
𝟏𝟗. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 19.
Días después de la partida del príncipe Varg hacia Baios, la nieve continuó cayendo sobre todo el reino de Dunkelheit y el ambiente gélido comenzó a invadir con más fuerza cada rincón del castillo.
Durante aquellos días, Bel estuvo rodeada de la compañía de su tía Dita, de Lady Zoralis, de Lady Kara, de la princesa Arlette y, por supuesto, de Rous, quienes le ofrecieron compañía constante, mientras que a su alrededor, los hombres de la familia Worwick mantuvieron una rigurosa vigilancia, donde la custodiaban cuando ella deseaba caminar por los jardines o cuando pedía presenciar los enfrentamientos junto con las demás en el patio de entrenamiento, pero para su pesar el día en el que debía despedirse de las personas que la hicieron sentir en compañía durante aquellos días, llegó.
El príncipe Ludger, acompañado del príncipe Neith y del príncipe Tanatos, se marcharon unos días después hacia sus gubernaturas, llevándose consigo a la princesa Arlette, a Lady Kara y a Lady Zoralis, mientras que, poco a poco, el castillo comenzaba a impregnarse de un aire gris bajo la intensa nieve que aún continuaba cayendo.
Una vez los demás se marcharon, Hypnox y Rous se hicieron cargo de la estabilidad del castillo, del cuidado de Bel y fieles a las peticiones de Varg de estar muy pendientes de ella, ambos se turnaban para velar por la joven, vigilando tanto su seguridad como su ánimo.
Fue entonces cuando el movimiento del castillo había cesado un poco, que Maeve se acercó a su hermana intentando en ocasiones quedarse a solas con ella, pero Bel nunca estaba sola entre la compañía de su nana Alira, Rous o Hypnox, y la mayoría de las veces era llevada a la sala privada del rey, donde Maeve solo tenía permitido entrar por órdenes del mismo regente que no se encontraba en ese momento, y al ver frustrados todos sus intentos por acercarse a Bel, la joven desistió de seguirla buscando.
Durante los días que permaneció en el castillo antes de volver a su gobernación en Ateckdra, el príncipe Hypnox decidió mantener las puertas abiertas para verificar el abastecimiento de grano, leña, plantas medicinales para los encargados, telas cálidas y víveres de todo tipo, y así preparar el castillo para resistir las siguientes semanas hasta el regreso del regente, ya que una vez llegó el momento en el que Hypnox partió de la fortaleza, las puertas del castillo se cerraron para no volverse a abrir hasta la llegada de Varg, como él lo había ordenado.
El bullicio en los pasillos del castillo menguó. Las voces, los pasos, las conversaciones en la sala privada se desvanecieron lentamente, hasta que el castillo mismo pareció entrar en un letargo bajo un ambiente gris mucho más espeso, que opacaba cada uno de sus rincones junto a ese frío que no cedía, y junto con ello, Bel, quien comenzó a sentir la soledad en aquel inmenso lugar que era solo para ella.
Poco a poco, ella comenzó a salir menos de sus aposentos, hasta el punto de ya no querer abandonarlos, y aunque Varg enviaba comunicados con regularidad informando a su madre de su progreso y dejando tiernas palabras escritas para Bel, donde le aseguraba que su regreso estaba cerca, la sensación de soledad no la abandonaba y día tras día, su ánimo se apagaba un poco más.
Ella dejó de asistir al comedor a tomar el desayuno o la cena, y del plato que le llevaban a sus aposentos apenas probaba bocado, que su nana Alira hacía que comiera para que su salud no desmejorara. Bel pasaba las horas en su cama, oculta bajo las sábanas, mientras dormía envuelta en los camisones de Varg, aferrándose a su aroma como si eso la ayudara a sentir que podía mantenerlo a su lado en medio de una melancolía leve que solo desaparecía cuando lograba conciliar el sueño.
Aquella mañana, una lluvia helada y persistente que caía desde la madrugada aún golpeaba los cristales de las ventanas, mientras que los pasillos del castillo permanecían vacíos, solo con la presencia de la ronda habitual de la guardia, pues el frío había obligado a los pocos miembros de la familia a refugiarse en sus aposentos para entrar en calor.
Era la hora tercia de ese día, la señorita Alira entró a la habitación de Bel con unas sábanas y mantas limpias entre los brazos, encontrando a su niña sentada junto a la mesa del té, con la mirada fija en la ventana, observando cómo la lluvia se deslizaba por el vitral, mientras que sobre la pequeña mesa, el desayuno que le habían llevado permanecía intacto, y la señorita Alira se percató de esto.
—Mi niña Bel —habló la mujer, colocando las telas sobre una de las cómodas—. ¿Por qué no has comido nada? Se te va a enfriar el té.
—No tengo hambre, nana —respondió ella en voz baja, sin apartar la vista de la ventana.
—¿Qué pasa, mi niña? —Alira se acercó a ella al percibir la melancolía en su voz—. Ya no quieres salir, ni arreglarte, ni comer. —La mujer se sentó a su lado—. ¿Qué sucede?
—Es que no quiero, nana. No tengo ganas.
—¿Es porque extrañas a tu esposo?
Ella asintió casi sin ganas, mientras que sus ojos comenzaron a humedecerse una vez más.
—Él me dijo que no se iba a demorar. Todos se fueron y él aún no ha vuelto, y yo me siento sola. Yo sé que mi tía Dita y mamá Rous están aquí conmigo, pero yo quiero que Varg vuelva.
Alira suspiró hondo, sintiendo una punzada en el pecho por el quiebre de la voz de su niña y levantándose de la mesa, caminó hasta el buró, tomó el peine de Bel en su mano y volvió junto a ella para comenzarla a peinar como a ella le gustaba.
—Entiendo que te sientas triste, pero créeme, el príncipe volverá en cualquier momento, y no creo que cuando tu esposo regrese, le guste encontrarte triste y de mal semblante.
—Es que yo sé que aún no va a volver, o si no ya lo hubiera dicho en sus cartas.
—¿Y qué tal si te quiere dar una sorpresa y por eso no ha dicho nada en sus comunicados? —Alira continuó peinando el cabello de Bel.
—No quiero sorpresas —Bel apretó los ojos—. Yo solo quiero que venga.
Alira deslizó el peine por el cabello de Bel y al retirarlo, observó con atención al percatarse de los mechones de cabello que se habían venido entre los dientes del peine, y su rostro palideció, sabiendo bien qué significaba que su niña estuviera perdiendo más cabello de lo normal.
La mujer tragó en seco y antes de que Bel se diera cuenta, ella arrancó los cabellos del peine, los hizo bolita y los metió en la palma de su mano, para volver a sentarse junto a su niña en la mesa.
—Tú sabes que tu esposo es un hombre muy importante y con deberes que atender, pero eso no significa que no esté ansioso por volver. Tú sabes que él te quiere, y mucho.
—Varg no me quiere, nana —dijo ella de pronto, con la voz quebrada, dejando perpleja a Alira—. Él no me quiere como yo lo quiero, y no me necesita como yo lo necesito.
—¿Por qué dices eso, mi niña? ¿De dónde sacas eso?
—¡Porque ellas tienen razón! —Bel miró a su nana.
—¿Quiénes?
—Ayer, antes de dormir, quise ver a mi tía Dita, y cuando llegué a su sala, escuché a Maeve decirle que yo no salgo de aquí porque estoy triste, porque Varg no está, y dijo que era penoso saber cómo podía estar llorando por él, cuando si él me quisiera de verdad, me habría llevado con él o no se tardaría tanto en volver; y es verdad, nana —Bel rompió en llanto—. ¡Es verdad!
—Eso no es cierto, mi niña. —Alira se acercó a Bel y la abrazó con fuerza para tratar de consolar su llanto—. El príncipe te explicó muy bien por qué no te llevó, ¿no es así?
—Sí.
—Entonces confía en lo que él te dijo, y no en lo que digan los demás.
—¡Es que yo no soy estúpida, nana! —gritó Bel con frustración, zafándose de Alira—. Puede que Varg me quiera un poquito, pero no como yo lo quiero a él, y… —su voz se quebró aún más— y ahora que él no está, me siento molesta, porque sé que no tengo mucho tiempo y que yo me voy a ir antes que él.
—Mi niña, ¿pero qué cosas dices?
—¡Solo quiero decir lo que siento, nana! Estos días sola en este lugar me han mostrado que yo no podría vivir sin él, y me duele porque yo sé que él sí puede vivir sin mí.
Alira no pudo contenerse más ante el sufrimiento de su niña y la abrazó con fuerza, mientras intentaba que ella no se diera cuenta de sus propias lágrimas.
Bajo la tenue llovizna que quedó tras la tormenta que había caído durante la mañana, una formación militar de soldados con capas verde menta avanzaba por el camino encharcado que conducía hacia el castillo Worwick, al tiempo que eran guiados por un caballo blanco que les abría el paso hacia las puertas de la fortaleza.
Dentro de la sala privada del castillo, la princesa Rous le hacía compañía a Bel, después de que ella quisiera arreglarse y bajar hasta la sala donde tomó lugar en el escritorio de Varg para escribir un comunicado dirigido a él, al saber que en cualquier momento el príncipe enviaría una para ella.
Al mismo tiempo, Rous permanecía tranquila en uno de los sillones con un libro en mano y una taza de té caliente sobre la mesita de centro, pero en ese momento la puerta del lugar se abrió, dejando ver al lord consejero, quien se reverenció ante su princesa regente al entrar en la sala.
—Princesa Rous.
La Vikernes colocó el libro a un lado, mientras que Bel prefirió continuar escribiendo. —Dígame, lord.
—Se me ha dado aviso de que una formación de soldados se acerca a las puertas del castillo con prisa.
Al oír las palabras del lord, Bel alzó la mirada dejando la pluma a un lado. —¿Es Varg?
—No, mi Lady.
Bel bajó la mirada con pesar, volviendo su vista al papel.
—¿Entonces a quién pertenece esa formación, lord? —Rous se levantó del mueble.
—Al príncipe Volker, princesa.
Bajo la orden de la princesa Rous, las grandes rejas del castillo se abrieron de nuevo y la formación militar, guiada por el príncipe Volker, ingresó a la fortaleza. Una vez el Worwick descendió de su caballo, fue guiado hacia la sala privada del rey, mientras que su formación aguardaba en el patio de armas a la espera de las nuevas ordenanzas.
Una vez llegaron, el consejero de Varg abrió la puerta y el Worwick entró a la sala, encontrándose con una curiosa jovencita sentada en el escritorio del rey y con su tía Rous en el mueble, quien al verlo lo recibió con entusiasmo.
—Sobrino, qué bueno tenerte por aquí —dijo, bajo un cálido abrazo.
—Tía, también es un gusto para mí verla —Volker le regaló una sonrisa de medio labio a su tía.
—Dime, sobrino, ¿qué te trae por Dunkelheit?
—Bueno. —Él comenzó a retirar sus guantes de cuero—. Yo tenía planeado, y Varg lo sabía. Solo que no le dije cuándo llegaría, ya que antes de llegar aquí estuve en Ateckdra, así que lamento haberme presentado sin aviso.
—No te disculpes, sobrino. Sabes que puedes llegar cuando quieras. Esta también es tu casa —Rous giró su mirada hacia Bel y le extendió la mano para que ella se acercara—. Bel, hija, ven.
Bel se acercó hasta Rous, bajo la curiosa mirada de Volker.
—Hijo, ella es Lady Bel Hadmmon, la esposa de Varg y la nueva princesa regente de Dunkelheit.
—Hola —saludó Bel con una ligera sonrisa.
—Hola, Lady Bel —Volker asintió con cortesía—. Es un gusto conocerla. Soy el príncipe Volker Worwick, regente de Armes.
—Es un gusto conocerlo, príncipe. —Bel se reverenció en medio de una dulce sonrisa—. Me alegra que haya venido, aunque Varg no se encuentre en este momento en el castillo.
—¿No está? —Volker frunció el ceño sin perder la amabilidad.
—No, él está de viaje ahora. Varg fue a Baios a resolver un asunto que, que le encomendó el consejo. Sí, él fue a confirmar unos tratados con unos aliados. Eso fue lo que me dijo.
Rous sonrió con discreción y ternura al ver cómo Bel intentaba informar al príncipe sobre los asuntos de la corte de su esposo.
—Comprendo —continuó Volker—. Varg está reforzando la continuidad de las alianzas estratégicas con nuestros aliados aquí en Ficxia.
—¡Sí! —Bel asintió con una sonrisa—. Eso mismo.
En ese momento, la puerta de la sala se abrió con cuidado, y la señorita Alira se asomó haciendo una reverencia desde la entrada.
—Princesa Rous. Disculpen la interrupción, pero vengo por mi niña Bel.
—¿Qué sucede, nana?
—Mi niña, ya es hora de que tomes tu té.
—Está bien. —Bel se dirigió hacia la puerta—. Nos vemos después.
—Señorita Alira.
—Sí, princesa.
—Venga un momento, por favor.
—Te espero afuera, nana —dijo Bel, saliendo de la sala privada.
—¿Sí, mi princesa? —La mujer se acercó—. ¿En qué puedo servirle?
—Por favor, Alira, manténgase cerca de Bel el mayor tiempo posible, mientras yo esté aquí recibiendo a mi sobrino. Cuando esté un poco más desocupada iré a verla.
—Claro, princesa.
—Si en algún momento Lady Maeve va en busca de Bel a sus aposentos, no permita que se queden solas y si lo hace, quédese con ellas por si llegara a haber cualquier altercado, y así me pueda dar aviso de inmediato. Recuerde que el príncipe Varg dejó instrucciones estrictas de que Bel no debe quedarse a solas con su hermana.
—Sí, princesa. Como usted diga.
—Puede retirarse.
—Permiso —Alira hizo una última reverencia para salir de la sala y cerró la puerta tras ella, dejando al Worwick y a la Vikernes solos.
—¿Todo está bien con Lady Bel?
—Sí, sobrino, no te preocupes. —Ambos tomaron asiento en los sillones de la sala—. Lo que sucede es que Bel es una jovencita que requiere de mucho cuidado y atención.
—¿Hay algo en lo que deba tener tacto mientras esté aquí?
—Tú llegaste a oír hablar de Lord Hadmmon, ¿no es así?
—Claro. —Volker dejó los guantes que tenía en la mano sobre la mesa de centro—. Tengo entendido que él y su esposa murieron hace años, durante el naufragio de una flota que se dirigía hacia Dersia.
—Es correcto. Desafortunadamente, Lord Hadmmon y su esposa murieron buscando a un encargado que tuviera el conocimiento suficiente para tratar la afección de una de sus hijas.
Volker frunció el ceño. —¿Bel?
—Sí, hijo. Bel padece una condición que según todos los encargados que la han visto, ya no tiene cura, y desde que se comprometió con ella, Varg ha sido muy cuidadoso con todo lo relacionado a eso. Por eso te pido discreción en todo lo que se diga, tú sabes a qué me refiero.
—Comprendo, y lamento mucho oír esto, tía.
—Descuida. Bel es fuerte, aunque no lo parezca, solo que su fortaleza no es de las que hacen ruido.
—Pues es muy admirable, pero, ¿esto qué tiene que ver con los cuidados que Varg exige respecto a su hermana?
—Es que cuando las jóvenes llegaron aquí, la intención inicial era que Maeve fuera la candidata perfecta para casarse con Varg, y todos creíamos que lo era, pero él no logró simpatizar con ella, sino con Bel; y como imaginarás, Maeve no reaccionó bien.
—Claro —Volker se recostó al espaldar del sillón—. ¿Hubo un altercado?
Rous asintió. —Más de uno, pero el último fue el peor. Maeve se atrevió a agredir a Bel y en medio de su rabia, le gritó que sus padres habían muerto por su culpa.
—¿Qué? —La mirada de Volker se tensó—. Si eso fue así, ¿por qué Varg no la ha sacado del castillo?
—Lo intentó, hijo. Pero Bel es una criatura muy especial, ya que a pesar de todo, ella adora a su hermana, y cuando se enteró de la decisión de Varg, le pidió que no la echara.
—¿Y él cedió? —Volker esbozó una sonrisa incrédula, mientras Rous asentía—. No me lo imagino revocando una de sus órdenes tan fácilmente.
—Pues sí lo hizo, y lo hizo por ella —Rous tomó la taza de té de la mesita—. Desde niña, Bel ha estado rodeada de muchos cuidados. Ella siempre fue y ha sido mimada, amada y protegida, por eso le cuesta ver la malicia en los actos de su hermana, y cree que si ella la quiere, entonces su hermana también debe quererla, y no concibe lo contrario.
Volker asintió pensativo, pasando uno de sus dedos por su labio inferior, como si empezara a entender lo delicado del asunto.
—Entonces, ahora Varg quiere protegerla de la misma manera, ¿no es así?
—Exacto. —Rous volvió a dejar la taza sobre la mesa—. Estoy segura de que si a Bel le pasa algo, y si Varg descubre que Maeve tuvo que ver, no lo perdonará. Por eso yo me mantengo al pendiente en su ausencia; es lo mínimo que puedo hacer.
La puerta se volvió a abrir una vez más y el lord consejero entró en la sala, permaneciendo de pie en el umbral.
—Mi princesa.
—Dígame, lord.
—Quisiera saber si ya se puede dar la orden para volver a cerrar las rejas del castillo.
Volker miró a su tía. —¿Las están manteniendo cerradas?
—Sí —respondió Rous con calma—. Tu primo estipuló antes de partir que, después de que Ludger, Tanatos, Hypnox y Neith se marcharan, se cerraran las puertas del castillo para que quedara protegido por mí y por Bel.
Volker suspiró, manteniendo el silencio por un breve instante, para después dirigirse hacia el consejero de su primo.
—Dejen las puertas abiertas.
—¿Majestad?
El Worwick se levantó del sillón. —Supongo que estos días no se ha abastecido del todo el castillo, ¿no es así?
—Así es, majestad.
—Entonces dé la orden. Yo estoy aquí ahora y bajo mi presencia, las puertas permanecerán abiertas. No me iré hasta que el regente regrese, así que me haré cargo de la seguridad del castillo, de la princesa Rous y de Lady Bel. En un momento estaré en el patio principal para reorganizar la guardia y alinearla con los soldados que vinieron conmigo.
—Como ordene, majestad.
Después de haber tomado su té, Bel se quedó sola en sus aposentos, mientras que su nana había salido por un momento para llevar la bandeja con la taza vacía de regreso a las cocinas, confiando en que su niña no se movería de allí, como la mujer se lo había advertido.
Pero apenas la puerta se cerró, la inquietud de Bel aumentó y con prisa, ella salió de la habitación para ir en busca de su tía Dita, con la que había querido hablar desde el día anterior.
Caminando con afán por el pasillo, Bel se encontró con una sirviente, a la cual le preguntó si había visto a Lady Dita, y la mujer le respondió que hace poco la había visto salir hacia el jardín. Sin dudarlo, Bel corrió hacia los corredores para buscarla, pero al llegar ahí no la vio por ningún lado, por más que buscó, y justo cuando iba a devolverse por el pasillo, Bel miró a su hermana salir por otro de los pasillos cercanos hacia el corredor.
—¡Maeve! —Bel corrió hacia su hermana.
Al oír que la llamaban, Maeve alzó la mirada, viendo a Bel dirigirse a ella.
—Hola, Bel —dijo, forzando una sonrisa.
—Qué bueno que te veo, hermana —dijo Bel, acercándose—. ¿Has visto a tía Dita? Me dijeron que estaba aquí afuera, pero no la encuentro.
Maeve entrecerró los ojos, mirando alrededor de su hermana. —¿Estás sola?
—Sí —respondió Bel, bajo una risita cómplice—. Me escapé de la habitación y de mi nana Alira.
Maeve sonrió a la par de ella, pero sus ojos no lo hacían. —Tía Dita estaba aquí, pero dijo que le dolía un poco la cabeza y se fue a sus aposentos.
—¿En serio? —Bel frunció el ceño con cierto pesar—. Me temo que tendré que verla en otro momento.
—Sí.
—Bueno, yo me voy antes de que mi nana se dé cuenta.
—Espera. No te vayas.
—¿Qué sucede?
—¿Por qué no hacemos algo? —propuso Maeve, desviando su mirada hacia el patio de armas.
—¿Algo como qué?
—No sé. —Ella fingió estar pensando por un instante, y luego sus ojos se iluminaron—. ¿Y si vamos hasta las puertas del castillo? Ya las abrieron. Podríamos salir a ver la formación de soldados que llegó esta mañana o pasear por los alrededores.
—No puedo, Maeve. Varg me pidió que no saliera del castillo y podría ser peligroso.
—¿Peligroso? —replicó Maeve con una sonrisa incrédula—. Claro que no, Bel. ¿No ves que hay muchos guardias allá afuera que de seguro, cuidarían de ti? Estoy segura de que nada nos pasará.
Bel titubeó con un poco de miedo, pero al mismo tiempo la idea tenía algo de encanto para ella.
—¿Recuerdas cuando éramos niñas? —insistió Maeve, acercándose más—. Cuando nos escapábamos de madre en la solariega para ir al río.
Bel la miró, y por primera vez en días, una risa sincera brotó de ella. —Sí, sí lo recuerdo. Era muy divertido.
—Entonces, ¿lo hacemos?
—¡Sí! Pero corre, Maeve, antes que nos vean.
Bel se echó a correr por el jardín en dirección al patio, al tiempo que Maeve se quedó atrás unos segundos, observando a su hermana. La sonrisa comenzó a desaparecer lentamente de los labios de Maeve y su mirada se volvió un poco más cortante, contemplándola; como si estuviera calculando algo dentro de su mente.
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