
𝟐𝟐. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 22.
—Tome un poco de esto, mi señora —dijo el encargado, extendiéndole a Bel una cucharada de savia de amapola espesa para que la tomara, y siguiendo las palabras del hombre, Bel abrió los labios recibiendo aquel líquido en su boca.
Al probar la espesa savia, Bel arrugó el rostro por el sabor terroso y amargo que se extendía en todo su paladar, y con fuerza apretó la mano de Rous, mientras que de pie a cierta distancia del encargado, Varg dejó escapar una leve sonrisa de medio labio al ver la reacción de su esposa hacia el remedio.
—Sabe horrible —musitó, pasando la mano por su boca.
—Ciertamente —asintió el encargado, observando a su señora—. Pero le aseguro, majestad que dentro de poco la tos desaparecerá y su garganta ya no sentirá molestia alguna.
—Gracias, encargado —dijo Rous, mientras el hombre depositaba el frasco junto a la cuchara en la mesita junto al mueble.
—Encargado —se dirigió Varg hacia el hombre—. Venga conmigo un momento, por favor.
El encargado asintió y siguiendo los pasos de Varg, ambos salieron al pasillo fuera de la sala privada.
—Seré muy directo con usted, encargado, y quiero que usted sea muy sincero y me diga qué fue lo que ocurrió. Necesito saber por qué mi esposa llegó a toser sangre, y quiero saber si esto es algún síntoma de su padecimiento.
—Majestad —El hombre entrelazó las manos en su espalda—. Comprendo la zozobra que debe estar sintiendo en este momento, pero permítame decirle que por lo que conozco hasta este momento, el llegar a toser sangre no hace parte de los síntomas que produce el padecimiento con el que lidia el cuerpo de Lady Bel.
—¿Entonces por qué ocurrió?
—Según lo que me dejó saber la princesa Rous, Lady Bel estuvo lidiando con una tos seca y persistente desde el alba, y esa persistencia pudo haber lacerado su garganta al punto de hacerla toser sangre, majestad. Esto no es señal de un nuevo mal, pero la tos persistente sí que puede ser preocupante.
—Sea claro, encargado, ¿a qué se refiere con eso?
El hombre suspiró, buscando las palabras adecuadas para ser sincero con su señor. —Me refiero a que el hecho de que la tos que atacó a mi señora haya persistido tanto tiempo solo nos está indicando que el té que se le da a Lady Bel para mitigar sus síntomas ya no es suficiente y está perdiendo su efecto.
Varg permaneció en silencio, con la mirada perdida en el suelo al escuchar las claras palabras del encargado, y con los ojos casi empañados, entendió que el tiempo se volvía un enemigo cada vez más cercano.
—Debe existir algo, un remedio que la sustituya; algo que ayude.
—Tal vez, majestad.
—¿Tal vez? —Varg sonrió, un tanto tenso entre la frustración y el miedo—. No me sirve un "tal vez", encargado. Yo necesito una certeza, así que le pido que encuentre algo, lo que sea que ayude a mi esposa a sentirse mejor.
—Existe una planta conocida como la Vellorita Negra. Esta florece en el sur de Ficxia, entre el reino de Baios y Tarsoy, pero su preparación es en extremo delicada, ya que sus efectos pueden ser más potentes que el té común que Lady Bel ha estado bebiendo. Tengo un poco de estas hojas en reserva, pero puedo mandar a traer más si usted lo ordena.
—¿Algo más que deba saber?
—La Vellorita Negra no solo es más fuerte que el té que toma Lady Bel, sino que también sería lo último que se le podría dar para tratar su padecimiento. Quiero aclararle también que este remedio no cura, solo mitiga los síntomas y prolongará un poco más sus días, y también debo advertirle que, cuando empiece a perder su eficacia, Lady Bel comenzará a desmejorar sin retorno, y esto será una señal de que la vida de la princesa regente estaría por apagarse.
Los labios de Varg se abrieron por un momento sin pronunciar palabra, mientras que su mirada fruncida parecía empañarse aún más, reflejando la impotencia con la que estaba intentando lidiar.
—¿Qué ocurrirá entonces? ¿Qué es lo que veré?
—Al principio, la princesa mejorará, ganará algo de energía, su tos disminuirá, y sus ataques cesarán, considerando que no haya un desencadenante que la haga recaer. Pero cuando el momento se acerque, lo primero que verá será la pérdida del gusto. Esto se deberá a la continua necesidad del té, que se le deberá suministrar con más regularidad, y después vendrán otros síntomas más, producto del deterioro total de su cuerpo. Cuando ese momento llegue, solo quedará rogarle a los dioses para que no se prolongue su sufrimiento.
Varg bajó la cabeza, con los ojos enrojecidos por la rabia y la impotencia ante lo que él sabía que no podría evitar ni entregando su propia vida.
—Hágalo. Mande a buscar esa planta. Tal vez no pueda darle a Bel la vida que ella merece, pero mientras esté viva, yo haré hasta lo imposible por darle la paz que ella necesita. Quiero que ese té esté listo mañana a primera hora.
—Como ordene, majestad.
—Gracias.
El encargado se reverenció ante el regente y después se retiró por el pasillo, al tiempo que Varg volvió a entrar en la sala, encontrándose con Bel recostada sobre el regazo de Rous, quien le acariciaba el cabello mientras ambas hablaban de cualquier tema que él no logró entender.
—Yo no la pellizco, mamá Rous.
Varg sonrió con ligereza al escuchar aquella frase sin contexto, al tiempo que contemplaba el alma alegre de Bel brillando aún en su momento más oscuro, y en ese instante él supo que aunque el tiempo fuera breve, haría lo posible porque cada momento brillara para ella un poco más.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Varg, acercándose a las mujeres recostadas en el mueble.
—Bueno, ya ha dejado de toser. —Rous se incorporó del mueble, acercándose a su hijo—. Al menos ahora podrán descansar un poco.
—Sí, madre. Yo me encargaré de que Bel descanse bien.
—Entonces, me retiro —dijo Rous, acariciando con ternura la mejilla de Bel—. Descansa, hija.
—Mamá Rous.
—¿Sí?
—¿Podría decirle a mi tía Dita y a mi nana que ya estoy mejor? Solo para que no se preocupen y duerman.
Rous le sonrió con dulzura. —Lo haré. Les diré que ya estás mejor. Ahora me retiro también a mis aposentos, con permiso.
—Descanse, madre.
Rous se dirigió a la puerta y salió, cerrándola con cuidado tras de sí. Una vez solos, Varg se acercó a Bel y se inclinó ante ella, mirándola a los ojos.
—¿Ya no te duele?
—No, ya no. De hecho. —Ella pasó su mano por la garganta—, ya casi no se siente.
Varg sonrió. —Bien. Entonces es hora de descansar. Te llevaré a nuestra habitación.
—Espera. —Bel lo tomó de la mano, deteniéndolo antes de que él la cargara en brazos—. ¿Puedo pedirte algo?
—Claro que sí. Lo que desees.
—¿Podemos dormir aquí, frente a la chimenea?
—¿Aquí? —Varg frunció el ceño—. ¿Quieres dormir aquí?
—Sí. Es que, es que siento que aquí hace más calorcito.
Él sonrió, enternecido por su petición. —Está bien. Déjame preparar el mueble.
—No —ella lo interrumpió con una leve sonrisa—. Puedes poner todas las cobijas que mi nana trajo allí. —Señaló el espacio frente al fuego que emanaba de la chimenea—. Y también los cojines.
Él miró el espacio donde ella quería descansar por un momento y tras unos segundos en silencio, Varg volvió su mirada hacia ella cediendo ante su deseo.
—Lo haré.
Tras besar su frente, Varg se dirigió hacia el sillón donde yacían las cobijas, las tomó y las comenzó a extender junto a la chimenea, una arriba de la otra. Después tomó los cojines de los muebles y los colocó sobre las cobijas, mientras Bel lo observaba acurrucada desde el mueble, como él hacía todo con mucho detalle solo para complacerla.
Cuando terminó de acomodar todo, Varg caminó hasta la puerta, la aseguró por dentro y volvió junto a ella para llevarla hasta aquel lecho improvisado, pero Bel lo detuvo una vez más.
—Espera.
Él se sentó a su lado. —¿Qué sucede?
—Mmm... ¿Debo tomar otra vez esa cosa? —preguntó, señalando el frasco en la mesa junto al mueble.
—No. Solo era por esta vez, no te preocupes.
Ella desvió la mirada, un tanto traviesa, como si estuviera buscando la forma de decir algo, y decidida a hacerlo, lo miró.
—¿Estás cansado?
—Un poco. Desde que salí de Glakos no me detuve, porque quería llegar aquí cuanto antes.
—Lo lamento.
—¿Qué dices?
—Es que, si no fuera por mi tos…
—Bel —él la interrumpió, sosteniéndole la mirada—. Mi cansancio es nada comparado con lo que tú estás enfrentando. Así que no lo lamentes. ¿Estamos?
Ella asintió con dulzura. —Antes de dormir, ¿puedo pedirte algo más?
—Dime.
—Yo sabía que cuando llegaras ibas a estar agotado, y pensé que tal vez querrías descansar, pero también pensé que quizás te gustaría estar conmigo, ya sabes. —Ella desvió la mirada, algo avergonzada—. Hemos pasado muchos días separados, y yo quería darte lo que toda esposa debe darle a su esposo.
—Y en lo primero tienes razón —dijo él, acercando su rostro al de ella, notando el leve rubor que intentaba asomarse en sus mejillas.
—¿Entonces tú también lo deseabas?
—Sí, y mucho, pero creo que por ahora es mejor que descanses. Quiero que te recuperes.
—Lo sé, pero es que yo quiero; además, te extraño, y si es por lo que pasó, yo ya me siento mejor.
Varg la observó en silencio por un momento, sabiendo que tal vez ella decía sentirse mejor solo para darle lo que él quería, pero también era consciente de que la deseaba tanto como ella a él, así que en medio de su silencio, él se rindió y se retiró su camisón, dejando al descubierto su torso para después desajustar su pantalón.
Entendiendo ese sí, sin siquiera decirlo, Bel se incorporó del mueble, se detuvo frente a él, desató el lazo de su ligero vestido con cuidado y la prenda resbaló por su cuerpo hasta el suelo, quedando totalmente desnuda ante él. Varg deslizó su mirada por el cuerpo de su esposa con un brillo particular en su mirada, como si la contemplara por primera vez.
Él la tomó con delicadeza de la cintura, llevándola hasta su cuerpo, y ella lo rodeó con sus piernas para sentarse sobre él a horcajadas, mirándolo a los ojos. Varg deslizó sus manos por la espalda de Bel, cubriéndola sin mucho esfuerzo y apretándola un poco más; la acercó a su rostro, donde sus labios buscaron los de ella para perderse ambos en un beso lento, suave y profundo, que poco a poco fue tomando más fuerza.
Bel aferró sus manos alrededor de los hombros de Varg, mientras él deslizaba las suyas hasta sus caderas, donde buscó acomodarla con cuidado dejando los dedos ligeramente marcados sobre su piel sin dejar de besarla, y entonces la sintió más liviana, más delicada, más fina, pero aunque pudo sentir su evidente delgadez, él no dijo nada y continuó besándola.
Él recorrió con sus labios parte de la suave piel de su cuello, haciéndola temblar, y después bajó hasta sus pechos, los cuales tomó entre sus labios, logrando arrancarle un quejido bajo y otro ligero temblor, hasta que sintió cómo él se deslizó dentro de ella y, tras un claro gemido de su boca, ella se aferró más a él, apretando los ojos al tiempo que mordía sus labios.
Él la ayudó a moverse, guiándola con sus manos en la cadera, mientras ella buscaba su ritmo, su espacio, y cuando los besos se volvieron más urgentes, Varg la sostuvo con fuerza y se levantó del mueble, mientras ella enrollaba las piernas alrededor de sus caderas; de camino hacia el rincón que él había preparado para ella.
Con cuidado, él se hincó sobre las mantas y la colocó entre los cojines, junto al fuego, y la observó por unos segundos, recorriendo la piel de ella con la yema de sus dedos, hasta llegar a ese punto que él sabía que la descolocaba.
—Quisiera intentar algo, Bel.
—Mi cuerpo es tuyo, Varg —dijo mirándolo con dulzura—, y siempre será tuyo.
Él acercó su rostro al de ella y tras un suave beso, musitó con una ligera sonrisa: —Y el mío también es tuyo.
Varg se inclinó sobre sus pechos, tomándolos de nuevo, y así continuó besando cada centímetro de su piel, recorriendo su vientre, hasta llegar a ese punto donde él sabía que la haría estremecer hasta desbordarse, y sin palabras, comenzó a adorarla, haciendo que Bel se arqueara sobre las mantas al sentir cómo este nuevo placer la invadía.
Sus suspiros se volvieron más profundos y continuos, sus manos apretaron los cojines con fuerza al sentir ese dulce vértigo que solo él podía provocarle. Bel cerró los ojos, musitando su nombre entre jadeos que cada vez pedían más de eso, perdiéndose en lo que sentía, en cómo él la hacía temblar con el roce de su boca, y cuando su cuerpo se quebró en un temblor desgarrador, ella ahogó un gemido contra su propia mano, y entonces él la volvió a tomar entre sus brazos, contemplando el enrojecimiento de su pecho y ese deseo que rogaba por más en silencio.
—Varg… —susurró, aferrándose a sus brazos.
Él tomó sus labios una vez más, al tiempo que se acomodaba entre sus piernas, donde volvió a unirse a ella, y con prisa comenzó a moverse, sosteniéndola de la mano contra la manta bajo sus cuerpos, mientras la luz del fuego marcaba la silueta de ambos en medio de un vaivén desesperado, envuelto en susurros y gemidos que reclamaban por más.
—Te, te quiero —ella se mordió el labio—. Te quiero, Varg.
Él detuvo el movimiento por un segundo, y buscó su mirada, permitiéndole ver cómo sus ojos brillaban con algo que iba más allá de un simple deseo, del que él ya no quería callar más.
—Yo también te quiero, y no sabes cuánto.
Ella lo abrazó más fuerte, y continuó adorándolo como si en ese momento pudiera detener el tiempo.
Entre cojines dispersos y sobre las cobijas extendidas junto a la chimenea, yacían Varg y Bel, desnudos, envueltos apenas por una manta gruesa que cubría sus cuerpos entrelazados, mientras en aquella sala el silencio era roto únicamente por la respiración tranquila de ambos, junto al leve crepitar del fuego que consumía la madera.
Con los ojos cerrados y el rostro apoyado sobre el pecho de Varg, ella se removía sobre él con dulzura, como si no existiera un lugar más acogedor y seguro en el mundo que ese en el que ella buscaba refugiarse, aferrándose a él.
Varg le acariciaba el cabello lentamente, mientras sentía el roce de su piel contra la suya, y él la sostuvo un poco más para que ella permaneciera sobre su cuerpo, en el lugar que eligió estar.
—Duerme —susurró, deslizando la yema de sus dedos por la piel de su brazo—. Descansa, Bel.
Ella sonrió con los ojos cerrados al oír su voz, y un suspiro escapó de sus labios al rendirse por fin ante el sueño. Varg la miró un instante, quedándose inmóvil, como si intentara memorizar para siempre ese momento de calma en su rostro, pero al retirar la mano de su cabello, algo inusual captó su atención.
Como si fuese una telaraña, en sus dedos había varios cabellos del suave y castaño cabello de su esposa, y él los miró por un instante con el ceño fruncido, para después dejarlos caer en silencio sobre la cobija, sintiendo cómo algo comenzaba a pesar en su pecho.
Él bajó su mano y volvió la mirada hacia el fuego, mientras su mente viajaba entre miles de razones, como si intentara justificar a qué se debía aquello, pero entonces sintió cómo ese pensamiento que más le hacía ruido atravesaba su alma como una lanza punzante, al saber lo que en realidad eso significaba.
Varg sabía que el tiempo no se había detenido, y que la cruel realidad era una paz efímera que constantemente amenazaba con disiparse, derrotando a aquel guerrero antes de siquiera empezar la pelea. Pero a pesar de esto, él la abrazó con más fuerza sin despertarla, jurando en silencio mantenerse fuerte mientras el corazón de su delicada belladona continuara latiendo.
La mañana había caído por fin sobre Dunkelheit y la nieve que durante días había cubierto los caminos y torres del castillo, por fin se detuvo, dejando entrever un tenue sol que se asomaba entre las nubes, calentando apenas el ambiente y las paredes que seguían conservando el frío de la noche.
En el comedor del castillo, la familia se hallaba reunida en la mesa compartiendo la primera comida del día, a excepción de Varg y Bel, quienes aún no se habían presentado, y su evidente ausencia era un claro indicio de que ambos aún descansaban.
Sentada en el lugar, Rous disfrutaba de una taza de té caliente en medio de una conversación amena con Lady Dita, mientras que a un lado Maeve permanecía comiendo en silencio, escuchando cómo lo único que parecía importante en esa mesa era el ataque de tos que su hermana tuvo la noche anterior. «La enferma en algún momento empeorará y morirá, qué estupidez hablar de lo mismo siempre», pensó Maeve, llevando una cucharada de postre de leche a su boca.
Fue entonces cuando las puertas del comedor se abrieron, y Volker entró portando su traje de entrenamiento, junto a su cabello blanco un tanto desordenado, mismo que él intentaba peinar hacia atrás con sus dedos, y ante su presencia, un sirviente se movió de inmediato para preparar su lugar junto a los demás.
—Volker, hijo —habló Rous regalándole una sonrisa a su sobrino—. Qué bueno que llegaste a tiempo para compartir el desayuno.
—Gracias, tía —Volker se inclinó con ligereza ante ella, mientras el sirviente colocaba el plato con comida en el lugar frente a él—. El frío del amanecer me hizo recordar las temporadas más gélidas de Armes —continuó Volker, tomando un trozo de pan de su plato—. Este es un excelente ambiente para entrenar no sólo el cuerpo y la mente, sino la resistencia misma, para saber movernos en cualquier terreno y circunstancia.
—Kiitos. (Gracias).
Añadió el Worwick ante el sirviente que terminó de llenar su copa, antes de volver su atención hacia Rous.
—Pero dígame algo, tía, ¿cómo se encuentra Bel? Me he enterado de que anoche estuvo algo indispuesta.
—Bel está bien, sobrino —respondió Rous, dejando la taza de té sobre la mesa—. El encargado logró controlar la tos que le aquejaba y, gracias a los dioses, pudo estabilizarla. Así que te pediré que, bajo ningún motivo, solicites entrar en la sala privada.
Volker frunció el ceño, un tanto desconcertado. —¿Alguna restricción que deba conocer?
—Ninguna —replicó, tomando el cubierto entre sus dedos—, solo que se me informó que el regente y su esposa durmieron en la sala privada. Así que supongo que Bel no quiso dormir en sus aposentos esta vez, y Varg accedió a su petición de permanecer en la sala.
Volker alzó una ceja y dirigió una ligera mirada hacia Maeve, quien mantenía la vista sobre el plato.
—Está claro que el regente siempre cederá a las peticiones de su señora esposa.
—En lo personal —intervino Lady Dita, captando la atención del Worwick—, a mí me tranquiliza saber que mi sobrina es muy protegida por su esposo. Bel siempre ha sido una jovencita muy especial.
—Y siempre lo será —afirmó Rous, observando a la mujer—. Varg velará por ella y se asegurará de que Bel esté bien, así que todo cuanto pueda darle, se lo dará.
Maeve bajó aún más el rostro tratando de disimular su incomodidad y disgusto ante aquellas palabras que parecieron estar intencionadas hacia ella, y notando el claro gesto de la joven, Volker decidió cambiar el rumbo de la conversación, pero antes tomó la copa entre sus manos, dando un pequeño sorbo de vino Dernio.
—Cambiando de tema, tía. —Él colocó la copa sobre la mesa—. Quisiera que se me avisara en cuanto el regente esté disponible.
—¿Algo en especial, sobrino?
—Sí. Necesito hablar con él —Volker desvió una vez más su mirada hacia Maeve, quien lo miraba esta vez—. Ayer, cuando nos encontramos en el patio de armas, él me habló de su viaje a Baios, pero ahora soy yo quien debe informarle al príncipe todo lo que ocurrió aquí entre mi llegada y su ausencia.
Maeve apretó el cubierto entre sus dedos con fuerza al oír aquellas palabras, mientras que Rous asintió, observando a su sobrino.
—Claro que sí, Volker. Tan pronto como Varg esté disponible, haré que se te avise para que hables con él.
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