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𝟔. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 6.

—Es por aquí —dijo Varg, guiando a Bel entre los arbustos de flores, mientras ella caminaba con cautela sobre la tierra húmeda, hasta que su pie se afirmó sobre un ligero charco de barro.

Varg extendió su mano, agarrándola del brazo al ver cómo ella perdió el equilibrio, pero al lograr estabilizarse, ella retrocedió su brazo alejándose, mientras él mantuvo la distancia en silencio, entendiendo que ella no quería su contacto, y respetando sus deseos el mantuvo su distancia, mientras ambos continuaron caminando por el jardín.

—Es aquí. —Él extendió la mano señalando los arbustos—. Aquí están las flores que querías ver.

Los ojos de Bel se iluminaron al entrar en el pequeño cercado de arbustos, encontrándose con la variedad de flores que se extendían ante ella, sin saber si correr hacia los lirios, hacia los jacintos o hacia las amapolas, que se encontraban junto a las rosas silvestres y a las dedaleras.

—¡Es hermoso! —exclamó ella, sonriendo.

Varg dejó escapar una ligera sonrisa, manteniéndose a cierta distancia con los brazos entrelazados en su espalda, observando cómo unas simples flores iluminaban el rostro de la niña frente a él.

—¿Cómo no había descubierto este lugar? —se cuestionó Bel, oliendo una flor.

—Este lugar no es muy visitado. Aquí solo vienen los jardineros a mantener los arbustos, y la guardia rara vez ronda por aquí. Por eso me ofrecí a traerte, porque no era seguro que vinieras sola con tu nana.

—Pero desde aquí se pueden ver los corredores del castillo —Bel lo miró de reojo con una flor de Jacinto en la mano.

—Desde allá es difícil observar quién se encuentra en este lugar. Así que, si estás aquí y te pasa algo, es probable que nadie lo note de inmediato.

Bel se dirigió hacia los lirios. —Debería poner guardias para cuidar las flores.

Varg frunció el ceño tras una sonrisa confusa ante la conclusión más extraña y sin sentido que había escuchado, y entonces vio cómo Bel giró su rostro y miró con los ojos llenos de brillo un pequeño árbol que estaba un poco más apartado, y sonrió dando un pequeño brinco para después apresurar su paso hacia aquel árbol diciendo:

—¡Belladona!

Varg la siguió con la mirada mientras ella se acercaba para oler una pequeña flor que crecía a su altura.

—¿Te gustan las belladonas?

—Sí. —Bel sonrió, observando la pequeña flor que aún no estaba lista para ser arrancada—. Me parezco a ellas.

—¿Cómo?

—Antes de morir, mamá decía que yo era tan bella como una flor de belladona, pero luego descubrí que no solo era bella como ellas, sino también peligrosa y mortal.

—¿Mortal?

—Sí —Bel suspiró con su mirada perdida en la flor, al tiempo que aquel brillo que irradiaba su rostro al ver las flores iba desapareciendo—. La belladona florece hermosa, pero con ella también florece la muerte, igual que yo. Y no importa cuánto brille, porque al final la muerte terminará apagando su luz.

Varg se quedó en silencio al oír las palabras de Bel, sin saber a qué se refería al hablar de la muerte, de ella y de la belladona, y tras un breve silencio entre ambos, Bel se dio la vuelta para salir del jardín, pero Varg la tomó del brazo, deteniéndola.

—Espera.

—Por favor, ya no me siga.

—Mi intención no es hostigarte, Bel. —Ella se zafó de él tomando distancia.

—Entonces no me siga más.

—No lo haré, y créeme que si deseas que deje de hablarte, me mantendré lejos. Pero creo que merezco saber por qué me has estado evitando.

—No lo estoy evitando.

—No soy tonto, Lady Hadmmon —Varg entrecerró los ojos observándola—. Admito que al principio pensé que tus intentos por evadirme eran solo mi imaginación y no les di importancia. Pero acabo de notar que cada vez que me acerco, siempre encuentras una razón para irte, mientras no haces lo mismo con otros.

Bel bajó la mirada.

—Es que.

—¿Acaso hice algo que te incomodó de alguna manera?

Ella lo miró con los ojos empañados. —¿Por qué quieres saberlo?

—Porque ustedes son invitadas de mi madre, y regente de este reino, no es mi intención desairar a las visitas de la princesa Rous Vikernes, porque a pesar de mi posición, respeto su jerarquía, así que si hice o dije algo que te molestó, necesito saberlo.

Bel bajó la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla, manteniéndose en silencio.

—Bel. —Varg miró con preocupación la melancolía de la joven, que él aún no lograba comprender—. Si no quieres que me acerque, no lo haré. No quiero perturbar tu estancia aquí en Dunkelheit, pero al menos permíteme disculparme como un amigo si hice algo que te incomodó.

—¿Amigo? —sonó su voz entrecortada.

—Sí. Mi intención no es incomodarte.

—Está bien —Bel secó sus lágrimas—. Usted no me ha hecho nada. Solo que me pidieron que me comportara y que no molestara al regente.

—¿Molestarme?

—Solo me pidieron que fuera prudente por lo que pasó en su sala privada. Así que por favor, no esté cerca.

—¿Entonces es porque te lo exigieron?

—¡No! —Ella derramó otra lágrima—. Nadie me obliga. Es que yo tampoco quiero que usted esté cerca.

—Está bien —Varg dio un paso hacia atrás—. No te preocupes; si eso es lo que prefieres, así será.

El estruendo de un trueno estalló, captando la atención de Varg y Bel, quienes miraron al cielo sintiendo cómo las gotas de lluvia que caían con mayor intensidad se estrellaban contra sus rostros.

—Está empezando a llover —dijo Varg.

—Es mejor que entremos ya.

—Sí, pero espérame un momento.

Desde los corredores que rodeaban el jardín, la princesa Arlette caminaba con prisa en busca de su nieto, del que le habían informado que se encontraba en el jardín o en el patio de armas. Al no verlo, ella caminó hasta el extremo del pasillo, observando todo a su alrededor, hasta que vio algo extraño entre el cercado de arbustos que no se encontraba muy lejos del jardín.

Arlette vio a Varg estirando su brazo para alcanzar lo que parecía ser una flor de uno de los árboles, y cuando la tuvo en su mano, ella vio cómo él extendió dicha flor a una joven que estaba bajo la rama de un árbol junto a él, y al instante, llevó una mano a su pecho, sintiendo una extraña sensación al presenciar esa escena que removió algo en su interior.

Al observar cómo su nieto salía del cercado junto a aquella joven, Arlette se escondió tras una pared del pasillo cercano y miró cómo, al llegar al jardín principal, Varg se quitó su camisón de cuero y se lo entregó a la joven para que se cubriera de la lluvia que ya caía con más fuerza, y los  recuerdos no tardaron en llegar a su mente, acelerando su corazón.

Los recuerdos de aquella mañana soleada en los laberintos de arbustos del castillo Worwick en Southlandy se sintieron tan vividos junto al hombre que ella jamás imaginó que se convertiría en su esposo.

Arlette recordó cómo Aiseen le había dado su camisón para protegerla del sol en su camino hacia los arbustos, tras haberse disculpado y haberle insistido en que fuera con él, pues le mostraría dónde había mariposas.

Ella sonrió con la mirada empañada, al ver cómo aquel recuerdo se proyectaba ante sus ojos, recordando ese cabello largo y blanco que se movía con el viento y esos ojos azules intensos que brillaban con el sol, mientras la observaba sentado, esperando a que ella viera las mariposas que tanto amaba.

La imagen de Aiseen cobró vida mientras ella observaba cómo Varg tenía tanto de él como de su propio hijo, mientras que la juventud y fragilidad de Bel le recordaban la de ella misma cuando le conoció.

Al llegar al corredor, Bel se quitó el camisón de cuero y lo sacudió antes de devolvérselo a Varg.

—Gracias por el camisón y por la flor, pero tengo que irme rápido.

—Bel, espera.

Él la llamó, deteniendo su paso antes de que entrara al pasillo, y ella se detuvo y lo miró.

—Espero que te sientas a gusto en este lugar de aquí en adelante.

Bel asintió en silencio y luego corrió hacia el interior del pasillo, mientras que Varg pasaba una mano por su cabello húmedo por la lluvia, peinándolo hacia atrás, y después de observar todo a su alrededor, retomó su camino por el corredor, tomando un pasillo diferente, sin notar la presencia de su abuela, quien seguía observándolo desde la distancia, pero más que todo, sin notar la presencia de Maeve, quien estaba tras una columna en el otro extremo del corredor, empapada por la lluvia, observándolo.

Maeve había visto a su hermana y a Varg salir juntos del cercado de arbustos.

Bel entró a sus aposentos con prisa, encontrándose con su nana dentro, organizando algunos vestidos para guardarlos en el baúl, pero al sentir la presencia de alguien en la habitación, la señorita Alira volcó su vista hacia la puerta y observó a su niña con el vestido un poco mojado, y preocupada, la mujer se acercó a ella, dejando los vestidos sobre la cama.

—Mi niña, ¡pero qué te pasó!

—Nana, ya te cuento lo que me pasó, pero primero ayúdame a quitarme esto y por favor, guárdame esta flor, ¿sí?

La señorita Alira tomó la flor de belladona en sus manos y la colocó sobre la cama, mientras Bel se giraba para que su nana comenzara a desabrochar los hilos de su vestido. En ese momento, la puerta se abrió de golpe, dejando ver a Maeve entrar en la habitación.

—¿Qué hacías con él en el jardín?

Bel miró a su hermana. —Maeve.

—Dime, ¿qué hacías con Varg en el jardín sola? —exigió, apretando el brazo de Bel.

—Maeve, yo no.

—¡No lo niegues, que yo te vi! —Maeve apretó aún más, provocando que Bel frunciera el rostro por el dolor—. No te hagas la tonta, porque de tonta no tienes nada.

—Hermana, créeme, no es lo que tú crees.

—¿Entonces qué es? —Maeve apretó más su agarre, pellizcándola.

—¡Me duele, Maeve! ¡Me duele, me duele!

—Niña Maeve, ¡por favor! —intervino Alira, tratando de detenerla, pero la joven no cedió.

—Tú no te metas, sirvienta.

Maeve presionó con más fuerza, clavando sus uñas en la piel de Bel.

—Tía Dita te dijo que no te acercaras a Varg porque él va a ser mi esposo, pero tú lo único que has hecho desde que llegamos es meterte donde no te llaman.

—Maeve, ¡suéltame, que me duele! —gritó Bel, tratando de zafarse, pero Maeve apretaba con más fuerza.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —se escuchó la voz de Lady Dita entrando en la habitación, y al ver a Maeve aferrada al brazo de Bel, la mujer tomó la mano de su sobrina y la apartó de un manotazo.

—¡Tía!

—¡Por los dioses, Maeve! ¡¿Qué es lo que te pasa?! —reprendió la mujer a su sobrina, mientras Bel sollozaba, observando las marcas de las uñas en su piel.

—Todo fue culpa de ella, tía. Yo fui a buscar al príncipe Varg, como usted me lo sugirió por recomendación de la princesa Rous, para hablar con él, pero me dijeron que estaba en el patio de armas, y cuando venía de regreso, los vi a los dos saliendo del cercado de arbustos junto al jardín.

—¿Bel? —Dita la miró.

—Tía, no es como ella lo cuenta, lo juro.

—¡Yo los vi, Bel! Mientras tú estés aquí entorpeciendo todo como siempre, no podré acercarme a él.

—¡Ya basta, Maeve! Sal de aquí.

—Pero tía.

—He dicho que salgas y no vuelvas a hablarle así a tu hermana. Es una orden.

Con la mirada llena de rabia clavada en su hermana, Maeve tomó la falda de su vestido y salió de la habitación, cerrando la puerta de un portazo, dejando a su tía y a su hermana atrás.

—Muéstrame el brazo —ordenó Dita.

Bel le extendió el brazo a su tía, revelando las marcas de las uñas de Maeve junto a una veta roja que le había dejado el pellizco.

—Alira, cure la herida de Lady Bel y aplíquele algo para el dolor.

—Sí, mi lady —respondió la mujer, yendo a buscar los ungüentos que guardaban en una cómoda en el cuarto de baño.

—¿Lo que dice tu hermana es verdad, Bel? —Dita clavó su mirada en su sobrina—. ¿Estuviste con el príncipe Varg en el jardín?

Bel agachó la mirada. —Sí, pero no es lo que usted piensa.

—No importa lo que yo piense, Bel. Mírame cuando te hablo. —La joven alzó los ojos hacia su tía—. Se supone que ya había hablado contigo de esto y te pedí que te mantuvieras alejada del príncipe.

—Y es lo que he hecho —dijo Bel entre lágrimas—, pero yo solo quería ver las flores y él apareció.

—El regente de Dunkelheit no es de socializar abiertamente, ni mucho menos de ver flores en un jardín bajo la lluvia, Bel. Si se presentó ahí, algo tuvo que incentivarlo a hacerlo, y la única explicación es que tú has seguido hablando con él y llamando su atención de alguna manera.

—Juro que no lo he hecho, tía, créame —Bel pasó el dorso de su mano por sus ojos, secando sus lágrimas—. Siempre me alejo cuando lo veo cerca porque sé que debo comportarme aquí, como usted me lo pidió.

—Sí, pero algo estás haciendo para que cada vez que tu hermana intente acercarse al príncipe, él termine en algún encuentro extraño contigo. Y tú eres más que consciente de a qué vinimos aquí, pero parece que se te ha olvidado.

—¡No se me ha olvidado! —gritó Bel, dolida—. ¡Quiero irme de aquí! ¡Ya no quiero estar aquí, quiero volver a mi casa!

—Sabes que eso no es posible. No puedes estar sola.

—¡¿Entonces qué hago, tía?! ¿Me la paso encerrada aquí, sola, todos los días, todo el día?

—No me hables en ese tono, Bel Hadmmon. Lo único que debes hacer es mantenerte al margen de todo esto, e ignorar a las personas no resuelve el problema; solo debes mantenerte al margen, sobrina.

—Por favor, déjeme ir.

Dita suspiró, acercándose a su sobrina, que lloraba en medio de su súplica, aferrada al dosel de la cama.

—Mi niña linda, irte no está en discusión. —La mujer buscó el rostro de su sobrina para secar sus lágrimas—. No puedo enviarte de regreso a la solariega porque no puedes estar sola, así que por ahora te mantendrás aquí tranquila. Yo hablaré con tu hermana y la amonestaré por la forma en que te trató, y haré que se disculpe, ¿de acuerdo?

—No quiero estar peleada con ella, tía —dijo Bel, recostándose en su regazo.

—Te prometo que ella se disculpará. Ahora ve para que Alira te cure y después pide cualquier cosa que desees comer, ¿está bien?

Bel asintió, secándose las lágrimas una vez más.

—Permiso.

Lady Dita se dirigió a la puerta y salió de la habitación, dejando a Bel a cargo de Alira, quien la sentó en un mueble para curar la herida de su brazo.

La tarde había transcurrido en calma y después de comer una rebanada de tarta de crema con almendras, Bel tomó una siesta, y al levantarse, se alistó y salió de sus aposentos.

Ella caminó sigilosa por los pasillos del castillo, procurando que nadie que pudiera avisarle a su tía la viera y con prisa se dirigió hacia la sala privada de la princesa Rous para hablar con ella, pero en el camino pasó por la sala  de los príncipes, y la luz que salía por la puerta entreabierta llamó su atención.

Bel se acercó, siguiendo el rastro de luz de la sala, y cuando empujó la puerta, vio al príncipe Aisak con el torso desnudo, apoyado en el escritorio, mientras trataba de ajustarse una venda en el brazo izquierdo.

—¡Ah! —exclamó Bel, llevándose las manos a los ojos al no saber hacia dónde mirar.

—Lady Hadmmon —dijo Aisak, girando la cabeza en su dirección y viéndola con las manos sobre sus ojos, lo cual le sacó una ligera sonrisa—. ¿Se encuentra bien?

—Sí, ¡ya me voy, ya me voy! —balbuceó Bel, caminando hacia atrás con los ojos aún cubiertos, tratando de salir de la sala, pero su torpeza la traicionó y terminó estrellando su cabeza contra la puerta—. ¡Ay! —exclamó, descubriendo sus ojos.

Aisak dejó la venda sobre la el escritorio y se acercó a ella. —¿Está bien?

—Sí, sí, estoy bien —dijo ella frotándose la cabeza, al tiempo que su mirada se fijó en la cortada del brazo de Aisak—. ¿Qué te pasó?

—Nada grave, no te preocupes —dijo él, entrecerrando la puerta, mientras Bel caminaba hacia el escritorio.

—Pero eso se ve feo.

—Créeme, he tenido peores. —Él tomó la venda del escritorio—. Estuve en el puerto ayudando a Varg con un asunto y llegué hace poco.

—¿Te atacaron? —preguntó ella, fijando su vista en la herida.

—Un poco —respondió él con una sonrisa despreocupada.

—¿Por qué no dejas que un encargado te cure eso?

—Ya lo hicieron, solo que ahora debo ajustarme la venda lo mejor posible para que no me fastidie tanto.

—Yo, yo estaba por llegar a la sala privada de la princesa Rous para hablar con ella, pero creo que aún me queda algo de tiempo. Si quieres, puedo ayudarte con la venda, como tú me ayudaste a mí cuando me caí sobre ti.

Con la venda en la mano, Aisak observó la ternura en la expresión de Bel y sin pensarlo demasiado, se la extendió.

—Está bien, ayúdame, y después te ayudo a buscar la sala privada de la princesa Vikernes.

—¡Excelente!

Bel se acercó a Aisak y comenzó a ajustar la tela alrededor del brazo del príncipe con cuidado, asegurándose de que quedara centrada y bien sujeta sin lastimarlo, mientras que  Aisak la observaba en silencio, notando la delicadeza con la que ella cuidaba cada movimiento de sus manos para acomodar la venda lo mejor posible, pero desde la entrada de la sala, oculto tras la puerta, Varg detuvo su paso al ver a Bel junto a su primo Aisak.

La mirada del Worwick se entrecerró al notar que estaban solos y de manera casi inconsciente, él apretó la manija de la puerta con fuerza; sintiendo una necesidad inexplicable de intervenir, misma que esta vez, no pudo reprimir.

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