
𝟒. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 4.
Los días transcurrieron en aparente calma en el reino de Dunkelheit, mientras que el príncipe Varg mantenía su mente ocupada en los asuntos de su regencia, en los problemas que los piratas y algunos Cangrinos estaban provocando en el puerto, al tiempo que intentaba sostener las leyes y manejos de toda Dunkelheit sin aceptar las reformas que el rey intentaba imponer, pero ni todo el trabajo que lo mantenía alejado de cualquier otro asunto lo liberaba de las constantes visitas de su madre.
Sabiendo que su hijo jamás le pediría que se retirara, Rous se las ingeniaba para aparecer en la sala privada y con sutileza, terminaba desviando las conversaciones de asuntos políticos hacia la importancia del matrimonio para mantener y continuar con la regencia.
Rous no lo mencionaba directamente, pero Varg parecía perder la audición cuando su madre hablaba de estos temas y por más que parecía que la estuviera escuchando, él solo asentía, aceptando invitaciones a cenas y desayunos a los que asistía, pero aunque él se encontraba presente, solo se limitaba a comer y dirigir algunas cuantas palabras necesarias y después se retiraba porque él ya sospechaba que al parecer, lo querían acercar a Maeve al ser la única de las dos hermanas que siempre asistía.
Varg no detestaba a la joven lady, solo que él no tenía interés en estrechar lazos con ella, pero a pesar de su hastío, él evitaba darle explicaciones de más a su madre sobre su falta de entusiasmo con Maeve; limitándose a soportar dichos encuentros con la misma indiferencia con la que hablaba de cualquier tema vano que no recordaría en media hora, y aunque Maeve parecía notar la distancia y poco interés de Varg, ella no quería rendirse aferrándose a la idea de convertirse en su esposa.
A pesar de estar totalmente concentrado en los asuntos del reino sin intensiones de desviar su prioridad, Varg no evitó comenzar a sentir cierta incomodidad al tener la leve sensación de que en los últimos días Bel lo había estado evitando.
Mientras él caminaba por los pasillos de la fortaleza, o cuando salía al jardín, en más de una ocasión, Varg se encontraba con Bel a la distancia observándola siendo feliz a su manera y ella siempre estaba ahí, pero al mismo tiempo parecía no estarlo.
Antes, él podía acercarse y saludar con cordialidad a la joven y preguntarle si se encontraba bien, mientras la mirada tierna e inocente de ella se encontraba con la de él, pero de un momento a otro, Bel optó por evitar mirarlo a los ojos y solo se limitaba a hacer la debida reverencia ante el príncipe, rindiéndole un saludo formal antes de alejarse con prisa.
Al principio él ignoró las veces que ella se retiraba de una sala a la que él llegaba o cómo ella decidía irse del jardín cuando él se hacía presente, o cómo desviaba su camino por los pasillos cuando lo veía caminar desde el otro extremo, para él no tenía sentido darle importancia a aquellas actitudes que a él no le interesaba descifrar, pero con el tiempo y la repetición constante de estas actitudes, la duda se comenzó a hacer más inquietante y difícil de ignorar.
Varg comenzó a observar a Bel con más atención desde la distancia, buscando encontrar las actitudes que tenía hacia él dirigidas hacia alguien más, pero ella parecía estar feliz con todo y todos hasta que él se hacía presente donde ella estuviera, y a pesar de que el Worwick pudo haberse acercado a preguntarle lo que ocurría, él decidió darle a la joven lo que quería y tomó distancia, ya que si Bel no quería hablarle él no iba a impedírselo.
O al menos, eso era lo que él quería creer.
La mañana había caído sobre Dunkelheit, dejando ver un cielo ligeramente encapotado con una suave brisa fría que arrastraba consigo una ligera nevisca, la cual anunciaba que pronto la nieve comenzaría a caer con fuerza.
Mientras los sirvientes se movían de un lado a otro por los pasillos del castillo, Bel corría por los mismos, esquivándolos con una sonrisa traviesa que se lograba escuchar por donde pasaba, mientras huía de su nana.
—¡Niña Bel, tenga cuidado! ¡No corra tan rápido! —exclamó la mujer, un tanto preocupada, intentando alcanzarla.
—¡Corre, nana, ya está cayendo la nieve! —respondió Bel entre risas, girando la cabeza para ver a su nana sin dejar de correr.
Mientras el comportamiento infantil de Bel hacía ruido en los pasillos, en la sala privada que se le había cedido a Lady Dita para ella y sus sobrinas, la princesa Rous se encontraba en compañía de Lady Dita y su sobrina, Maeve.
—Lamento mucho que en estos días no hayas podido concretar nada con el príncipe, pero ya verás que pronto lo conseguirás —dijo Rous a la joven, ofreciendo excusas.
—Alteza, ¿usted está segura de que el príncipe de verdad tiene intenciones o está presto a conocer a mi sobrina? —preguntó Dita con incredulidad por lo que ya había visto.
—Créame, mi lady, que si no fuera así, él ya me lo habría dejado en claro —Rous sonrió—. Conozco a mi hijo, y cuando algo no le agrada, no le tiemblan las palabras para dejarlo en claro, pero creo que en esta ocasión es distinto. Él ha estado ocupado con las exigencias del nuevo rey y también ha estado lidiando con algunos problemas en el puerto de Dunkelheit.
—Yo… —intervino Maeve, un tanto confusa—. Yo he intentado preguntarle sobre esos asuntos en las ocasiones que he estado con él a solas, en su sala o en el comedor, pero él no dice nada al respecto.
—Es que así no funcionan las cosas, cariño —aclaró Rous—. Ni él ni ningún Worwick, por lo menos, te hablarán de los asuntos políticos que les están quitando el sueño, a menos que seas una persona en la que confíe mucho o seas su esposa. Ellos son muy prudentes con eso, pero no te preocupes; siempre hay otros temas de los que pueden hablar.
Maeve sonrió con modestia fingida, dejando ver el brillo en su mirada. —¿Entonces usted cree que aún haya oportunidad?
—Siempre la hay. Trataré de conseguir que te invite a dar un paseo por los alrededores del castillo en estos días.
—¿En serio, princesa?
—Por supuesto, Maeve. Tú solo ten paciencia.
—Gracias, princesa —intervino Lady Dita con una sonrisa amable, dejando la taza de té sobre la pequeña mesa al lado del mueble.
—Bien, quisiera quedarme a tomar el té con ustedes un rato más, pero debo retirarme; tengo algunos asuntos pendientes. En cuanto hable con mi hijo, les avisaré.
—Por supuesto, majestad —Dita hizo una leve reverencia ante Rous, mientras ella se retiraba de la sala.
Tan pronto como la princesa salió, Maeve dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción al sentir la dicha de creer que aún tenía una oportunidad de convertirse en la esposa de Varg Worwick.
Bajo el cielo nublado, la nevisca aún permanecía sin tomar fuerza, mientras el príncipe Varg y la princesa Rous esperaban en el jardín la llegada de la caravana que traía a la princesa Arlette y al príncipe Aisak Worwick desde Ateckdra, mientras que Varg sacudía con calma las diminutas pizcas de nieve acumuladas en su hombro cuando la caravana ingresó al vasto jardín.
—Solo es nieve, hijo —habló Rous, viendo cómo Varg limpiaba su hombro.
—Lo sé, pero prefiero no llevarla encima —respondió él sin gracia, mientras la carroza se detenía y un guardia abría la puerta para ayudar a la princesa Arlette a descender con cuidado, al tiempo que Varg y Rous se acercaban.
—Princesa Arlette —se reverenció Rous antes de abrazar con cariño a la madre de su fallecido esposo.
—Hija —le regaló Arlette una sonrisa cálida—, qué gusto verte de nuevo.
—También es un placer para mí tenerla aquí.
—Abuela —intervino Varg, tomando las manos de Arlette con cuidado para dejar un ligero beso en ellas.
—Hijo, ¿cómo estás, mi cielo?
—Me encuentro bien, abuela, no se preocupe —Varg sonrió de medio labio—. ¿Aisak vino con usted? No me diga que viajó sola —comentó, extrañado de no ver a su primo.
—Oh, sí, él vino conmigo, pero viajó en la caravana que custodiaba mi carroza y conociéndolo como es, supongo que se quedó en la entrada asegurándose de que todo esté en orden.
—Será mejor que entremos, princesa —propuso Rous—. Está empezando a hacer un poco más de frío y usted necesita calentarse.
—Es cierto, abuela. Yo me quedaré a esperar a Aisak y a dar las indicaciones a los guardias mientras estén aquí, así que no se preocupe.
Arlette sonrió. —Nos vemos dentro, mi niño.
—Ahí estaré pronto —Varg le regaló una ligera sonrisa a su abuela, quien junto a su nuera, decidió entrar al castillo para resguardarse del clima exterior.
Mientras su abuela y su madre se alejaban, Varg se dirigió a los guardias de Ateckdra que seguían en el jardín para dar indicaciones sobre la estancia de estos en el castillo, cuando otro grupo de guardias ingresó al jardín, seguido por un caballo blanco del que se bajó el príncipe Aisak tan pronto como estuvo cerca de los corredores.
El joven príncipe de casta blanca desajustó las correas de su caballo para pedir que se lo llevarán, y mientras comenzaba a desajustarse los guantes de montar, sintió cómo algo pesado se estrelló contra él por la espalda, y por reflejo, Aisak se giró e intentó sujetar a la figura que chocó contra él, pero no logró atraparla a tiempo y la joven cayó al suelo, golpeándose con fuerza contra el suelo.
—¡Bel! —susurró Varg al girar su rostro ante el bullicio que llamó su atención, viendo a la joven en el suelo.
—¿Está usted bien? —Se inclinó Aisak para ayudarla a incorporarse, mientras ella se sujetaba del brazo del Worwick con el rostro fruncido por el dolor.
—Me duele —se quejó Bel, mientras miraba su brazo.
—Lady Bel —intervino Varg, acercándose a ella—. ¿Está usted bien?
Varg intentó tocar el brazo de Bel para revisarlo, al notar por su expresión que era esto lo que le dolía, pero ella se apartó de él para que no la tocara, aferrándose a la mano de Aisak en su lugar.
—Sí, príncipe, estoy bien —dijo, evitando la mirada de Varg.
Aisak y Varg se miraron con extrañeza ante la reacción de la joven, pero antes de que alguien más hablara, la nana de Bel apareció cruzando del pasillo al jardín.
—¡Mi niña, Bel! —exclamó la mujer apresurada mientras trataba de recuperar el aliento, haciendo una ligera reverencia ante los príncipes—. Disculpen, altezas.
—Nana, me duele el brazo —sollozó Bel, extendiendo el brazo hacia Alira.
—¿Pero qué te pasó?
—La joven al parecer estaba corriendo cuando tropezó, y creo que se ha lastimado el brazo —le habló Aisak a la mujer, sosteniendo el agarre de Bel, mientras Varg la observaba a ella con el ceño fruncido, analizándola en completo silencio, y al mismo tiempo, parecía estar esperando que ella volcara su mirada hacia él, pero nunca lo hizo—. Creo que debería llevarla con un encargado.
—Iremos con uno. Gracias, príncipe —la mujer asintió—. Vamos, mi niña. Un encargado debe verte antes de que Lady Dita se entere y te regañe —dijo la nana, tomándola de la mano con ternura.
Bel intentó caminar junto a su nana, pero cojeó al dar el primer paso y un quejido suave escapó de sus labios.
—Creo que es prudente que alguien la lleve con cuidado, Lady Bel —sugirió Varg, manteniendo su postura mientras la analizaba a detalle.
—No —respondió ella con rapidez, sin mirarlo—. Estoy bien.
Bel intentó caminar de nuevo junto a su nana para entrar a los pasillos, pero otra vez se quejó al afirmar su pie para dar un paso.
—Permítame ayudarla, mi lady —intervino Aisak, ofreciéndole su mano, y al instante, Bel levantó el rostro, encontrándose con los ojos azules del príncipe y con esa ternura y delicadeza que ella solía tener, ella agarró la mano de él sin protestar.
—Gracias —dijo ella con la mirada empañada.
Alzándola con facilidad, Aisak entró por los pasillos con la joven en brazos para ir en busca de un encargado junto a la nana de la joven, mientras que Varg solo observaba en silencio, confirmando lo que había estado intentando ignorar durante los últimos días, y justo en ese momento Varg confirmó que el problema que Bel tenía era únicamente con él.
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