustedes, quiero anunciarles que Lady Bel Hadmmon ha aceptado ser mi esposa y ser la futura princesa regente de Dunkelheit.
Al oír las palabras de Varg, Rous suspiró aliviada y levantándose de su lugar, se dirigió a Bel y le regaló una sonrisa maternal, dejando un beso en la coronilla de su cabeza. Lady Dita le sonrió a su sobrina con calidez y orgullo, transmitiéndole su apoyo, al tiempo que Ludger alzaba su copa con una sonrisa pícara hacia su primo, asintiendo en señal de apoyo.
Todos en la sala parecían celebrar la noticia de la futura unión matrimonial, excepto por Maeve, quien no hizo gesto de apoyo alguno. Ella permaneció en silencio, con la cabeza inclinada hacia la mesa, pero sus ojos estaban clavados en Bel, mientras luchaba por no reclamar ni delatar el temblor de sus manos.
—Me alegra mucho que hayas aceptado ser la esposa de mi hijo —le habló Rous a Bel con ternura, mientras ella la miraba—. Y no te preocupes por tu formación como princesa regente; yo misma me encargaré de instruirte.
—Gracias, princesa —sonrió la joven en medio de un ligero susurro.
—Con el permiso del príncipe regente —Lady Dita se colocó de pie—. Me complace mucho, mi príncipe, que haya decidido unir su majestuoso y divino linaje de la casa Worwick con la sangre noble de la familia Hadmmon. Sé que mi pequeña y frágil Bel no puede estar en mejores manos que las suyas.
Con la mirada un tanto esquiva, Varg asintió con respeto ante las palabras de la mujer, y después Lady Dita regresó a su asiento.
—La unión matrimonial entre Lady Hadmmon y yo se celebrará dentro de pocos días —continuó Varg, dirigiéndose a los presentes—. La alianza se celebrará en una ceremonia tradicional de la casa Worwick, con una pequeña recepción dirigida a los regentes aliados y gobernadores de la casa Worwick aquí en Ficxia, ya que ante ellos no solo presentaré a mi esposa, sino que también presentaré a la futura princesa regente de todo Dunkelheit. Así que les agradezco por haber asistido a esta cena y, ahora, sin más interrupciones, espero que disfruten la cena.
Varg ocupó su lugar en la mesa al lado de Bel, mientras los sirvientes comenzaban a servir las porciones de comida en cada plato.; y aunque todo parecía haberse calmado, Maeve continuaba mirando a Bel con molestia y recelo, mientras fingía cortar su comida, al tiempo que luchaba por no estallar, sin darse cuenta de que Varg había notado la forma en que ella miraba a su hermana.
Después de la cena, los miembros del castillo se ocuparon en sus intereses, mientras otros se retiraron a sus aposentos, como el príncipe Varg, quien antes de dirigirse a su sala privada como comúnmente lo hacía, decidió tomar un baño ligero en sus aposentos para después ir a descansar.
Con el corazón acelerado, Bel cruzó las puertas de sus aposentos, y tras cerrarlas, se apoyó en ellas, quedándose de pie con las manos sobre su pecho, sintiendo lo acelerada que estaba su respiración junto al ardor de sus mejillas enrojecidas.
—¿Mi niña Bel? —habló con extrañeza la señorita Alira al salir del cuarto de baño con telas en mano y ver a su niña de pie junto a la puerta—. ¿Está bien?
—Me lo pidió a mí, nana —susurró ella, acercándose a la señorita Alira—. Me pidió que fuera su esposa.
—¿Cómo dices, mi niña?
—¡Lo que oyes! —Bel caminó a paso lento hacia la cama, con la mirada brillosa, envuelta en la ilusión y la dicha—. Me pidió que fuera su esposa. Él quiere casarse conmigo y no le importa mi condición.
Incrédula, Alira frunció el ceño con ligereza. —¿Pero no se suponía que el príncipe debía tomar a la niña Maeve?
—Sí, pero él me dijo que no la quiere a ella, sino que me quiere a mí, nana. ¡A mí!
Bel dio un pequeño brinco de emoción y sentándose en la orilla de la cama, susurró: —Al principio me dio miedo y me sentí culpable, pero cuando él me explicó que yo no tenía la culpa de que me prefiriera a mí, lo acepté y ahora me siento bien.
—Mi pequeña. —La mujer se acercó a Bel acariciando su cabello—. Tú no eres culpable de nada y no tienes por qué sentirte mal, porque a pesar de que hiciste lo que te exigieron, él te eligió a ti; tú no lo buscaste.
—¡Sí! —Bel sonrió con alegría, mirando a su nana, hasta que aquella emoción se desvaneció de su rostro—. Lo único que me da miedo ahora es no saber cómo ser su esposa. Sé que debo cumplir con cosas, y la princesa Rous me dijo que me dará instrucción, pero no sé exactamente qué significa eso.
—Pues te preparará para que seas como ella.
Bel abrió los ojos emocionada, como si eso fuese un honor demasiado grande, al tiempo que se levantaba de la cama. —¿De verdad, nana?
—Sí, mi niña Bel. Recuerda que de ti y del príncipe nacerá el futuro heredero de este reino.
—Eso también se lo dije a Varg. Le dije que no sabía cómo hacer eso, pero él me dijo que me enseñaría. ¿Crees que eso está bien?
La señora Alira se enterneció, viendo la inocencia y preocupación en los ojos de su niña.
—Es lo mejor, mi pequeña. El príncipe sabrá valorar tu pureza, y tú debes confiar en él y hacer todo lo que te indique. Así aprenderás según a tu marido le guste y serás una gran esposa.
—¡Sí! —exclamó Bel con entusiasmo y timidez.
—Bueno, voy a traerte tu bata de seda que tanto te gusta, para que te metas en la cama y descanses. Ha sido una larga noche para ti.
—Sí, nana. Gracias.
Bel se sentó en la cama junto a sus almohadas, tomando una de ella entre sus manos con una sonrisa en los labios, pero esa tranquilidad y alegría de la que ella gozaba se rompió abruptamente cuando las puertas de su habitación se abrieron. Bel se sobresaltó y giró el rostro hacia la entrada, viendo a Maeve acercándose hacia ella.
—¿Por qué lo hiciste?
—Maeve...
—¿Por qué aceptaste ser su esposa? ¿Por qué te atreviste?
—Él me lo pidió a mí —intentó explicarse Bel con la voz quebrada—. Yo no tengo la culpa de eso, Maeve.
—¡Esas eran tus intenciones, ¿verdad?! ¡Tú siempre quieres quitarme lo que sabes que quiero!
—No, Maeve. Eso no es así.
En ese momento, la señorita Alira salió del cuarto de baño al oír el bullicio y al ver la escena, corrió a interponerse entre las jóvenes para tratar de que Maeve no agrediera a Bel como solía hacerlo cuando estaba molesta.
—¡Niña Maeve, por los dioses! ¿Qué son esos gritos?
—¡Tú cállate y no te metas! —gritó ella, haciendo a un lado a la mujer, y después se giró hacia Bel, quien sollozaba escondida tras su nana—. Siempre usas esa cara de estúpida para llamar la atención de todos. —Maeve caminó hacia su hermana, haciéndola retroceder—. Siempre buscas que todos te traten como si fueras especial, aprovechándote de lo que tienes. Vamos a ver qué piensa el príncipe cuando sepa que no vas a durar mucho tiempo y que no sirves para lo que él necesita.
—Él ya lo sabe y no le importa.
—¿Qué dijiste?
—Lo que oyes, Maeve. ¡Él ya sabe lo que tengo y me dijo que no le importaba!
Llena de rabia por las palabras de su hermana, Maeve se lanzó sobre Bel, jalando su vestido, mientras trataba de pellizcarla con fuerza, como solía hacer desde niñas cuando se desquitaba con ella.
—¡Eres una tonta si crees que te eligió porque le gustas!
—¡Maeve, suéltame!
—¡Niña Maeve, por favor, ya basta! —suplicó la nana.
—¡Cállate, sucia harapienta!
—¡No le digas así a mi nana!
Alira salió de la habitación en busca de ayuda, mientras que Maeve tomó la manga del vestido de Bel entre su mano y la jaló con fuerza, sin soltar el amarre que tenía sobre el brazo de Bel, el cual apretaba con fuerza.
—Todos te eligen y te protegen por lástima. El príncipe se va a casar contigo por lástima. Papá, mamá, todos siempre te prefirieron a ti por lástima. ¡Por eso tú tienes la culpa de todo lo que me pasa!
—¡Yo no te hice nada! ¡Me estás lastimando!
—Tú me quitas todo lo que quiero, todo lo que me ilusiona. No solo me quitaste la oportunidad de ser la esposa del hombre que yo quería, sino que también me quitaste a papá y a mamá, porque ellos murieron por tu culpa.
—¡Eso no es verdad!
—¡Sí lo es! —gritó Maeve, con los ojos empañados por el resentimiento, sin pensar en lo que decía—. ¡Si no estuvieras enferma, ellos no habrían ido a ese viaje en el que quisieron buscar a un mejor encargado para curarte, porque tú siempre estabas mal y siempre hacías un drama por todo! ¡Por eso ellos murieron, hundidos por tu culpa! ¡¿Por qué no te mueres?! ¡Todo sería mejor si tú no estuvieras aquí!
—¡Maeve!
Una mano sujetó el brazo de Maeve, deteniéndola, y al girar su rostro, la joven se encontró con la figura de su tía Dita.
—¿¡Qué es lo que te pasa, niña!?
Aprovechando que su hermana la había soltado y en medio de su llanto, Bel corrió, esquivando a su tía, y salió con prisa de la habitación.
—¡Bel, hija, espera! ¡No te vayas! —pidió Dita, angustiada, intentando seguirla, pero Bel ya había salido del cuarto, dejando a su tía sola con Maeve.
—¿¡Por qué hiciste eso, niña estúpida!?
—¡Ella lo hizo a propósito, tía! ¡¿Por qué tengo que ser yo la culpable ahora!?
Una fuerte bofetada de la mano de Dita se plantó en el rostro de Maeve, callando de inmediato a la joven, que se tambaleó incrédula, llevándose la mano al rostro mientras Dita la miraba con enojo.
—¡El príncipe Varg lo advirtió! Él sabe que has estado molestando a Bel, y la princesa Rous fue muy clara al decir que su hijo no permitirá que nadie le haga daño. ¡¿Qué vamos a hacer ahora si él se entera!?
—¡Él no puede hacernos nada!
—¡¿No me estás oyendo, niña?! ¿De verdad crees que el señor y dueño de todo este reino no moverá un dedo cuando sepa que han agredido a su futura esposa? —Dita miró a su sobrina con frustración—. ¡Ahora entiendo por qué no te eligió! Y tuvo mucha razón en no hacerlo.
Dita caminó hacia la puerta, para ir en busca de Bel, pero antes de salir ella se giró hacia Maeve y dijo: —Mejor prepárate, porque cuando el príncipe Varg se entere de esto, lo más probable es que nos eche de aquí.
—¡Él no puede hacer eso, porque usted es quien cuida de ella como siempre lo ha hecho!
—¿De verdad no lo entiendes, Maeve? —Dita sonrió con ironía—. ¡Bel ya no está sola, ella ahora lo tiene a él, y además de eso él tiene a millares de hombres no solo en este castillo, sino en este reino, que están a su disposición y que sin duda protegerán a la princesa regente. Tú y yo ahora somos menos que insignificantes para el bien de Bel y no somos necesarias aquí!
La mujer hizo una pausa, dejando a su sobrina en silencio, quien llevó las manos a su rostro, entendiendo la magnitud de su ofensa.
—Mejor empieza a rogarle a los dioses que Bel se comparezca de ti —agregó Dita antes de salir de la habitación—. Y ojalá que pida que no te echen.
Bel corría por los pasillos del castillo con la respiración entrecortada, dejando salir unos ligeros sollozos ahogados, al tiempo que sus lágrimas le nublaban la visión, sintiendo cómo tropezaba al pisar los pliegues de su vestido desgarrado.
Más que tener la voz de la culpa en su cabeza al saber que, gracias a ese viaje donde sus padres murieron por ir en busca de un buen encargado que pudiera curarla, su corazón sabía exactamente a dónde ir, sabiendo que había un lugar donde la escucharían, donde la protegerían y donde ella pudiera explicar que jamás quiso que eso pasara.
Bel subió la escalera de piedra con torpeza, cayendo al suelo una vez, sintiendo el ardor del raspón en su piel, pero se levantó con la fuerza que le quedaba, dispuesta a llegar donde él.
En medio de la quietud de su habitación, Varg se despojó de su camisón y dejó el libro que leía sobre el buró para finalmente recostarse un momento sobre la almohada, cuando las puertas de sus aposentos se abrieron de golpe, y el Worwick se sobresaltó, sacando una daga mediana que tenía bajo su lecho, pero al incorporarse, vio a Bel desplomándose en el suelo.
—¡Bel! —Varg arrojó la daga a un lado y saltó de la cama, dirigiéndose hacia ella—. ¿Qué te pasó, Bel? ¿Qué te hicieron? —insistió él con urgencia, tomando su rostro entre sus manos.
Pero antes de poder responder, ella se arrojó contra su pecho, aferrándose a él como si fuera el único lugar donde el mundo no dolía tanto, mientras lloraba con una agonía tan incontrolable que apenas podía respirar.
Varg la sostuvo con delicadeza, acariciando su cabello desordenado mientras sentía cómo su cuerpo temblaba contra él, y fue entonces cuando notó el estado de su vestido, los arañazos en sus brazos; entendiendo que alguien le había hecho daño.
—Bel, Bel, mírame —Él la separó de su pecho, buscando su mirada—. ¿Quién fue, Bel? ¿Quién te hizo esto? ¡¿Qué te hicieron?!
—Yo, yo no quise... —murmuró ella entre sollozos.
—¿Qué no quisiste? ¿Bel, qué es lo que no quisiste? Dímelo, por favor.
Ella luchaba por respirar, al tiempo que una tos seca y áspera comenzaba a aferrarse a su garganta rota.
—Ella... —Tosió una vez más, mientras luchaba por tomar aire para hablar—. Ella me dijo que fue mi culpa, que mis padres se murieron por mi culpa —Bel jadeó sintiendo que le faltaba el aire—. Dijo que se quedó sin ti por mi culpa... Maeve dice que todo lo hago para herirla —Su tos se intensificó, apretando su garganta—. Yo no quise que ellos murieran, yo no…
—¡Bel, mírame! Respira. Respira, por favor —suplicó Varg, viendo cómo su piel parecía ponerse más pálida y sus labios tomaban una tonalidad violeta, pero antes de que él pudiera hacer algo, Bel se desvaneció en sus brazos.
—¡No, no, no! ¡Maldición!
Varg cargó a Bel en sus brazos y la llevó a la cama, colocándola sobre su lecho con cuidado. Al instante, tomó el camisón que había arrojado sobre el sillón y se lo colocó para salir por ayuda, pero antes de hacerlo, alguien tocó su puerta.
—¡Entre! —ordenó, sin dejar de mirar a Bel.
Alira entró a la habitación con la esperanza de que su niña estuviera ahí, pero al ver a Bel inconsciente en la cama del príncipe, corrió hacia ella desesperada.
—¡Mi niña! ¿Qué le pasó a mi niña?
—¡Vaya ahora mismo por un encargado, avise también a la princesa Rous, y dígale a lady Dita que venga ante mí ahora mismo!
Sin atreverse a preguntar más, la mujer salió corriendo de la habitación, mientras que Varg se sentó en el borde de la cama, observándola sin tener idea que hacer.
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