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¿una cita?

¿Una cita?

Harry se encontraba tumbado en su cama, con los ojos cerrados y una sonrisa extendida por su rostro. El dulce aroma del invierno inundaba sus fosas nasales y sentía un fresco aire en su sien izquierda. Deseaba no moverse nunca de ahí, deseaba sentir siempre esa felicidad que le provocaba cosquillas en el corazón. Una cita a ciegas, nunca se hubiera imaginado que iba a hacer algo así."Será genial, ¿te apuntas?" le había preguntado Ginny aquel día, emocionada por la oportunidad que se les presentaba delante de los ojos. Al principio, Harry había pensado que era una tontería típica de adolescentes. ¡Una cita a ciegas! Parecía un cliché  sacado de cualquier novela de amor. Y él no era un chico normal, no, él debía derrotar a Voldemort, no podía perder el tiempo de esa manera. Pero luego, reflexionó sobre todo lo que se estaba perdiendo. Al fin y al cabo, era solo una cita, ¿qué podía salir mal? Así que, con un entusiasmo propio de la pelirroja, Ginny los apuntó a los dos a la larga lista de San Valentín, con el objetivo de encontrar su pareja ideal. Y ahora estaba allí, pensando en qué pasaría en unas horas, cuando se encontrara con la persona anónima en Hogsmeade. Las preguntas asechaban sus pensamientos, y no encontraba respuestas suficientes.

—Harry, ¿vienes abajo?

El azabache abrió los ojos lentamente, encontrándose con la cara de su mejor amigo. Su pelo pelirrojo estaba mojado y le sonreía enseñando sus blancos dientes. Harry suspiró, un poco molesto por la intrusión, y se levantó vagamente.

—No lo sé, Ron, prefiero quedarme aquí todo el día.

Ron enarcó una ceja y miró a su amigo confundido, notaba en él un comportamiento extraño, nada propio del chico. 

—¿Pasa algo? No estás normal.

Harry se giró hacia él y lo miró con sus profundos ojos verde esmeralda. Estaba feliz. Su primera cita, y puede que su primera experiencia amorosa, estaba a punto de ocurrir. Una sonrisa apareció en su rostro sin que el azabache lo pudiera evitar. Ron movió la cabeza de un lado a otro, negando débilmente, y sin acabar de entender qué sucedía con su amigo. Harry abrió la boca para responder, pero un figura femenina interrumpió en la habitación, sin dejarle tiempo de decir ni una sola palabra. Los dos chicos se incorporaron rápidamente.

—¡Harry James Potter! ¡Ginny me lo ha contado todo! —gritó Hermione fulminando con la mirada a aquel chico de ojos verdes.

Llevaba un suéter de lana, y unos pantalones negros y holgados. Su pelo, castaño y rizado, caía por su espalda, formando un perfecto ángulo. Ron la miró con la cabeza ladeada, intentando comprender de qué estaba hablando la chica, hasta que una evidencia apareció en su mente.

—¡Hermione! ¡No puedes estar aquí, es el dormitorio de chicos!

—Cállate, Ron, en este preciso momento hay cosas más importantes. —Entonces, Hermione miró a Harry y le sonrió. —¡No me lo creo, Harry! ¿Cómo no nos lo habías contado? ¡Es tu primera cita!

El azabache enrojeció al instante, y buscó a Ron con la mirada, que intentaba procesar lo que acababa de decir su amiga. Entonces, el pelirrojo pareció entenderlo cuando una sonrisa pícara invadió su rostro y levantó las cejas.

—¿Una cita? Harry, qué callado te lo tenías, amigo. —Y soltó una carcajada. — Bueno, supongo que fue idea de mi hermana. Y, dinos, ¿quién es el afortunado?

Harry se encogió de hombros con intriga.

—No lo sé.

—¿No lo sabes? —preguntó Ron.

—¡Es una cita a ciegas, Ronald! —aclaró Hermione negando con la cabeza por la incomprensión de su amigo pelirrojo. Después, se dirigió a Harry. —¿Estás preparado?

—Sí, no, no lo sé, supongo. —El azabache suspiró mirando el techo. —Es decir, creo que sí, pero nunca he hecho algo como esto. ¿Y si yo no le gusto? ¿Y si él no me gusta? ¿Y si no nos gustamos mutuamente? ¿Y si digo algo inapropiado? Tal vez nos quedemos en un silencio incómodo. ¡Por Merlín, si eso para no sé qué voy a hacer! Nunca he sido un chico de muchas palabras, ¿sabes?

Hermione le tocó el hombro suavemente en un gesto apoyo y le sonrió con tristeza.

—Si algo de esto pasa, Harry, al menos lo habrás intentado, que es lo importante. Y, quién sabe, puede que encuentres el amor de tu vida.

Los tres soltaron una carcajada llena de alegría, ilusión y un entusiasmo típico de adolescentes, porqué al fin y al cabo, solo eran eso, unos adolescentes que soñaban con conseguir el amor y la felicidad, y esos momentos que sentían que eran unos amigos normales, con problemas normales y una vida normal, eran únicos, y nadie, ni el mismísimo Voldemort, se los podía quitar. 

(...)

—¿Quieres pedir algo más?

La voz de la camarera despertó a Harry, que con ojos soñadores y un poco cansados, se encontraba mirando a la puerta, esperando ver entrar a alguien con las mismas intenciones que él. El azabache le sonrió y negó con la cabeza.

—Estoy esperando a alguien, no tardará en llegar.

—¿Una cita de San Valentín? —preguntó la mujer, de ya una avanzada edad.

—Exacto.

Ella suspiró y miró al chico a los ojos.

—Espero que os lo paséis bien, cariño. Yo una vez estuve enamorada, y fue lo más bonito que me pasó. —La camarera negó con la cabeza, intentando alejar esos pensamientos melancólicos de su mente. Finalmente, le sonrío a Harry con tristeza. —¿Estas seguro de que vendrá? Llevas mucho rato esperando aquí y aún no ha aparecido nadie.

Harry apartó la mirada de la señora, que lo miró cada vez más intrigada con la situación. No iba a ser pesimista, era su primera cita, no iba a pensar que lo habían abandonado. Porque, ¿quién sería tan cruel?

—Tranquila, vendrá, tiene que venir.

La mujer se encogió de hombros y se fue, no sin antes desearle buena suerte. El azabache suspiró mirando a su alrededor y sintiendo como la desesperación empezaba a proclamarse por sus pensamientos. Todas las mesas estaban llenas, con parejas riendo, besándose, o, simplemente hablando. A su lado, Ginny y su cita se sonreían con timidez. Él era alto y fuerte, tenía el pelo rubio y una sonrisa deslumbrante. La pelirroja se veía contenta con el chico, y en sus ojos se podía ver una chispa de luz. Harry pensó que al menos uno de los dos había tenido suerte, y volvió a remover su comida con el tenedor tristemente.

—Eh, hola, ¿ha venido alguien que esperaba una cita, una cita a ciegas? Llego un poco tarde, tal vez se haya ido.

Harry reconoció esa voz inmediatamente, y sintió como su rostro palidecía. No, eso no estaba pasando. Puede que él solo estaba buscando a otro persona, sí, él debía estar buscando a otro persona.

—Sí, un chico lleva sentado en la misma mesa media hora, supongo que usted se refiera a ese, ¿no? —respondió la camarera, y el azabache sintió como dos pares de ojos se posaban en él.

Levanto la vista, temiendo qué pudiera encontrarse, o más bien, a quién pudiera encontrarse. Suspiró, deseando por primera vez en su vida estar equivocado. Pero no, allí estaba él, con su pelo rubio despeinado y su sonrisa de superioridad. No, no podía ser, debía de tratarse de una horrible pesadilla. No podía haber coincidido en una cita con él. Al mirarse directamente a los ojos, Harry notó como al otro chico se le borraba la sonrisa, sustituyéndola por una mueca de decepción.

—Mierda —susurró el azabache mientras observaba como el rubio se acercaba y se sentaba frente a él.

Todo parecía surrealista, Harry Potter y Draco Malfoy en una misma mesa, más concretamente, en una cita. Definitivamente, el mundo se había vuelto loco.

—Hola —saludó Harry a su acompañante.

—Hola —respondió el otro con resentimiento.

Ninguno de los dos supo qué más decir. Un silencio incómodo y distante invadió la estrecha distancia entre los chicos. Pasaron unos minutos reflexionando sobre la situación en la que se encontraban. Qué irónico era, tener una cita con la persona que más odias. Finalmente, Draco suspiró, rompiendo esa tensión que se había acumulado en la mesa.

—Mira, Potter, yo no sé qué hago aquí. No pienso fingir que estoy encantado con esta cita, ni voy a mentir diciendo que me esperaba algo mejor. Sabía perfectamente que no me encontraría nada bueno en esta mesa, pero encontrarme contigo ya ha sido demasiado. Pansy me ha obligado a venir, yo ni siquiera estoy aquí por voluntad propia. Así que te diré lo que haremos; me marcharé, tu le dirás a Granger y a Weasley que al final nadie apareció, y yo le diré a Blaise y a Pansy que ya te habías ido cuando llegué. ¿De acuerdo?

Harry, sin atreverse a mirarlo, asintió levemente. 

—Pero, por lo menos, quédate a cenar, ¿no?

El rubio frunció el cejo, pensando en la propuesta de su enemigo.

—Está bien, pero nunca  hablaremos con nadie de esto. Será nuestro pequeño secreto.

El azabache sonrió sin querer, y rápidamente borró esa expresión de su rostro. Observó a Ginny unos segundos, deseando ser ella en esos momentos, suspiró, y volvió a concentrarse en su comida. Mientras tanto, Draco comía en silencio, mirando su plato con desgana, y Harry sabía que estaba sintiendo como una pequeña llama de decepción se encendía en su interior. Pasaron los minutos, a veces intercambiaban una mirada, pero rápidamente apartaban la vista. Ninguno de los dos se atrevía a decir algo, o a moverse. Era como si estuvieran atrapados en una burbuja llena de incomodidad, sin poder salir, aunque los dos lo deseaban más que nada.

—Bueno, esto es un poco raro. —Harry rompió el silencio que se había creado entre ellos, con un punto de vergüenza y sin saber bien qué decir.

El rubio soltó una risa sin ni siquiera pensarlo y miró al azabache. En sus ojos grises, se podía ver una pizca de diversión.

—Sí, nunca me imaginé que estaría en esta situación. Maldita Pansy y sus ideas —dijo, intentando seguir el hilo de la conversación.

—A mi me convenció Ginny, ella quería que yo tuviera una cita con alguien, y nos apuntó a los dos a la lista de San Valentín.

Draco enarcó una ceja con confusión.

—¿Weasley? ¿No estaba enamorada de ti? —preguntó, y acto seguido carraspeó.

—Supongo, pero ya hace tiempo que se le ha pasado. —Harry se encogió de hombros con cansancio. —Ahora solo somos amigos, ella está conociendo nueva gente y yo... Yo paso de enamorarme.

El rubio suspiró, sabiendo de primera mano que el chico tenía un instinto heroico que le impedía sentirse como un adolescente normal.

—A veces pienso que estás demasiado tenso, deberías dejarte llevar —aseguró Draco.

—¿Dejarme llevar? —preguntó Harry, y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro. —¿Quieres decir, como hacer esto? —Y a continuación, el azabache le robó un trozo de hamburguesa al rubio.

Draco lo miró ofendido.

—¡No! ¡Es mío! ¡Devuélvemelo!

Harry soltó una carcajada y retrocedió, intentando impedir que el otro consiguiera quitarle la porción de hamburguesa. El rubio saltaba, dispuesto a conseguir que le devolviera su comida, y, aunque fingía estar molesto, no podía evitar que de vez en cuando se le escapara una risa. Finalmente, Draco consiguió su objetivo, y cuando iba a decir algo para celebrarlo, se dio cuenta que estaba a escasos centímetros del azabache. Harry se quedó sin aliento, miró atentamente los labios del rubio, sintiendo una extraña necesidad de probarlos. Sin ni siquiera planearlo, sus rostros se iban acercando más y más, hasta que el azabache finalmente unió sus labios con los de su acompañante. Por un momento sintió como tocaba el cielo, los labios del rubio eran suaves, y junto los suyos hacían una combinación perfecta. No sabía cuánto había deseado aquello, hasta que lo había tenido. Y le gustaba. Diablos, ¡claro que le gustaba! Estaba besando a Draco Malfoy. Y ese momento se convirtió en un sueño estupendo, dejando atrás la pesadilla de hacía un rato. Pero luego, unas manos lo apartaron, y al separase pudo vislumbrar la cara de Draco, asqueado por la situación.

—¿Se puede saber qué haces? ¡Me has besado! ¿En qué momento te he dado permiso para hacerlo? —El rubio se levantó de golpe, tirando la silla. Cuando Harry se levantó, negó con la cabeza repetidamente. —¡No! No, yo no quería que me besaras. Lo siento si te he dado señales equivocadas, me voy.

El azabache sintió como su corazón se rompía al ver como Draco desaparecía por la puerta de la cafetería. Se sentía como un idiota al pensar que esto iba a salir bien. Y sin quererlo, empezó a llorar inmerso en su desgracia, y no le importó que todos lo estuvieran mirando, porque el chico se sentía despreciado, y solo necesitaba un poco de apoyo. No era solo por el simple hecho de que, se había enamorado sin tan siquiera quererlo, sino también la vergüenza por lo ocurrido. Una pelirroja se levantó rápidamente de su mesa y se acercó a él, envolviéndole con sus brazos dulcemente, y susurrándole palabras al oído. Los dos juntos, salieron de la sala.

(...)

 —¡Harry! ¿Cómo ha ido todo? —gritó Hermione sonriendo al verlo llegar de la mano de Ginny, pero al ver su cara, lo miró preocupada. —¿Estás bien?

Harry negó con la cabeza, aún con los ojos llorosos, y se sentó en el sillón más cercano. Hermione y Ron intercambiaron una mirada de complicidad, sintiéndose culpables por el estado en el que se encontraba su amigo. La pelirroja suspiró, y se sentó junto al azabache.

—¿Qué ha pasado, Harry? —preguntó Ron.

El chico lo miró y intentó sonreír, pero solo le salió una mueca.

—Era Malfoy, el de la cita, era Malfoy. —Sus amigos lo observaron sorprendidos, y al mismo tiempo, tristes por él. —Lo he besado y... Y no sé. Todo ha ido muy rápido. Se ha ido y me ha gritado. Todo ha sido mi culpa.

Ginny le tocó el hombro amistosamente.

—No, no te atrevas a decir que a sido tu culpa —dijo la pelirroja. —A veces las cosas no salen bien, no todo es perfecto. Tienes que levantarte y entender que la vida sigue, y que solo a sido una cita, habrá muchas más en tu vida, y esas sí que saldrán bien.

—Exacto, algún día nos reiremos de esto —aseguró Hermione, sonriendo de medio lado.

—Eso espero, algún día nos reiremos, pero hoy no. —Harry se levantó, y abrazó a todos sus amigos. —Voy a dormir, necesito descansar y pensar, nos vemos mañana, chicos.

Cuando vieron desaparecer a Harry por las escaleras, Ginny, Ron y Hermione se miraron tristemente, sintiendo como su misión de ayudar a el azabache había fracasado. Porque un San Valentín es lo más bonito si lo pasas con la persona a la que amas, pero a veces puede ser tan mortal como un veneno, de esos que te queman por dentro y que te provocan un dolor intenso. El amor duele en todos los sentidos, el amor cambia de forma, y el amor, puede ser tú peor pesadilla.

Lo que ninguno de ellos sabía, es que en ese mismo castillo, un rubio también lloraba, intentando disimular sus lágrimas. "No, eres Draco Malfoy, no puedes estar enamorado de alguien tan vulgar como él. No puedes" se repetía, intentando convencerse, pero nada funcionaba. ¿Por qué se había apartado? ¿Por qué no había seguido sus impulsos? ¿Por qué diablos no había seguido ese beso? ¿Por qué? Preguntas sin respuesta se formaban en su mente, en su corazón. A su lado, Blaise lo miraba sin saber qué decir, y Pansy solo maldecía entre susurros.

—¡Por Merlín, Draco! —exclamó la azabache pateando una pared, furiosa—. ¡No me puedo creer que de verdad lo hayas hecho!

Blaise suspiró y rodeó a su amigo con un brazo, que ya había dejado de llorar por orgullo.

—Pansy, no seas tan dura con él —intentó convencerla el moreno al ver el estado en el que se encontraba Draco.

Ella se volvió hacia los dos chicos, y en sus ojos pudieron ver el fuego. Pansy Parkinson estaba realmente furiosa. Y eso daba miedo, mucho miedo.

—¿Que no sea tan dura con él? —preguntó acercándose a sus amigos—. Literalmente, este pequeño dementor, me obligó a sabotear las citas de San Valentín para que le tocara con el maldito Harry Potter. Y, ahora, viene de la cita de sus sueños, me dice que se han besado, y que, no te lo pierdas, ¡ha salido corriendo!

La chica negó con al cabeza y gritó con frustración. Luego, suspiró, intentando tranquilizarse para no matar a su amigo. Ella había sido la primera en entusiasmarse con la idea de que Draco y Harry tuvieran una cita. Lo había planeado todo, había sacrificado demasiadas cosas para que esa noche fuera la mejor de la vida del rubio. ¿Y qué había ganado? Nada. Cuando Draco llegó a la habitación, sudoroso y sorprendido a la vez, al principio había pensado que todo había ido según lo planeado. Pero al ver las lágrimas del chico, se sintió decepcionada. Muy decepcionada.

—Ya lo tenías, Draco —dijo Blaise, cabizbajo—. Potter te había besado, era eso lo que querías, ¿no?

 El mago asintió, aún odiándose a sí mismo. Había sido un idiota, interponiendo su arrogancia y orgullo a sus deseos. ¿Por qué diablos no le había seguido el juego? Llevaba demasiado tiempo esperando que ese momento llegara, y solo lo había arruinado. Definitivamente, no se merecía a alguien como Harry Potter.

—Sí, era lo que quería. —El silencio se formó en la sala. Pansy decidió callarse para no volver a insultarlo, Blaise no sabía qué más decir y Draco pensaba. Se imaginaba saliendo con el azabache que le había robado el corazón. Se imaginaba acompañándolo a los partidos de Quidditch, dejando a los mortífagos para unirse a él, como siempre había querido, dejar de fingir odiarlo a muerte, para pasar al amor. Una sonrisa tonta se formó en su rostro, e inmediatamente la borró, dándose cuenta de lo que eso significaba—. Mierda.

Sus amigos se giraron hacia Draco. Por el tono en el que había dicho la última palabra, parecía que acababa de caer en la peor de las maldiciones.

—¿Qué pasa? —preguntó Pansy con el cejo fruncido.

—Estoy enamorado. Y voy a recuperarlo, cueste lo que cueste.

(...)

Hermione ya no soportaba la incomodidad en la que se habían sumergido después de la desastrosa cita de Harry. El azabache aseguraba que ya lo tenía superado, que solo había sido la impresión del momento, al ser rechazado, y que nunca, jamás, le iba a gustar Draco Malfoy. Ron, ni se había molestado en mirarlo a los ojos, solo se había creído sus palabras, sin darle un significado oculto. La castaña, en cambio, no era estúpida. Sabía que su amigo, por mucho que lo negara, le dolía que su beso no había sido correspondido. Sí, es verdad, Harry nunca había ni insinuado que pudiera gustarle Malfoy, pero, ahora que lo observaba con más atención y analizaba los hechos, Hermione no podía encontrar razones que demostraran lo contrario. Recordó como Harry seguía al rubio a todos lados, argumentando que era para tenerlo vigilado, las miradas de amor que todos confundían por odio, los insultos vacíos. Todo. Y, entonces, había caído de lleno en la estrepitosa verdad: a el héroe del mundo mágico le gustaba el príncipe de las serpientes, y no había negación que sirviera.

Y por eso, la chica, había hecho algo inimaginable para una Gryffindor: se había aliado con las serpientes, solo para hacer feliz a su mejor amigo.

—¿Hermione? ¿Dónde vamos?

La voz de Harry resonó por el pasillo vacío. Sí, la mayoría de alumnos, excluyendo a los de primer y segundo año, habían ido de visita a Hogsmeade. A Ginny, que estaba enterada de lo que sucedía, le había costado horas y horas convencer al Elegido de no ir al pueblo, con al escusa de que tenían muchos deberes. Finalmente, el azabache había aceptado, aunque solo fue para que la pelirroja lo dejara en paz. Ron, más ciego que el propio Harry, también se había sorprendido mucho al enterarse que no iban a ir a Hogsmeade. "¿Acaso os habéis vuelto locos? ¡Hoy hay descuentos en golosinas!" había repetido toda la tarde, pero no había conseguido canviar la opinión de sus amigos, así que, con el ceño fruncido y renegando, había decidido acompañarlos a dónde sea que llevaban a su amigo.

—Ya lo verás, no seas impaciente —le recriminó Ginny, intentando ahogar su risa.

Harry resopló.

—Si esto es una trampa o algo similar, ¡juro que os mataré!

Siguieron su camino desconocido. Harry no paraba de preguntarle a sus amigas dónde se dirigían, pero estas solo le contestaban con respuestas vacías. Ron estaba de adorno, aunque cada vez sentía más y más curiosidad. En unos minutos, se detuvieron delante de una puerta cerrada. El azabache frunció el cejo.

—¿La Sala de los Menesteres? —preguntó sin comprender de qué iba todo aquello—. Ya estuve aquí el año pasado, no es una gran sorpresa para mí.

Hermioen soltó una carcajada.

—¡No es la sala, idiota! —exclamó, luego le tendió un pedazo de papel—. Lee.

El chico la miró con desconfianza, antes de abajar los ojos hacia la pequeña carta:

Querido desconocido;

Lo siento. Fui un cobarde al rechazarte el otro día. Te debe parecer extraño que yo, Draco Lucius Malfoy, me esté disculpando contigo. Sí, es verdad, a mí también me parece raro. Pero hoy, aquí mismo, vengo a contarte toda la verdad.

Me vuelves loco.

Llevo enamorado de ti años. ¡Por Merlín, hasta saboteé las citas a ciegas de San Valentín! Y lo arruiné todo. Absolutamente todo.

Así que solo pido tu perdón, solo pido una oportunidad, una maldita esperanza. ¿Qué opinas?

Quiero recorrer un largo camino contigo, reír, llorar, sonreír, bailar, cantar, ganar. Quiero estar contigo, y con nadie más.

Esto no es un cuento de hadas. Tu no eres un príncipe, yo tampoco, y mucho menos soy una princesa. Somos dos chicos separados por el destino de cada uno. Tú, un héroe, yo, un villano. ¿Podemos estar juntos? No. Lo tengo asumido. ¿Podemos intentarlo? Quizás, pero solo si los dos ponemos de nuestra parte. Tengo claro que no vamos a ser felices para siempre, tengo claro que no vas a olvidar años de acoso porque ahora confieso mis tristes sentimientos por ti, pero, ¿sabes qué? No me importa. ¡No me importa! Dame una oportunidad para conocerte, dame una oportunidad para mostrarte que puedo ser mucho más que ese egocéntrico que siempre te mostré.

Por favor.

No vamos a poder ser pareja, al menos de momento, ¿pero qué te parece empezar de nuevo?

Vamos a fingir que nada en estos seis años ha pasado, vamos a fingir que somos otra vez esos niños asustados.

El chico no pudo acabar de leer esas palabras, cuando escuchó una voz a su espalda.

—Hola, soy Malfoy, Draco Malfoy.

Al girarse, no pudo evitar sorprenderse al ver al rubio, acompañado de Pansy y Blaise, sonriendo, y a la vez, tendiéndole una mano. Eso lo transportó a otra época, cuando tenía once años, el primer día de Hogwarts, un momento en el que quizás tendría que haber cambiado su acción. Hermione, Ginny y Ron, lo observaban desde su izquierda, las primeras, alegres, el último, sorprendido. El azabache suspiró, su mente estaba hecha un lío. Al principio, todos pensaban que iba a salir corriendo, que iba a escapar, a llorar, o tal vez a sacar su varita, pero Harry solo sonrió y le dio la mano al chico.

—Hola, soy Potter, Harry Potter. Encantado de conocerte.

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