—¿Mamá? Ya llegué a casa.

Anuncio su llegada sacándose los zapatos y dejándolos en un pequeño mueble que allí tenían mientras colocaba sus pantuflas y se adentraba a la casa.

—¿Mamá?

Pregunto nuevamente sin tener respuesta dirigiendose a cada rincón del lugar, inclusive al patio trasero, que aunque estaba lloviendo igual se fijó.

—¡¿Mamá?! ¡Mamá!

Comenzó a gritar más fuerte subiendo las escaleras con rapidez casi cayéndose de estás. Agitado entro a la habitación de su madre.

Poco a poco su mano se iba resbalando del picaporte. Sus ojos de abrían como plato. Su cuerpo quedó paralizado. Sus piernas no respondían hasta que por el mismo cansancio, al intentar caminar, se cayó al suelo.

Allí estaba. Allí se encontraba su madre, tumbada en la cama, con un brazo fuera tocando el suelo y un frasco de pastillas al lado de su mano.

Aquella escena destrozo a Jimin de mil maneras posibles. Ya había perdido a su padre cuando apenas tenía 5 años, ahora ya teniendo 13 perdió a su madre. Ya no tenía a nadie. Jimin no entendía por qué lo hizo si antes de irse a la escuela se miraba contenta y feliz.

Pero todo aquel momento fue interrumpido por la persona que él más detestaba en esta vida.

—Jimin.

—Sácame tus manos de encima —susurró entre dientes irritandóse.

—¡Ya! —exclamo alterando al menor.

Y sin previo aviso lo agarro de la muñeca y se lo llevó a la afueras de la habitación mientras observaba como unas personas uniformados entraban a la escena.

«¿Cómo sabía él que mi madre hizo eso?»

Se pregunto así mismo Jimin con lágrimas en los ojos y un corazón roto.

—No... ¡No! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Por favor no te vayas! ¡Mamá!

Grito observando como llevaban envuelta en un gran bolsa negra a su madre.

Desde ese día, todo en la vida de Jimin cambio radicalmente a tal punto de haber olvidado al Jimin cariñoso, amigable, sociable y carismático que una vez fue.

Un nuevo Jimin renació. Nadie nunca volvería a dañar su corazón.