
𝟐𝟏. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 21.
Un poco después de la Nona, Bel se encontraba en sus aposentos, cerca del ventanal, donde se podía ver la constante nevada que había estado cayendo desde la madrugada en todo Dunkelheit.
Sentada en la pequeña mesa del té, Bel parecía comer con cierta pereza un trozo de postre de leche que su nana le había llevado con una taza de chocolate caliente, pero antes de que pudiera tomar otro trozo de postre, ella soltó el cubierto para llevar las manos a su boca, tratando de contener una ligera pero persistente tos con la que había estado lidiando desde la mañana.
De espaldas a la puerta de la habitación, ella volvió a tomar el cubierto y lo introdujo dentro del postre, revolviéndolo con desgano, sin tener la intención de comerlo, mientras que el suspiro que se escapaba de sus labios, era interrumpido por aquella tos seca que parecía no querer irse, y entonces escuchó la puerta abriéndose a sus espaldas, pero ella siguió en lo suyo, sin girar su rostro hacia la entrada.
—Mi niña —habló la nana de Bel, cerrando la puerta tas de sí—. ¿Ya terminaste de comer? Debemos ir con la ama de costura.
—Ya no quiero, nana. Ya no quiero ir a ver a nadie —murmuró con la voz casi apagada y una mueca de fastidio en el rostro.
—¿Ni a mí?
Al oír aquella voz gruesa y profunda que ella conocía muy bien, Bel se tensó en su lugar y giró su rostro con rapidez, encontrándose con Varg junto a su nana.
Por un segundo, todo pareció detenerse al verlo por fin frente a ella, al tiempo que el cubierto resbaló de sus dedos, cayendo sobre el plato, y sin pensarlo corrió hacia él, arrojándose a sus brazos en medio de un sollozo cargado de emoción.
—¡Volviste! ¡Volviste!
Celebró Bel, mientras él la sostenía con fuerza entre sus brazos, escuchando ese leve sollozo entre la alegría y el llanto, al tiempo que ella se aferraba a Varg como si necesitara comprobar que era real y que él estaba ahí.
—Shhh, tranquila —susurró él en su oído, acariciándole el cabello con una ternura que solo ella le sabía provocar—. Aquí estoy, Bel, aquí estoy.
—Ya no te vayas, por favor.
—Tranquila. Ya no me iré.
Él continuó acariciando el cabello de Bel, al tiempo que de ella volvió a salir una ligera tos, y Varg alzó la mirada, dirigiéndola hacia la señorita Alira, quien los observaba.
—Por favor, señorita Alira, déjenos solos.
—Sí, príncipe. —Con una discreta reverencia, la mujer salió de la habitación, dejando sola a la pareja.
Una vez la mujer se retiró, Varg miró a Bel a los ojos y le dejó un pequeño beso en la frente, volviendo de nuevo aquella tos que ella intentaba disimular.
—Ven —dijo, tomándola de la mano para llevarla junto con él hacia la mesa del té.
Él se sentó en una de las sillas, y luego la sostuvo con delicadeza para sentarla sobre sus piernas. Ella se acomodó, quedando de cara a él, mientras que Varg envolvió la cintura de ella con un brazo, y con la otra buscó sus dedos, para entrelazarlos con los suyos.
—Cuéntame, ¿cómo has estado? —Le acarició él con el pulgar el dorso de su delicada mano.
—Bien.
—¿Bien? —repitió él, arqueando una ceja sin presionarla—. ¿Estás segura?
Bel bajó la mirada y volvió a toser, llevándose la otra mano al pecho.
—Sí, he estado bien. Pero ¿y a ti cómo te fue en el viaje? Pensé que ya no volverías —musitó—. Ya deseaba que lo hicieras.
Él sonrió de medio labio, escuchando la dulzura de su voz como si eso le diera paz, y soltando su mano la rodeó con sus brazos.
—Pues ya estoy aquí, y por ahora no volveré a irme.
Ella sonrió, alzando la mirada hacia él. —¿Entonces te fue bien?
—Sí. Vi a mi primo Nicola y a su esposa, la reina Lyra; por cierto, ellos le mandan saludos a la nueva princesa regente de Dunkelheit —él le sonrió al ver cómo se curvaban sus labios.
—¡Qué lindos! ¿Entonces sí funcionó? ¿Creyeron que seguirás cumpliendo los… —ella hizo una pequeña pausa, como si estuviera tratando de recordar la palabra correcta—. ¿Los tratados?
Él asintió, con una media sonrisa. —Sí, mi princesa. La casa Worwick seguirá respaldando los tratos forjados por las antiguas gestiones y las alianzas seguirán en pie, con el reino de Dunkelheit encabezando dicho compromiso. Pero dime —él llevó la mirada hacia el plato tras ella—, ¿por qué no has comido casi nada? ¿No te gusta lo que te dieron? ¿Quieres otra cosa?
—Sí me gusta, solo que no tenía hambre. Pero ya me lo como todo, lo prometo —dijo, tomando la cuchara de nuevo, al tiempo que otra leve tosecita volvió a salir de ella.
Varg le quitó la cuchara de la mano con delicadeza, dejándola de nuevo sobre la mesa. —¿Desde cuándo tienes esa tos?
—Desde la mañana —volvió a toser—. Creo que es por el frío.
—Pues no me agrada para nada esa tos —murmuró, tomando su rostro entre las manos, percatándose de lo pálida de sus mejillas y el rosa leve de sus labios—. Estás un poco pálida —añadió con el ceño más fruncido.
—Es porque me hacías falta. —Varg cerró los ojos un instante, dándose cuenta de cómo ella intentaba evadir el tema—. ¿Yo te hice falta?
Él la miró con ternura, observando la dulzura de su mirada. —Sí. Y mucha.
Bel cerró los ojos, recostándose de nuevo en el pecho de Varg al oír que al menos ella le había hecho falta, y no que fue la única que añoró su presencia.
—Tienes el pulso agitado, Bel —comentó él, sintiendo el temblor de su mano—. ¿Te sientes bien?
—Sí. —Ella lo miró de vuelta—. Solo estoy nerviosa y emocionada, como la primera vez que te vi.
Al oír aquella dulce confesión, sin penas ni titubeos, Varg se inclinó hacia ella, buscando su rostro, y sin decir nada más volvió a besarla, disfrutando un poco más del sabor de sus labios.
Una vez el beso culminó, Bel se quedó sobre el pecho de él, con la cabeza acurrucada bajo su mentón, los ojos cerrados y su alma en calma después de tantos días de ausencias, mientras que Varg alzó la mirada hacia la ventana, observando cómo la nieve seguía cayendo, y un suspiro salió de su interior al sentirse culpable; porque, por más que quisiera protegerla de todo y darle mucho más, en el fondo sentía que Bel siempre le entregaba más de lo que él sentía que merecía.
Después de asegurarse de que Bel comiera todo lo que había en su plato y de pasar un par de horas junto a ella en sus aposentos, Varg salió de la habitación para dirigirse al patio de armas, donde le informaron que se encontraba su primo Volker.
Al encontrarse ambos en el patio de armas, Volker le informó a Varg todos los detalles relacionados con su llegada a Dunkelheit y la organización que había implementado en el castillo durante su ausencia, y partiendo de esto, ambos reorganizaron la guardia mientras conversaban sobre los asuntos políticos que Varg había tratado en su viaje a Baios.
Bajo un azul gélido, el ocaso comenzaba a caer sobre el castillo, dándole una ligera atmósfera gris al ambiente, mientras que en los aposentos de Bel, la joven había terminado de colocarse un ligero vestido de lana después de haber tomado un baño tibio para sentirse mejor. Pero, a pesar de sus esfuerzos, su tos no solo no había cesado, sino que parecía haber empeorado, tornándose mucho más persistente.
Luego de cambiar el agua de la tina a petición de Bel, la sirviente encargada salió del cuarto de baño, solo para encontrarse con su señora aferrada al dosel de la cama y doblada sobre sí misma, mientras intentaba sofocar un fuerte ataque de tos que parecía querer quitarle el aire.
—¡Mi señora! —La sirviente corrió hacia Bel—. Mi señora, ¿se encuentra usted bien?
Bel alzó el rostro con dificultad ante la sirviente, quien notó de inmediato cómo un hilo de saliva caía de su boca, al no poder tragar bien por la fuerza del acceso de tos.
—¿Puedes llamar a mi nana? —pidió con la voz entrecortada—. Dile, dile, por favor, que venga.
—Sí, claro que sí, mi princesa. ¿Quiere que llame también al príncipe?
—No, a él no. Solo a mi nana, por favor —insistió Bel entre jadeos, tosiendo una vez más con un ligero temblor en su cuerpo.
—Claro que sí, majestad.
Bajo la orden de Bel, la sirviente salió con prisa de los aposentos para ir por la señorita Alira, quien, pocos minutos después, entró corriendo a la habitación, preocupada.
—Mi niña —La mujer cerró la puerta detrás de sí, dirigiéndose a Bel, quien yacía sentada en la orilla de la cama—. Me dijeron que estás tosiendo mucho, ¿Qué sucede?
—Nana, por favor, sácame de aquí —suplicó Bel, con los ojos empañados, en medio de sollozos y esa tos que no cedía.
—Pero, criatura, ¿a dónde quieres que te lleve? Mejor llamamos al príncipe para que él solicite al mejor encargado.
—No, nana. No, por favor —suplicó ella, con la mano en el pecho—. Llévame a la sala privada de mamá Rous y no le digas a Varg sobre esto, por favor. No quiero que me vea así.
—Está bien —aceptó la mujer, poco convencida—. Vamos a buscar a la princesa Rous, pero una vez allá, llamaremos a un encargado. ¿De acuerdo?
Bel asintió, apoyándose en su nana, quien la tomó del brazo y la ayudó a salir fuera de los aposentos. Mientras caminaban por el corredor que llevaba a la sala privada de la princesa Rous, las mujeres se encontraron de frente con la princesa y Lady Dita, y ambas quedaron atónitas al ver a Bel encorvada, con el rostro pálido y los labios resecos.
—Mi niña, pero ¿qué tienes? —preguntó Lady Dita, tomando el rostro de su sobrina entre sus manos.
—Tiene mucha tos, mi lady —respondió Alira, sosteniendo a Bel—. Desde esta mañana ha estado tosiendo, pero ahora ha empeorado.
—¡Llame al príncipe Varg! —ordenó Rous—. El príncipe debe saber cómo está su esposa para que se encargue de buscar a uno de los encargados.
—¡No! —intervino Bel, con un tono ansioso—. No, mamá Rous, por favor. Solo llamen al encargado; no lo llamen a él.
—¿Pero por qué no quieres que llamen a tu esposo, mi niña? —preguntó Dita, peinando con suavidad el cabello húmedo que se pegaba a la frente de Bel—. Él se preocupa mucho por ti.
—Sí, pero él está ocupado, está cansado, y no quiero que me vea así, por favor.
Rous la miró con dolor en los ojos, comprendiendo de inmediato lo que no estaba dicho, y tomó la mano de Bel entre las suyas con ternura.
—Está bien. Te prepararemos un té caliente, a ver si eso ayuda con la tos, pero si no mejora, vamos a llamar a un encargado, y luego hablaremos con Varg. ¿Está bien?
Bel asintió entre sus lágrimas y esa molesta tos.
—Ven, vamos a la sala privada —dijo Rous, guiando a Bel por el pasillo—. Él salió de ahí hace rato, y cuando se va a estas horas no suele volver a entrar.
Bel asintió otra vez, aferrándose con más fuerza al brazo de Alira y de Rous, mientras las mujeres caminaban por el pasillo de camino hacia la sala privada del rey.
Al concluir con sus obligaciones, Varg se dirigió a sus aposentos como había prometido, deseando por fin descansar junto a Bel, pero al entrar, lo primero que notó fue que ella no estaba por ningún lado.
Varg comenzó a quitarse los guantes de cuero para después retirarse el abrigo, mismo que dejó sobre el respaldo de uno de los sillones. Él caminó hacia la cama, desajustando el cinturón de su camisón junto con los botones del mismo, con la mirada fija en la puerta del cuarto de baño al escuchar un leve movimiento en su interior.
—¿Bel? —llamó, suponiendo que ella se encontraba dentro, pero justo en ese momento, una sirviente salió del cuarto de baño, encontrándose con el príncipe.
—Mi señor. —Ella se inclinó ante él con cierto nerviosismo.
—¿Dónde está mi esposa?
—Mi señora está con la princesa Rous y Lady Dita tomando el té en la sala privada.
Varg frunció el ceño al observar el leve desvío en la mirada de la sirviente. —¿Qué hacía ahí dentro?
—Preparaba la tina para usted, príncipe. La princesa Bel me lo pidió.
—Está bien —Varg tensó la mandíbula, retirando la mirada de la mujer—. Si ya terminó, por favor, retírese.
La mujer se reverenció para después salir de la habitación, mientras que Varg se dirigió hacia el cuarto de baño, decidido a sumergirse en la tina, mientras esperaba que Bel regresara, pero en la sala privada del castillo, la tos de Bel, lejos de mejorar, empeoraba.
—Está temblando —dijo Dita con la mirada preocupada al ver cómo su sobrina titiritaba con la taza de té casi terminada en las manos, hasta que esta resbaló de sus dedos, estrellándose contra el suelo.
—¡Alira! —gritó Rous, viendo los cristales rotos con el sollozo de Bel en los oídos—. Ve a los aposentos de Bel y trae todas las cobijas gruesas que encuentres. ¡Y ordena ya que llamen a un encargado!
Aterrada al ver a su niña en ese estado, la mujer recogió con prisa los cristales rotos y salió casi corriendo hacia la habitación, rogando porque el príncipe aún no hubiera llegado. Pero al abrir la puerta, se detuvo en seco al encontrarse con Varg, de pie frente a una cómoda, cubierto solo por una toalla a la altura de su cadera, mientras buscaba un camisón.
—Señorita Alira —Él la miró, notando cómo la mujer pareció haberse paralizado en la puerta al verlo—. ¿Sucede algo?
—Bueno, príncipe, es que vine por unas cobijas.
—¿Para qué?
—Para mi niña. —La mujer sonrió, nerviosa—. Al parecer tiene mucho frío.
Varg la observó con los ojos entrecerrados, leyendo la torpeza en las palabras y movimientos de la mujer como si él pudiera oler la mentira en cada uno de ellos.
—No se mueva —ordenó, frenándola—. Me va a decir ahora mismo qué está pasando y dónde está mi esposa. Es una orden.
La mujer suspiró, con la respiración un tanto acelerada, sabiendo que ya no podía ocultarlo más.
—Es que mi niña Bel está mal, mi príncipe. Ha estado tosiendo desde la mañana y hace un rato me pidió que la llevara con su madre porque no aguantaba más.
—¿Qué? ¡¿Y por qué nadie me informó?!
—Su madre y Lady Dita se lo sugirieron, mi príncipe, pero ella no quería que usted supiera, y pidió que la llevaran a la sala privada donde se le dio su té, pero su tos sigue sin mejorar.
—Escuche bien, y quiero que lo tenga presente de ahora en adelante, no importa si Bel quiere o no que yo sepa cómo está ella; si ella se llega a sentir mal, usted me lo hará saber. ¿Entendido? —Alira asintió—. Ahora tome las cobijas que Bel necesita y dígale a la princesa Rous que busque ella misma a un encargado, ¡pero ya!
Varg regresó con prisa al cuarto de baño para vestirse, mientras que Alira tomó las cobijas que encontró y se dirigió de nuevo a la sala privada. Una vez ahí, ella le entregó las mantas a Rous, quien tomó una entre sus manos y la desplegó con rapidez para envolver a Bel, al tiempo que Lady Dita sostenía una copa con agua, misma que le entregó a su sobrina para que tomara un poco.
Bel tomó la copa, dejando ver el temblor de sus manos, y bebió un sorbo, sosteniendo el líquido en la boca por unos segundos antes de tragarlo, y al hacerlo, ella dirigió su mirada hacia Rous, sintiendo un sabor extraño invadir su paladar.
—Mamá Rous.
—¿Qué sucede, hija?
—El agua sabe a… metal.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y una tos violenta sacudió el pecho de Bel, sintiendo cómo algo salía de su boca y por instante todos se quedaron paralizados al darse cuenta de que ella había tosido sangre.
Bel se llevó las manos a la boca, sintiendo la calidez de aquello que escurría entre sus labios, y al ver sus dedos manchados de rojo, rompió en llanto al sentir una horrible presión en el pecho.
—¡Mamá Rous! ¿Qué tengo? ¡¿Qué tengo?!
—Tranquila, mi niña, calma.
Sollozando por el miedo, Bel se giró hacia su tía Dita, pero volvió a toser, sintiendo cómo volvía a brotar sangre de su boca, y entonces lo vio.
Bel vio a Varg de pie en la puerta, inmóvil, con los ojos abiertos de par en par, reflejando un miedo casi paralizante al no saber cómo enfrentar lo que estaba viendo, al saber exactamente lo que eso significaba.
—¡Varg, no! —gritó Bel, cubriéndose el rostro, al tiempo que él se movió hasta su escritorio, tomó un paño limpio de lino y se acercó a ella, llevándola hasta él para limpiar la sangre que se había esparcido por su rostro—. ¡Por favor, no lo hagas! ¡No quiero que me veas así!
—Madre, vaya por un encargado ya. ¡Por los dioses! —dijo con una prisa impotente, al tiempo que intentaba contener la humedad de sus ojos.
—Vuelvo enseguida —Rous salió de la sala apresurada.
—Déjenme solo con mi esposa —ordenó Varg a las mujeres en la sala, quienes al instante salieron, dejando solos a la pareja.
—Tengo miedo, Varg —Bel rompió en llanto, mirándolo a los ojos—. ¡Tengo miedo!
—Aquí estoy, mi amor —Él la envolvió en sus brazos, llevándola hasta su pecho—. Aquí estoy.
—Esto me duele mucho, pero no quiero dejarte. ¡No me quiero morir!
—Yo tampoco quiero que me dejes —murmuró él, cediendo ante las lágrimas silenciosas que se deslizaron por su rostro y cayeron sobre el cabello de ella.
Tratando de retomar el control que sabía que necesitaba para ella, Varg endureció su mirada, la cargó en sus brazos y la llevó hasta el mueble, donde se sentó con ella sobre sus piernas, acunándola entre sus brazos, y con delicadeza comenzó a limpiar su boca con el paño, mientras ella seguía sollozando, aferrada a él.
—Ya viene un encargado para que te atienda, mi amor. Él te va a ayudar. Ya va a pasar.
—¡Me duele!
—Lo sé, lo sé, y te entiendo. La próxima vez solo dime que no te sientes bien, por favor. No me ocultes las cosas.
—Es que no quería que me vieras así. Por favor, no te molestes conmigo.
Ella hundió su rostro en el pecho de él, en medio de su llanto, pero Varg tomó el rostro de ella con su mano para que lo viera a los ojos.
—Bel, yo jamás estaría molesto contigo por esto. Créeme que esto me duele tanto como a ti, así que, por favor, no quiero que vuelvas a ocultarme nada, porque quiero estar contigo en todo, sin importar cómo sea, porque…
—¿Qué?
Varg le sostuvo la mirada en silencio, como si no supiera cómo decir lo que su mente y corazón le estaban diciendo a gritos.
—Porque no sé qué haría sin ti.
Varg envolvió aún más a Bel entre sus brazos, dejando un beso en su frente, y al instante se deslizó hacia los labios de ella, en los que dejó un tierno y suave beso, manchándose los labios con su sangre, mientras la abrazaba con más fuerza, acunándola en su regazo, siendo el crepitar del fuego de la chimenea cerca de ellos el único testigo de aquel dolor y miedo que gritaba en silencio.
VARG
Fui capaz de burlarme del miedo; incluso de la misma muerte, hasta que ella me mostró lo aterrador de saber que algún día tendría que dejarla ir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro