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𝟐. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 2.

DESPUÉS DE ELLA


—Bajo ningún motivo aceptaré que Maeve cuide de mi hijo, madre. Así que dígale que se vaya. —recalcó Varg, sentado en el escritorio de su sala privada con la mirada fija en sus pergaminos.

—No te preocupes hijo, yo ya lo hice —aclaró Rous de pie  junto a él, observándolo mover papeles como si estuviera buscando algo.

—Le agradezco eso madre. Así que, por favor, busque algunas nanas para que la ayuden.

—Está bien, mi vida, como tú digas —Rous se acercó a Varg y con cuidado detuvo el movimiento de su mano para que parara por un momento—. Pero, por favor, hijo; no hagas esto más ¿sí? Sé que te quedas aquí hasta tarde, bebiendo vino y metido en estos papeles, así que por favor cuídate. Yo sé cuánto te ha dolido todo esto, pero recuerda que ya hay alguien más que necesita que seas fuerte.

Tras aquellas palabras sin respuestas, Rous se inclinó hacia su hijo y le depositó un beso en la frente antes de salir de la sala.

Al quedar solo, Varg permaneció quieto unos segundos, con la mirada perdida en la mesa, hasta que giró su rostro hacia la pila de libros en la esquina de su escritorio. Él se levantó de la silla, se dirigió hacia ellos, y tomando el primer libro entre sus manos comenzó a ojearlo y a sacudirlo como si estuviera buscando algo, y así continuó con los demás libros que estaban en la mesa, hasta que en medio de su búsqueda, el sacudió otro libro y de entre sus páginas,  una hoja suelta cayó flotando al suelo.

Varg se agachó y tomó aquella hoja entre sus dedos, y al leer dicha hoja amarilla y desgastada con más detenimiento, su mirada se suavizó sin perder ese aire fatalista que le causaba tener aquel papel entre sus manos, porque esa era la hoja que faltaba en el libro que él le había leído a Bel aquel día bajo el árbol de roble del jardín del castillo.

Recostada en el mueble de la sala privada, Bel comenzó a despertar, y sus ojos comenzaron a moverse en un esfuerzo por abrirse poco a poco, sintiendo la suavidad del cojín bajo su cabeza, hasta que abrió los ojos, y tras parpadear débilmente, lo vio a él frente a ella, sentado en la pequeña mesita junto al mueble.

El recuerdo de él sosteniendo una daga contra ella para atacarla la golpeó al instante, y el miedo volvió a apoderarse de su cuerpo.

—¡No! —Bel intentó incorporarse, pero al sentirse débil, se sobrecogió en el mueble.

—Oye, oye. Tranquila.

Bel se quedó inmóvil, sintiendo como su pecho subía y bajaba con dificultad, mientras lo miraba.

—Solo quería un libro, lo juro.

—Y casi consigues una daga en tu garganta. ¿Acaso nadie te ha dicho que no puedes entrar a lugares privados sin permiso?

Al oír el tono frío de su voz, Bel le torció los ojos a Varg, y le apartó la mirada diciendo: —Qué grosero.

Lejos de molestarse por el gesto de Bel, Varg frunció el ceño, mientras una leve sonrisa amenazaba con formarse en su rostro por la falta de respeto de la jovencita frente a él.

—Está bien. Lamento haberte intentado matar.

—Eso no sonó sincero.

—No lo fue.

—¡Oye!

Él suspiró con cansancio. —Ya deja de alegar, niña. La sala privada de un castillo no es una biblioteca; los libros que encuentres aquí no son para leer antes de dormir.

Bel bufó, haciendo un sonido con sus labios, mientras se dejaba caer de nuevo contra el respaldo del mueble.

—Me siento mal. Quiero ir a mi habitación.

Ella intentó levantarse del mueble, pero antes de que pudiera moverse del todo, sintió la mano de Varg sujetar con fuerza su muñeca, obligándola a quedarse en su sitio.

—No. —Varg se colocó en pie, mirándola desde su altura, mientras que ella le sostenía la mirada con cierta molestia.

—¿Por qué no?

—Porque me diste un susto del demonio y un encargado debe verte, así que esperas aquí hasta que llegue uno de ellos con tu tía, y no me contradigas.

Un extraño silencio se sintió en la sala tras la orden de Varg, mientras Bel lo observaba servir un poco de agua en una copa, que después él le extendió.

—Toma.

La mirada curiosa de Bel no se apartó de Varg mientras recibía la copa en su mano y bebía un sorbo de esta.

—¿Ya te sientes mejor?

Bel bajó la copa y asintió, dejando ver sus mejillas infladas de agua, aún sin tragar.

—Por los dioses —musitó él rodando los ojos.

La puerta de la sala se abrió en ese momento y un encargado entró, seguido de Lady Dita, Lady Maeve y la princesa Rous.

Lady Dita corrió hacia el mueble donde estaba su sobrina, mientras Varg retrocedía con calma hasta su escritorio y se recostaba en la orilla de este, observando la escena sin  expresión alguna en su rostro.

—Bel, hija, ¿estás bien? —preguntó Lady Dita, inclinándose sobre ella.

—Sí, tía.

—¡Por los dioses, Bel! —murmuró la mujer en medio de un ligero suspiro de alivio—. ¿Qué hacías en este lugar? Esta es la sala privada del rey regente, y nadie más que él, o a quien él autorice puede entrar aquí.

—Lo siento, tía. Yo sé que fui imprudente al hacer eso, pero juro que solo quería un libro, así que cuando entré y vi los libreros, pensé que encontraría uno.

—No vuelvas a hacer algo como esto, ¿quedó claro?

Bel asintió mientras era consentida por su tía, al tiempo que el encargado examinaba a la joven.

—Lamento mucho la imprudencia y el comportamiento infantil de mi hermana, príncipe —dijo Maeve, acercándose con sutileza al lado de Varg, pero, a pesar de oír sus palabras, él no se inmutó en mirarla—. Parece que mi hermanita nunca sabe comportarse y termina haciendo un caos, causando problemas innecesarios.

Varg miró a la joven de reojo y frunció el ceño con ligereza, entendiendo el tono despectivo en sus palabras.

—No exagere, Lady. Ella solo quería un libro; no es para tanto.

Maeve miró a Varg ante su comentario, sintiendo la clara desaprobación en sus palabras, y sin poder descifrar en su rostro si en realidad él estaba molesto o no, se apresuró a corregirse.

—Bueno, al menos esto no lo ha molestado —dijo ella, tanteando su reacción, pero no encontró nada.

Varg solo asintió sin decir más, manteniendo su atención en las mujeres en el mueble, ignorando por completo cualquier otro comentario, mientras Maeve se quedaba en silencio, un tanto incómoda sin saber qué más hacer.

Mientras el encargado seguía examinando a Bel y Rous estaba al lado de la joven, Lady Dita se acercó a Varg, y haciendo una ligera reverencia, dijo:

—Mi príncipe, le pido mil disculpas por este inconveniente en su lugar privado de trabajo.

—No se preocupe, Lady Hadmmon. Esto fue mi culpa.

Ante aquellas palabras, Bel levantó la mirada con sorpresa, al no esperar que él se culpara de su imprudencia.

—Ella solo quería un libro, y creo que eso no es un asunto grave. Fui yo quien pensó que un intruso había entrado aquí, y terminé haciendo que se desmayara del susto, al ver que estuve apunto de atacarla con una daga. Así que le pido excusas por este incidente.

Lady Dita quedó sorprendida por la forma seria pero cordial en la que Varg había tomado el asunto, así que se inclinó con ligereza ante él en señal de agradecimiento.

—Gracias por su comprensión, mi príncipe, pero aun así, le aseguro que esto no volverá a repetirse.

Varg asintió y le dedicó una sonrisa educada a la mujer, antes de que el encargado que revisaba a Bel interviniera.

—Lady Hadmmon, su sobrina sigue demasiado fría, así que ordenaré que preparen su té medicinal. Lo mejor será que Lady Bel regrese a sus aposentos y descanse para evitar otro episodio.

—Claro que sí, encargado —Dita se dirigió a Maeve: —Hija, ayúdame a llevar a tu hermana a sus aposentos.

Entendiendo que Bel estaba muy débil para caminar por sí sola y siendo el único que podría ayudar, Varg intervino.

—No se preocupe, Milady. Yo la llevaré.

Varg tomó el libro que Bel había dejado caer al suelo cuando sufrió el ataque en el escritorio, y tras incorporarse, se lo entregó a la mujer, diciendo:

—Este es el libro que su sobrina tenía en las manos cuando se desmayó. Puede devolverlo cuando lo termine de leer.

La mujer recibió el libro en sus manos. —Gracias, príncipe.

Varg se acercó al mueble donde Bel aún estaba recostada, y sin mucho esfuerzo, la cargó en sus brazos, asegurando que su peso descansara completamente en él, mientras Maeve observaba la escena con cierta molestia en su mirada.

Al dirigirse a la puerta, Rous la abrió para que él pudiera salir sin dificultad, y antes de seguir a su hijo, se dirigió al encargado y dijo:

—Por favor, que el té de la niña Bel sea llevado a sus aposentos, encargado.

El hombre asintió con una reverencia, acatando las órdenes de la princesa, y salió de la sala junto a las mujeres que siguieron a Varg por el pasillo.

—Espero que el príncipe no esté realmente molesto con esto —murmuró Dita con preocupación.

—No se preocupe, Lady. Conozco a mi hijo molesto y puedo asegurarle que no lo está.

Mientras avanzaban por los pasillos, Bel dejó caer su cabeza contra el hombro de Varg, aferrándose a él con fuerza, y desde su posición comenzó a apreciar la marcada línea de su mandíbula, el puente recto de su nariz, junto a los mechones de cabello blanco que caían sobre su frente.

Al darse cuenta de que estaba mirando de más, Bel bajó la mirada al recordar que él iba a ser el esposo de su hermana y que no debía mirarlo de esa manera tan detallada, y en impulso típico de su persona, ella apretó los ojos con fuerza para obligarse a no verlo, y así se mantuvo durante todo el resto del camino hasta que llegaron a la habitación.

Lady Dita abrió la puerta de los aposentos y Varg entró, dirigiéndose hasta la cama, donde con mucho cuidado, él la recostó sobre el lecho, y en ese momento, ella abrió los ojos, encontrándose con la mirada azul gélida del príncipe por un instante, antes de que él apartara la vista, rompiendo el contacto con la misma indiferencia de siempre.

—Gracias por la ayuda, príncipe —dijo Dita, colocándose al lado de su sobrina.

Varg enderezó su postura, y dejando en claro que no fue una molestia, él dirigió su mirada hacia la cómoda junto a la cama, y observó varias muñecas talladas en madera con coloridos vestidos de lino.

—Espero que Lady Bel se recupere pronto.

El Worwick se giró con calma y se dirigió a la puerta, pasando por el lado de Maeve sin determinarla, mientras ella lo siguió con la mirada hasta que la puerta de la habitación se cerró.

—El príncipe dijo que podías leerlo, pero debes devolverlo cuando lo termines —murmuró Dita, colocando el libro en las manos de Bel.

Bel sonrió, pasando los dedos por la cubierta. —Ya que él no está, gracias, princesa Rous, por el libro.

Rous sonrió. —Léelo con calma y no te afanes. Ahora descansa, pronto te traerán tu té.

Bel asintió, abrazando el libro contra su pecho mientras su tía le acomodaba las mantas, y aunque ella cerró los ojos con la intención de descansar, y olvidarse de lo que había sucedido, su mente aún estaba atrapada en la imagen del hombre que la había llevado a sus aposentos en brazos.

La tenue luz de la mañana iluminaba la habitación a través de las cortinas, mientras Maeve se encontraba frente al espejo, aún en bata de dormir, deslizando un pequeño peine blanco por su largo cabello, cuando la puerta se abrió, y a través del espejo ella vio a su tía Dita entrando en la habitación.

—Buenos días, tía —saludó Maeve, viendo la figura de su tía a través del reflejo.

—Maeve, hija, ¿por qué no te has arreglado aún?

—Aún es temprano, tía —dijo, terminando de peinarse—. Además, primero debo tomar el desayuno.

—Pues los planes han cambiado. —La  mujer, se dirigió al baúl donde estaban los vestidos de Maeve—. Recuerda a lo que vinimos aquí. La princesa Rous me acaba de comunicar que nos solicita a ambas en el comedor del castillo para desayunar con el príncipe Varg.

Maeve dejó el peine sobre la mesa y se giró con interés. —¿En serio, tía?

—Sí.

—¿Bel no irá? —preguntó, retirándose la cubrebata de los hombros.

—No. Tu hermana ya tomó su desayuno en sus aposentos y ahora está en el jardín con Alira —dijo la mujer, sacando varios vestidos del baúl.

—Pues qué bueno que no estará ahí.

Dita miró a su sobrina. —¿Por qué dices eso de tu hermana?

—No es por nada malo, tía —Maeve bajó la mirada con pena fingida—. Solo que ya vio usted lo que ella hizo ayer, y no necesito que vuelva a hacer algo parecido en el desayuno para que termine otra vez siendo el centro de atención del príncipe.

—De todos modos, no hagas ese tipo de comentarios —le advirtió—. Sabes bien cómo es tu hermana, y una cosa no tiene nada que ver con la otra, así que no te preocupes. Ahora ve a alistarte.

Maeve tomó un vestido que su tía le extendió y lo dejó sobre la cama para después dirigirse emocionada al cuarto de baño, sabiendo que finalmente tendría un momento a solas con el príncipe Varg, donde procuraría tratar de caerle en gracia.

El príncipe Varg cruzó las puertas del castillo a lomos de su equino de pelaje blanco esa mañana temprano, tras haber pasado parte de la madrugada atendiendo una urgencia en los puertos de Dunkelheit.

Al bajar de su equino en el patio de armas, lo entregó, indicando que lo llevaran a descansar y le dieran agua y comida. Una vez se llevaron al caballo, Varg comenzó a hablar con un guardia mientras se dirigía hacia el interior del castillo, dando indicaciones sobre lo que había sucedido en el puerto.

Al llegar al jardín, el guardia se reverenció y se alejó del príncipe, quien comenzó a  avanzar hacia el interior del castillo, hasta que sus ojos se fijaron en Bel, quien estaba sola, y sentada con un libro sobre sus regazo bajo el árbol de roble en el jardín.

Él miró a todos lados, pensando que alguien debía estar cerca acompañándola, pero al no ver a nadie, volvió a fijar su mirada en ella. Por un momento él dudó en si debía acercarse o no, pero al final sus pasos lo guiaron hacia ella.

—¿Valió la pena?

Bel se sobresaltó y alzó la mirada con los ojos abiertos, encontrándose con Varg frente a ella.

—¿Siempre va a asustarme así? —preguntó con una sonrisa, pero él continuó en su posición distante.

—Me refería al libro. ¿Valió la pena arriesgarse por él?

—Sí —respondió ella al instante, volviendo su atención a la lectura.

Varg asintió en silencio, y tras echar otro vistazo a su alrededor, preguntó:

—¿Estás sola?

—No. Bueno, sí. Pero no. —Él entrecerró los ojos al escuchar las contradicciones de ella—. Es que mi nana estaba aquí, pero le pedí que me hiciera un favor y se fue. Pero ahora vuelve.

—No creo que haya sido buena idea dejarte sola.

—Estoy entretenida. Y ahora usted está aquí.

Al oír las últimas palabras de Bel, Varg arqueó una ceja por la clara insinuación de que él estaba ahí para cuidarla, pero  aunque él no lo veía así, no respondió, y en su lugar, él tomó asiento sobre el césped, a cierta distancia de ella, y Bel lo observó de reojo, mientras él se sentaba un poco más lejos de su lado.

—¿Estaba afuera del castillo?

—Sí.

—¿Por qué?

—Tenía asuntos que atender en el puerto.

—Pensé que se había quedado afuera y tuvo que esperar a que amaneciera para que le abrieran la puerta —dijo ella, sin despegar la vista de su libro.

Varg la miró incrédulo. —¿Qué?

Bel sonrió, y sin previo aviso, ella se acercó a él más de lo que cualquiera se atrevería, y colocó el libro que estaba leyendo en las manos de él, mientras Varg observaba en silencio cómo ella invadía su espacio personal sin permiso, pero a pesar de que eso no era de su agrado, él no dijo nada.

—Parece que a este libro le falta una hoja —comentó Bel, señalando el espacio donde se notaba que una página había sido arrancada.

Varg bajó la mirada al libro, analizándolo. —Sí, eso parece.

—Creo que tendré que imaginar lo que sucede en esa parte —dijo, tomando el libro de vuelta—. Estoy leyendo lo más rápido que puedo, así que le pido que me tenga paciencia.

—¿Por qué te tendría paciencia?

—Para devolverle el libro. No es mío.

—No lo necesito de vuelta por ahora. Así que solo léelo.

—¿En serio? —Los ojos de Bel brillaron con emoción.

—Sí.

—Gracias. —Ella volvió su mirada al libro.

—Por lo que veo, ya te sientes mejor.

—Un poco, aunque aún me duele el cuerpo.

—¿Siempre es así?

—Sí, pero estoy bien. —Bel pasó una página del libro—. Algún día ya no sentiré más ese dolor.

Las palabras de Bel hicieron que Varg enfocara su mirada en ella con extrañeza al notar un tono sombrío en su voz, pero él no insistió.

—Espero que te recuperes pronto y que no vuelvas a sentir ese dolor.

Bel sonrió, sabiendo que eso no iba a suceder, y cambiando de tema, preguntó:

—¿Le puedo pedir un favor, señor? —Él la observó en silencio—. Quiero imaginar lo que falta en esta parte. ¿Podría leerme un poco lo que viene después para hacerme una idea?

Ella colocó de nuevo el libro en las manos de Varg, y él lo sostuvo con cierta sorpresa por aquella solicitud, y aunque él no había dado indicios de que quería leer para alguien, el príncipe acomodó el libro en su mano y comenzó a leer desde el párrafo que ella le había indicado.

Bel se acostó sobre el césped, observando las nubes en el cielo mientras la voz grave de Varg llenaba sus oídos con las palabras de la historia:

"Ella dormía atrapada en lo que parecía ser una fortaleza de cristal, pensando en aquel caballero sin rostro que había irrumpido durante la noche para disipar sus miedos, pero él no llegaba, y ella empezó a pensar que él solo existía en su imaginación, pero a pesar de aquel dolor que estremecía su cuerpo u cortaba su respiración, ella cerraba los ojos y esperaba; ella esperaba el momento en que el sueño y la realidad se volvieran uno solo".

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