
𝟏𝟎. 𝐕𝐀𝐑𝐆 & 𝐁𝐄𝐋
Capítulo 10.
—Varg, por favor, hijo; mide lo que piensas hacer —pidió Rous entrando junto con Varg y con Arlette a la sala privada del regente.
—¿Medir? —Varg estrelló la puerta de la sala tras de sí—. ¿Cómo me piden que mida lo que sea que vaya a hacer, cuando no se midieron ni las acciones ni las palabras con Bel?
—Hijo, yo te entiendo, y créeme que esto también me molesta, pero te sugiero que tengas en consideración la postura de Bel con respecto a su familia.
—Bel será mi esposa, así que tendrá que sujetarse a lo que yo considere mejor para ella.
—Ella también tiene derecho a decir lo que piensa y siente, hijo —intervino Arlette, dando un par de pasos hacia su nieto—. Antes de hacer cualquier cosa, habla con ella, porque para tomar decisiones necesitas saber qué es lo que realmente pasó.
—Abuela, yo eso lo entiendo, y estoy de acuerdo en que Bel tiene derecho a expresarse, pero mi deber como su esposo es protegerla y velar por ella. Bel me dijo lo que le ocurrió antes de que la tos le desgarrara la garganta y se desmayara.
Varg suspiró con cansancio y apoyó la frente contra uno de los libreros que se encontraban cerca de su escritorio.
—¿Qué le hicieron? —Rous dio un par de pasos hacia él.
—No fue solo lo que le hicieron, madre. Fue lo que me dijeron —Varg volvió la mirada hacia Rous—. Bel le dijo que Maeve la acusó de la muerte de sus padres por estar enferma, y también la acusó de que yo la hubiese elegido a ella para ser mi esposa.
—Eso es terrible —alegó Rous, indignada—. ¿Cómo pudo esa niña decir algo así?
—Tenia rabia, madre. Ella tenía rabia porque no pudo regalarse lo suficiente para llamar mi atención, y yo fui muy claro cuando le pedí a usted que le dijera a Lady Dita que desde el momento en que decidí tomarla en matrimonio nadie podía tocar a Bel.
—Hijo, quizás...
—¡Quizás nada, madre!
—Creo que deberías hablar con Lady Dita y llegar a un acuerdo considerado con ella sobre Maeve y Bel.
—¡Al diablo con la consideración! —Varg estrelló su puño contra el escritorio—. No voy a negociar ni a dialogar este tema con esa mujer. Es estúpido hacer algo como eso cuando ya conocemos las malas intenciones de quienes tenemos enfrente, y no pienso darle cuerda a esta situación infantil y absurda.
—Lo que le pasa a tu esposa no es ni infantil ni absurdo, Varg —habló Arlette, encarando a su nieto.
—No me refiero a Bel, abuela —Una mueca de hastío se dibujó en el rostro de Varg y en medio de un profundo suspiro, él apoyó las manos contra su escritorio y tras unos segundos de silencio, agregó—: Seré muy sincero con ustedes; estos eran los malditos problemas innecesarios con los que no quería lidiar. Tengo asuntos reales que atender en este reino, y no me hace gracia tener que perder tiempo con este maldito drama.
—Lo que le duele a la mujer que será tu esposa no es drama —insistió Arlette.
—Lo que le duele a Bel, me dolerá a mí, abuela, y soy consciente de eso. Pero lo que no quiero ni estoy dispuesto a tolerar son las estupideces y caprichos de esa niña Maeve, que al parecer carece de dignidad.
La puerta se abrió de golpe en ese momento, interrumpiendo la conversación dentro de la sala privada, y Lady Dita entró cerrando la puerta tras de sí con cuidado para después quedarse de pie en ese mismo lugar.
—Princesa Rous, princesa Arlette —habló la mujer reverenciándose ante las mujeres—. Príncipe —Ella se dirigió a Varg—. Me mandó usted a llamar.
—Siga.
—Yo me retiro, mi cielo —Arlette se acercó a su nieto—. Iré a ver cómo sigue Bel.
—Abuela, por favor, saque uno de mis camisones de tela de una de las cómoda y pídale a la señorita Alira que la ayude a quitarle a Bel ese vestido y a ponerle el camisón.
—Como digas, mi amor —respondió ella, depositando un beso en la frente de su nieto antes de salir de la sala.
Tras cerrarse la puerta, Lady Dita suspiró con cierto temor, dando unos pasos hacia el centro de la sala y observando al regente a los ojos, dijo:
—Príncipe Varg, antes de cualquier cosa, quiero que me permita...
—No le he pedido que hable, lady —le interrumpió Varg, frenando incluso hasta sus pasos—. Y si quiere que sea directo con usted, tampoco admitiré sus excusas. Creo que fui muy claro cuando le pedí a mi madre que le advirtiera que no quería que nadie le hiciera daño a Bel. ¿No es así?
—Sí, príncipe, y soy consciente de eso, pero le juro que no imaginé que Maeve reaccionaría de esa manera tan irracional. Yo amonesté a mi sobrina, le expliqué lo grave de la situación, y créame que ella está muy apenada...
—Lo que piense o sienta su sobrina me tiene sin cuidado, así que ahórrese sus palabras —Varg caminó al centro de su escritorio y manteniéndose de pie frente a él, miró a Lady Dita y dijo—: Espero no verlas aquí mañana a primera hora.
Lady Dita tragó en seco, dejando ver el temblor de su pulso.
—Si lo que quiere es que nos mantengamos alejadas de mi niña Bel, yo...
—Lo que quiero es que aliste sus cosas y se marche del castillo mañana mismo.
Rous llevó las manos a su rostro, alejándose un poco, mientras Lady Dita quedó casi muda ante la tajante decisión del regente.
—Si, si eso es lo que usted quiere, príncipe, entonces así será. Pero le pido por favor, que me permita hablar con mi sobrina antes de irme.
—¿Para qué? ¿Para aprovecharse de la nobleza de Bel y meterle sus ideas y culpas en la cabeza?
—Disculpe, príncipe, pero Bel Hadmmon es mi sobrina. Yo me hice cargo de ella desde el fallecimiento de mi hermano y su esposa, y he estado con ella en los peores momentos, cuidándola y velando por ella, así que creo que merezco al menos despedirme de ella.
Varg observó en silencio por unos segundos a Lady Dita, midiendo las palabras de la mujer, para después asentir.
—Está bien. Hable con ella si quiere, pero quiero dejarle claro que eso no cambiará mi decisión.
—Príncipe, tenga consideración...
—¡Se lo advertí! —gritó Varg, estrellando su mano contra el escritorio, haciendo temblar los libros sobre su superficie—. ¡Nadie me tuvo que contar cómo estaba Bel! ¡Yo la vi con mis propios ojos! Y no pienso seguir discutiendo esto aquí. ¡Lárguese ahora mismo o haré que la saquen!
Lady Dita bajó la cabeza, mientras luchaba por contener las lágrimas, sabiendo que nada de lo que dijera cambiaría la decisión del regente.
—Como usted ordene, majestad —La mujer se reverenció—. Con su permiso.
Una vez la puerta de la sala se cerró tras la salida de Lady Dita, Varg se dejó caer en su silla, soltando un suspiro agotador junto con los ojos cerrados en un intento inútil por calmar su rabia, y al ver cómo su hijo apretaba sus puños sujetándose de los brazos de la silla, Rous se acercó a él para tratar de darle calma.
—No voy a contradecirte en esto, hijo. Sé que tienes razones de sobra para hacer lo que haces y tú eres quien manda aquí. Pero antes de que ellas se vayan, deja que Bel hable con su tía.
—Lo haré —Varg se incorporó de su lugar para dirigirse a la puerta junto con su madre—. Pero yo estaré presente, porque no permitiré que la manipulen.
—¿Y si Bel te pide que no las eches?
Varg se detuvo en seco, sin girarse.
—Sería absurdo que me pidiera eso.
—Varg —Ella buscó la mirada de su hijo—. Recuerda que Bel no mira el mundo como tú lo haces, así que antes de cualquier cosa que decidas hacer, habla con ella; hazle entender tu punto y aprende también a escuchar el suyo.
El príncipe desvió la mirada, apretando la mandíbula en silencio.
—Deberías llevar a Bel a sus aposentos —añadió Rous—. No creo que sea buena idea que duerma en tu habitación esta noche.
—Madre, por favor —Él desvió su mirada con desdén—. A la única persona ante la cual Bel debe valer su pudor es ante mí. El resto me es indiferente.
—Está bien, testarudo —Ella le sonrió—. Haz lo que consideres mejor para tu prometida.
Rous abrió la puerta para marcharse de la sala, pero antes de hacerlo, ella se detuvo un momento, se giró hacia su hijo y dijo, pasando una mano por su rostro con una ligera sonrisa dibujada en sus labios:
—Si esto haces sin estar enamorado, no me imagino lo que harás o cómo serás el día que lo estés.
Ella se empinó con delicadeza, dejó un beso en la mejilla de su hijo y salió de la sala, dejando a Varg solo en el umbral, inmóvil, con las últimas palabras de su madre haciendo eco en su mente.
La mañana había llegado a Dunkelheit y antes de que el ajetreo del día iniciara, Varg ya estaba listo para salir de sus aposentos y corroborar que las mujeres Hadmmon estuvieran por marcharse del castillo.
Él salió en silencio del cuarto de baño, ajustándose el cinturón del camisón de su traje, cuando sus ojos se fijaron en Bel, quien estaba acurrucada en la orilla de la cama, casi perdida en uno de los grandes camisones del príncipe, con el cabello alborotado y la mirada hundida en la pequeña muñeca que su nana le había dejado en la noche para que durmiera.
Varg permaneció de pie un instante, viendo esa figura tan pequeña y frágil colándose en un espacio de su intimidad, y tras unos segundos en silencio, él se acercó a los pies de la cama y susurró:
—Buenos días, Bel.
Ella alzó sus ojos hacia él, con la mirada opaca. —Buenos días, Varg.
—¿Cómo te sientes?
—Duele... —dijo, volviendo los ojos a su muñeca.
—¿Qué te duele?
—Todo el cuerpo. Antes dolía menos.
Él avanzó unos pasos hacia ella. —¿También te golpeó?
—No. El dolor es por mis ataques —explicó, moviendo con sus dedos el cabello de su muñeca—. Antes no dolían tanto, pero a medida que pasa el tiempo, duele más y hace más frío.
Varg tragó en seco, entendiendo a qué se refería ella, y en medio de un leve suspiro, él se acercó y rozó la mejilla de Bel con su mano, dándose cuenta de que su piel, además de pálida, estaba más fría de lo normal.
—Hiciste bien en venir a decirme lo que te hicieron, Bel. Tu hermana me...
—Tú no me quieres, ¿verdad?
Varg parpadeó, sorprendido al no esperarse esa pregunta por parte de ella; viendo cómo ella lo miraba en espera de una respuesta.
—¿Qué dijiste?
—Que tú no me quieres —Bel se sentó en la cama con la muñeca en brazos—. Tu te vas a casar conmigo por lo que tengo y por pena.
—¿Ella también te dijo eso?
—Varg, respóndeme...
Él se acercó aún más, sentándose junto a ella en la cama.
—Bel, no me voy a casar contigo por lo que tienes. Tampoco soy tan miserable.
—¿Entonces por qué lo haces? —suplicó ella por una respuesta, mirándolo con sus grandes ojos llorosos.
—Porque es inevitable verte y no querer estar cerca.
Bel bajó la mirada, sintiendo las palabras de Varg en su pecho, y tras un incómodo silencio entre ambos, él suspiró, llevando su mano a la barbilla de Bel y alzó su rostro hacia él para que lo mirara.
—Quiero que sepas algo, Bel. Jamás voy a mentirte, ni a fingir algo que no siento, ni voy a callarme lo que pienso. Decirte que te amo en este momento sería una mentira, y decirte que me comprometo por pena o por interés también lo sería; yo estoy aquí porque quiero y no hay nada que me haga arrepentirme de la decisión que tomé de tomarte como mi esposa.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Bel.
—Yo estoy enamorada de ti —Varg tragó en seco sin saber qué decir—. Pero no quiero que digas nada... —Ella se arrojó sobre él, metiéndose en su costado—. Tenerte aquí es suficiente para mí.
Sin saber qué decir ni cómo responder ante la facilidad que ella tenía para vulnerar sus sentimientos, Varg llevó sus manos al cabello de ella y comenzó a acariciarlo con ternura y delicadeza, mientras la apretaba contra él, sintiendo por primera vez una punzada extraña en el pecho al no saber cómo corresponder de la forma en que ella lo hacía.
—No sé cómo lo haré, pero prometo que haré lo que esté en mis manos para merecerte.
—Ya lo haces —Ella agarró su mano—. Y eso me hace feliz.
Varg sonrió de medio labio, perdido en la dulzura de su voz, y así mismo se inclinó y dejó un beso sobre su cabello desordenado antes de levantarse de la cama.
—Anoche hablé con tu tía —dijo, retomando su postura, mientras terminaba de acomodarse el cinturón—. Ambos compartimos un par de palabras referente a lo que tu hermana te hizo, y le ordené que se fueran hoy mismo del castillo.
—¡¿Qué?! —Bel dejó su muñeca a un lado—. ¿Ya se fueron?
—Aún no. De hecho, me estaba preparando para ir a corroborarlo.
—¡Varg, no! ¿Por qué lo hiciste?
—¿Por qué lo hice? —Varg frunció el ceño—. ¿Te parece poco lo que tu hermana te hizo? Acusarte de la muerte de tus padres, hacerte sentir mal con lo que padeces porque te elegí como mi esposa y encima, agredirte. Eso es inaceptable. ¡Ellas cruzaron un límite que no estoy dispuesto a permitir!
—Está bien. Sí, tienes razón. Sé que Maeve se pasó, pero ella tenía rabia; y cuando las personas tienen rabia, no saben lo que dicen...
—¡Claro que lo sabe, Bel! —alegó elevando su tono de voz—. La rabia no inventa sentimientos; revela los que uno guarda y que no es capaz de decir.
—¡No es cierto! —gritó Bel entre lágrimas, bajándose de la cama—. ¡Maeve no me odia! ¡Ella es mi hermana, y no puede odiarme! Yo, yo me he enojado muchas veces con ella, pero nunca la he odiado.
Varg se agachó para verla a los ojos. —Bel, ella no es como tú.
—Lo sé, pero somos hermanas. Crecimos juntas y nos enseñaron igual.
—Puede ser, pero no son iguales. Ella está muy lejos de ser como tú.
Sintiendo la dureza en las palabras de Varg, Bel rompió en llanto y se acercó a él, tomando su mano.
—Por favor, Varg —sollozó, mirándolo a los ojos—. No las eches. Dales otra oportunidad, por favor.
—No, Bel.
—¿Por qué no puedes?
—Porque ya tomé una decisión en favor de tu beneficio y di una orden clara.
—Entonces solo da la orden otra vez de que no se vayan.
—No es tan simple como crees, Bel. Por mi posición en este reino, no acostumbro ni me gusta retractarme sin razón justa de una orden que doy, y cuando digo no es no. A mi no me gusta complacer actos sin sentido.
—Ni me complacerías a mí.
—Bel…
—Varg, por favor, ellas son mi tía y mi hermana, y yo las quiero. Si se van a la solariega, van a estar tristes y solas, y yo también voy a estar triste sabiendo que ellas lo están.
Varg apretó la mandíbula y cerró los ojos, tratando de tragarse la impotencia que le provocaba verla con la mirada triste y los ojos rojos por el llanto.
—Está bien —él cedió entre dientes, en medio de un pesado suspiro—. Pero su estancia aquí y lo que tú hermana hizo no les saldrá gratis.
—¿Qué harás?
—Se quedarán, pero bajo mis condiciones. Yo no retiro mis órdenes, Bel, así que esta vez consideraré esto solo por ti, pero ellas estarán bajo mis reglas. Y te advierto que si vuelve a suceder algo, no volveré a ser condescendiente y no me limitaré a solo palabras.
—¿A qué te refieres?
—Mis dagas también hablan, Bel. Y a veces, lo hacen mejor que yo.
Ella lo miró, confusa, sin entender del todo aquella sutil amenaza.
—Iré a hablar con tu tía, así que puedes quedarte aquí tranquila. Le pediré a tu nana que te traiga de comer.
Bel asintió, con una ligera sonrisa, mientras que Varg se inclinaba sobre ella para dejarle un beso en la frente con delicadeza, y luego salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
En medio de un suspiro de alivio, Bel volvió a la cama y se recostó en el mismo lugar donde supo que Varg había dormido esa noche protegiéndola, y abrazando su muñeca, cerró los ojos, sintiendo que al menos por ahora, estaba a salvo.
—Aquí estás —dijo Ludger, entrando en la sala privada, mientras veía a Varg tomar algunos pergaminos de un librero cercano.
—¿Dónde más iba a estar? —respondió Varg sin voltear, regresando a su escritorio.
—Creo que elegí un mal día para decir trivialidades evidentes.
—Uhum.
Ludger entrecerró los ojos, observándolo concentrado en sus tareas, y sabiendo que esa seriedad habitual en él era más que simplemente concentración del momento, el Worwick tomó asiento frente al escritorio.
—Ya me enteré de lo que sucedió anoche. ¿Cómo sigue ella?
—Bel está bien —respondió sin levantar la mirada—. Decaída por lo que pasó, pero bien.
—Bueno, al menos está bien. Porque creo que si no, ahora mismo estarías ordenando que se preparara el patio de ejecución, ¿no es así?
Varg lo miró de reojo, sin ánimos de seguirle el juego, y luego bajó la vista de nuevo a los pergaminos.
—Está bien, no te molestaré más con el tema. Entiendo que tu compromiso con esa lady debe pesarte ahora.
—No me pesa mi compromiso, Ludger —corrigió Varg, volviendo su vista hacia su primo—. Y es Lady Bel para ti.
Ludger alzó las manos con ligereza en señal de disculpas y al ver esto, Varg suspiró dejando el pergamino que leía a un lado.
—Anoche le dije a la tía de Bel que al amanecer no quería verla aquí, ni a ella ni a su otra sobrina, pero esta mañana tuve que reconsiderar mi decisión.
—¿Por qué?
—Porque Bel me lo pidió.
Ludger soltó una leve carcajada. —¿Escuché bien? Aún no te has casado y ya reconsideras decisiones por la voz de tu prometida.
—No lo entiendes, Ludger. Con Bel no puedo simplemente ser autoritario e imponerle lo que se me da la gana.
—Y no deberías —agregó Ludger—. Y en cierta medida entiendo tu punto, porque cuando se trata de nuestras mujeres, todo debe tratarse con mucho tacto, pero Varg, Bel aún no es tu esposa.
—Lo sé, pero aun así no pude negarme. Así que solo medié mi decisión, mas no la revoqué por completo.
—Al menos —Ludger se levantó de su lugar para dirigirse a la mesa del vino por una copa.
—Bel cree que su hermana la quiere, también cree que no tiene un mal deseo o una mala intención hacia ella —Ludger se acercó, dejándole una copa a Varg en el escritorio—. Ella piensa que porque ella no odia, nadie tendrá razones para odiarla.
—¡Vaya, qué nobleza! —Ludger sonrió, bebiendo un sorbo de su copa—. ¿Piensas mostrarle la realidad del mundo o...?
—No —negó Varg, jugando con la copa entre sus dedos—. No pienso destruirle los sentimientos ni su forma de ver la vida. Lo único que puedo hacer es protegerla y cuidar de eso el tiempo que los dioses me lo permitan.
—¿Entonces la vas a mantener en su ilusión?
—¿Tienes una idea mejor? —Varg alzó la mirada hacia su primo.
—No.
Varg cerró los ojos un momento, dejando la copa a un lado. —Bel no ve la mala voluntad en las acciones de su hermana, pero yo sí. Y ya que acepté que se quedaran, será bajo mis condiciones y mis límites, así que hoy mismo se los voy a hacer saber.
En ese momento, la puerta de la sala fue tocada, captando la atención de ambos hombres. Al instante, Varg dio la orden de que pasaran y la puerta se abrió, dejándose ver la figura de Lady Dita entrando en la sala.
—Majestad. Príncipe —se reverenció la mujer ante los Worwick, para después dirigirse hacia Varg—. Me informaron que deseaba hablar conmigo, majestad.
—¿Dónde está su sobrina Maeve? Yo di la orden de que ella también viniera.
—Pido excusas, majestad, pero mi sobrina Maeve se encuentra ahora mismo con mi niña Bel en sus aposentos, extendiéndole sus disculpas.
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