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𝟐𝟑. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 23.

Varg estrelló su puño contra el escritorio de la sala privada, al tiempo que se levantaba de su silla.

—¡No me jodas, Volker! ¿¡Cómo me dices que estuve a punto de llegar a Dunkelheit y encontrarme con que mi esposa no estaba!?

—Hijo, tranquilízate —intervino Rous, tratando de calmar la furia de Varg—. Entiendo que esto te irrite, pero antes escucha lo que sucedió.

Varg suspiró, molesto, de pie junto a la silla de su escritorio.
—¿Qué fue lo que pasó, Volker?

—Exactamente no lo sé, Varg. Cuando llegué aquí, la tía Rous me recibió y Bel estaba sentada en esa silla, así que la tía nos presentó y luego Bel se fue con su nana. Al cabo de un rato, tu consejero vino a preguntar si ya se podían cerrar las rejas y yo ordené que las dejaran abiertas para seguir abasteciendo el castillo, pero después de charlar un rato con la tía, me dirigí a las puertas para despedir a los mercaderes y alinear a la guardia; fue entonces cuando escuché los gritos de una mujer pidiendo ayuda.

—¿Era ella?

—Sí. Empecé a seguir esos gritos en medio del bullicio de los mercaderes, y al moverme para acercarme a las carretas, vi a la hermana de Bel intentando entrar al castillo con prisa.

Varg frunció el ceño, y su mirada pareció encenderse más al oír ese nombre. —¿Maeve?

—Sí, ella. Te juro que cuando se dio cuenta de que la había visto, casi se paralizó como si estuviera asustada. Entonces alguien gritó su nombre, ella se giró y ahí supe quien era, así que ordené que no la dejaran entrar y me dirigí a las carretas. Cuando me puse a buscar entre ellas, encontré a Bel encerrada en una, y luego ocurrió todo lo que ya te conté.

—¡Carajos, fue ella! —exclamó Varg, llevándose las manos al rostro con frustración.

—Eso es lo que no sabemos, hijo.

—¿Cómo que no, madre? ¡Con lo que ha dicho Volker está más que claro que fue ella; además, usted y yo sabemos que Maeve no quiere a Bel!

—Eso lo sabemos nosotros. Pero lo que no sabemos con certeza es qué sucedió en realidad —habló Volker, racionalizando más la situación—. Yo no estuve ahí, ni sé cómo sucedió todo, y no es que esté intentando justificarla por si es eso lo que estás pensando; solo estoy siendo racional. Por eso mandé apresar a los mercaderes dueños de esa carreta, por si fueron ellos los que intentaron llevársela.

—Yo confronté a Maeve —añadió Rous—. Pero ella me sostuvo que ella no haría algo como eso en contra de Bel, lo que es obvio que yo sabía que haría, pero le dejé en claro que si descubrimos que ella tuvo algo que ver, tendría consecuencias.

—No sabemos si en realidad obligó a Bel a subir a la carreta y luego la dejó encerrada, Varg. Así que tuve que buscar otras versiones.

Varg se quedó en silencio por un momento, intentando calmar su respiración. —¿Qué averiguaste, Volker?

—Según dijeron los mercaderes, no vieron nada; ni siquiera sabían que la princesa regente estaba dentro de la carreta, así que esperé a que Bel despertara y hablé con ella.

—¿Qué te dijo?

—Me contó que todo empezó cuando se escapó de su nana porque quería ver a su tía Dita, así que salió al jardín buscándola y se encontró con Maeve. Como no vio a su tía, ella quiso volver a sus aposentos, pero Maeve la convenció de pasear por los alrededores, diciéndole que hicieran lo que hacían de niñas, cuando se escapaban a jugar al río. Esta idea emocionó a Bel y salió con ella del castillo para tener una “aventura”.

—¡Maldición! —Varg se dejó caer en su silla, apretando los dientes.

—Bel me dijo que pensó en ir al borde del bosque, pero Maeve le advirtió que era peligroso y le sugirió que era mejor quedarse cerca de las carretas, donde había guardias, y que si algo ocurría, ella la llevaría de regreso al castillo, así que las dos comenzaron a acariciar un zorrito en una de las carretas, hasta que Bel notó unos conejos en una jaula al fondo y quiso verlos; Maeve le dijo que no, pero Bel insistió, se subió ella misma en la carreta y cuando le estaba enseñando el conejo, la rejilla se cerró sola; fue entonces cuando comenzó a gritar por ayuda, pero lo curioso fue que me dijo que Maeve le dijo que no gritara, que ella iba a buscar ayuda.

Varg permaneció en silencio, asimilando cada palabra, donde cayó en cuenta de que desde esa perspectiva, Maeve no parecía haber querido provocar el incidente, pero algo no le terminaba de convencer.

—Hijo, sé que suena irreal y que tal vez Bel intentó justificarla, pero…

—No es irreal, madre —Varg se inclinó sobre el escritorio, mirando a Rous—. Bel no es mentirosa. Recuerde que el día que le pedí matrimonio a Bel, Maeve la agredió; después me buscó y me lo contó todo sin mentirme, y por eso sé que tampoco ahora está intentando justificarla. Usted y yo sabemos que Maeve no quiere a Bel, pero ella la manipula y le hace creer que la quiere mientras la hiere con actitudes y palabras disfrazadas de un cariño que no existe.

—Siendo así, no puedes acusarla directamente con Bel porque ella creerá que estás usando esta situación para culparla solo porque no te agrada —Volker se levantó de su lugar—. Pero puedes usar esto para tomar medidas de precaución, y ahí sí puedes tener la excusa perfecta para poner límites más claros.

—Estoy de acuerdo, hijo. Si ella dijo la verdad y solo llegas culpándola, Bel te lo puede reprochar. Aun así, creo que debes actuar, porque ya está más que claro para nosotros que Maeve es una amenaza para Bel en este lugar.

Varg apoyó los codos sobre el escritorio y pasando las manos sobre su rostro, se mantuvo en silencio por unos segundos, pensando en todo lo que le habían dicho, hasta que supo exactamente lo que debía hacer.

—Madre, comuníquele a lady Dita que venga ante mí junto a su sobrina.

—¿Qué harás, hijo?

—Se irán. —Varg se levantó para dirigirse a la puerta—. Y esta vez no me retractaré. Iré a hablar con Bel.

—Hijo, ten tacto. Recuerda lo que dijo el encargado.

—No lo olvido, madre —respondió, abriendo la puerta—. Pero Bel tiene que entender que esto lo hago por su bien.

La puerta de los aposentos se abrió con calma y Varg entró, encontrando a Bel sentada junto a su nana, tejiendo lo que parecía ser una pequeña muñeca. Pero al verlo, su rostro se iluminó más de lo que ya estaba y corrió hacia él, mostrándole lo que había estado haciendo toda la mañana.

—¡Varg, mira! Aún no está terminada, pero ya casi.

El príncipe fijó los ojos en la muñeca, dejando escapar una discreta sonrisa de medio labio. —Te está quedando bonita, mi amor.

—¿Verdad que sí?

—Señorita Alira —habló Varg, dirigiéndose a la nana de Bel—. Déjenos solos, por favor.

—Claro, príncipe.

La mujer se puso en pie y se reverenció ante Varg antes de salir de la sala, cerrando la puerta tras de sí. Al notar la expresión fruncida de su esposo, Bel supo que algo no estaba bien con él, pero aun así siguió sonriendo y se sentó en el mueble, mirándolo.

—¿Sucede algo?

—Bel —Él caminó unos pasos hacia ella para mirarla a los ojos—. Ya me enteré de lo que pasó con las carretas en mi ausencia.

La sonrisa de Bel se desvaneció al escuchar que él ya sabía sobre ese asunto, y ella agachó la mirada al intentar evadir lo que sabía que vendría.

—¿Tienes algo que decirme al respecto?

Ella lo miró de vuelta. —¿Volker te lo dijo?

—Bel, todos aquí supieron lo que sucedió. El punto no es si Volker me lo dijo o no; el punto es que estuve a un paso de llegar, descubrir que no estabas porque te fuiste sola, sin protección, y con tu hermana a buscar lo que no se te había perdido en esas carretas. Así que necesito que me mires a los ojos y me digas la verdad, Bel. ¿Ella te encerró? ¿Fue Maeve quien lo hizo?

—No. Maeve no hizo eso. Lo juro.

—¿Entonces?

—Ella y yo solo queríamos divertirnos un rato, como cuando éramos niñas en la solariega. Entonces nos acercamos a las carretas, vimos un zorrito y luego yo vi unos conejos muy lindos y quise alcanzarlos, por eso subí. Maeve me dijo que no lo hiciera, pero insistí, pensando que no pasaría nada malo —Bel sollozó—. Yo solo quería tocarlos…

—¡Por los dioses, Bel! ¿Por qué hiciste eso?

—Lo sé, fue mi culpa y lo siento —Bel agachó la mirada, dándole rienda suelta a su llanto al ver lo molesto que estaba Varg—. Yo solo, yo solo quería hacer algo más y ver los conejos, porque no puedo salir casi nunca y no puedo pedirlos…

—¡Claro que puedes! —Varg se pasó una mano por su cabello con frustración—. Si me dices que querías un conejo, yo te habría traído el que más te gustara. Pero no tenías que hacer eso, ¡y mucho menos desobedecer a tu nana!

—Lo siento, de verdad lo siento —Bel se cubrió el rostro en medio de su llanto, dejando caer la muñeca que había estado haciendo hacia el suelo.

Varg respiró hondo intentado calmar su molestia y al mantenerse en silencio unos segundos, él suavizó su voz, para dirigirse hacia ella.

—Tu hermana se va del castillo.

—¿Qué? ¿Pero por qué? —Bel lo miró atónita—. ¡Ella no me encerró en esa carreta!

—¡Ya basta, Bel! —Varg alzó la voz, haciendo que ella apretara los ojos—. ¡Entiendo que la defiendas porque es tu hermana, y también entiendo que pienses que no quiso hacerte daño, pero yo estoy harto! Estoy harto de que siempre, siempre te pase algo cuando ella está cerca. ¡Y ya no quiero justificarlo más!

—Por favor, Varg…

—¡No, Bel. No! ¡Por favor, entiéndeme  a mí también! ¿Sabes qué hubiera hecho yo si al llegar aquí me dicen que no estás y que nadie sabe nada de ti, ni adónde te pudieron haber llevado? ¿Te parece que eso no me afectaría?

—Sí, pero créeme, ella no me metió ahí. Cuando la reja se cerró, ella fue a pedir ayuda. ¡No fue su culpa!

—Yo entiendo tu punto, créeme que lo hago, pero tú no ves las cosas con la claridad con la que yo las veo, Bel. Maeve no es tan inocente como crees.

—Yo no creo que Maeve me haría daño a propósito.

—¡Sí lo haría! —gritó Varg, estrellando su mano sobre la cómoda a su lado, y Bel brincó en el mueble tapándose el rostro, mientras la habitación quedó en silencio; solo con el sollozo de Bel en el aire y la respiración agitada de Varg.

—Fuera ella o fuera cualquier otro, quien te ponga en peligro tendrá que responderme, porque eres mi esposa, Bel. Eres la mujer más importante en este castillo, en este reino y en mi vida, y mi deber es protegerte, incluso si eso significa alejar a quienes más amas.

En medio de sus sollozos, Bel permaneció en silencio, con su rostro hundido entre sus manos, al saber que no podía contradecirlo. Y en medio del silencio, Varg caminó hacia la puerta, pero antes de salir, se dirigió hacia ella.

—Te prometo que las enviaré a la solariega con una formación discreta de guardias, que estarán orientados a protegerlas en ese lugar. Ese fue tu hogar y el de tus padres, así que ahí estarán bien y nada malo les va a suceder. Puedes estar tranquila.

Varg salió de la habitación y, al cerrar la puerta, Bel rompió el silencio con su llanto, mientras se recostaba triste en el mueble, olvidando en el suelo aquella bonita muñeca que había estado haciendo minutos antes.

La puerta de la sala privada se abrió y Varg entró, encontrándose con Volker, Rous, Lady Dita y Lady Maeve, tal como lo había solicitado.

—Príncipe —habló Lady Dita, reverenciándose ante Varg—. Me informaron que deseaba vernos a mí y a mi sobrina Maeve.

—Sí —respondió Varg, tomando asiento tras su escritorio—, y seré directo, Lady Dita. Le pido, por favor, que recoja todas las pertenencias de su sobrina, porque hoy mismo abandona el castillo.

—¿Qué? —musitó Maeve, atónita.

—Afuera la estará esperando una carroza que la llevará a la solariega. Con ella irá una pequeña caravana de soldados que se encargarán de resguardar y cuidar el lugar, y también irá un encargado de confianza con ustedes para cualquier asunto que surja estando allí. Si usted no desea que su sobrina esté sola en la solariega, puede acompañarla o visitarla cuando quiera, no me importa. Solo quiero que se vaya cuanto antes de aquí y para que quede claro; mi esposa ya lo sabe, y esta vez no hubo objeciones.

—Príncipe. —Maeve dio un paso al frente para expresar su desacuerdo disfrazado de indignación, pero Lady Dita la sujetó del brazo, obligándola a detenerse.

—¡Maeve!

—¡Pero, tía!

—¡Cállate! Es una orden.

Maeve bajó la cabeza ante el regaño de su tía, manteniéndose en su lugar, mientras sus pensamientos maldecían y culpaban a su hermana por esto.

—Si es su decisión que Maeve se marche del castillo, así se hará, príncipe, y por supuesto, yo me iré con ella, porque por obvias razones, no es conveniente que ella esté sola en ese lugar, pero antes de irme, quiero pedirle que me permita despedirme de mi niña Bel.

—Puede hacerlo —asintió Varg, sin alterarse.

—Yo también quiero despedirme de ella.

Varg la miró. —No.

—¡Varg! —musitó Rous, mirándolo.

Él se quedó en silencio por unos segundos, con la mirada fija en Maeve y sin suavizar el tono de su voz, dijo: —Madre, acompaña a Lady Maeve a despedirse de mi esposa y por favor, mantente atenta a lo que le diga. Iría yo mismo para evitar que se abuse de la inocencia de Bel, pero sus parloteos, Lady Maeve, me enferman.

—Está bien, hijo. Yo iré.

—Antes que nada, príncipe, quiero decirle que lamento mucho todo lo sucedido, y quiero disculparme con usted por cualquier inconveniente. Le agradezco la hospitalidad que nos brindó en su castillo y de nuevo, mil disculpas.

Dita tomó a Maeve del brazo para retirarse de la sala, pero cuando estuvieron a punto de salir, Varg se levantó de su lugar, dirigiéndose hacia ellas.

—Espero no enterarme de que Lady Maeve volvió a incomodar o hacer sentir mal a Bel con sus comentarios malintencionados, porque si lo descubro, no me temblará la mano para hacer lo que realmente deseo. Lo que ella hizo fue grave y usted sabe muy bien que cualquiera que atente contra la vida de la esposa de un regente merece la muerte.

Él dirigió su mirada hacia Maeve.

—Y como siempre, debería estar agradecida con Bel, porque si no fuera por ella, probablemente hoy ya no tendría un lugar en este mundo.

Volker esbozó una sonrisa maliciosa con burla al escuchar aquellas palabras, mientras que Rous se limitó a llevar la mano a su rostro con cierta exasperación, al tiempo que Maeve desvió la mirada, herida, mordiéndose la lengua.

—No se preocupe, príncipe —dijo Dita—. Le garantizo que esta vez, mi sobrina será prudente.

Varg asintió conforme y luego extendió una mano hacia la puerta con cortesía irónica. —Pueden retirarse.

Las mujeres salieron en silencio, y la puerta se cerró tras ellas, volviendo la tranquilidad a la sala.

—Por los dioses, hijo. ¿Por qué siempre tienes que hablar de esta forma?

—De hecho, madre, creo que fui muy generoso con mis palabras.

Volker sonrió con gracia. —Doy fe de eso.

Varg asintió. —Bien, iré a asegurarme de que todo esté listo. No quiero ver a esas mujeres un minuto más en este castillo. Por favor, madre, vaya con Bel; asegúrese de que ella esté tranquila y de que Maeve no le diga cosas que la hagan sentir mal.

—Está bien, hijo. Yo trataré de que ella entienda esto de la mejor manera.

—Gracias.

Varg abrió la puerta de la sala, salió hacia el pasillo, y se dirigió a las escaleras, descendiendo por los escalones con prisa por llegar cuanto antes al patio del castillo, para asegurarse de que ya todo estuviera listo, pero cuando llegó al último escalón, una voz femenina se escuchó a sus oídos.

—Príncipe.

Varg se detuvo en seco y giró el rostro, encontrándose con Maeve, lo cual le causó un fastidio que el Worwick no intentó disimular ni un poco en su rostro.

—Lady Maeve. ¿Qué quiere?

—Sé que no desea hablar conmigo, y lo entiendo, pero necesito hacerlo.

Maeve se quedó en silencio esperando alguna respuesta de Varg, pero en su lugar, él se la quedó mirando, mostrándole la irritabilidad que le producía.

—Necesitaba disculparme por lo que pasó —continuó Maeve, excusándose—. Yo solo quería pasar una tarde tranquila con Bel, como cuando éramos niñas, y nunca fue mi intención que ella quedara atrapada en esa carreta, lo juro. Yo no buscaba causarle daño.

Varg se frotó el rostro con exasperación.

—Sus excusas me tienen sin cuidado, Lady Maeve, y si quiere que sea sincero, no le creo. Ya se lo dije una vez.

—Lo entiendo, pero esto no es justo conmigo. Yo también tuve derecho a sentirme herida en todo esto.

Varg sonrió con sarcasmo. —¿Herida? ¿Se refiere a su romántica fantasía de que yo la desposara? Si ese fue su delirio, permítame decirle que eso es solo culpa suya; yo jamás la ilusioné y que yo sepa, usted sabía que su llegada aquí no aseguraba nada. Así que, por favor, asuma sus desvaríos con dignidad.

—A mí me dijeron que venía aquí a tener la oportunidad de ser considerada por usted —insistió Maeve, conteniendo las lágrimas—, porque el regente de Dunkelheit necesitaba una esposa.

—Y eso era cierto. Yo necesitaba una esposa, pero no a usted. Así que, de una vez, acepte la realidad y por favor, empiece a respetarse un poco más. Nadie lo hará por usted.

—Lo estoy intentando... —musitó.

—No lo parece —respondió Varg, dando un paso hacia ella—. Si lo hiciera, no habría intentado desaparecer a mi esposa. ¿Qué pensaba al intentar hacer eso? ¿Acaso pensaba que si Bel desaparecía yo caería en sus brazos por ser la opción más cercana? ¿De verdad creyó que yo caería en eso con usted?

Los ojos de Maeve soltaron un par de lágrimas, pero Varg las ignoró.

—Déjeme traerla de vuelta a la realidad, mi lady. Si yo hubiera llegado aquí y no hubiera encontrado a Bel, créame que no habría descansado hasta buscarla por todos los reinos, y no importa si la hubiera encontrado viva o muerta, yo la habría traído de vuelta conmigo, como fuera.

Maeve apretó los labios, sintiendo un horrible vacío en su pecho.

—Y si la hubiera encontrado muerta, y se me dice que la mejor opción para mantener los lazos con los Hadmmon era casarme con usted, le aseguro que me cortaría la garganta antes de hacerlo.

Él se giró para marcharse, pero antes de doblar por el pasillo, Varg se detuvo y añadió:

—Bel es digna de que yo ponga el mundo entero a sus pies. Usted, en cambio, no es digna ni de llevar el apellido Worwick. Ahora con su permiso, mi lady —él le regaló una sonrisa gélida—, iré a asegurarme de que su carroza esté lista para que desaparezca de mi vista cuanto antes.

Sin darle oportunidad a una palabra más, Varg se marchó, dejando a Maeve sola en el pasillo, rota por el llanto y herida por el hombre que según ella, su hermana le había arrebatado de sus manos.

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