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Capítulo 1

—¡Maldito seas, Bin! ¡Basta ya!

Park Jimin se incorporó bruscamente en la cama, con el corazón latiéndole muy deprisa y todo el cuerpo en tensión. Aturdido por el sueño, sus pensamientos eran confusos. Había tenido un sueño de lo más ardiente, con una mujer muy sexy, una mujer sin rostro pero con un cuerpo de diosa; entonces había oído a alguien gritando.

Miró a su alrededor, pero su dormitorio estaba tan vacío como siempre. No había nadie escondido detrás de las cortinas, y menos aún la mujer con la que había estado soñando; sin embargo, aquella voz había sonado muy próxima. Con el corazón aún en un puño, aguzó el oído, y entonces oyó una risa de hombre.

Frunció el ceño.

Miró el reloj y vio que solo eran las siete y media. No llevaba mucho tiempo en la cama y, desde luego, no le había dado tiempo a recuperarse de la agotadora noche de trabajo.

—No tiene gracia, imbécil, y lo sabes —la misma voz de antes se quejó en alto, sin importarle que otras personas pudieran estar durmiendo—. No puedo creer que me hayas hecho esto.

—Mejor tú que yo, cariño —se oyó otra voz de hombre—. ¡Ay! Me has hecho daño.

Jimin se puso de pie y se acercó a la ventana en calzoncillos. Al sentir el aire fresco de la mañana, se le puso la carne de gallina. Estaban a mediados de septiembre y las noches empezaban a refrescar.

Se estiró a ver si podía aliviar el dolor de espalda; todavía le dolía de todo el peso que había tenido que levantar hacía pocas horas. Se rascó el pecho y retiró la cortina para asomarse.

«Vecinos nuevos», pensó al ver el cartel de «Se Vende» tumbado en el suelo y un montón de cajas de cartón amontonadas en el patio.

Entrecerró los ojos para protegerlos de la anaranjada luz cegadora del amanecer, mientras buscaba con la mirada la persona que gritaba. Cuando finalmente la vio, no pudo dar crédito a sus ojos. Tenía el cabello castaño y ondulado, recogido en una pequeña cola de caballo que apenas y se formaba.

No pudo verle bien la parte de arriba puesto que llevaba un suéter muy ancho, pero sus pantalones cortos dejaban ver unas piernas largas y atléticas.

Como buen soltero que era, las piernas del chico le llamaron inmediatamente la atención. Aturdido aún por el sueño erótico del que había despertado hacía unos minutos, se las imaginó enrolladas a su cintura, o tal vez a sus hombros, y pensó en la fuerza con la que abrazarían al afortunado que estuviera colocado entre ellas, hundido entre ellas. Pero como vecino, tenía ganas de ponerse a gritar por la falta de consideración que animaba a ese pequeño hombre a seguir vociferando a esas horas de la mañana.

Con ese hombre allí, el futuro no se presentaba nada bueno.

—¿Papi?

Jimin se volvió con una sonrisa en los labios, aunque en realidad estuviera deseando cometer un asesinato. Sin duda, el ruido había despertado a su hija, lo cual quería decir que ya no habría manera de que la niña volviera a la cama.

Estaba exhausto, pero aun así le tendió la mano.

—Ven, cariño. Parece que nuestros nuevos vecinos se están mudando.

YeonWoo se acercó a él arrastrando su manta de felpa amarilla. Sus piececitos sobresalían del borde del camisón. Se acercó a él y le tendió sus brazos delgados.

—Déjame ver —le pidió con esa voz de niña tan adorable.

Jimin la levantó en brazos amablemente. Su hija era tan pequeña, aunque ya tenía cuatro años; tan menuda como había sido su madre. Jimin la abrazó con fuerza contra su pecho desnudo. Aspiró su olor a niña y frotó su mejilla contra su pelo fino y suave como el plumón. A la niña le gustaba que le diera cariño y a él le gustaba dárselo.

Como de costumbre, YeonWoo le dio un beso de buenos días, le echó los brazos al cuello y miró por la ventana. Jimin esperó su reacción. Para tener solo cuatro años, su hija era muy astuta. En lugar de hacer innumerables preguntas como los niños de su edad, ella hacía afirmaciones. Aparte de los dos días a la semana que iba al parvulario, YeonWoo siempre estaba en compañía de los amigos de Jimin. Tal vez, la niña se expresara tan bien por pasar tanto tiempo rodeada de adultos.

—Le estoy viendo el trasero —dijo YeonWoo frunciendo el ceño exageradamente.

Jimin agachó la cabeza y lo vio. El hombre se había agachado para levantar una caja de cartón del suelo, y había separado ligeramente las piernas para no caerse. Los pantalones cortos se le subían de tal manera, que Jimin le vio parte de los cachetes del trasero.

Bonito trasero, pensaba Jimin con apreciación mientras entrecerraba los ojos para verlo mejor.

El hombre tiró de la caja, pero entonces esta se rompió y él se cayó de culo. De algún lugar del porche salió la risotada de otro hombre.

—¿Quieres que te ayude?

Jimin notó la cólera del hombre en el pavimento, que le recordó a un gato enrabietado.

—¡Márchate, Bin!

—Pero pensé que querías mi ayuda —le llegó la contestación burlona.

—Tú —le dijo él mientras se levantaba y se sacudía el polvo de las manos con fuerza—, ya has hecho suficiente.

Jimin intentó ver al misterioso Bin, pero no pudo. ¿Sería su marido? ¿Su novio? ¿Y de dónde había salido ese nombre tan raro?

—¡Dios mío, es un enano! —dijo YeonWoo, sobrecogida cuando el hombre terminó de incorporarse. Zack la abrazó.

—Es un poco más bajo que yo, ¿verdad, cariño?

Su hija asintió mientras observaba al hombre que vaciaba la caja con fastidio. YeonWoo apoyó la cabeza sobre el pecho de Jimin y se quedó pensativa, como hacía a menudo. Jimin empezó a acariciarle la espalda, esperando a ver qué decía a continuación.

La niña lo sorprendió echándose hacia delante, colocando las manos a los lados de la boca a modo de bocina y gritando por la ventana: —¡Hola!

El hombre se volvió, se colocó la mano delante de los ojos hasta que los vio y entonces agitó la mano con el mismo entusiasmo con el que se había sacudido el polvo de la ropa.

—¡Hola! —contestó.

Jimin, que estaba en calzoncillos, se escondió detrás de la cortina.

—¡YeonWoo! —dijo dispuesto a taparle la boca a su hija—. ¿Qué estás haciendo?

Ella lo miró y arrugó la nariz.

—Debo ser amable con los vecinos, como tú me dijiste.

—Eso es con los vecinos antiguos. A estos ni siquiera los conocemos.

YeonWoo empezó a retorcerse para que la bajara; cuando él la dejó en el suelo, le dijo:

—Iremos a conocerlos ahora —anunció, y se dio la vuelta.

Jimin la agarró del camisón cuando ella iba saliendo ya de la habitación.

—Espera un momento, señorita. Primero tenemos que desayunar, hacer algunas tareas y fregar los trastes. ¿De acuerdo?

Con cierto fastidio, la niña corrió a la ventana.

—Saldré después —gritó.

El hombre se echó a reír. Tenía una risa sonora y sensual, mucho más bonita que sus gritos.

—Estaré aquí, no te preocupes.

Jimin se asomó sin saber qué hacer. Una vez que su hija había llamado la atención de los nuevos vecinos, no podía actuar como si no existieran.

El hombre del porche salió al patio y sonrió. Jimin pestañeó con sorpresa.

Enorme. Fue la primera palabra que se le ocurrió al verlo.

Levantó un brazo que parecía el tronco de un árbol y lo agitó:

—Me llamo Min Bin —gritó—. Y esta fierecilla es Yoongi.

Para sorpresa de Jimin y deleite de YeonWoo, el tal YoonGi le dio un codazo al otro que lo hizo doblarse por la cintura.

—Diganme Yoon.

Viendo que no le quedaba otra alternativa, Jimin respondió.

—Soy Park Jimin, y esta es mi hija, YeonWoo.

—¡Encantado de conocerlos a los dos! —dijo YoonGi—. Y como estamos todos despiertos y hace una mañana tan maravillosa, si les parece llevaré un poco de café para que nos conozcamos.

Jimin balbució sin saber cómo negarse a tan audaz propuesta, pero el otro ya se había dado la vuelta y se había metido en la casa.

Miró a YeonWoo con el ceño fruncido, pero su hija se encogió de hombros y sonrió.

—Será mejor que nos vistamos —y dicho eso, salió corriendo.

Jimin se dejó caer en la cama. Le apetecía darse una ducha caliente y afeitarse. El día anterior había trabajado doce largas horas, había atendido dos urgencias especialmente agotadoras y, aparte de cansado, estaba muerto de hambre. Afortunadamente, aquel era su día libre, y tenía la intención de pasarlo de compras con su hija.

Como a YeonWoo le gustaba jugar a lo bruto, tenía los pantalones y los codos de los jerseys destrozados. Le hacía falta ropa de otoño nueva. Lo que menos le apetecía en ese momento era que los mismos vecinos que lo habían despertado con sus gritos fueran a su casa a fastidiarlo a esas horas.

Se levantó de la cama con resignación, dispuesto a armarse de paciencia para aguantar a sus nuevos vecinos. El timbre de la puerta sonó unos tres minutos después. Apenas le había dado tiempo a ponerse unos vaqueros y una sudadera. Con las zapatillas de deporte en la mano, fue a abrir la puerta.

Al pasar por el dormitorio de YeonWoo, vio que esta ya se había vestido, pero que aún no se había puesto un jersey.

—Abrígate, cariño —le dijo a su hija. En ese momento volvió a sonar el timbre.

—Ve a abrir, papá.

Jimin se echó a reír mientras pensaba en lo sociable que era su hija. Bajó las escaleras y fue hacia la puerta. Abrió el cerrojo, deseando estar en la cama durmiendo.

Se había pasado todo el día anterior soñando con poder levantarse tarde. Después había planeado darse un buen baño relajante, desayunar como un rey y pasar el día con su hija. Sin embargo, en ese momento debía mostrarse amable con los nuevos vecinos.

Nada más abrir la puerta, el hombre más bajo lo miró y dejó de sonreír.

—Oh, Dios mío —dijo—. Lo hemos despertado, ¿verdad?

Jimin se quedó mudo, mirándolo. De cerca era más bajo de lo que había pensado; incluso más que él. Jimin se quedó asombrado, pues no era muy frecuente ver a un hombre tan bajo.

Una suave brisa mecía su cabello despeinado. Lo tenía de un bonito color miel, más claro alrededor de la cara, donde le habría dado más el sol. Los ondulados le salían por todas partes, como muelles en miniatura, y Jimin decidió que sería difícil dominar un pelo como aquel.

El hombre le sonrió entonces y lo miró con sus ojos de un color avellana muy poco habitual. Sus ojos gatunos estaban adornados por unas pestañas largas, tupidas y muy oscuras teniendo en cuenta el color de su pelo. Entonces el hombre arqueó las cejas y sonrió de oreja a oreja.

Jimin se reprendió para sus adentros.

¡Dios, lo había estado mirando como si no hubiera visto un hombre en su vida! Y encima lo había mirado... ¿con interés?

—¿Cómo sabe que me ha despertado?

—Ah —chasqueó la lengua—. ¿Ha dormido algo?

Jimin se pasó la mano por los cabellos.

—Anoche trabajé hasta muy tarde —dijo sin más, pues no tenía ganas de repetir los sucesos de la noche anterior—. Pase.

—Bin vendrá ahora mismo. Está sacando unos bollos de mantequilla del horno. Es un cocinero magnífico.

¿Bin el gigante cocinaba?

El hombre alzó un termo que llevaba en la mano.

—Café recién hecho. Aromatizado con vainilla francesa. Espero que no le disguste.

Odiaba los cafés con sabores.

—Está bien —dijo—, pero no debería haberse molestado.

—Es lo menos que puedo hacer después de despertarlo.

De no haberlo hecho, pensaba él, tal vez hubiera podido terminar su sueño erótico y no estaría tan tenso en ese momento.

YoonGi vaciló en el umbral de la puerta.

—Lo siento muchísimo. Esta es mi primera casa y estoy tan estresado como emocionado; y cuando estoy así, desgraciadamente... —se encogió de hombros, como queriendo disculparse— grito sin darme cuenta.

Su sinceridad le resultó inesperada y agradable al mismo tiempo.

—Lo entiendo.

Sin embargo, YoonGi no terminó de pasar.

—No quiero invadirle su casa; si tiene unas tazas, podríamos tomarnos el café aquí, en su porche. Tomaremos café, charlaremos un poco y ya está. Se lo prometo. Total, hace una mañana maravillosa y ahora ya estamos todos despiertos, ¿no?

En ese momento, YeonWoo bajaba por las escaleras. Jimin se dio la vuelta y vio a su hija corriendo escaleras abajo.

—Despacio —le dijo en tono bajo pero firme. Ella se paró en seco en el penúltimo escalón y se disculpó.

—Hola —le dijo YeonWoo al desconocido mientras terminaba de acercarse.

A Yoon se le iluminó la mirada al ver a la niña, y sus ojos miel parecieron encenderse.

—¡Hola! —se arrodilló a la puerta—. Me alegra tanto conocerte —le tendió la mano y YeonWoo se la estrechó con formalidad—. No me había dado cuenta de que tenía una vecina. El de la agencia me dijo que aquí solo vivía un hombre soltero.

—Soy YeonWoo. Mi mamá se murió —dijo ella—, así que solo estamos papá y yo.

Cuando tenía oportunidad, YeonWoo hablaba de cualquier cosa. Normalmente no le habría importado, pero en esa ocasión la molestó.

En voz baja, seguramente porque se había dado cuenta de que YeonWoo había tocado un tema muy privado, YoonGi dijo:

—Bueno, me alegro mucho de que seamos vecinas, Woo —miró a Jimin con recelo—. Y de tu papá también, por supuesto.

Jimin le dio la mano a su hija, pues no quería dejarla con un extraño, y dijo:

—Yoon, si quiere sentarse un momento, iremos a por las tazas ahora mismo.

YoonGi se puso de pie otra vez, estirando aquel cuerpo esbelto y, sin darse cuenta, Jimin se fijó en sus piernas. De pronto sintió un intenso calor por dentro y tuvo que mirarlo de nuevo a la cara.

Está casado, pensó con culpabilidad; de todas maneras, no era su intención mirar de ese modo a ningún vecino.

En lugar de sentirse ofendido por la mirada de Jimin, YoonGi sonrió.

—Me parece bien —murmuró.

Se volvió hacia el porche, dándole a Jimin la oportunidad de mirar unas piernas torneadas y un trasero firme y redondo.

YeonWoo lo miró, pero él sacudió la cabeza indicándole que se quedara callada un momento. Cuando llegaron a la cocina, sentó a YeonWoo junto a él y se puso las zapatillas de deporte.

—¿Quieres zumo?

—De manzana —YeonWoo balanceó las piernas y ladeó la cabeza—. No es más alto que tú.

—No, no del todo —Jimin sacó una bandeja y colocó tres tazas, una de ellas con zumo, y un cuenco de cereales para YeonWoo—. Pero casi.

YeonWoo se revolvió en el asiento.

—Quiero hacerme una coleta como la suya.

Jimin sonrió. Tal vez el tener a un vecino nuevo, aunque fuera aquél enano con el pelo lo suficientemente largo para hacerse una pequeña coleta, no fuera una cosa tan mala.

JiHyun, la niñera de YeonWoo cuando Jimin trabajaba, era una mujer amable y cariñosa, pero podría haber sido la madre de Jimin. Los únicos amigos que veía Jimin eran Taehyung y Jungkook; y aunque Jungkook sabía todo lo que se debía saber sobre mayores de dieciocho, no sabía nada de las niñas de cuatro años.

Por el bien de YeonWoo había decidido que necesitaba una esposa. Pero encontrar a alguien apropiado le estaba resultando más difícil de lo que había pensado, sobre todo porque tenía muy poco tiempo para buscar.

En las pocas ocasiones en las que había salido, no había conocido a ninguna mujer apropiada. Una esposa debía ser casera, limpia y encantadora. Y sobre todo, tendría que entender que su hija iba primero. Y punto.

—Una cola de caballo —repitió Jimin diciéndose que no era el momento de pensar en eso—. ¿Por qué no vas a buscar tu cepillo y una goma y te los llevas al porche?

—Vale.

Se deslizó de la silla y echó a correr. Su hija exudaba energía y tenía una imaginación que a menudo lo dejaba perplejo. YeonWoo era su vida.

YoonGi y Bin estaban discutiendo de nuevo cuando Jimin abrió la puerta mosquitera. Se quedó quieto, sin saber qué hacer, mientras YoonGi señalaba a aquel tipo tan enorme en el pecho y lo amenazaba de muerte. Bin hizo caso omiso a la mayor parte de su diatriba y dijo:

—¡Ja! —y entonces le dio con el dedo en el lóbulo de la oreja.

Antes de poder decir nada, YoonGi saltó como movido por un resorte y se llevó la mano a la oreja.

—¡Ay! Me has hecho daño.

—También me estás haciendo daño tú, clavándome el dedo en el pecho.

—Burro —le dio otro golpe con el dedo—. No sientes nada a través de esta capa de músculo, y lo sabes.

Bin se frotó el pecho e iba a decir algo cuando vio a Jimin. Entonces frunció el ceño.

—Estás montando el número delante de nuestros vecinos, YoonGi.

Jimin, en el umbral de la puerta, los miraba asombrado. No quería verse implicado en peleas domésticas.

YoonGi corrió y le quitó la bandeja de las manos.

—No le haga caso a Bin —le dijo—. Es un bruto.

Bin se pasó la mano por la cabeza de cabello rubio y le dijo:

—YoonGi, te juro que te voy a...

Fue a agarrarlo, pero en ese momento Jimin se puso entre los dos.

—Mire, esto no es asunto mío, pero...

YoonGi se dio la vuelta y se plantó delante de él.

—¿Qué me vas a hacer? —lo pinchó.

Bin fue a agarrarlo de nuevo, y Jimin lo tomó de la muñeca.

—Basta —rugió.

De lo que estaba totalmente seguro era de que por muy hombre que fuera YoonGi, no pensaba dejar que ese tal Bin tocara ese pequeño cuerpo.

Se hizo silencio. Bin arqueó una ceja y miró la mano de Jimin, que apenas le agarraba la gruesa muñeca. Entonces miró a YoonGi e hizo una mueca.

—Aquí tienes a un hombre galante.

YoonGi dejó la bandeja en el suelo y se colocó entre los otros dos. Estaba tan cerca, que sintió su aliento y el calor de su cuerpo. Entonces se estremeció.

YoonGi lo miró con asombro, le dio unas palmadas en el pecho y entonces le dijo:

—Gracias, pero Bin jamás me haría daño, Jimin. Se lo prometo. Solo le gusta pincharme.

—Es cierto —dijo Bin—. YoonGi, sin embargo, nunca ha tenido tal consideración conmigo. Lleva dándome golpes desde que llevábamos pañales.

YoonGi le echó una mirada de disculpa.

—Es cierto. Bin es tan grandote, que siempre me ha dejado practicar con él.

Bin tiró de su mano y Jimin, que de pronto se sintió aturdido, y por alguna razón, aliviado, lo soltó.

¿Hermanos?

—Es tan bajo —continuó Bin—, que siempre ha parecido menor de lo que era. Cuando estaba en el colegio, tuvo que aprender a defenderse para quitarse a los moscones de encima. Así que llevo años siendo su pera de boxeo.

Jimin aspiró y le llegó el aroma a café, a bollos de mantequilla, a rocío y a YoonGi. Su perfume era distinto. No era un aroma ni dulce ni especiado. Era más bien un aroma fresco, como la brisa que precedía a la tormenta. Se estremeció de nuevo.

Maldita sea, aquel día no estaba saliendo como había planeado. Y la culpa la tenía un hombre muy bajo y atractivo. Un hombre que no solo era su vecino, sino que seguía tocándolo y mirándolo con aquella mezcla de ternura, humor y... deseo.

Había conocido a mujeres atractivas e incluso a algunos hombres, como SeokJin, el esposo de Taehyung, pero ninguno tan fuerte como aquél frente a él.

Tenía la mano casi tan grande como la suya, los hombros anchos y sin embargo su pequeña estatura no cuadraba. A diferencia de SeokJin, YoonGi no era delicado. Pero era muy sexy.

Necesitaba dormir para poder pensar en todo aquello. Y desde luego, necesitaba más tiempo. Y sobre todo, necesitaba sexo, porque sabía que, cuando un amazona escandaloso y mandón lo excitaba, era porque había pasado demasiado tiempo.





















































•Kat🐾

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