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𝐔𝐌 ┃ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 «05»

El delegado estaba lanzado en pos de su orgasmo y, cogiendo la mano de la muchacha, le indicó que masajeaba sus testículos al mismo tiempo que se la chupaba. Yeeun emprendió diligentemente la tarea no sólo para que aquel cabrón se corriese lo antes posible, sino sobre todo para que los huevos del auditor dejaran de golpearle la barbilla. Como a cualquier hombre a Jungkook le hubiese gustado metérsela hasta las amígdalas y vaciarse directamente en la garganta de su compañera. Sin embargo, no se dejó llevar por el instinto.

Jungkook quería compartir su placer con ella. Verdaderamente deseaba que Yeeun disfrutarse y por eso le folló la boca con cautela. De forma que, cuando en un par de ocasiones el delegado dejó de follarla oralmente, fue ella misma la que procedió a mamar de su varonil biberón. Él tenía el deber de saciar la sed de aquella mujer pero debía tratarla bien. La forma en que aquel hombre abusaba de ella la hizo sentirse muy guarra. Yeeun chupaba con fuerza para hacer manar de una vez la leche de aquel hombre.

Era pues, hora de acentuar los amplios vaivenes de su cabeza y de sorber con ganas aquel grueso caramelo. Aunque Yeeun sintió su vagina chispear de ganas de probar aquel aparato, ella mantuvo su boca abierta para él. Jungkook no pudo resistir los carnosos labios de la mujer y ésta pronunció un delicado «Ummm», al notar la primera sacudida de su polla. No obstante. «Ummm». Fue con la segunda convulsión cuando, súbitamente, ella sintió el primer chorro de esperma chocar contra su paladar, y «Ummm», tras el segundo, cuando notó el espeso semen derramarse sobre su lengua, «Ummm».

Con el siguiente chorro la contable pudo percibir los distintivos matices del esperma de Jungkook: su textura, temperatura y sabor. Los últimos tres o cuatro espasmos del auditor terminaron de llenarle la boca. Por alguna extraña razón, la mujer se sentía orgullosa de haberle hecho eyacular de aquella forma tan exagerada. Aún así, Yeeun no le soltó la polla hasta que no había extraído hasta la última gota. Finalmente, la joven se dejó caer sobre los talones, extasiada y con la boca totalmente llena de esperma.

Le había vaciado los huevos a aquel imponente semental. Lo había conseguido y, literalmente, ahora saboreaba su premio. Un instante más tarde, él torció el gesto y le ordenó que abriera la boca. Ella le devolvió una pícara sonrisa y se la mostró, ya vacía. El delegado movió la cabeza en señal de aprobación. Curiosamente, él seguía impecablemente vestido, aunque con su miembro todavía fuera del pantalón.

―Sabe rico su semen, señor Jeon. ―dijo juguetona, antes de darle una última e intensa chupada a su verga.

Yeeun respiró aliviada. El aliento de la joven desprendía un más que evidente aroma a semen. Tras una semana o más sin eyacular, debía haberla obsequiado con una buena cantidad. «Con que te gusta la leche», se dijo maliciosamente, pensando que a partir de entonces a Yeeun no le faltaría una ración trimestral.

―¡Mierda, señorita! ―aclamó el auditor― ¡Qué bien la chupa usted!

Minutos después, tras una creciente serie de sacudidas, gemidos y meneos, Jungkook y Yeeun se estremecen.

―Señorita, no. ―le corrigió ella de inmediato― Señora. Si se puede, debe dirigirse a mí como señora Park. ¿Estamos? Ya se lo había dicho.

Le guste o no, oir aquello lo está poniendo cachondo nuevamente, y no porque esté necesitado de sexo, sino por envidia. Luego de una acusadora mirada, Jungkook le habló con resolución.

―El viernes iré a cenar a su casa. ―comenzó a hablar con afirmación él, sonriendo― Siento curiosidad por conocer a su esposo.

Aquellas palabras cayeron sobre ella como un balde de agua helada.

―¿Pero qué carajos dice? ¡Ni se le ocurra! ¡Yo no le he invitado! ―replicó Yeeun furiosa― ¡No tome atributos que no le he dado!

―Ni yo se lo he pedido. ―se defendió Jungkook, al tiempo que se guardaba la polla― Por cierto, ¿cómo se llama?

―¡Es un desgraciado y un atrevido! ―dijo Yeeun airadamente mientras verifica que no se hubiesen roto las medias.

―¿Desgraciado? ―repitió él― Viniendo de la señora que me la acaba de chupar, lo tomaré como un piropo. Vamos, no sea así. Dígame cómo se llama.

A Yeeun no le hace gracia, pero tampoco le da más importancia.

―Jimin, se llama Jimin. ―respondió finalmente la de contabilidad en un susurro― Park Jimin.

Nunca se había encontrado en un aprieto semejante. Aquella mujer casada se le estaba insinuando de forma impúdica, y ello a pesar de que su marido estaba en la casa. Debía estar cachondísima para hacer algo así.

―Gracias. Señorita. ―sonrió él, más que pícaro― Vámonos, Jimin la estará esperando... Cómo un buen esposo.

Jeon Jungkook era todo un caballero, un hombre como Dios manda que no permitiría que la mujer que acababa de hacerle una buena chupada volviera a casa en autobús. Por eso la llevó en coche hasta la puerta de su hogar y después condujo tranquilamente de vuelta al hotel. Por suerte o desgracia, gracias a su trabajo viajaba mucho, casi siempre solo. Puesto que nadie le esperaba en el hotel, paró en uno de los bares que vio en su camino de regreso. No sólo quería cenar, también quería darle vueltas a todo aquel asunto de las tarjetas. Aunque resultaba extraño a Jungkook le ocurría igual que a Marcus Goldman, el protagonista de La verdad sobre el caso Harry Quebert, el bullicio de los bares le ayudaba a concentrarse, a analizar las cosas y encontrar la solución a sus problemas.

Mientras trataba de hacerle frente a aquella ensalada césar completa con salsa de yogur, Jungkook no dejaba de darle vueltas a cómo mantener alejados a los periodistas. Esos carroñeros hijos de puta se ponían medallas por desprestigiar a una empresa importante como para la que él trabajaba. El escarnio público era lo más desagradable para sus jefes porque, no nos engañemos, en empresas sólidas como esa que las acciones bajen uno o dos puntos durante un par de semanas no importa un carajo, al menos para quienes tomaban las decisiones desde el club de golf.

Él sabía que deberían llegar a un acuerdo razonable con Hacienda y evitar los tribunales pero eso ya no dependía de Jungkook. Él había mandado aquella misma tarde su informe final al jefe de auditores, quién lo remitiría a su vez a hacienda para ser contrastado con lo que ellos tenían. En fin, los putos periodistas siempre pegan la oreja en las mismas puertas. Primero en la puerta del Sr. Hacienda, especialmente fútil. A través de ésta todo se escucha y todo se sabe.

En cambio, a la puerta de la unidad fiscal de la policía no se acercaban, esa debía ser acorazada o eso se suponía. En tercer lugar estaban las puertas de las empresas de la competencia, aunque a éstas no les interesan los asuntos contables sino los de investigación y desarrollo. Lo peor era cuando los periodistas pegaban la oreja a las puertas de la propia empresa, eso sí que desataba el terremoto.

El edificio se estremecía de arriba abajo con consecuencias impredecibles para quienes estaban dentro. Luego, esos cabrones de las agencias de noticias mezclaban lo sabido con lo inventado para redactar jugosos artículos para sus lectores. Alguna vez, Jungkook se había imaginado a todos ellos: al Sr. Hacienda, los periodistas, la policía, las empresas competidoras, etc. compartiendo comida basura en el mismo lóbrego cuartucho mientras que con las manos pringosas escuchaban conversaciones telefónicas, leían emails pirateados por los hackers y kakaotalk en celulares robados. Realmente patético. En fin, él hacía lo que tenía que hacer, cerrar la herida y lograr el mal menor, tal y como solía decirse a sí mismo.

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