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𝟐𝟎. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 20.

El sonido de cascos, ruedas y voces se dispersaban por el patio de armas y las puertas del castillo, mientras que Bel y Maeve corrían entre los sirvientes y mercaderes con cierta diversión, logrando pasar desapercibidas por la guardia, quienes estaban concentrados en las personas que entraban y salían con el abastecimiento para los almacenes del castillo.

Al llegar a las puertas, las dos jóvenes se detuvieron un instante con la respiración agitada, mirando hacia todos lados, y justo cuando una enorme carreta con paja y heno cruzó por las puertas, ellas se escabulleron entre las personas y el bullicio, logrando salir del castillo en medio de risas ahogadas que parecían salir más de Bel que de Maeve.

—¡Vamos, vamos! —susurró Bel con una sonrisa traviesa, tirando de la mano de Maeve.

—Espera. —Ella tiró del brazo de su hermana—. Hay que ir con cuidado de que nadie nos vea.

Bel asintió. —Sí, ¿pero qué hacemos? ¿Vamos hacia la entrada del bosque?

—No, eso está muy lejos, mejor… —Maeve miró hacia atrás, observando las carretas cargadas de sacos de grano, fardos de tela, barriles de vino, jaulas con gallinas y hasta una oveja inquieta que un mercader intentaba tomar para ingresarla al castillo. Entonces, algo en la mente de Maeve pareció encenderse—. Vamos hacia las carretas y vemos lo que hay dentro.

—¿Crees que sea seguro?

—Sí. Esas personas están ocupadas bajando las cosas para llevar dentro del castillo y nadie notará que estamos ahí. Si algo pasa, te tomo de la mano y corremos de vuelta.

—Está bien.

Aprovechando la congestión del momento, ambas corrieron por  aquel camino hasta donde las carretas aguardaban en medio de los gritos de los comerciantes, los chillidos de animales y el crujir de las ruedas de madera que se mezclaban en un caos organizado.

Bel se acercó con curiosidad a una carreta cubierta por una lona y con cuidado, alzó una esquina para mirar dentro; encontrándose con cebollas, sacos de harina y pieles de zorro.

—Ver cebollas no es divertido —murmuró, bajando la lona donde estaba.

—¡Bel! Ven —llamó Maeve desde una enorme carreta que parecía una jaula de acero y madera que se encontraba más adelante.

Al oír la voz emocionada de su hermana, Bel corrió hasta ella, encontrándose con Maeve sosteniendo entre sus brazos un pequeño zorrito de pelaje rojizo que parecía temblar ante el tacto de la joven que lo tenía.

—¡Maeve, qué lindo! —exclamó Bel fascinada, pasando sus dedos por el hocico húmedo del animal que se movía olfateándola—. Mira sus orejas puntaditas. ¿Dónde lo conseguiste?

—Estaba debajo del saco de lana de esa carreta.

Bel extendió las manos y comenzó a acariciar el lomo del zorrito con delicadeza, mientras que Maeve la observaba, analizando con cierta frialdad en su mirada cada movimiento de Bel, para después mirar hacia todos lados.

—¿Crees que si se lo pido a mamá Rous nos dejen quedárnoslo? —preguntó Bel en voz baja, como si estuviera compartiendo un delicado secreto.

—No lo creo —habló Maeve, acariciando también el lomo del zorrito mientras seguía observando a Bel de la misma forma—. Solo tócalo y déjalo. No podemos quedarnos con él.

—Si Varg estuviera aquí, sé que me lo daría si se lo pido.

La mirada de Maeve se volvió más sombría al oír aquellas palabras y sin avisar, le quitó el zorrito a Bel de su alcance para devolverlo a la carreta.

—No siempre te van a dar lo que pidas. Es mejor que lo dejemos.

Bel hizo un ligero puchero, observando cómo el animalito se deslizaba de nuevo entre los sacos, y en ese momento sus ojos brillaron al ver algo que captó su atención en el fondo.

—¡Conejos! —exclamó con entusiasmo, señalando hacia el fondo de la carreta.

—¡Son lindos! —Se inclinó Maeve hacia adelante, viéndolos desde su lugar, para después ver a Bel con el rabillo del ojo—. Lástima que estén tan lejos.

—Yo puedo llegar —dijo, trepándose en la carreta.

—Bel, no…

—Solo será uno —insistió Bel con diversión, mientras Maeve la miraba con un poco de fastidio, pero entonces una sonrisa un tanto maliciosa se dibujó en su rostro, y mirando a todos lados, ella dio un paso atrás, dejándola subirse en la carreta.

—Está bien. Hazlo si quieres.

Bel se arrastró con cuidado dentro de la carreta hasta llegar a la jaula donde había una media docena de conejos blancos, y sintiendo el impulso de tocar el suave pelaje del animalito, ella abrió la jaula y tomó uno con cuidado.

—¡Mira, Maeve! —Con alegría, Bel se arrastró hacia la salida de la carreta—. Es tan suave, parece una nubecita con patas.

Maeve miró a su alrededor por un momento y después dio unos pasos hacia ella para ver al conejo que tenía en las manos, pero antes de que pudiera llegar, el sonido de una cadena chirrió al costado de la carreta y una rejilla de hierro que protegía la carga se deslizó de golpe, dejando a Bel encerrada dentro de la carreta.

—¡Maeve! ¿¡Maeve, qué pasó!? —gritó Bel, dejando el conejo a un lado para estremecer la rejilla con sus manos, mientras Maeve parecía estar paralizada frente a la carreta—. ¡Maeve, ayúdame! ¡Ábrela!

—¡Yo, yo no lo hice! —respondió la joven con cierto temblor, mirando hacia todos lados—. ¡Espera, voy a buscar a alguien!

En ese momento, un sacudón tiró a Bel hacia un lado, solo para darse cuenta de que la carreta se movió como si estuviera apunto de empezar a andar.

—¡Maeve, no me dejes aquí! —gritó Bel, golpeando la reja con las manos abiertas—. ¡Ábrela! ¡Ábrela, por favor!

Ajena al caos que ocurría en su interior, la carreta continuó moviéndose, mientras que los mercaderes ignoraban el bullicio al estar ocupados contando el pago, y asegurándose de que todo estuviera en orden en medio de los gritos de los ayudantes que guiaban a los bueyes y del sonido de los barriles chocando al ser apilados en otras carrozas cercanas para continuar con el camino.

Bel seguía golpeando la reja de hierro con fuerza, en medio de un llanto y gritos que se intensificaban aún más, pidiendo por ayuda al ver cómo está se movía intentando andar, pero nadie miraba hacia la carreta.

—No grites, iré por alguien.

—¡Maeve, vuelve! —gritó Bel con más fuerza, golpeando la rejilla al ver cómo su hermana se alejaba—. ¡No me dejes sola, estoy aquí dentro!

Saliendo por las puertas del castillo en compañía de un grupo de sus guardias, el príncipe Volker dio la orden de despedir al último comerciante, cuando a sus oídos llegó un bullicio en medio del alboroto, del que él alcanzó a distinguir lo que parecían ser los gritos de una mujer.

—¿Qué son esos gritos? —alzó él la mirada hacia el camino donde estaban las carretas, con el ceño fruncido.

Al volver a oír la insistencia de esos gritos, Volker se movió hacia el camino, cuando vio a Maeve acercarse con prisa buscando la entrada del castillo, pero al verlo, ella se quedó paralizada, mirándolo con los ojos abiertos de par en par y una notable palidez en su rostro.

Él la miró de pie a cabeza, hasta que se escuchó como esa misma voz que el había estado oyendo gritó el nombre Maeve, y ella giró su rostro hacia aquel lamento y entonces Volker lo supo.

—¡No la dejen entrar!

Ordenó Volker a los hombres de su formación, mientras corría hacia las carretas junto a otros guardias, a quienes les ordenó que detuvieran el paso de los mercaderes, y siguiendo el sonido de los gritos, pudo ver a la distancia a Bel atrapada en una de las carretas, golpeando la rejilla con insistencia.

—¡Carajos, Bel! —Volker corrió hacia ella—. ¡Detengan esa carreta, ahora!

Dos de los guardias se lanzaron al camino, alzando las lanzas para detener el paso de los caballos que relincharon al intento de detenerse y la carreta se sacudió en ese instante con brusquedad, haciendo que la cadena que sostenía la rejilla cediera.

Con su peso contra la rejilla, esta se desprendió cayendo al suelo, y Bel se precipitó, impactando contra la misma bajo un golpe seco, al mismo tiempo que otra carreta iba directo hacia ella sin frenar.

—¡Bel!

Volker se lanzó hacia el suelo, cubriéndola con su cuerpo justo cuando un guardia se interpuso frente a los caballos y los obligó a frenar, quedando las ruedas de madera a unos centímetros de la espalda del Worwick.

Cuando todo se detuvo, Volker alzó la mirada en medio de un jadeo, escuchando cómo Bel sollozaba bajo su cuerpo, y cuando confirmó que el peligro había pasado, soltó un suspiro de alivio.

—Bel, ya pasó. Ya estás a salvo.

Los sollozos de Bel aumentaron mientras apretaba el brazo de Volker con sus dedos.

—Ya no quiero ver los conejos, ya no quiero —musitó ella en medio de su llanto.

—Sí. Ya vamos a volver a dentro.

Volker levantó el rostro y sus ojos se encontraron con Maeve, quien permanecía junto al guardia como él lo había ordenado. Ella bajó la mirada como si intentara esconder algo, pero lejos de hacerlo, Volker logró percibir en ese gesto algo que no escapó a su ojo.

En medio de la quietud de la habitación, Bel yacía sobre su lecho, adormilada por los efectos del té calmante que el encargado le había pedido a su nana Alira que le preparara, mientras que, del otro lado de la cama, Volker permanecía de pie observando cómo el encargado terminaba de revisar a Bel, asegurándose de que todo estuviera bien con la princesa regente.

—El té comenzará a hacer efecto en unos minutos más —comentó el encargado, dirigiéndose a Alira—. Es importante que estén al pendiente de cualquier dolor o molestia que pueda llegar a presentar.

En ese instante, la puerta de la habitación se abrió y la princesa Rous entró preocupada, ya que ella había acabado de ser informada sobre lo que había sucedido con la joven.

—Sobrino. —Rous caminó hacia Volker, observando a Bel en la cama—. Me acaban de dar aviso de lo que sucedió en las puertas del castillo.

—Tranquila, tía, todo está bajo control.

—Encargado —habló Rous, viendo al hombre moverse hacia ella—. ¿Cómo está la princesa regente? ¿Le sucedió algo grave?

—Afortunadamente no, su alteza. La princesa regente sufrió un golpe por la caída y otro más leve en la cabeza al chocar contra la rejilla que se desprendió de la carreta, pero gracias a los dioses no fue a mayores, así que ordené que le suministraran un té de pasiflora para que la hiciera dormir mientras alivia el dolor de los golpes y también le facilitaré unos ungüentos para que se apliquen durante los siguientes días.

—Gracias, encargado. —Rous se dirigió a la señorita Alira—. Por favor, Alira, acompañe al encargado para que le dé los ungüentos y le diga cómo aplicarlos.

—Sí, mi princesa.

Alira asintió, saliendo de la habitación junto con el encargado, y una vez solos, Rous se volvió hacia Volker, quien permanecía junto al lecho con la mirada fruncida sobre Bel.

—¿Qué sucedió realmente, Volker?

Volker respiro hondo antes de responder. —Aún no lo sé con certeza, tía. Cuando salí a supervisar el cierre del abastecimiento, para terminar de alinear a la guardia y asegurarme de que los mercaderes terminaran su entrega sin incidentes, fue cuando escuché los gritos y al acercarme, la vi.

—¿A Bel?

Volker asintió, volviendo la mirada hacia su tía.
—Sí. Ella estaba atrapada dentro de una de las carretas.

—¡Por los dioses!

—Ordené a la guardia que detuviera las carretas que ya se movían, mientras ella golpeaba la rejilla para intentar liberarse, pero antes de eso vi a la hermana.

Rous frunció el ceño. —¿A Maeve?

—Sí.

—¿Qué hacía Maeve ahí?

—No lo sé, pero cuando oí el bullicio y fui a ver qué sucedía; la encontré escabulléndose entre los guardias como si quisiera entrar al castillo sin que nadie la viera, y cuando ella me vio, se paralizó, y puedo jurar que lo que vi en sus ojos fue miedo.

—Espera, Volker, ¿me estás diciendo que Maeve iba a entrar y dejar a Bel ahí encerrada?

Volker negó con la cabeza. —No tengo certeza de eso, tía, porque cuando cargué a Bel para traerla hasta acá, le pregunté por qué no se había acercado a un guardia y ella dijo que lo haría, que cuando me vio iba a ir por ayuda, pero en lo personal no le creí, porque justo ella estaba cruzando entre la guardia cuando intentaba entrar al castillo en silencio.

—¡Por los dioses! —Rous suspiró, indignada—. No puedo creer que si tú no hubieras llegado, ella…

—No lo diga, tía. No lo diga. Pero lo cierto es que si algo le hubiese pasado a Bel mientras yo estoy al frente del castillo, estoy seguro de que Varg me lo reclamaría.

—Lo sé, y sé que podría ser desastroso. Gracias a los dioses esto no llegó a mayores.

—Es correcto —Volker pasó junto a Rous, caminando hacia la puerta—, pero lo que sí es seguro es que Varg debe saber lo que pasó, tía. Yo esperaré a que Bel despierte para preguntarle cómo sucedieron las cosas y si su hermana tuvo algo que ver, Varg lo sabrá. Si su hermana intentó dejarla ahí, por el motivo que sea, Varg tiene que sacarla de aquí, y Bel debe entender que es por su bien, por muy familia que sea. Por ahora interrogaré a los mercaderes.

—¿Qué hiciste con ellos?

—Están en las celdas. Les interrogaré para que me den su versión de lo que sucedió, pero no moveré un dedo hasta que Bel despierte y me diga en sí qué fue lo que pasó.

—Bien —Rous asintió, observando a Bel—. Gracias por todo esto, sobrino, y créeme que yo también haré mis preguntas.

Volker volvió su mirada hacia Bel una vez más y después abrió la puerta para salir de la habitación.

—Volveré más tarde.

Sentada sobre el amplio mueble de su sala, Lady Dita leía con cuidado un pequeño libro en compañía de una taza de té, ignorando en ese momento lo que había sucedido con su sobrina, mientras que Maeve yacía en uno de los sillones frente a ella con un libro abierto sobre las rodillas, con la mirada agachada pero ligeramente perdida en un punto del suelo, al tiempo que sus dedos jugaban con el borde de la hoja.

En medio de su silencio, ella intentaba parecer calmada, como si su hermana no hubiese estado a punto de ser llevada lejos del castillo hacia cualquier lugar desconocido en una carreta, pero en ese momento la puerta se abrió, rompiendo la tranquilidad de aquel lugar.

—Lady Dita —Rous entró cerrando la puerta de la sala, al tiempo que las mujeres frente a ella se colocaban en pie.

—Princesa Rous. ¿Qué…?

—Necesito hablar con su sobrina, ahora y delante de usted.

Lady Dita frunció el ceño, girando su mirada hacia Maeve.
—¿Sucede algo?

—Eso mismo quiero saber yo —Rous se dirigió directo hacia Maeve—. ¿Qué fue lo que hiciste?

Maeve tragó en seco, dando un paso hacia atrás. —¿A qué se refiere, princesa?

—No juegues conmigo, Maeve —Rous avanzó un paso hacia ella—. ¿Qué fue lo que pasó hoy con Bel?

—¿Princesa, qué es lo que sucede? —intervino Dita, buscando una explicación—. ¿Qué está sucediendo con Bel?

—Bel fue encontrada por el príncipe Volker Worwick encerrada en una carreta de un mercader que aguardaba fuera del castillo y que justo en ese momento estaba moviéndose para partir de aquí.

Rous mantuvo su mirada fija en Maeve mientras hablaba.

—Cuando intentaron detener esa carreta, la rejilla que encerraba a Bel dentro de ese lugar cayó al suelo junto con ella, y ella no solo se golpeó, sino que también estuvo a punto de ser arrollada por las ruedas de otra carreta que estaba frente a ella. Si Volker no hubiera estado allí, quizás Bel no estaría con vida ahora.

Un silencio helado se sintió en la sala, y Lady Dita no tardó en dirigirse a su sobrina para exigirle una respuesta a eso tan horrible que Rous había acabado de contar.

—¿Qué es lo que está diciendo la princesa Rous, Maeve?

—Yo, yo no tuve nada que ver en eso, lo juro.

—Tú estabas ahí, y Volker te vio entrando con prisa al castillo.

—Yo iba por ayuda…

—Tenías la guardia a un paso de ti, pero en su lugar intentaste escabullirte entre los soldados para entrar al castillo. Si Volker no te ve, quizás Bel estaría en cualquier lugar desconocido en este momento.

—Maeve, ¿es cierto eso? —Dita encaró a su sobrina—. ¿Pretendías dejar sola a tu hermana en ese lugar?

—No —susurró con la voz quebrada.

—¡Responde!

—¡Yo no hice nada! ¡Bel se metió sola en esa carreta porque quería ver un conejo, y cuando vi lo que estaba pasando me dio miedo, me paralicé, y lo que se me ocurrió fue ir a buscar a la princesa!

Un silencio abrumador se escuchó en la sala, al tiempo que Maeve caía en el mueble sollozando mientras apretaba la falda de su vestido como si quisiera rasgarlo.

—Pues más te vale que lo que digas sea cierto, y ojalá que por los dioses, tú no hayas tenido una mala intención con tu hermana, porque de ser así, cuando Bel despierte lo sabremos, y si de alguna forma resulta que tuviste algo que ver con esto, el príncipe regente lo sabrá, y si él decide expulsarte del castillo, yo estaré de su lado para que la voz de Bel no te proteja.

Tras aquella sentencia, Rous abandonó la habitación, dejando a Lady Dita pasmada, observando a su sobrina, mientras esta seguía llorando con los puños de sus manos apretados.

—¿Tú hiciste esto, verdad?

—¡No! —gritó, levantándose del sillón.

—¡No me hables en ese tono, niña!

—¡Entonces ya dejen de acusarme! ¡Siempre es ella! —reclamó, apretando los dientes—. ¡Siempre es Bel la que se cae, la que llora, la que todos corren a salvar, y yo siempre soy la que tiene la culpa de lo que ella se busca por estúpida y por idiota, y ya me tiene harta!

Maeve corrió para salir de la habitación, mientras su tía Dita la llamaba.

—¡Maeve Hadmmon, vuelve aquí! —la joven salió de la sala estrellando la puerta—. ¡Maeve!

Al quedarse sola y con la palabra en la boca, Lady Dita apretó los puños con rabia, intentando respirar profundo, sintiendo una enorme frustración en su pecho, porque en el fondo, la mujer sentía que Maeve sí tenía mucho que ver en lo que a Bel le había sucedido.

Y esta vez, quizás su rabia había llegado demasiado lejos.

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