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𝟏𝟔. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 16.

Bajo la luz de la vela que titilaba desde la cómoda, rompiendo la penumbra de la habitación, Varg y Bel yacían desnudos, envueltos en las sábanas desordenadas. Él la rodeaba con su brazo, permaneciendo en silencio, con la mirada fija en algún punto de la habitación, y ella no tardó en sentir la ausencia de sus palabras.

—¿Lo hice bien? —musitó Bel, acurrucada en el costado de su esposo.

Varg parpadeó, como si la suave voz de Bel lo hubiera sacado de algún trance, y extrañado por la pregunta, él bajó su mirada fruncida hacia ella.

—¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?

—Es que estás muy callado.

Él sonrió de medio labio ante su inconfundible franqueza y tomándola con cuidado por la cintura, la sujetó para colocarla sobre él, y Bel no tardó en soltar esa suave risa contagiosa que era muy propia de ella.

—Lo hiciste perfecto, Bel.

La sonrisa traviesa de la joven persistió, haciéndola ver tan noble, tan luminosa, que sin quererlo, le arrancó una sonrisa a Varg, mientras este negaba con la cabeza.

—Ya basta.

Siguiendo su voz, ella bajó la cabeza y se acomodó sobre el pecho de Varg, mientras él la envolvía entre sus brazos y recorría la espalda desnuda de su esposa con la yema de sus dedos, al tiempo que sus ojos vagaban por el techo, volviendo a ese mismo silencio que parecía no querer irse.

—De repente ya no tengo tanto frío como otras noches —musitó ella, como si estuviera pensando en voz alta.

Varg frunció el ceño al oír sus palabras y sin decir nada, él tocó su piel, percatándose de que estaba tan cálida como la de él.

Bel levantó la cabeza, buscando el rostro del hombre frente a ella y mirándolo a los ojos, comenzó a deslizar sus dedos con suavidad sobre el rostro de él, como si lo estuviera contemplando con su tacto.

—Me gustan tus ojos —susurró—. Y cómo me miras.

Permaneciendo en ese eterno silencio, Varg le sostuvo la mirada, viendo cómo ella se inclinaba hasta él para besarlo, y él no tardó en envolverla en sus brazos, respondiendo a ese beso que parecía querer tomar fuerza, haciéndose más profundo y con más deseo, pero de un momento a otro, él lo detuvo, sin retirar su mirada de ella.

—Descansa. Este fue un largo día para ti y debes dormir.

Ella asintió, con una delicada sonrisa en sus labios, y con cuidado se deslizó fuera de él, buscando una vez más su costado para acomodarse, pero al mover las sábanas, una mancha carmesí en medio de ambos llamó su atención, y al inclinarse para ver de qué se trataba, Bel notó que lo mismo que había en la tela, manchaba parte de su muslo, y el miedo no tardó en apoderarse de su cuerpo.

—Varg —dijo ella, con urgencia—. ¿Qué es eso?

Él siguió su mirada, al ver el pánico en su rostro, y al incorporarse, vio la mancha de sangre en la sábana; entendiendo al instante de qué se trataba.

—Tranquila —dijo, mirándola—. Está bien. Eso es normal.

—¿Normal?

—Fue la primera vez, Bel. No pasa nada.

Ella asintió, confiando en sus palabras, al tiempo que Varg se bajaba de la cama para tratar de arreglar ese asunto.

Él se acercó a ella, la ayudó a salir de la cama con cuidado y la llevó a un sillón junto a la pequeña mesa de té. Luego, volvió a la cama, retiró las sábanas manchadas, que dejó a un lado sobre un mueble, después se acercó a una de las cómodas y de ahí sacó otras sábanas limpias que extendió con torpeza sobre el lecho, mientras Bel lo observaba en silencio, con la mirada brillante por algo más que emoción, al verlo intentando hacer algo que a leguas, se notaba que casi nunca había hecho.

Al terminar, Varg fue al cuarto de baño y tras demorarse unos cuantos segundos, volvió a la habitación con un paño de lana húmedo en las manos. Él se arrodilló frente a ella, y comenzó a limpiar su muslo con delicadeza. Cuando terminó, dejó el paño a un lado, sin preocuparse demasiado por dónde, y la cargó entre sus brazos, llevándola de vuelta a la cama, donde ambos se dejaron caer juntos, mientras ella buscaba una vez más su costado.

—Gracias por ser tan bueno conmigo.

Sin palabra alguna, Varg le respondió acariciándole la mejilla en medio de una discreta sonrisa y luego cubrió bien su cuerpo con las sábanas limpias.

—Descansa.

Bel se acurrucó bajo su brazo, y Varg volvió su mirada a la vela que aún estaba encendida sobre la cómoda, dejando la mirada fija en la llama, mientras trataba de evadir el nudo que tenía en el pecho, junto a esa ruidosa pregunta que acechaba su mente.

«¿Qué carajos es lo que estoy sintiendo y por qué necesito y quiero más de eso?»

La luz del amanecer comenzaba a filtrarse por los cristales de las ventanas, atravesando las cortinas, cuando Varg abrió los ojos, despertando de su sueño.

Tras percibir la sutil penumbra que envolvía la habitación, sus ojos se detuvieron en la vela encendida que aún seguía ardiendo sobre la cómoda, observando con extrañeza cómo es que la cera no se había derretido ni un poco, pero luego desvió su mirada hacia su costado, encontrándose con Bel, dormida de espaldas a él.

Los ojos de Varg recorrieron la silueta de su esposa, un poco envuelta en la sábana que dejaba al descubierto su espalda desnuda y algo más. Sin quitarle la mirada de encima, él continuó recorriendo cada suave curva de su cuerpo, la manera en la que la poca luz acariciaba su piel, y, sin poder anticiparlo, un deseo impulsivo lo empujó a extender su mano para llevarla hasta él y tomarla de nuevo, pero al instante se detuvo.

Varg cerró el puño y llevó la mano a su rostro, pasándola con lentitud por su frente, hasta hundir los dedos en su cabello, tratando de contener algo que no sabía cómo nombrar, y antes de darse tiempo para dudar, se incorporó de la cama, intentando dejar eso atrás.

Él se dirigió a la cómoda para apagar la vela con sus dedos, pero al girar su mirada hacia el mueble notó que las sábanas que él había retirado en la madrugada ya no estaban. Con la mirada un tanto fruncida, él se dirigió al cuarto de baño, donde encontró una tina recién preparada, con hojas de menta fresca flotando en el agua tibia, y al instante supo que una sirvienta había entrado mientras él y su esposa dormían.

Soltando un fuerte suspiro, Varg se acercó a la tina y se sumergió en el agua cálida, mientras que en la habitación, Bel comenzó a mover sus párpados bajo un leve temblor al sentir la luz que se filtraba por las ventanas. Ella se giró, estirando una mano hacia el otro lado de la cama, buscándolo a él, pero al no sentirlo a su lado, sus ojos se abrieron, para darse cuenta de que él ya no estaba.

—¿Varg?

Confundida por su ausencia, Bel se incorporó, observando la habitación como si buscara una señal que explicara porque se había ido, mientras sus ojos amenazaban con empañarse, al no entender por qué él se fue sin levantarla, o por qué el lugar se sentía diferente, y entonces ella escuchó un sutil movimiento que salió del cuarto de baño.

Bel se bajó de la cama, sosteniendo las sábanas contra su cuerpo, y así caminó hacia el cuarto de baño, encontrando a Varg sumergido en la tina hasta los hombros, con los ojos cerrados.

—Varg.

Él abrió los ojos de golpe al oír su voz, encontrándola de pie frente a él.

—Bel, ¿estás bien? —preguntó, recorriéndola de pies a cabeza.

—Sí, solo que me desperté y no te vi —musitó ella con la voz apagada—. ¿Puedo entrar contigo?

Varg guardó silencio por un instante, como si dudara en concederle su deseo, pero al ver esos ojos grandes y tiernos que tanto decían sin hablar, él extendió su mano hacia ella.

—Ven.

Bel dejó caer la sábana que cubría su cuerpo al suelo, tomó la mano de él en silencio, entró en la tina y con mucho cuidado, Varg la acomodó contra su pecho.

—¿Dormiste bien? —preguntó, rodeándola con los brazos.

—Sí. ¿Y tú?

—Yo también —dijo, deslizando la yema de los dedos por el pecho de Bel, pero al sentir lo acelerado que estaba, Varg frunció el ceño—. Tienes el pulso agitado, Bel. ¿Estás bien?

—Sí. —Varg la giró con cuidado, para que quedara de cara a él—. Es que me asusté.

—¿Por qué?

—Bueno, es que cuando me levanté y no te vi, pensé que te habías ido sin querer verme.

Varg suspiró, elevando un poco la comisura de sus labios, mientras dejaba un beso en la frente de Bel.

—No le tengas miedo a esas cosas, Bel —dijo, sintiendo cómo ella deslizaba sus manos por las cicatrices en sus brazos y su pecho.

—¿Cómo te las hiciste?

Él bajó la mirada, siguiendo con la vista el recorrido que su dedo hacía sobre una vieja cicatriz.

—Cazando en el bosque.

—¿Qué cazas?

—Cangrinos.

—¿Y ellos te hacen esto?

—Bueno, cuando te enfrentas en el bosque con varios de ellos, muchas cosas pueden pasar.

—Me gustan.

—¿Las cicatrices?

—Sí.

—Quisiera saber si hay algo de mí que no te guste.

—Que te quedes callado —dijo ella mirándolo, mientras el aire parecía detenerse entre ambos.

—¿A qué te refieres?

—En la madrugada sentí que querías algo, pero te quedaste callado. No deberías hacer eso.

Varg apretó la mandíbula, apartando los cabellos del rostro de ella. —No siempre podemos tener lo que queremos, Bel.

—¿Y qué querías en ese momento? ¿Estar en otro lugar?

—No.

—¿Entonces?

Sin saber cómo responder a esa pregunta, Varg titubeó un poco, mientras que Bel lo miraba curiosa.

—Detuviste el beso, Varg, y sentí que lo hiciste para no llegar más allá.

—Lo detuve porque lo pensé mejor y concluí que no era el momento.

—No pienses tanto —susurró con la voz baja y melosa—. Cuando quieras algo de mí, no te detengas ni te quedes callado.

Varg observó a Bel por unos segundos más, como si esa simple frase de su voz hubiese doblegado algo en su interior, y como si su cuerpo hubiera decidido por él, se inclinó hacia adelante, dejando a Bel bajo su cuerpo, al tiempo que sus manos la sujetaron de la cintura, pegándola más a su piel.

Bel soltó una suave risa divertida, al sentir el cosquilleo de sus manos, mientras sus miradas se encontraban, y sin pensarlo tanto, ambos se besaron.

Varg tomó los labios de Bel con urgencia, en medio de un jadeo, y antes de que se cruzara por su mente detenerse, él la contempló una vez más, antes de volver a besarla como si estuviera liberando un deseo reprimido, como si necesitara hacerlo para poder respirar, mientras sus manos la seguían sujetando con fuerza.

Varg se sentó de nuevo en la tina sin dejar de saborear sus labios y en medio de ese vaivén de besos desesperados, él tomó a Bel de las caderas y la colocó a horcajadas sobre él, mientras el agua se derramaba de a poco por los bordes de la tina.

Bel jadeó contra sus labios, intentando sujetarse de sus hombros, sintiendo cómo él se deslizaba dentro de ella, haciéndola soltar un gemido que quiso ahogar en su cuello, mientras él gruñía, bajando la frente hasta su pecho, con la respiración agitada, como si aquello lo superara.

Las manos de Varg se aferraron a las caderas de ella, guiándola sin palabras en cada movimiento que se volvía más profundo y lleno de urgencia, mientras el agua golpeaba los bordes de la tina con cada embestida.

Bel se aferró a él, hundiendo los dedos en su espalda, como si estuviera intentando no desplomarse, en medio de suspiros y gemidos entrecortados, amando en silencio cómo él la hacía suya, cómo él era suyo, y cómo ese hombre de pocas palabras se dejaba llevar, arrastrándola consigo.

En la sala privada que se le había cedido a Lady Dita Hadmmon, Maeve yacía sentada en el amplio sillón con un pequeño libro en mano, mientras que Lady Dita parecía inquieta, moviéndose de un lado al otro sin prisa, con una taza de té a medio tomar y casi fría en sus manos.

Al notar la inquietud de su tía que no la dejaba concentrarse, Maeve bajó el libro y giró su mirada hacia ella, observándola jugar con la taza en sus manos.

—¿Le sucede algo, tía?

Dita miró a Maeve. —No.

La mujer caminó hasta la pequeña mesa de centro y dejó la taza de té sobre ella, para después sentarse en el mueble de cara a su sobrina.

—Pues creo que sí, tía. Está muy inquieta desde que trajeron su té.

Dita se quedó en silencio, ignorando las palabras de su sobrina.

—¿Es por Bel?

Dita la miró. —Claro, ¿por quién más sería?

Maeve bajó la mirada al libro. —No se preocupe por ella, tía. Mi hermanita debe estar bien.

—Pues yo no estoy segura, y hasta que no lo sepa no estaré tranquila.

Maeve torció los ojos sin quitar la mirada del libro.

—Antes podía salir de aquí, y podía ir a sus aposentos para saber cómo había amanecido o preguntarle a Alira por ella, pero ahora no puedo hacerlo. Ella ya no duerme sola.

—Pronto lo hará.

—¿Por qué dices eso?

Maeve despegó la mirada del libro. —¿De verdad cree usted que el príncipe Varg pasará más de una noche al lado de ella? —Maeve volvió la mirada al libro—. Él solo está cumpliendo un deber; además, si algo le hubiera pasado a la llorona, ya lo sabríamos.

—¡No hables así de tu hermana, Maeve! Y no, no es tan simple como crees —Dita suspiró, levantándose del mueble—. Si algo le llegara a suceder a Bel, el regente lo resolvería sin ayuda de nosotras, y aún más después de lo que hiciste, porque si nosotras estamos aquí, solo es porque él nos tiene consideración por su esposa.

—¡Ya, tía! —Maeve cerró el libro con hastío—. Ya no me esté repitiendo lo mismo todo el tiempo.

—¡Te lo repito porque parece que se te olvida que no puedes expresarte de esa forma de tu hermana en este lugar ni en ningún otro! ¿En qué momento tu corazón se llenó de rabia contra ella si siempre fueron niñas muy unidas?

—¡Bel y yo ya no somos unas niñas! Por lo menos yo no me comporto como una ridícula llorona, así que le aseguro que después del espectáculo que hizo anoche delante de todos, el príncipe solo llegó, se quedó junto a ella y le cumplió por lástima, para que no siguiera con su drama, pero ahora mismo debe estar sola y llorando como siempre en su habitación, junto a sus estúpidas muñecas.

Dita alzó la mano para abofetear a Maeve, pero en ese momento la puerta se abrió y una sirviente asignada a los Hadmmon entró en la sala.

La mujer bajó la mano que había alzado hacia Maeve al ver a la mujer y al instante se dirigió a ella, mientras su sobrina permanecía con el rostro vuelto hacia un lado, dándole la espalda a la recién llegada.

—Lady Dita —la sirviente se reverenció.

—Dígame.

—Como usted me lo pidió, le traigo noticias sobre Lady Bel.

—¿Mi sobrina está bien?

—Sí, mi lady. Ella se encuentra ahora mismo en los aposentos del regente.

—¿Sabe si el regente pasó la noche allí o salió de los aposentos durante la madrugada?

—Desde que el regente llegó del puerto, pasó la noche junto a su esposa y no abandonó la habitación en ningún momento; de hecho, ya se retiraron las sábanas del lecho.

—¿Y?

—Estaban manchadas.

Dita llevó una mano al pecho, soltando un suspiro de alivio, mientras que Maeve, aún de espaldas a la puerta, bajó la cabeza, llevando una mano a la raíz del cabello cerca de su oreja, el cual comenzó a jalar de ellos con insistencia, con la mirada fija y vidriosa, al tiempo que su respiración agitada la traicionaba, intentando contener la rabia que sentía al saber que él no había rechazado a la mujer que para ella era menos que incapaz de dar algo más que problemas.

—¿Ha sabido algo más? —preguntó Dita, sin dejar de mirar a la sirviente.

—No, mi lady. Solo que se retiraron las sábanas y se cambió el agua de la tina, porque la que se dejó anoche fue utilizada, y hasta este momento, desde que se retiraron las sábanas, el regente aún permanece en los aposentos con su esposa.

Maeve apretó los ojos y se levantó del mueble, lanzando el libro que tenía al suelo con fuerza, y sin mirar atrás, ella salió de ese lugar a la vista de su tía, por una de las puertas del fondo de la sala, tragándose lo que sentía en silencio.

—Gracias por sus servicios —dijo Dita, volviendo la mirada hacia la sirviente—. Por favor, una vez que mi sobrina esté sola, avíseme para ir a verla.

—Como diga, mi lady.

La mujer se retiró de la sala, cerrando la puerta tras de sí, y al estar sola; Dita suspiró, mirando hacia la puerta por donde salió Maeve, como si entendiera bien de dónde provenía aquella rabia silenciosa que parecía consumirla, y tras recoger el libro del suelo, la mujer se dispuso a ir hasta donde estaba su sobrina para hablar con ella, al ser más que consciente de que si no la hacía entender las cosas a tiempo, aquella rabia podría transformarse en algo peor.

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