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Capítulo 9.

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Escurridizo como un pez fuera del agua, Edward se removió sobre la cama en el lugar que había reclamado al lado de Emilia. Suspiraba y rezongaba por lo bajo mientras miraba reiteradas veces, la pantalla del celular que su nueva madre sustituta le había regalado solo porque sí.

En la pantalla se apreciaba la imagen de ambos recostados sobre el sofá el mismo día que Emilia regresó a casa del hospital. Joss, el amigo más cercano de ella, los había encontrado encantadores y les había tomado la foto donde se veían ambos con unas amplias sonrisas en los labios.

—¿Te puedes quedar quieto? —gruñó ella, mientras cubría su cabeza con el cobertor.

—Es que estoy nervioso —respondió el niño, mientras se sentaba de golpe y soltaba un suspiro volviendo a desordenarlo todo.

—Es solo un tipo con suerte que hace canciones, no es para tanto —se quejó.

El niño abrió sus ojos con sorpresa mientras llevaba sus manos a su pecho y la miraba como si aquello lo hubiera ofendido enormemente—Dante Mitras es el cantante más popular del momento, su música ha salvado la vida de muchas personas y es genial —respondió defendiéndolo.

—Vaya, Edward, de saber que te pondrías así… quizás me hubiera encontrado a solas con él. Pensé que estarías incómodo pero ahora comienzo a sospechar que el incómodo será otro —le dijo burlona, para luego recibir un golpe con la palma de la mano del niño.

Ella se descubrió la mitad del cuerpo y lo miró sorprendida, mientras le devolvía el golpe de manera suave, comenzando una batalla intensa de cosquillas. Las risas hacían eco entre las cuatro paredes, mientras ellos jugaban hasta que comenzaron a saltar lágrimas de sus ojos, marcando el fin de la guerra.

Edward tomó su celular mientras seguía parloteando emocionado sobre el nuevo álbum de Dante y buscó en una app para reproducir música, el perfil del cantante que era la sensación del momento.

Una melodía melancólica se oyó de pronto, producida por la unión del sonido del rasgueo de las cuerdas de una guitarra y el piano; una voz un poco ronca y varonil que Emilia ya había escuchado antes y que a esas alturas ya no le sonaba tan mal porque, en los últimos días, le había dado una oportunidad y había escuchado alguna que otra de sus canciones en lo secreto de sus auriculares, donde su voz en las versiones acústicas de sus canciones le susurraban al oído.

El niño se recostó nuevamente mientras miraba con una sonrisa la pantalla de su celular, dándole la oportunidad a Emilia de poder examinarlo más a fondo. Aquellas pestañas rizadas que poseía perfectamente como persianas sobre sus grandes ojos oscuros y su cabello de virulana estaba aplastado por el peso de su cabeza sobre las almohadas de pluma.

Tomó cuidadosamente el celular que reposaba sobre la mesa a un costado de la cama y enfocando la cámara, comenzó a grabar un pequeño vídeo donde Edward cantaba una canción de las que se sabía de memoria.
Emilia sonrió al verlo e inmediatamente buscó entre sus contactos el número de Dante y le envió un mensaje.

Emilia Forks:
Vídeo.
Estoy segura, él canta mucho mejor que tú.

Dante Mitras:
Wow, admito que es mejor que yo.
¿De quién es ese talento?, ¿dónde puedo verlo?

Emilia Forks :
Su nombre es Edward, es mi hijo.
Lo llevaré conmigo, nos vemos pronto.

Dante alejó el celular de su rostro y tomó asiento sobre la cama mientras miraba sorprendido a la lejanía a través de las blancas cortinas. «¿Leí bien?», se cuestionó, mientras volvía a mirar la pantalla y releía el mensaje una y otra vez, tratando de procesar lo que sus ojos veían.

No es que le pareciera malo que ella tuviera un hijo, es solo que el mensaje lo había tomado por desprevenido y no sabía qué responderle, comenzando a plantearse por qué Malcom no le había hablado tampoco sobre ello. Es decir, quizás no estaba en la obligación de hacerlo, pero a Dante le pareció extraño que si era su nieto, el primero, no hablara de él y lo presumiera tanto como otros abuelos hacían.

Y al no estar seguro de lo que ocurría, asumió que quizás se debía a que ese niño era el producto de una relación a la que sus padres se oponían. Como hubieran ocurrido las cosas, Dante guardaría sus preguntas para más tarde y si había la confianza suficiente, le preguntaría directamente a Emilia.

Con algo de pesadez, debido al cansancio que sentía por las pocas horas de sueño que había logrado conciliar, se levantó y se dirigió a la ducha para comenzar su aseo y prepararse para a lo que él se había atrevido a llamar "cita", con Emilia, y su hijo Edward.

Se colocó un polo blanco con los bordes de las mangas y del cuello en color negro, unos pantalones del tipo slim fit de lino en color negro y unas zapatillas urbanas de lona. Roció un poco de colonia en su cuello y colocó su Smartwatch en su muñeca derecha.

Salió de la habitación encontrándose con Grayson y le dirigió una mirada de advertencia cuando notó su inesperada presencia en aquel lugar.

—Ni siquiera te atrevas a pedirme nada, hoy es mi día libre —le dijo de inmediato, al notar como el mayor abría la boca.

El guardaespaldas desvió la mirada hacia un costado y luego volvió a fijar su mirada en el más joven—No iba a pedirte nada. Solo quería recordarte que tienes una imagen que cuidar, no te dejes engañar por nadie —mencionó elevando sus cejas y cruzando sus brazos por sobre su pecho, haciendo resaltar sus músculos—. Deberías llevarte la camioneta, y usar una gorra con lentes de sol, cúbrete la boca también —mencionó, mientras le alcanzaba el juego de llaves.

Él no iba a llevarlo, no porque no quisiera hacerlo, más bien estaba muy seguro de que Dante preferiría pasar su único día libre lejos de cualquier persona que estuviera involucrada con su carrera como artista.

Dante viró los ojos—¿No creés que es demasiado?, llamaré más la atención y creerán que intento robar un banco.

Grayson pasó por un costado de él y se perdió de vista por un momento al dirigirse hacia la habitación; Dante en cambio se dirigió a la salida pero antes de siquiera lograr escabullirse, fue detenido por su guardaespaldas que le colocaba una gorra con un poco de fuerza en su cabeza, le entregaba unos lentes y un cubrebocas.

—Úsalos —le advirtió, antes de empujarlo fuera y cerrar la puerta, dejando al cantante en el pasillo.

Dante dejó escapar una carcajada antes de despedirse y marcharse frunciendo los labios y dejando escapar el aire en un silbido al ritmo de una de sus canciones.

Se dirigió al estacionamiento del hotel donde se hospedaba y una vez que se subió a la camioneta, fijó su rumbo a una de las cafeterías mejor valoradas de San Diego. Su primer parada era la más importante ya que para el resto del día que había planeado nuevamente de camino, iban a necesitar mucha energía.

Al ingresar al local, se topó con los tablones de madera oscura del piso y un amplio mostrador donde se exhiben las tortas y postres que ofrecía el lugar. Las trabajadoras que se encontraban detrás iban y venían de un extremo a otro preparando diferentes pedidos con una habilidad impresionante y de atender las mesas, se encargaban unos jóvenes que se deslizaban con suavidad entre mesa y mesa, logrando entregar los pedidos sin derramar una sola gota de café.

Miró en distintas direcciones, pasando entre la mayoría de las mesas de madera cuadradas y redondas, logrando encontrar aquellos ojos oscuros que tanta intriga le causaban. Sonrió de inmediato y se aproximó a ella, deteniéndose detrás de un niño, él cual dio por hecho que era su hijo.

—Tú debes ser el chico que interpreta mis canciones mejor que yo —dijo de pronto, logrando asustar al niño que inmediatamente giró sobre su lugar para observarlo.

—¿No crees que es excesivo? —preguntó ella, al mismo tiempo que apuntaba a su propio rostro y agitaba su mano frente a ella.

Dante torció los labios en una sonrisa caída y bajó su cubrebocas—¿Este no es el grupo para asaltar bancos? —inquirió, mientras tomaba asiento al lado del niño.

Emilia soltó una risa nasal y negó con su cabeza, recordando que no iba sola. Miró al niño que permanecía mudo frente a ella y carraspeó su garganta, logrando devolverlo a la realidad.

—¡Eres, eres! —exclamó mientras sus párpados subían lo máximo posible y sus ojos se exaltaban.

—¡Sh! —silenció suavemente, mientras ponía su dedo índice sobre sus labios—, no queremos que me descubran y arruinar este día, ¿verdad? —le sonrió, quitándose las gafas.

Edward estaba tan anonadado que ni siquiera pudo emitir sonido alguno, en lugar de eso, movió su cabeza en una negativa e intentó tragar pero su boca estaba seca y miró a Emilia, no creyendo que era real lo que sucedía en ese momento.

Ni siquiera en aquel día en el que hicieron de público conocimiento lo que planeaban hacer con los jóvenes, fue capaz de entusiasmarse tanto al saber que Dante se presentaría dando un pequeño show para animar al público y a los jóvenes. Jamás se imaginó que un día, después de aquello, se vería cara a cara con el artista al que más admiraba.

—¿Viniste solo? —preguntó ella mirando en diferentes direcciones.

Dante relamió sus labios mirando atentamente como Emilia buscaba a alguien entre los presentes—Sí, mi guardaespaldas se quedó en el hotel.

Ella lo observó nuevamente, esta vez cruzando sus brazos por sobre la mesa e inclinándose un poco hacia adelante, hizo un puchero que a Dante le pareció de lo más tierno.

—Que lástima, esperaba que nos acompañara también… —murmuró con fingida tristeza.

Dante se removió en su lugar e imitando su acción, también murmuró—Enfócate en mí, olvídate de mi guardaespaldas.

El niño comenzó a reír sutilmente, rompiendo con aquella leve atracción que los mayores comenzaban a sentir y dijo—A mamá solo le interesa saber cual es su rutina en el gimnasio para tener unos músculos tan grandes como los suyos.

Emilia chasqueó la lengua y se dejó caer hacia atrás, haciendo uso del respaldo y cruzando sus brazos por sobre su pecho, mientras miraba hacia afuera.

Dante mordió la punta de su lengua, sintiendo que la pregunta que rondaba en su cabeza, había descendido y ahora hacía presión contra sus dientes para ser liberada al fin.

El niño notó aquello y sonriendo cálidamente, algo a lo cual no estaba acostumbrado pero que no le podía negar porque lo admiraba mucho, decidió responder a la pregunta no formulada en su cabeza. Pues Dante también llevaba aquella mirada de incertidumbre que los amigos de Emilia tenían cuando la vieron acompañada del niño y escuchaban como este la llamaba mamá.

—No soy su hijo —confesó, mientras hacía una mueca y metía su cuchara en aquella taza de chocolate caliente—. Aunque me gustaría serlo.

—Edward… —reprochó ella, mientras le dirigía una mirada de soslayo.

—Es la verdad —la miró determinado y luego giró su rostro hacia el hombre a su lado—. Antes era parte de uno de los programas del Servicio Juvenil, tenía adicciones de las cuales no estoy orgulloso y ninguna familia quería responder por mí… —relató con una mueca entre sus labios, mientras miraba su cuchara y luego elevaba la vista para observar a la mujer frente a él—... pero ella decidió darme una oportunidad de demostrar que soy un luchador dentro y fuera del cuadrilátero —finalizó con una sonrisa entre sus labios.

Emilia extendió su brazo por sobre la mesa y acarició con genuino cariño, la mejilla del niño, antes de bajar la mano y comenzar a devorar junto a Edward, lo que el mesero les estaba dejando sobre la mesa.

Dante no supo qué decir, asique simplemente se dedicó a tomar del café que tenía frente a él y a admirar en silencio a las personas que lo acompañaban. Parecían entenderse muy bien y fluir en la misma dirección, él en cambio se sentía abatido por no poder pronunciar ni una sola palabra.

Para cuando terminaron de desayunar, los tres se levantaron de sus respectivos asientos y salieron de aquel local luego de haber pagado la cuenta. Edward suspiró pesadamente mientras extendía sus brazos al cielo y exclamaba que estaba completamente satisfecho con todo lo que había comido, ocasionando que los mayores se rieran y confesaran que se sentían igual.

—¿Qué les gustaría hacer ahora? —preguntó Dante, mientras metía su mano dentro de su pantalón buscando las llaves de la camioneta. Rogaba en su interior que no supieran qué hacer para poder proponerles la idea que había pensado y al verlos indecisos, sonrió—, vi un parque de diversiones de camino, a lo mejor les interese ir a dar una vuelta —se encogió de hombros, aún sintiéndose cohibido ante la presencia del aura dominante de la mujer a su izquierda.

Emilia miró al niño y este asintió entusiasmado, luego sonrió levemente y miró a Dante—Seguro.

—¡Genial! —exclamó el músico, mientras sacaba las llaves de sus pantalones y se detenía luego de dar dos pasos hacia enfrente—, lo siento. ¿Vinieron en auto? —preguntó.

Emilia negó—Vinimos en el metro. A Eddie le gusta viajar a menudo allí, dice que las personas son interesantes —le explicó.

Dante miró al niño con una leve sonrisa—Sabes, cuando era más joven, solía tocar la guitarra y cantar en el metro —confesó.

—¿En serio? —cuestionó el niño, mientras lo miraba aún más maravillado.

El mayor asintió y sacudió sus llaves en el aire—Te lo contaré de camino al parque, vamos a mi camioneta —dijo más animado.

Edward sonrió y apuró su marcha para quedar a la par de su artista favorito, hablaba tanto que incluso luego de subir a la camioneta, no dejaba de hacerlo.

Emilia sonrió disimuladamente al escucharlos hablar; ella creía que Dante era de la clase de personas que no toleraban a otros cuando hablaban sobre su carrera pero él parecía realmente entretenido hablando con el niño y, lo que más le agradó, fue el hecho de que no tenía problemas en responder cada pregunta de Edward y que le prestara verdadera atención a sus ocurrencias.

Definitivamente estaba segura de que Edward se llevaría un gran recuerdo de aquel día; se había dado cuenta de la gran falta de atención que el niño requería y no era por capricho, sino por el hecho de que había desarrollado gran parte de su infancia careciendo de esa clase de cosas como atención de sus padres o cualquier muestra de afecto e interés. Dante, por un momento, le estaba ofreciendo abiertamente aquello que a Edward le habían negado desde su nacimiento y ese fue un gesto que logró filtrarse en su interior hasta alcanzar su corazón, que nuevamente, después de años, lograba volver a palpitar por alguien más.

Ofuscada entre sus pensamientos, resopló por lo bajo y apartó la mirada del cantante que iba a su lado. A través de la ventana, buscó cualquier cosa que fuera mucho más interesante y atractiva que él, pero fue en vano, porque sus ojos, de una forma u otra, volvían a desviarse y acababan sobre él.

¿Qué era lo que tenía ese hombre que tanto le llamaba la atención?, no lo sabía y se sintió como si regresara en el tiempo a aquella época en su adolescencia cuando estaba enamorada de un chico en sus días como estudiante.

Edward se removió ansioso en medio de ellos, mientras apoyaba sus manos sobre los asientos y daba pequeños saltos, apuntaba en diferentes direcciones y hablaba tan rápido que comenzaba a tartamudear. Emilia se reía y Dante la observaba con una sonrisa de lado.

—¡Tranquilo, Ed! —exclamó ella, mientras reía y bajaba de la camioneta que ya se encontraba estacionada entre un mar de autos aparcados.

—Subiremos a todos los juegos que quieras, tenemos todo el día para eso —continuó Dante, mientras pasaba su brazo por sobre los hombros del niño y lo dirigía hacia la entrada del inmenso parque frente a ellos.

Al mismo tiempo, colocaba su mano izquierda sobre la espalda baja de Emilia y también la impulsaba a caminar junto a ellos. Dante se planteó varias veces el cometer aquella acción pero al ver que en ella no provocaba nada, asimiló que no le molestaba, cuando por dentro, Emilia sentía como arena movediza en su estómago, aunque él no tenía porqué saberlo.

Frente a ellos, se alzaba la imponente figura de la montaña rusa que estaba inscripta como un lugar histórico, y delante de ella, un gran letrero blanco con letras blancas anunciaba el nombre del parque que era “Belmont Park”. El mismo era un parque completamente gratuito que se encontraba frente a la playa, contaba con atracciones de todo tipo y para todos los gustos, desde actividades extremas para los más grandes, hasta paseos en trenes para los más pequeños, habían tiendas de ropa y recuerdos, un gimnasio para los que les gustaba mantenerse en forma y varios restaurantes y bares frente a la playa.

Edward miraba en diferentes direcciones sintiéndose maravillado con todo lo que veía e ignoraba las miradas que algunas personas le dirigían al notar la emoción sobrenatural que el niño tenía, pero si supieran que él había vivido un infierno en su infancia, lo más probable es que no le estarían dirigiendo aquellas miradas de fastidio. De lejos, los tres también parecían ser el modelo prototipo de una familia sacada de un comercial de TV.

Lo primero que el niño y Emilia quisieron intentar fue, sin dudar, subir a la montaña rusa que era el atractivo principal del parque. Algo asustado e inseguro, Dante les siguió el paso procurando que nadie lograra reconocerlo al estar escondido detrás de las gafas oscuras y la gorra.

No le tenía miedo a las alturas pero el hecho de estar a un lado de aquella atracción y ver como esta parecía tener una altura infinita que se perdía en cierto punto entre las nubes, le revolvió el desayuno que había consumido hace un momento atrás.

—Vamos, estrellita. No me digas que tienes miedo —se mofó ella, mientras caminaba de reversa para mirar fijamente como el cantante no apartaba la mirada del punto más alto de aquella estructura de hierro.

—¿Miedo?, ¿yo? —intentó sonar seguro, luego torció sus labios en una leve curva hacia un costado y miró nuevamente en dirección a donde provenían los gritos de algunas personas que estaban a punto de terminar su turno sobre la montaña rusa—. No es una palabra que esté dentro de mi vocabulario —fanfarroneó, mientras elevaba una de sus cejas.

Emilia resopló y viró los ojos—Entonces, supongo que no tendrás miedo de subir con nosotros, ¡vamos! —exclamó.

Tomándolo desprevenido, entrelazó sus manos e ignoró la sensación electrificante que comenzaba a recorrerla desde la punta de sus dedos y a través de su brazo, hasta llegar a su nuca, donde los vellos se le erizaron levemente y la piel se le puso como de gallina.

No supo qué era esa sensación, pero estaba segura de que fue magnífica. Era muy similar a la adrenalina mezclada con la pasión que sentía cuando estaba sobre el cuadrilátero.

Y para Dante, fue demasiado tarde intentar distraerla porque en un parpadeo, ya se encontraba avanzando en la fila y cuando abrió su boca, fue para soltar maldiciones y chillidos como una niña pequeña.

Él se encontraba sentado en medio, a su izquierda iba Edward quien estaba eufórico disfrutando de la atracción y a su derecha estaba Emilia, quién estaba disfrutando de la mayor atracción que se trataba del cantante, quien acababa de hacer el ridículo frente a ella.

—¿Seguro que no tienes miedo, estrellita? —preguntó ladeando la cabeza, tratando de reprimir una carcajada.

Dante infló sus mejillas, alternó su mirada entre el carril y la mujer a su lado con evidente nerviosismo y cerró sus ojos con fuerza—¡No te mentiré, estoy cagado hasta los pies, maldición! —gritó cuando de pronto la atracción se detuvo en el punto más alto.

Emilia no pudo evitar carcajear como nunca antes, sintiendo que su abdomen le dolía y en cuanto él colocó sus manos en la barandilla de seguridad, aferrándose a esta como si su vida dependiera de ello, la boxeadora estiró su brazo y tomó su mano en un impulso que determinaba confianza y le brindaba de cierta forma, una sensación de seguridad para él.

Dante no pudo decir mucho debido a que los gritos de miedo se apoderaron de él, pero internamente agradeció el gesto que ella había tenido en ese momento y deseó estar en otro lugar, sin barreras de seguridad de por medio para poder, quizás, besarla en ese momento.


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