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𝟏𝟕. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 17.

A medida que Varg se iba acercando a las cuevas de tortura, los alaridos, gritos y lamentos que salían del interior de aquel lugar se hacían más intensos y se escuchaban con más claridad, pero antes de que Varg pudiera llegar a la entrada, Ludger salió de la cueva junto con Tanatos, quienes al ver al regente, caminaron con un poco más de prisa hasta él.

—¿Empezaron sin mí? —preguntó Varg, deteniéndose en medio del patio.

—Tuvimos que hacerlo —respondió Ludger, mientras se limpiaba las manos ensangrentadas con un paño oscuro que había sacado del bolsillo de su camisón—. No te avisamos porque no consideramos prudente molestar al regente tan temprano.

—Claro. —Varg miró a su primo con los ojos entrecerrados para después volcar su vista a Tanatos—. ¿Tú también te uniste a ellos?

—¿Escuchas eso? —Tanatos señaló hacia las cuevas, mientras sus primos guardaban silencio—. Solo fui por información, no me quedé a ver eso.

—Entiendo. ¿Qué han logrado? —Varg reanudó su camino acompañado por sus primos, quienes lo seguían a paso lento por el patio.

—No todos han querido hablar, pero los que lo hicieron confesaron que solo querían saquear el comercio del puerto, desvalijar las flotas y en el peor de los casos, llegar hasta el pueblo a robar a los comerciantes —explicó Ludger.

—Tantos malditos puertos a los que pueden llegar y eligen precisamente los que están gobernados por nosotros —se quejó Varg con la mirada irritada.

—Cuanto más se priva al hombre de algo, más lo codicia —comentó Tanatos, siguiendo los pasos de Varg—. Somos la única casa en Ficxia que ejerció una ordenanza sobre los cangrinos y saqueadores, así que haberlos expulsado solo ha provocado en ellos más insistencia. Recuerda que, antes de el regente Alek Worwick, Dunkelheit era el reino que más practicaba esas cosas.

—Sí, es verdad y tiene sentido —asintió Varg—. ¿Quién está ahí dentro? —Él desvió la conversación, volviendo la vista hacia la cueva.

—Hypnox y Neith —respondió Ludger.

—¿Ellos están haciendo eso?

—Sí. A los que se niegan a hablar los están deshuesando vivos —aclaró Ludger con una sonrisa maliciosa, arrancándole también una a Varg, mientras este seguía mirando hacia la cueva.

—Ya me imagino los métodos que están usando y también me imagino de quién fue la idea —Varg miró a Tanatos.

—Él mismo —confirmó el rubio, estrellando el puño cerrado en su hombro derecho para después extenderlo hacia el regente.

—No puedo negar que cuando quiere, Hypnox puede ser un maldito desquiciado, pero lo agradezco.

Varg retomó su camino a paso lento junto a un breve silencio que pronto fue interrumpido por Tanatos a su lado.

—Por cierto, Varg, ¿cómo está Bel?

—Ella está bien.

—Me alegra saberlo, porque debemos hablar contigo sobre un asunto. —Ludger y el rubio se miraron.

—¿Sobre mi esposa?

—Sí. Es un asunto que la involucra.

Varg se detuvo, girando la mirada con cautela hacia su primo. —¿Qué sucede?

Tanatos y Ludger volvieron a intercambiar miradas antes de que Ludger hablara.

—Es sobre los miembros de tu corte, especialmente los que están en Glakos.

—Sean directos.

Tanatos suspiró, dirigiéndose a Varg. —Anoche, después de que partieras al puerto, Bel se descontroló. Tuvo un ataque, y cuando logramos calmarla, en uno de los pasillos cercanos al salón del trono, escuché a algunos cortesanos de Glakos hablando sobre lo inadecuada que fue tu elección como esposa y princesa regente.

—¿Escuchaste algo más?

—No. Cuando se percataron de mi presencia, guardaron silencio.

—Debes poner límites, Varg —dijo Ludger, avanzando unos pasos en el camino.

—Y lo haré —Varg le siguió—. Nadie les ha otorgado el derecho de cuestionar si mi esposa es adecuada o no.

—No estoy de acuerdo con ellos —añadió Tanatos al paso de sus primos—, pero también debo decirte que lo que hizo Bel anoche no puede volver a repetirse. No solo porque pone en riesgo su vida, sino porque ella debe entender quién la desposó, que tú siempre tendrás asuntos que atender, y no siempre podrás estar a su lado para evitarlo.

—Soy consciente de eso. Anoche lo hablé con ella.

—Eso está bien, y de paso creo que también sería apropiado que siga tomando la instrucción con la tía Rous. Eso evitará que ese montón de bufones digan que Bel no es apta para su posición.

—A mí no me interesa si Bel es apta o no —replicó Varg, deteniéndose en medio del patio con la mirada en sus primos—. No me casé con ella para eso. Bel no está bien, y no voy a forzarla a asumir responsabilidades en la corte solo para agradar a los demás. No la expondré a ese mundo.

—¿A qué te refieres con que no está bien? —preguntó Tanatos, más serio.

—Bel está enferma, Tanatos. Y lo que tiene no es algo que se cure con un té, ni con descanso, ni con el tiempo. Lo que ella tiene le está robando los días con mucha prisa y no pienso obligarla a adaptarse a un mundo que no le va a devolver ninguno de ellos.

Tanatos quedó frío, observando a su primo. —Lamento oír eso, Varg.

—No te preocupes. No es tu culpa.

—¿Qué harás con las exigencias del rey sobre el heredero a la regencia?

—No haré nada, Tanatos. No estoy seguro de que Bel pueda darme un hijo y tampoco voy a forzarla. Como ya dije, no me casé con ella para eso.

—¿Entonces? —le preguntó Ludger, observándolo en silencio por un momento.

Varg apretó la mandíbula, como si estuviera reteniendo las palabras que podrían contestar esa pregunta, y sin decir nada más, él se dio la vuelta y comenzó a alejarse hacia el interior del castillo, mientras que Tanatos y Ludger lo seguían con la mirada.

—No me digas que Varg se casó con Bel por pena —Tanatos miró a Ludger, quien continuaba observando la ida de Varg.

—¿Viste su mirada?

—Sí…

—Eso no es lástima. Es remordimiento.

—¿Remordimiento?

—Sí. Él no lo hizo por deber ni por presión. Pero eso es lo que él cree que hizo; y ojalá no sea demasiado tarde para él cuando por fin lo admita.

Tras un breve silencio, Ludger y Tanatos retomaron el paso en dirección al castillo, alejándose de las cuevas.

—Como ya estaba acordado, dentro de unos días partiré hacia el reino de Baios —habló Varg, sentado en la cabecera de la mesa del consejo con los miembros de su corte y sus primos Ludger, Hypnox y Tanatos presentes en la mesa—. Mi objetivo será rectificar y afianzar los tratados ya acordados con los aliados de la casa Worwick, en representación de todos los reinos que están bajo nuestra corona aquí en Ficxia.

—¿Hablará directamente con la reina Lyra Vanderdark, majestad, o será su consejero quien lo reciba? ¿Sabe si el príncipe Nicola Worwick estará presente? —preguntó un lord miembro en la mesa.

—Pues no estoy seguro de si mi primo Nicola estará allí, pero en cualquier caso, espero entenderme con la reina Lyra y salir de ese asunto lo más pronto posible, lord.

—Tal vez debería tomarse el viaje con más calma, majestad —sugirió un lord miembro de Glakos—. Considero que estos asuntos no se pueden tomar a la ligera y se deben tratar con mucho tacto.

—Entiendo su punto, lord Servin, y puede que tenga razón, pero Dunkelheit no puede quedar solo demasiado tiempo. En mi ausencia, el príncipe Neith, el príncipe Ludger, el príncipe Hypnox y el príncipe Tanatos regresarán a sus gubernaturas, y se me es imposible dejar solo al corazón del reino sin vigilancia directa por demasiado tiempo; usted sabe a qué me refiero. Aquí quedará mi esposa, y no puedo permitirme estar lejos de ella por mucho tiempo.

—¿Pero qué es esto? Majestad —el hombre soltó una leve risa como si aquel fuera un asunto un tanto banal—. Con todo respeto, ¿no se supone que la princesa regente debe asumir su rol activo? Ya sea acompañándolo o quedándose aquí como figura simbólica del poder que usted ejerce. Esa es la función de la princesa regente.

Hypnox y Ludger se inclinaron hacia adelante en la mesa, observando la clara imprudencia del hombre y por dónde pretendía llevar el tema, mientras que Varg lo miraba con los ojos entrecerrados, guardando silencio, y tan pronto como el hombre se percató de esto, su sonrisa comenzó a desvanecerse.

—¿Qué es lo que pretende cuestionar, lord?

—No, majestad. Lamento si me he hecho malentender, solo digo que todos aquí esparemos que la princesa regente esté capacitada para asumir este cargo junto a usted.

Varg se levantó de su silla, mientras que Hypnox, desde su lugar, desenfundó una de sus dagas, colocándola sobre la mesa mientras observaba al hombre sin quitarle la mirada de encima.

—Permítame dejar algo claro, lord Servin. Usted es uno de mis súbditos, y por lo tanto, debe guardar respeto por su regente y por su esposa. Se lo aconsejo si no desea quedarse sin lengua.

Servin tragó en seco, al tiempo que su mirada se desvió hacia Hypnox, quien lo observaba sin pestañear, haciendo girar la daga entre sus dedos mientras le regalaba una sonrisa extraña e inquietante que lo incomodó al instante.

—Seré directo con ustedes —Varg tomó la palabra dirigiéndose a todos los miembros en la mesa—. Todos los aquí presentes conocen muy bien a la noble y honorable familia Hadmmon, y saben muy bien la condición que aqueja a mi esposa, así que quien se atreva a cuestionar la capacidad de ella, me está cuestionando a mí, y está cuestionando a la corona.

Los lores en la mesa se mantuvieron en silencio.

—Si realmente se consideran súbditos leales de este reino, más les vale que jamás llegue a mis oídos comentarios, rumores o habladurías sobre la princesa regente; porque si eso sucede, les juro que averiguaré quién fue el imprudente que lo inició, y eso será lo último que esa persona diga en su vida. Ahora, ¿alguna otra incomodidad, lord?

El hombre mantuvo su mirada sobre la mesa. —Ninguna, majestad.

—El apoyo de Vinndvik para la gestión de Dunkelheit es absoluto, como también lo es mi reconocimiento a la princesa regente —habló Ludger, tomando la palabra en la mesa—. Bajo mi gobernación para un pueblo del reino de Dunkelheit, me aseguraré de que mi corte en aquel lugar haga lo mismo, reconociendo a la princesa regente como digna representante de esta corona.

—No solo las gobernaciones de Dunkelheit —añadió Tanatos—. La casa Worwick respalda las decisiones del regente Varg. Ahora la princesa regente es también una Worwick, y todos aquí deberán tener eso presente.

Varg asintió con un discreto gesto de agradecimiento ante el respaldo de sus primos y tras un breve silencio, dio unos pasos fuera de la mesa.

—Una vez más, les agradezco que hayan hecho acto de presencia en mi unión matrimonial con lady Bel Hadmmon, y espero que tengan un excelente viaje de regreso a sus dominios —Varg se dirigió a lord Servin—. Y usted, lord, al salir de aquí, búsqueme en mi sala privada. Quiero hablar con usted sobre mi paso por Glakos. Estaré llegando allí de camino a Baios.

—Sí, majestad.

Sin añadir nada más, Varg se retiró de la sala del consejo.

—¡Mi niña, ten cuidado! —exclamó Alira, apresurándose tras Bel por el pasillo con una canasta llena de hilos y telas para bordar—. ¡No corras tan rápido!

—¡Tengo que llegar antes de que se ocupe, nana!

—Sí, mi niña, pero cuidado o te vas a caer.

Bel giró su rostro para mirar a su nana mientras corría, pero cuando quiso volver su mirada al pasillo, chocó con alguien, sintiendo cómo unos brazos la recibían, sujetándola, y al alzar la vista, se encontró con los ojos de su esposo.

—Varg —murmuró, mientras detrás de ella Alira se apresuraba.

—Mil disculpas, mi príncipe —dijo la mujer tratando de recuperar el aliento—. Es que la niña Bel quería venir a verlo.

—¡Es que es divertido!

—Bel —habló Varg con seriedad, llamándole la atención a la joven—. Puede que para ti sea divertido, pero no es prudente que corras así. Podrías caerte y hacerte daño.

—Lo siento —Bel sonrió, intentando ocultar lo divertido de su irreverencia.

—Está bien. ¿Qué sucede? ¿Por qué me buscabas?

—¿Estás ocupado?

—Ahora no. Pero en breve estaré revisando algunos asuntos en mi sala.

—¡Por eso estaba corriendo! Quería llegar antes de que entraras y no pudiera verte.

Varg sonrió de medio labio, colocando su mano en el tirador de la puerta.

—Sabes que puedes venir a esta sala cuando quieras. —Él abrió la puerta de la sala—. Entren.

La señorita Alira entró en la sala seguida por Bel y por Varg, quien una vez dentro, cerró la puerta, dirigiéndose a la nana de su esposa.

—Siéntese en el mueble, señorita Alira.

La mujer obedeció, tomando asiento con cuidado, mientras Bel se acercaba al escritorio de la sala junto a su esposo.

—Dime, ¿qué pasa? —Él se recostó con ligereza sobre el borde del escritorio—. ¿Para qué querías verme?

—Es que quería pasar un rato contigo antes de que tengas que salir del castillo a hacer lo que sea; por eso vine aquí, para verte un poco antes de que te ocupes con tus visitas y yo tenga que irme.

Varg la observó con ternura, mirándola hablar. —No tienes que irte cuando alguien venga.

—Bueno, es que quería bordar un rato con los hilos y telas nuevas que me dio la ama de costura, y pensé que podría mostrarte lo que haré antes de que te ocupes —dijo, soltando una tos seca al terminar.

—Cuidado —Él la tomó de la mano, acercándola a él—. Respira. Si quieres bordar, puedes hacerlo aquí mismo, en el mueble. No tengo ningún problema con que estés aquí.

—¿Y si llega alguien?

—Si alguien llega para hablar conmigo, no pasa nada. No tienes por qué irte. Cualquier parte de este castillo también te pertenece.

Bel sonrió, dejando que sus mejillas se colorearan, mientras se acercaba a él. —Te quiero por los dos.

Desarmado por la sinceridad y esa forma de querer tan pura de su esposa, Varg la tomó con cuidado por la cintura, la acercó hasta él y le dio un delicado beso en los labios, mientras desde el mueble Alira los observaba de reojo con una sonrisa al estar presenciando la delicadeza y cuidado con la que el regente trataba a su niña.

Cuando el beso culminó, Bel observó a Varg con la mirada brillante y las mejillas sonrojadas de la emoción.

—Prometo no molestar mucho.

Ella se zafó del amarre de Varg, corrió hacia su nana, se sentó a su lado y comenzó a revisar los hilos y telas con entusiasmo, mientras Alira la ayudaba a ajustar el bastidor a la tela que había estado bordando.

Desde su  escritorio, Varg no podía evitar mirarlas de vez en cuando, observando con una leve sonrisa cómo Bel encontraba alegría en aquellas cosas simples como unas telas e hilos de colores, y él con ella parecía encontrar lo que se sentía como  una paz que jamás había experimentado.

Mientras Bel se sumergía en su mundo, Varg concentró su atención en los pergaminos y tratados pendientes, repasando con la mirada las letras y sellos que él debía preparar para su viaje a Baios, cuando la puerta de la sala se abrió.

—Majestad —entró el lord consejero, reverenciándose ante Varg—. Los lores de Glakos están aquí, como usted lo solicitó.

Dos hombres se hicieron presentes y se inclinaron ante Varg antes de notar al fondo de la sala la suave voz femenina que parecía ignorar por completo la presencia de aquellos lores.

Al girar la vista, ellos vieron a la joven princesa regente sentada en el mueble, entretenida en su bordado, como si no tuviera que preocuparse por nada de lo que pasara a su alrededor.

—Tomen asiento, señores —ordenó Varg, sin darle más importancia a la escena doméstica.

Los hombres tomaron sus lugares justo cuando Ludger e Hypnox entraban en la sala, intercambiando una breve sonrisa con Bel, quien al verlos les sonrió y agitó la mano, saludándolos igual que ellos a ella.

—Príncipes —se reverenció el consejero antes de retirarse.

Los príncipes tomaron lugar junto a los hombres de Glakos frente a Varg, quien no tardó en dirigir su atención al tema en cuestión.

—¿Cómo ha estado el recaudo de impuestos en Glakos durante estas tres estrellas?

—Todo está en orden, Alteza; aunque últimamente hemos recibido comunicados inesperados de la corona desde Northlandy.

Varg levantó una ceja. —¿Qué tipo de comunicados?

—Al parecer, el rey Lauker desea renegociar la estructura de gravámenes con nosotros y forzar una nueva redistribución de tributos.

Antes de que Varg pudiera responder, la puerta volvió a abrirse y Rous entró en la sala, seguida de Lady Dita y Lady Maeve.

—Disculpa por la interrupción, hijo.

—Pase, madre —habló Varg sin perder la compostura.

Las damas caminaron hacia el fondo de la sala, donde hacia Bel, quien al verlas se le iluminó el rostro de alegría por la nueva compañía.

—¡Maeve! ¡Mira esto! —dijo emocionada, mostrándole su bordado de flores.

Maeve sonrió con disimulo, observando lo que ella le estaba mostrando desde su sillón. —Se ve muy bien.

—Sí, mira esta —le mostró otro bordado—. Y este hilo, me encanta cómo brilla. Nana, pásame el dorado, por favor.

Hypnox y Ludger sonrieron con discreción al oír el entusiasmo en la voz de Bel por un hilo dorado, mientras que la voz de la joven se escuchaba por la sala lo suficiente como para incomodar a uno de los lores de Glakos que intentaba continuar la conversación con Varg.

—Como decía, Alteza, si la corona de Northlandy insiste...

—Cualquier solicitud del rey debe ser rechazada —interrumpió Varg sin titubeos—. Los tratos que Dunkelheit debe forjar primero deben pasar por mí, como ya está estipulado, así que no respondan a nada sin mi aprobación directa.

Mientras el lord confirmaba la orden de su regente, Varg escuchaba, observando de reojo cómo Bel enseñaba sus bordados a Maeve.

—Puedes hacer uno con estos —Bel le extendió la canasta—. Te regalo mis telas si quieres, Maeve.

—Es que no sé qué hacer y…

—Shhhhh —intervino Varg, ordenándole con discreción a Maeve que se callara, mientras que Bel apenas lo notó y siguió conversando, divertida, sin moderar su tono de voz.

—Ese hilo es muy lindo, nana. El azul también combina. Maeve, elige uno.

—Ese que...

—Shhhhh... —repitió Varg con el ceño fruncido, encontrándose con la mirada de Maeve para después continuar su conversación con los lores.

Maeve frunció el ceño al notar que Bel continuaba hablando en el tono que quisiera, mientras que a ella le exigían que se callara, y prefirió quedarse en silencio, observando.

—Espérenme en Glakos dentro de estos días, y cuando llegue al palacio estaré revisando esos comunicados personalmente para ponerle fin a este asunto. Pueden retirarse.

Los hombres se levantaron de sus lugares y se despidieron con una leve reverencia, para después salir de la sala en silencio, mientras que al fondo, las voces suaves de las mujeres seguían dando un poco de calidez al ambiente.

—Yo partiré junto con Neith hacia Arquetania una vez se efectúe tu viaje —habló Hypnox, acomodándose en su lugar, mientras que al fondo de la sala la palabra "viaje" llamó la atención de Bel, quien alzó la vista hacia los hombres en medio de su bordado.

—Yo también me retiro a Vinndvik —agregó Ludger, inclinándose hacia el escritorio—. ¿Tú cuándo te vas?

—En dos días —respondió Varg, moviendo algunos pergaminos en la mesa.

Al oír aquello, Bel se equivocó al dar la puntada con la aguja y esta se hundió en la carne bajo la uña, arrancándole un quejido, mientras dejaba caer el bastidor al suelo. Varg se levantó de su escritorio al oír su grito y caminó hacia ella con prisa para saber qué había sucedido.

—Mi niña, déjame ver el dedo —habló Dita, acercándose a su sobrina.

—¡No, no! Me duele, tía.

—Sobrina, cálmate, hay que sacarte la aguja —insistió Lady Dita sin lograr que Bel dejara de moverse en medio de su llanto, hasta que Varg llegó hasta ella.

—Bel, déjame ver.

Varg tomó a Bel de la cintura y se sentó en la mesa de centro de la sala, acomodándola a ella sobre sus piernas, mientras que en medio de la distracción, sin que ella se diera cuenta, él le sacó la aguja del dedo, pasándosela a Lady Dita.

—¡Ay, Varg! —se quejó en medio del llanto al sentir el jalón.

De inmediato, él llevó el dedo herido de Bel a su boca y cerró sus labios sobre la herida para limpiar la sangre, mientras ella enterraba el rostro contra su cuello, buscando consuelo.

—Iré por un encargado —dijo Ludger, moviéndose hacia la puerta.

—Dile que lo espero en mis aposentos —respondió Varg sin mirar a su primo, mientras sostenía la mano temblorosa de Bel, dándose cuenta de que aún salía sangre de la herida.

Ludger asintió y salió junto con Hypnox de la sala en busca del encargado, mientras que de pie desde el mueble, Maeve observaba con cierto desdén el caos que su hermana mimada formó por un simple puyazo.

—Ya, mi niña, ya pasó —susurró Lady Dita, acariciándole el cabello—. Solo fue un susto.

—Es que duele, tía, arde —lloriqueó Bel, sin despegarse del pecho de su esposo.

—Madre, páseme una copa de agua —pidió Varg, sosteniendo aún a Bel sobre sus piernas.

Rous se dirigió a la mesa del vino y con prisa sirvió el agua y se la entregó a su hijo, y mientras que Bel dejaba la mano temblorosa en el aire, Varg recibió la copa, para llevarla hacia la mano de ella.

—Mete el dedo aquí, para que te calme el ardor.

Ella metió el dedo en el agua en medio de pequeños sollozos, y poco a poco su respiración empezó a calmarse al sentir cómo el agua fresca le aliviaba el dolor, y sus lágrimas comenzaron a menguar.

—¿Ya no te duele tanto? —preguntó él, hablándole al oído.

Bel asintió entre jadeos, sin atreverse aún a hablar, y buscando su mirada, Varg le regaló una leve sonrisa de esas que solo ella parecía poder arrancarle sin esfuerzo.

—Te dije que no corrieras, y ahora resulta que tampoco puedes bordar sin hacerte daño.

—Lo siento. —Ella bajo la cabeza, dejando ver una pequeña sonrisa en medio de sus lágrimas.

—No tienes por qué disculparte —él le dio un beso en la frente—. No fue tu culpa.

Las mujeres parecían un poco más aliviadas al ver cómo el príncipe logró controlar la situación, y tras un breve instante, Varg le devolvió la copa a su madre y con cuidado se levantó de la mesa, sosteniendo a Bel en brazos.

—Iré a mis aposentos para que el encargado la vea. Cuando pueda, llegue hasta allá, madre. Necesito hablar con usted.

—Claro, hijo.

Bel se aferró a Varg, escondiendo el rostro en su cuello, mientras él abandonaba la sala.

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