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𝟏𝟏. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋

Capítulo 11.

VARG

Al escuchar a esa mujer, tan diestra en jugar con sus escrúpulos, supe que debía ir por Bel antes de que algo más que rebasara mis límites sucediera.


Sentada en la pequeña mesa donde se tomaba el té, Bel aún continuaba metida en el camisón de Varg mientras comía una rebanada de tarta de arándanos, con un par de uvas en otro plato, mirando a través de la ventana cómo el sol comenzaba a tomar fuerza en el cielo frío de Dunkelheit, hasta que la puerta de la habitación se abrió, captando la atención de Bel, quien se giró al escuchar el crujido de la madera.

—¡Maeve! —Bel se levantó de la silla, observando a su hermana cerrar la puerta con cuidado.

—Hola, Beli.

Bel sonrió al escuchar la forma en la que su hermana la llamó. —Tenías tiempo que no me decías Beli.

—Sí, lo sé —Maeve dio unos pasos hacia ella—. Disculpa si no toqué para entrar en la habitación del regente, pero quería hablar contigo y me dijeron que estabas aquí sola.

—No te preocupes —Bel volvió a sonreír con ligereza, observándola—. Varg está en su sala, haciendo sus cosas de rey y no se dará cuenta.

Ambas se quedaron en silencio por unos segundos y tras un breve suspiro, Maeve caminó hacia Bel y la rodeó con sus brazos, regalándole una sonrisa de medio labio que pronto se desvaneció fuera de la vista de Bel.

—Te pido disculpas por la forma en la que te traté ayer, hermana. No medí mis palabras ni mis acciones, y sé que lo que hice no estuvo bien.

Maeve se separó de Bel, volviendo a forzar esa sonrisa complaciente, tomando sus manos entre las suyas.

—¿Entonces no me odias porque Varg me pidió que fuera su esposa?

—Claro que no, hermanita. Y ya que dijiste eso, quiero que sepas que ayer cuando fui a hacerte ese estúpido reclamo, no sabía todavía por qué él había decidido pedirte a ti en matrimonio, pero después de lo que pasó —Maeve agachó la mirada fingiendo pena—, tía Dita habló conmigo y me lo explicó todo.

—Yo no planeé esto, Maeve, de verdad.

—Lo sé —ella la miró sin soltar sus manos—. Sé que lo que pasó fueron decisiones del regente, no tuyas, así que no fue tu culpa, pero...

—¿Pero qué? —Bel la miró, preocupada.

Maeve bajó la mirada, con inquietud. —Me tomé el atrevimiento de pedirle a tía Dita que hablara con él para corroborar si era verdad que el regente sabía de tu padecimiento. No lo hice por nada malo, solo que no quiero que sufras, hermanita.

—¿No entiendo, Maeve? ¿Por qué sufriría? —Bel frunció el ceño, mostrando una evidente inquietud en su mirada—. Varg sabe lo que tengo y me dijo que no le importa —añadió con una pequeña sonrisa insegura.

—Lo sé, y eso es muy lindo de su parte —Maeve miró a Bel de reojo, notando cierto temor en sus ojos—. Pero en lo personal me preocupa que al final, tú termines sufriendo, hermana.

—¿Pero por qué sufriría?

—Porque para nadie es un secreto que a medida que pase el tiempo, tu padecimiento te irá consumiendo. Comenzarás a verte más delgada, más pálida, y tu brillo se irá desvaneciendo —Maeve volvió desviar su vista hacia a Bel de soslayo con cierto desdén—, y no sé si él estará listo para enfrentar y aceptar eso. No quiero que el día de mañana cuando ya no te veas tan hermosa como hoy, él te haga a un lado por alguien más.

—¡No! Varg no me haría eso.

—Tranquila, tranquila. —Maeve le acarició el brazo a su hermana, cuidando de que sus palabras no la alteraran más de lo que quería—. ¿Estás segura de que a él no le importa?

—Sí, él me lo dijo.

—Entonces, si es así, no te alteres. Lo único en lo que debes pensar ahora es en cuidarte y prepararte para lo que viene.

En ese momento, la puerta de los aposentos se abrió de golpe y Varg entró en la habitación, seguido de Ludger, quien se quedó de pie en la entrada.

—Bel —Varg pasó por el lado de Maeve, ignorando su presencia—. ¿Estás bien? —preguntó, arrojando una breve mirada hacia Maeve.

—Sí, estoy bien, Varg. Solo estaba hablando con Maeve, que vino a pedirme disculpas por lo que pasó ayer.

Varg giró su rostro hacia Maeve. —¿Ah, sí? —Ella intentó forzar una ligera sonrisa ante él—. Pues eso está bien. Me parece justo.

Antes de que Maeve pudiera hablar para intentar rendir sus excusas ante Varg, la señorita Alira llegó a la habitación, encontrándose de frente con el príncipe Ludger, ante el cual se reverenció, y él amablemente se movió de la entrada para cederle el paso.

—Majestad —Alira caminó unos pasos hacia el interior de la habitación, mientras se inclinaba ante el regente—. Disculpen la interrupción, pero vine por mi niña Bel, para que se aliste en sus aposentos.

—Claro que sí, señorita Alira —Varg tomó el rostro de Bel entre sus manos con delicadeza y se inclinó hacia ella, buscando su mirada—. Ve con tu nana y alístate. Más tarde cuando me desocupe de algunos asuntos, iremos al jardín. ¿Te parece?

—¡Sí! —Bel sonrió, dando un ligero saltito de alegría, mientras Maeve observaba la escena apretando sus dedos con ligereza, intentando sostener una sonrisa que no terminaba de ser cómoda, sin darse cuenta de que Ludger la estaba observando desde su lugar.

—Bueno, ve y alístate.

—Está bien. Sí.

Varg deslizó con cuidado una mano hacia la cintura de Bel, mientras que con la otra sujetaba su rostro con delicadeza, y ante la mirada de Ludger, de la señorita Alira y de Maeve, Varg acercó su rostro al de Bel y rozó sus labios con los de ella en un beso suave y delicado.

Sintiendo una presión y un fuerte vacío en su pecho al ver cómo el hombre que ella deseaba le daba a otra mujer lo que había soñado en silencio, Maeve apretó la falda de su vestido con fuerza, mientras su respiración agitada y sus intensas ganas de llorar luchaban por no hacerse evidentes, sin darse cuenta de que una vez más, Ludger la observaba atento, con la mirada fija sobre ella.

Al finalizar aquel beso, los ojos de Bel parecían estar más brillantes contemplando a Varg, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder, y él con delicadeza, le regaló una sonrisa sin quitar la mirada de ella.

—Anda, ve a alistarte. Yo paso por ti a tus aposentos.

Bel asintió emocionada y se acercó a su nana, quien la tomó de la mano para salir juntas de la habitación.

Una vez solos, Maeve se giró hacia Varg, mientras él la observaba, inmóvil a unos metros de distancia.

Maeve pudo ver cómo la sonrisa que antes le daba calidez al rostro de él había desaparecido y en su lugar, una mirada gélida y cierto desdén se posaba directamente sobre ella.

Varg le dio una breve mirada a Ludger, quien desde la puerta le hizo un leve gesto con la cabeza, afirmándole discretamente que había visto el doble juego de Maeve, y una vez lo confirmó, su mirada volvió a ella, bajo un incómodo silencio.

—Le agradezco, príncipe, que haya considerado su decisión de permitirnos a mi tía y a mí quedarnos en el castillo, y también por aceptar mis disculpas respecto a lo sucedido con mi hermana —dijo Maeve, intentando mantener la compostura, mientras jugaba con sus dedos.

Varg se quedó mirándola por un momento, con la mirada entrecerrada, el ceño fruncido y sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón. El silencio guardado por parte del Worwick se volvió incómodo para Maeve, quien desvió su vista inquieta hacia la entrada, encontrándose con Ludger y su mirada inmutable sobre ella.

—Primero —habló Varg, haciendo que Maeve lo mirara de vuelta—, yo no consideré nada. Si me pregunta, le diré que habría preferido no volver a verla en mi casa, lady Maeve.

La ligera sonrisa que Maeve había intentado mantener se desvaneció de su rostro, mientras Varg daba un par de pasos hacia ella.

—Si permití que usted se quedara aquí fue porque mi futura esposa me lo pidió bajo su infinita nobleza, la cual admiro y valoro, así que mejor agradézcale esto a ella, no a mí. Y segundo...

Varg se acercó un poco más, manteniendo su tono hostil, pero un poco más bajo.

—No me tome por estúpido, lady Maeve. Para mí, sus disculpas son igual de falsas al interés que yo tengo por usted.

—Príncipe, yo de verdad considero a mi hermana...

—A mí no me importa lo que usted considere —interrumpió él, cortando la palabrería de la joven—. Y voy a serle muy franco, porque todo este asunto ya me tiene profundamente irritado; no intente ser agradable conmigo, porque no me importa. No intente llamar mi atención, porque yo no me fijo en insignificancias. Y si antes su presencia aquí me era casi inexistente, ahora no lo será, pero solo por una razón, que es Bel. Así que le advierto que, si vuelve a intentar cruzar la línea con ella otra vez, se atenga a las consecuencias, porque de mi cuenta corre que lo pague.

Varg pasó por el lado de Maeve y caminó hacia la puerta, sin darle tiempo de replicar.

—Algo más. —Él se detuvo, girándose para mirarla de reojo—. ¿Quiere saber por qué jamás me fijé en usted? Porque usted no es Bel. Y no intente siquiera serlo ni en sus pensamientos, porque jamás lo logrará.

Una lágrima brotó de los ojos de Maeve, quien apretó con fuerza el lazo de la cintura de su vestido, sintiendo las palabras de Varg atravesaban su pecho.

—Ahora le pido que abandone mis aposentos; usted no está autorizada a estar aquí. La próxima vez que desee hablar con Bel, espere a que la princesa regente esté en algún otro lugar del castillo, porque aquí no es bienvenida.

Con la respiración agitada y al borde de explotar por el llanto, Maeve se giró para salir de la habitación, pero antes de cruzar el umbral, la voz de Varg la detuvo de nuevo:

—Ah, por cierto, lady Maeve. Mil disculpas por mis palabras. Es que cuando las personas están profundamente molestas o irritadas, como ya le dije que estaba, no saben lo que dicen.

Tras las palabras de Varg, Maeve corrió fuera de la habitación, huyendo por el pasillo, y una vez solos, Ludger soltó una breve risa, mientras Varg caminaba hacia el interior de sus aposentos.

—Eres un maldito —comentó Ludger, permaneciendo junto a la puerta, con el rastro de su risa aún dibujada en su rostro.

—Veamos qué siente lady Maeve cuando alguien le juega su mismo juego —replicó Varg con el ceño fruncido, acomodando los puños de su traje militar.

—Bien pensado. Pero te aconsejo que no permitas que se acerque a Bel cuando esté sola.

—Eso haré.

Varg deslizó su mirada por la habitación, fijándola finalmente en su lecho, donde una muñeca reposando sobre su almohada llamó su atención, y dando unos pasos hacia la cama, él se acercó, mientras Ludger observaba lo que su primo estaba viendo.

—¿Es de ella?

—Sí —confirmó Varg, pasando sus dedos por el objeto—. Parece que le gustan mucho.

—Qué ternura —murmuró Ludger, para después recibir una mirada fría y cortante de Varg, pero Ludger alzó su mano en señal de disculpa, mientras que Varg volvía su mirada hacia su lecho—. ¿Le vas a llevar su muñeca?

—No es necesario. No me molesta que la haya dejado aquí.

Varg se giró hacia la puerta, pasando por el lado de su primo.

—Vamos. Debemos reunirnos con el consejo, pero antes debo ver a lady Dita para acabar de una vez con esta maldita situación.

Varg salió de su habitación junto con Ludger, quien cerró la puerta tras él para perderse con su primo en el pasillo.

—Las medidas para Dunkelheit seguirán siendo las mismas, así que no hay de qué preocuparse —comentó Varg, removiéndose con ligereza en la cabecera de la mesa del consejo, frente a los miembros de su corte.

—¿Entonces Dunkelheit continuará funcionando bajo sus restricciones, sin tomar en cuenta las disposiciones enviadas por el rey Lauker, majestad? —preguntó uno de los lores presentes.

—Es correcto, mi lord. —Varg apoyó sus codos en la mesa—. Todos los pueblos que conforman el Reino Soberano de Dunkelheit, bajo el estandarte de la Casa Worwick, seguirán funcionando tal como hasta ahora; y quiero dejar en claro que esto no es una afrenta contra la gestión del rey Lauker, pero debemos reconocer que sus nuevas imposiciones parecen más nacidas de la necesidad de demostrar poder que de un interés real por el bienestar común, y todos aquí sabemos que eso no funciona así.

—Comprendo su punto, majestad —intervino otro miembro del consejo—, y es muy acertado de su parte, pero me preocupa que esto pueda desencadenar una guerra entre las regencias del Imperio Worwick.

—Si Lauker es inteligente, sabio y respeta las instrucciones impartidas por la instrucción que dejó el rey Valko II, no será tan necio como para provocar un conflicto entre regencias —Varg se levantó de su lugar—. La mayoría de los pilares de la Casa Worwick se sostienen en las leyes de los dioses y en los decretos establecidos por los reinados del rey Aiseen I, el rey Valerio I, el rey Veikan y por supuesto, los reyes Valko I y II. Así que, si en algún momento él decide removerme de la regencia de Dunkelheit, mi ejército responderá para recordarle que mi lugar aquí no solo es por mérito y derecho de sucesión, sino también por mi herencia como hijo y nieto de una princesa y una reina Vikernes.

—La Gobernación de Vinndvik está del lado del regente —añadió Ludger desde su puesto en la mesa—. Por mi parte, los pueblos gobernados bajo mi mano en nombre del regente Varg Worwick y de la corona seguirán cumpliendo las leyes estipuladas por los antiguos reyes, y no dudo que otras regencias y gobernaciones harán lo mismo.

—Me parece correcto manejar esto desde este punto, majestad —comentó otro lord—. Y nos tranquiliza profundamente que usted esté considerando esto, porque como aliados de ciertos reinos de Ficxia, sabemos de antemano que muchos podrían sentirse traicionados si no se respetan los pactos ya establecidos. Así que, considerando esto, queremos comunicarle que debido a todo este revuelo, su viaje a Baios deberá efectuarse pronto.

Varg se quedó en silencio por un instante, evaluando las palabras del lord.

—¿Es estrictamente necesario, lord?

—Sí, majestad. La corona de Baios y su consejo esperan la asistencia del regente más competente de la Casa Worwick en Ficxia. El príncipe Nicola, como esposo de la reina Lyra Vanderdark, no puede interceder en esos asuntos de forma directa por ser un Worwick, pero usted sí. Ellos quieren una garantía de que por lo menos, usted respetará los acuerdos de las fronteras y los recursos que manejan de forma amistosa entre la Casa Worwick y las tierras de Aguas Oscuras.

—Está bien. Mi consejero estará de vuelta dentro de poco para concretar ese asunto. —Varg volvió a su lugar, apoyando sus manos sobre la mesa—. Y, ya que hablamos de consolidar alianzas, fortalecer la unidad de las regencias y de los pactos, deseo traer a esta mesa el segundo punto importante que quería citar; el anuncio de mi matrimonio con lady Bel Hadmmon.

Varg se sentó en su silla, mientras los miembros le miraban con atención.

—Me supongo que para este momento los comunicados ya habrán llegado a sus feudos, así que espero la asistencia de todos ustedes para que puedan ser testigos del ascenso de la nueva princesa regente, quien será coronada por mi madre, la princesa Rousia Vikernes.

—¿Nana, has visto mi muñeca? —preguntó Bel, alzando la falda de su vestido, mientras revisaba debajo del mueble donde solía recostarse a leer.

—Debiste haberla tirado sin fijarte, mi niña, y se habrá caído —respondió la mujer con dulzura, sacando unos pequeños guantes de lana rosa de una cómoda—. Mejor ven, colócate tus guantes, que afuera está haciendo frío.

La señorita Alira se acercó a Bel y comenzó a acomodar los guantes que combinaban con el vestido aperlado de Bel, justo cuando unos toques en la puerta la hicieron retirar su mano de Alira y correr con prisa hacia la entrada.

Al abrir la puerta, ella se encontró con Varg, quien le dedicó una ligera sonrisa, mientras ajustaba sus guantes de cuero.

—¡Varg!

—¿Estás lista?

—Sí, ya.

—Bien, te traje esto —dijo él, extendiéndole un libro encuadernado en cuero oscuro, el cual Bel tomó entre sus manos con una sonrisa curiosa, mientras salía distraída de la habitación.

—Mi niña, ¡espera tus guantes! —la llamó Alira, acercándose a la puerta para alcanzarla.

—Tranquila, no se preocupe —intervino Varg, extendiendo una mano—. Deme los guantes, yo haré que se los coloque.

Alira le entregó los guantes al príncipe, acompañada de una discreta reverencia, mientras Bel seguía ojeando las primeras hojas del libro, y sin interrumpirla, él comenzó a caminar junto con ella hacia el jardín.

Cuando llegaron al árbol donde habían leído juntos por primera vez aquel día donde apenas se habían conocido;  ambos se sentaron uno junto al otro, mientras que Bel mantenía el libro entre sus manos, hojeando el resto de las páginas una tras otra.

—¿Te gusta?

—Sí, pero ¿por qué dice el nombre Vikernes en las primeras líneas? —preguntó, ladeando un poco su cabeza para mirarlo.

—Es un pergamino ordenado con la historia de mi madre y de mi abuela, la reina Priyenka, y lo saqué de mi sala privada porque pensé que te gustaría leerlo.

—¡Claro que sí! —Bel respondió con entusiasmo, dejando el libro a un lado—. Así conozco más de ti, y más allá de lo que ya sé por tu herencia Worwick.

—Me alegra escuchar eso, porque es bueno que la futura princesa regente de Dunkelheit conozca la historia de la casa de la que será madre.

Bel lo miró, picando las mejillas con sus dedos. —Eso sonó lindo y especial.

—Lo es —Varg se retiró uno de sus guantes, y al instante sintió cómo el aire frío acarició sus dedos—. Dame tu mano.

Obedeciendo sus palabras, Bel le extendió su mano y al tomarla, Varg sintió el contraste helado en el tacto de Bel, igual al de ese día por la mañana, cuando él había rozado los dedos contra su mejilla.

—Está frío —musitó ella, refiriéndose a su piel.

Varg tragó en seco, comprendiendo lo que ese frío en particular significaba, y él no tardó en acariciar con su pulgar los dedos delicados de ella.

—Me gusta el frío —susurró él, elevando la comisura de sus labios, haciéndola sonreír también.

Sintiendo que estaba en su único cielo, Bel se acurrucó contra el costado de Varg y se deslizó bajo su brazo, apreciando el calor de su abrazo junto a ese mismo aroma a menta que había sentido en la almohada y el camisón de él en sus aposentos.

—Aquí hace calorcito.

—¿Sí?

Ella asintió, sin apartarse de él.

—¿Y te gusta?

—Sí.

—Entonces, vamos a ponerte los guantes para que entres más en calor —Varg tomó la mano de Bel con cuidado para comenzar a colocar el primer guante.

—¿Te fue bien con lo que estabas haciendo antes de venir por mí?

—Sí, solo era una reunión del consejo para tratar algunos asuntos del reino y problemas con la corona.

—¿Sucede algo malo con el rey?

—No, no sucede nada grave. Solo discutimos algunas exigencias que él ha estado haciéndole a los reinos Worwick aquí en Ficxia, y de paso aproveché para confirmar la asistencia de los miembros de mi corte a nuestro matrimonio.

—¿Y van a asistir?

—Sí. Esta mañana también envié varios cuervos a Ateckdra, Baios y Artarbur.

—¿Entonces tus primos vendrán?

—Eso espero.

—¿Aisak vendrá?

Varg miró a Bel, notando el entusiasmo en su rostro.

—No lo sé —dijo, volviendo su mirada hacia las manos de Bel, para terminar de acomodar el pequeño guante—. Supongo.

—Me gustaría que él viniera. Es que cuando se fue, no pude despedirme porque nadie me avisó que se iba.

Varg apretó la mandíbula, frunciendo el ceño. —¿Es muy importante para ti que él venga?

—¡Sí! Es que él fue muy amable conmigo y especial también.

—Uhum —murmuró Varg, girando su mirada fruncida hacia el jardín, permaneciendo en silencio.

—¿Pasa algo malo si él viene?

—No. No pasa nada malo. —Él volvió su mirada hacia ella—. De hecho, sería bueno que él viniera. Así podría ver cómo te conviertes en mi esposa.

—¡Sí! —exclamó ella con una amplia sonrisa que iluminó su rostro, al tiempo que Varg la contemplaba por unos segundos, atrapado por la ternura que solo ella sabía producirle.

Bel se recostó una vez más en el costado de él, y jugueteando con el guante de Varg, que él tenía en su mano, ella susurró:

—Varg.

—¿Sí?

—Mmm. ¿Sabes qué otra cosa me gusta además de tu calorcito?

—¿Qué cosa?

—Me gustó cómo se sintió cuando te despediste de mí esta mañana antes de irme con mi nana Alira —susurró, alzando su mirada hacia él.

Al oír sus palabras, Varg logró ver un inocente anhelo en su mirada, comprendiendo lo que ella quería.

El Worwick inclinó su rostro hacia ella y en medio de una delicada y sutil pausa, sus alientos se rozaron y él posó sus labios con delicadeza sobre los de Bel, guiándola en un beso tan lento y tan suave, como el roce de la seda e igual de  dulce como el más fino vino.

Los dedos de Varg se entrelazaron por un instante entre los dedos de su delicada Bel, mientras la otra mano sujetaba su cintura para sostenerla contra él. Y perdida en su más profundo y tierno anhelo con el hombre que captó su atención esa primera vez que lo vio, ella cerró los ojos, aferrándose a su príncipe regente.

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