
𝟏𝟖. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 18.
Después de que el encargado atendiera la herida de Bel, el hombre le colocó una pequeña venda en el dedo, mientras ella permanecía sentada en el mueble junto a su nana Alira, al tiempo que Varg yacía de pie junto a la entrada de la habitación observando la curación que le hacían.
Una vez el encargado terminó, se reverenció ante su princesa regente para después dirigirse hacia la puerta.
—La herida fue leve, su alteza —dijo el encargado, dirigiéndose al regente—. No pasó a mayores.
—¿Entonces no hay peligro para ella?
—No, majestad. Ya verá que pronto sanará. Por ahora le dolerá un poco, pero el ungüento que le apliqué y le dejé; hará efecto en cualquier momento.
Varg suspiró aliviado. —Gracias por sus servicios, encargado.
El encargado se reverenció y salió de la habitación, mientras que Varg se acercaba hasta el mueble junto a Bel.
—Señorita Alira. —Ambas mujeres lo miraron—. ¿Nos dejaría a solas, por favor?
—Claro, mi príncipe —Alira se levantó de su lugar—. Permiso.
Una vez la mujer se retiró, Bel volcó su vista en Varg, observándolo de pie frente a ella.
—¿Te vas?
—Sí —Varg se dirigió hacia el sillón frente a ella, desajustando su camisón—. Debo viajar a Baios por un asunto de la corona.
—¿Pero por qué tan pronto, si apenas nos casamos?
—Lo sé, y créeme que soy consciente de eso. —Él se quitó el camisón, dejando su torso al descubierto—. Pero la realidad es que este viaje estaba programado desde mucho antes, solo que decidí que lo haría después de haberte hecho mi esposa.
Bel se levantó del mueble y caminó hacia la cama con la mirada baja. —Te irás solo, ¿verdad?
—Sí.
Al oír que se quedaría sola en el castillo, ella sintió una punzada en su pecho, pero en lugar de protestar y pedirle que no se fuera sin ella, Bel se quedó en silencio mirando por la ventana, sintiendo cómo las lágrimas querían salir una vez más, y al darse cuenta de esto, Varg buscó su mirada para intentar explicarse.
—Bel, créeme que esto no fue completamente mi decisión. Como regente en Dunkelheit tengo deberes que no puedo eludir y es mi obligación responder cuando la corona me llama.
—¿Pero solo? ¿No se supone que soy tu esposa para ayudarte?
—Lo eres —él le susurró con ternura—. Pero apenas estás comenzando tu instrucción, y no es prudente que te preocupes por asuntos que aún no comprendes.
—Sé que no entiendo mucho sobre esto, pero eso no significa que no pueda acompañarte.
—Nunca dije que no puedas acompañarme porque no entiendas sobre esto, solo dije que no es prudente que vengas —Varg endureció su voz sin perder el tacto frente a ella—. Estos viajes no son para ti, Bel.
—Pero estaré en tu palacio, que también es mío, ¿no?
—Sí, también es tuyo. Pero no puedo irme, dejarte sola ahí, y luego pasar el día entero fuera sin saber si estarás bien o no. En cambio, yo sé que aquí no estarás sola, porque estarás con mi madre, tu nana, tu tía, los encargados; todos saben que tú eres la prioridad, y la guardia está instruida para protegerte a ti y a mi madre ante todo.
Sin saber cómo hacerle ver que no quería que él se fuera, ella se quedó en silencio, y al ver que sus palabras no fueron suficientes para calmar su melancolía, Varg tomó el rostro de ella entre sus manos, buscando su mirada.
—Bel, escúchame. No hago esto por gusto; no te dejo aquí porque quiera hacerlo, lo hago para protegerte y porque es lo mejor para ti. Ya te dije que hay cosas con respecto a tu cuidado que no pienso negociar, Bel.
—Está bien —ella asintió despacio—. Lo entiendo. Solo no tardes mucho; no quiero tener tanto frío en tu ausencia.
Comprendiendo la profundidad de su deseo, Varg la acercó con ternura a su pecho y comenzó a acariciar su largo cabello, mientras que Bel dejaba un tímido beso en su piel, lo que lo hizo bajar la mirada hasta encontrarse con sus ojos. En silencio, ambos se miraron por unos segundos, y luego sus labios se unieron en un beso lento y deseoso, como si temieran continuar sin querer parar.
Varg rodeó la cintura de ella con sus manos para acercarla más a él, mientras que Bel enrolló sus brazos alrededor del cuello de su esposo, y él con cuidado, comenzó a desatar los lazos del corsé, hasta dejar la espalda de Bel al descubierto.
Las manos de Varg comenzaron a deslizarse por su piel, y sus besos descendieron por el cuello de ella, con intenciones de buscar algo más allá de sus pechos, pero en un instante, se detuvo y ella no tardó en sentir la respiración agitada de él contra su piel.
—Hazlo —susurró ella por lo bajo, con esa voz suave y dulce que parecía desestabilizarlo en silencio, y sin resistirse, él obedeció.
Varg la sostuvo con su brazo por la cintura, levantándola con cuidado en medio de besos para ponerla a su altura, mientras que con su otra mano libre apartaba una de las cortinas de seda de la cama que colgaban del dosel.
En medio de besos que parecían estar cediendo ante el deseo de ambos, Varg recostó a Bel en la cama y se posó sobre ella, mientras continuaban buscándose los labios con urgencia, al tiempo que él deslizaba la parte superior de su vestido con cierta torpeza, dejándose ver la manera en la que ambos respiraban agitados, como si se estuvieran deseando más que nunca.
Agarrándolo de los brazos, Bel lo jaló hacia ella, mientras él llevaba las manos al cinturón de su pantalón, el cual comenzó a desabrochar con prisa mientras se acomodaba entre sus piernas, hasta que unos toques en la puerta rompieron el momento entre la pareja.
Varg se frenó de golpe, y se quedó por un instante con el rostro hundido entre los pechos de Bel, dejándose escuchar lo agitada que estaba su respiración, y al alzar la mirada vio cómo ella se tapaba la boca para contener esa risa divertida y contagiosa que era única de ella.
—Ya basta, no te rías —dijo él, con el ceño fruncido, mientras intentaba no dejarse contagiar por esa risa.
—Vas a explotar —susurró ella divertida, tapándose el pecho con el vestido, mientras él se levantaba para intentar ajustar sus pantalones sin lograrlo muy bien.
—Un momento —dijo, mirándola—. Ahora vuelvo.
Varg se dirigió a la puerta, aún sin abrochar del todo su pantalón, y al abrir, se encontró en el corredor con Rous, Lady Dita y Lady Maeve.
Lady Dita llevó la mano a su boca con cierta discreción, intentando disimular la sorpresa por lo que veían sus ojos, mientras que Maeve no logró evitar mirarlo por completo, como quien contempla algo deseado pero inalcanzable, y al saber justo que eso que deseaba era de alguien más, ella desvió la mirada con cierto tormento, como si supiera lo que había estado ocurriendo en esa habitación.
—¿Madre? ¿Qué sucede? —preguntó Varg, mientras volvía a intentar ajustar con rapidez el broche de su pantalón, lográndolo esta vez.
—Lamento interrumpir, hijo, pero Lady Dita deseaba saber cómo seguía Bel.
—Bel está bien —dijo, posando su mirada fruncida sobre la mujer, como si en silencio le estuviera recalcando su imprudencia—. Ella ya fue atendida por un encargado, quien la curó y me aclaró que la herida no fue grave.
—Me alegra saber esto, príncipe —la mujer lo miró a los ojos—. Muchas gracias por cuidar de mi sobrina y por favor, dígale que estuve aquí y que en otro momento vendré a visitarla.
—Claro —respondió él en un tono seco, sin amabilidad ni hostilidad.
Entendiendo la tensión en la mirada y las simples palabras de Varg, Lady Dita se reverenció y se retiró de la habitación, junto con su sobrina Maeve, mientras Rous y Varg observaban a ambas mujeres desaparecer en el pasillo antes de girarse hacia su madre.
—Lamento si te interrumpí, hijo, pero me dijiste en tu sala privada que querías hablar conmigo.
—Sí, madre —Varg suspiró—. Necesito pedirle un favor.
—Por supuesto, dime. ¿De qué se trata?
—Es sobre mi viaje a Baios. Quisiera que, mientras yo esté fuera de Dunkelheit, usted cuide de Bel y esté al pendiente de ella en todo momento.
—¿Por qué me lo pides, hijo? Sabes que aunque no me lo pidieras, lo haría.
—Lo sé, madre, pero más que eso, quisiera que usted tuviera especial cuidado con su hermana.
—¿Con Maeve?
—Sí, y seré muy honesto con usted, madre. A Lady Dita la tolero porque Bel la adora y porque hasta ahora esa mujer ha demostrado lealtad en el lugar correcto.
—Hijo, es su sobrina...
—Sí, pero no confío en ella, porque estoy convencido de que si hubiera conseguido que yo me casara con su propuesta inicial, hoy esa misma adoración que siente por Bel estaría volcada en su opción principal.
Rous suspiró, entendiendo las palabras de su hijo. —Bien, ya comprendí tu punto. Ahora dime, ¿qué es exactamente lo que deseas?
—Que bajo ningún motivo Maeve se quede a solas con Bel. Jamás. Si ellas llegan a estar juntas, porque sé que eso no se podrá evitar, solo quisiera que no la deje sola con ella. Y usted sabe por qué se lo digo.
—Está bien. Lo tendré muy presente, así que no te preocupes por eso, mi vida.
—Gracias, madre. Y por favor, permanezca atenta a todo. A cada gesto, a cada visita, a cada palabra. Bel parece no ver las malas intenciones en los gestos de Maeve, por eso siempre trato de estar atento.
Escuchando las aclaraciones de su hijo, Rous lo observó por unos segundos en silencio, intentando buscar la forma de formular aquella pregunta que la había estado inquietando.
—Dime algo, hijo. —Él la miró con atención—. ¿Tú estás haciendo esto para huir de algo?
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a este viaje.
—Madre...
—Varg, tú y yo sabemos que no es necesario que partas a Baios en dos días, y mucho menos cuando acabas de casarte.
—Este es un asunto que vengo discutiendo desde hace tiempo con el Consejo.
—¿Y justo ahora quieres resolverlo?
Él guardó silencio frente a su madre, mientras que ella continuaba con la mirada sobre él.
—¿Qué te sucede, Varg? Y no me digas que estás buscando un espacio porque aún no te hallas con tu esposa, porque por lo que veo, sí lo hiciste.
—Yo me estaba desvistiendo.
—Claro. —Rous sonrió con sutileza, haciéndole saber a su hijo que él no la podía engañar.
—Solo quiero terminar con este asunto de Baios cuanto antes para poder dedicarme de lleno a Dunkelheit y a Bel. Esto no se trata de un cursi romanticismo, madre. Le recuerdo que yo prometí cuidar y proteger a Bel, y eso estoy haciendo; además, usted sabía muy bien que ella no me era indiferente.
—¿Y ahora?
Varg la miró de reojo. —Creo que es natural encontrar placentero estar con mi esposa, ¿no?
—Por supuesto. Es necesario que exista deseo entre una pareja.
—Pues a eso me refiero. El deseo no es amor ciego. Cuidar de alguien es responsabilidad, no es amor ciego. Ese es mi papel como esposo de Bel y me nace cumplirlo.
—¿Por qué me dices esto, Varg?
Él suspiró, agotado. —Porque sé que todos, y usted, piensan que estoy perdidamente enamorado, cuando no es así.
—¿Y cuál es el problema si eso llegara a pasar?
Varg guardó silencio, sin saber cómo responder a la pregunta de su madre, y ella entendió mejor que nadie ese confuso silencio.
—Entiendo que aún no lo comprendas, hijo. No se puede entender lo que no se conoce, y sé que es la primera vez que sientes algo como esto. Pero no trates de justificarte, como si necesitaras validar lo que sientes ante los demás. Recuerda que al único que debe importarle eso es a ti. —Rous se acercó y besó a su hijo en la mejilla—. Descansa, mi amor.
Rous se dio la vuelta y se alejó por el pasillo, dejando al príncipe solo, el cual esperó unos segundos frente a la puerta y después volvió a entrar en la habitación, aún con el deseo de regresar de nuevo junto a Bel.
NORTHLANDY – CASTILLO WORWICK
Sentado tras su escritorio en la sala privada del rey del castillo Worwick en Northlandy, el rey Lauker hojeaba unos pergaminos con rigurosidad, al tiempo que su hermano Vermilion deslizaba sus dedos sobre los lomos de unos libros, frente a un librero, como si estuviera buscando uno en específico, mientras la reina madre Anya II permanecía en uno de los muebles con un libro en mano junto a una taza de té caliente.
Después de sellar un pequeño pergamino con cera lacrada y estampar en ella el sello de la casa Worwick, Lauker se dirigió a su consejero Lord Grey, quien yacía de pie frente a su rey.
—He decidido viajar a Turbios —dijo Lauker, entregándole el pequeño pergamino al lord, mientras que Vermilion alzaba la vista de los libros con el ceño fruncido al oír las palabras de su hermano—. Le daré aviso en estos días de cuando partiré hacia la isla, para que le envíe un comunicado a Lord Boldsson, y prepare a Escandineva para mi llegada —continuó Lauker, con la mirada aún en los pergaminos.
En ese momento, las puertas se abrieron y Diana entró a la sala en busca de su nieto.
—Hijo. —Diana se acercó al escritorio—. Qué bueno que te encuentro.
Lord Grey se inclinó ante Lauker y Diana para marcharse, pero la rubia le detuvo.
—No, Lord Grey. No se vaya. —Ella se dirigió a Lauker—. Hijo, necesito saber si ya enviaste el comunicado de reconocimiento legítimo a Dunkelheit.
—¿A cuál se refiere, abuela? —preguntó Lauker sin mirar a Diana.
—Al comunicado de reconocimiento de la legítima princesa regente para la corona, el que valida y celebra la unión matrimonial del regente de Dunkelheit con su esposa.
Lauker alzó la mirada, despreocupado. —No.
—Qué bien —suspiró Diana aliviada—. Porque yo también quiero enviar uno, así los dos pueden llegar al mismo tiempo.
—Si desea enviar uno, hágalo usted, abuela.
—¿Cómo? ¿Acaso tú no lo enviarás?
—No —respondió él, sin despegar la vista de los pergaminos.
Diana giró la cabeza hacia Anya, con el ceño fruncido, pero la rubia en el mueble le apartó la mirada incómoda y luego, ella volvió la atención a su nieto.
—¿Por qué no lo harás, Lauker? Como rey de la casa Worwick, es tu deber validar esa unión desde la corona y ya que no asististe a esa unión matrimonial, por lo menos deberías mostrar tu respaldo de manera formal.
—No es necesario.
Harta de la indiferencia y la manera de responder de su nieto, Diana estiró la mano hasta él y le arrebató los pergaminos de un tirón para que le mirara.
—¡Abuela!
—¡Préstame atención cuando te hablo y mírame a los ojos! ¡Ten un poco de respeto por tu reina madre! —Lauker se quedó mirando a su abuela en silencio—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué no quieres enviar ese comunicado?
—Porque no vale la pena tener ese acto protocolario.
—¡Lauker! —exclamó Anya, entendiendo a qué se refería su hijo, como si ya hubieran tenido aquella discusión.
—¿No vale la pena? —repitió Diana con incredulidad—. No te entiendo, Lauker Worwick. Le exiges a tu primo y regente que consolide su posición en uno de tus mandos con un matrimonio legítimo y ahora lo desprecias. Esa ha sido la primera unión bajo tu gestión, ¡era tu deber estar allí!
—Sí, abuela, yo exigí esa alianza, pero hasta en eso Varg decidió contradecirme, eligiendo mal a su esposa. Por eso la desapruebo.
Al oír aquel insulto, Diana estrelló su mano contra la cara de su nieto en una seca y fuerte bofetada, dejando a todos en la sala petrificados.
—Mi reina…
—¡Usted váyase de aquí ahora, Lord Grey! —le ordenó Diana al hombre, que no se movió de su lugar esperando la aprobación de su rey.
—¿No oyó la orden de su reina? —lo encaró Vermilion, haciéndolo retroceder hasta la puerta—. ¡Salga de aquí ahora!
Una vez el hombre salió, Vermilion cerró la puerta con seguro.
—Abuela, usted no entiende...
—¡Ten mucho cuidado, Lauker, y no se te ocurra decirme que no entiendo las cosas! —lo encaró Diana sin dejarle hablar—. No se te olvide con quién estás hablando. Desde el principio de esta institución, las mujeres de la casa Worwick han sido tan sagradas como nuestros dioses y nuestras leyes. ¡Y tú no vas a contradecir eso!
Lauker se levantó de su lugar golpeando el escritorio. —¡Varg no debió casarse con una mujer que quizás no pueda darle un heredero! Así que no puedo validar algo que está destinado a fallar de primera instancia, porque todos saben que Lady Bel Hadmmon Vikjarsson es una mujer hermosa y de sangre noble, pero no era la adecuada. Es evidente que él tendrá que volver a casarse algún día y está desperdiciando su tiempo.
—¡Tú no sabes de lo que una mujer es capaz! —gritó Diana, haciéndolo retroceder—. ¡Es vergonzoso y decepcionante cómo te refieres a nosotras delante de la mujer que te dio la vida! Si tu padre y tu abuelo te oyeran, estarían avergonzados. Y para que lo sepas, niño inmaduro, en medio de la guerra, yo me senté en ese trono y tomé decisiones que ayudaron a tu abuelo a mantener a salvo la casa, mientras él daba la vida por este reino.
Diana respiró hondo, mientras Lauker permanecía callado en su lugar.
—Bajo la ley de los dioses de esta casa, Bel Hadmmon está casada con un Worwick; por lo tanto, ella también es una Worwick, y es tan sagrada como cualquiera de nosotras y como la mujer que algún día será tu esposa.
Diana se dirigió hacia su otro nieto. —Vermilion, hijo.
—Sí, abuela.
—Redacta el comunicado estipulado, envíalo a Dunkelheit en nombre de la corona y de sus súbditos, donde se reconozca a la nueva princesa regente de Dunkelheit.
—Como ordene, mi reina —dijo Vermilion, inclinando la cabeza.
Diana miró por última vez a Lauker para después salir de la sala con prisa, y tras ella, Anya también abandonó la sala.
Vermilion volvió a colocar el libro que tenía en su mano sobre el librero para también retirarse, pero cuando se disponía a salir, Lauker lo detuvo.
—No vas a enviar nada a Dunkelheit en nombre de la corona.
—¿Disculpa? —Vermilion se dirigió hacia él—. La reina madre ha dado una ordenanza.
—No se te olvide que soy el rey.
—Grítalo más fuerte, hermano —el rubio se sonrió—. Dilo con más fuerza. Necesitas oírlo tú mismo para creértelo.
—¡Vermilion!
—¡Ya basta, Lauker! Lo que pretendes es un agravio a nuestro decoro. Deja tu arrogancia, alinéate con las leyes de nuestros dioses y recuerda bien que las mujeres de la casa Worwick son un pilar fundamental para nosotros, ellas no son un adorno. No te sientas autosuficiente y sé un hombre con honor.
—Tienes que aceptar que eligió mal.
—Lo que dices es vil y cruel. No sabes en qué contexto Varg la eligió, y por los dioses recuerda esto; nuestras mujeres son valiosas, y nosotros las defendemos contra todo. Si el día de mañana te casas, y los dioses no lo quieran, tu reina está en peligro, todas las regencias se unirán a ti para protegerla sin dudarlo, incluso con sus propias vidas.
Vermilion se acercó a la puerta y la abrió, pero antes de salir se volvió hacia su hermano, quien lo miraba con hostilidad y molestia.
—Si no me crees lo que te digo, averigua qué ocurrió con la princesa Rous Vikernes cuando estuvo presa en Dunkelheit, y entonces entenderás lo que estoy hablando.
DUNKELHEIT- CASTILLO WORWICK
Los días habían pasado en Dunkelheit, donde la nieve comenzó a caer bajo una fina llovizna que cubría todo el reino. Durante aquellos días previos al viaje de Varg, el regente compartió el mayor tiempo posible junto a su esposa y las preocupaciones de Bel habían aminorado gracias a la compañía de Rous, quien bajo su instrucción, comenzó a explicarle a la joven con paciencia y ternura cuál debía ser su postura en aquellos casos como princesa regente, hasta que llegó el día en el que Varg debía partir.
Ese día, al amanecer, mientras una nieve caía sobre las torres y los patios, adornando el castillo con un aire gélido y azuloso, su corazón volvió a agitarse otra vez.
Acompañada de su tía Dita y de la princesa Rous, Bel salió hacia la entrada del castillo, sintiendo cómo la brisa fría golpeaba en su rostro y en medio de la ligera neblina, ella observó cómo la formación de guardias ya estaba alineada, con los estandartes de la casa Worwick listos para partir, y entonces lo vio, cubierto por un traje militar en cuero oscuro, bajo un grueso abrigo en el mismo material, con una discreta capa dorada colgando de su hombro y unos guantes en cuero que cubrían sus manos del frío.
Bel lo vio hablando con un guardia mientras ajustaba las correas de su caballo, y no tardó en llamarlo.
—¡Varg!
Él se giró de inmediato al oír aquella voz suave y dulce a la distancia, y al instante el Worwick despachó al guardia con un breve gesto de su mano, para después caminar hacia donde ella le esperaba, pero antes de que él llegara, Bel corrió arrojándose a sus brazos, y él la sostuvo con fuerza contra su cuerpo.
—¿Ya todo está listo, hijo? —preguntó Rous, viendo como él y Bel se acercaban a ella.
—Sí, madre. Ya todo está listo.
—¿De verdad no te vas a demorar? —susurro Bel en voz baja, buscando su mirada, y tras desviar la vista por un breve momento hacia su madre, Varg tomó a Bel de la mano.
—¿Nos dan un momento?
Rous y Dita asintieron, y Varg llevó a Bel cerca del corredor que conectaba aquel lugar con el patio principal del castillo, mientras sacudía la nieve que se acumulaba en su hombro sin soltarla, percatándose esta vez del titiriteo de su mano.
—Estás temblando.
—Es que hace frío —susurró Bel, mirándolo a los ojos.
—No es por el frío. —Ella bajó la mirada ante su acierto—. No vas a estar aquí sola, Bel, ya lo hablamos.
—Lo sé —dijo, respirando hondo—. Estoy intentando aprender y entender.
—Y lo estás haciendo bien, pero de verdad, no quiero que te preocupes. Yo dejé todo organizado para que estés segura en mi ausencia, y sí, voy a estar volviendo lo antes posible.
Bel parpadeó con fuerza, intentando disipar la humedad de sus ojos, mientras los pequeños copos de nieve se posaban en su cabello, al tiempo que Varg los disipaba con su mano.
—Igual te voy a extrañar. ¿Tú me vas a extrañar?
Él sonrió de medio labio, mientras le dejaba un beso en la frente con ternura. —Claro que voy a extrañar a mi esposa, pero como ya te dije, no me pienso demorar. Así que no te preocupes tanto. Sigue bordando con cuidado, sal al jardín con tu nana, lee los libros que quieras en mi sala privada y no llores. Ya has llorado demasiado.
Ella sonrió, apretándolo. —Está bien.
Varg le devolvió la sonrisa y tomándola de la mano, la llevó de nuevo con su madre y lady Dita.
—Madre, le dejé instrucciones a mi consejero y a mis primos sobre la vigilancia de este lugar. Cuando ellos se vayan, las puertas del castillo permanecerán cerradas hasta que yo vuelva. Estaré enviando comunicados frecuentemente y estaré esperando los suyos de vuelta. Madre, por favor. Usted ya sabe qué hacer.
Rous asintió, regalándole una sonrisa al Worwick. —No te preocupes, hijo. Ve con los dioses.
La Vikernes se despidió dándole un beso en la mejilla a su hijo, y después de esto Varg se volvió hacia Bel, le tomó el rostro entre sus manos y le dejó un suave y cálido beso en los labios.
Tras el llamado del lord comandante de la guardia, Varg soltó la mano de Bel y se dirigió a la formación ya lista, donde se montó en su caballo, ajustó una vez más las correas a su cuerpo y sin perder más tiempo, Varg dio la orden de partida, tomando la delantera a lomos de su equino.
Ludger, Hypnox y Neith le siguieron en sus caballos para acompañar la formación hasta la línea fronteriza del bosque cercano que daba con Ateckdra, excepto por Tanatos, quien se quedó a tomar la vigilancia del castillo mientras esperaba el regreso de sus primos y de su hermano.
Mientras la formación se alejaba por el sendero nevado, Varg aceleró el galope de su caballo, mientras que desde las puertas, Tanatos esperó que saliera el último soldado y de inmediato, dio la orden de cierre.
—¡Cierren las rejas!
A los ojos de Bel, las grandes puertas de hierro comenzaron a descender lentamente, mientras sus ojos se humedecían más y más, hasta que una lágrima resbaló por su mejilla viendo cómo Varg se iba.
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