Capítulo 4.
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Dante se encontraba cómodamente acostado en la cama de la habitación del hotel donde se estaba hospedando durante su estadía momentánea en San Diego, cuando las notificaciones comenzaron a invadir sus redes sociales, con cientos de miles de menciones de sus fans y usuarios sobre chimentos de famosos. Con algo de curiosidad, divagó con su red social alternativa, que era un incógnito para toda la gran masa de seguidores de su perfil artístico, leyendo algunos comentarios aquí y allá. Se sintió más que confundido al notar que todas las noticias se relacionaban con parte de su pasado amoroso, involucrando a la única pareja que había sido pública desde que él se había convertido en un personaje famoso. Mientras miraba atónito la pantalla, entró una llamada de un número que conocía de memoria. Era su representante. Contestó de inmediato.
—Dante, tenemos que hablar… —fue lo primero que alcanzó a oír ni bien se acercó el aparato al oído.
—Te escucho, Kevin —respondió, sentándose en el medio de la cama.
—Lo mejor es que nos reunamos cuanto antes, ven al estudio de grabación. Enviaré a Grayson para buscarte —informó sin darle tiempo a contestar, pues había colgado dejándolo con las palabras en la punta de la lengua.
«No hay de qué preocuparse», se dijo a sí mismo, tratando de calmarse. Le había resultado realmente difícil descifrar el tono de voz que había empleado Kevin. Su representante era de esas personas de las que podías deducir su estado de ánimo por su tono de voz.
Dante volvió a mirar extrañado la pantalla de su celular y lo arrojó sobre la cama mientras se dirigía hacia la sala para prender la televisión y tener algún sonido de fondo que lo hiciera sentir menos solo de lo que ya estaba, una costumbre que había adoptado con el pasar de sus días dentro de la industria musical. Al ser solista y viajar casi todo el tiempo, no podía escuchar la voz de su madre merodeando en casa, ni a su perro ladrar, ni a ninguna amistad de su juventud con la que aún siguiera en contacto. La ausencia de los que más quería se notaba enormemente. Y eso no le agradaba.
Después se dirigió nuevamente a la habitación, escuchando la voz de locutor del presentador de noticias en un canal de cadena nacional.
Reemplazó sus pantalones de pijama por unos joggers de gabardina elastizada color negro. Eligió una remera básica blanca y sobre ella se colocó una sudadera con capucha negra y una chaqueta de jean del mismo color. Tomó su calzado blanco y amarró con fuerza sus cordones. Se dirigió a la sala mientras frotaba un poco de colonia detrás de sus orejas y sobre sus muñecas, mirando distraído la fotografía de él que aparecía en la pantalla de plasma del televisor.
Frunció el entrecejo al ver que también aparecía la fotografía de la mujer que se había convertido en su exnovia hacía por lo menos unos dos años y medio, pero con la cual aún mantenía una perfecta relación de amistad. La misma que no paraban de mencionar en las redes sociales, cosa que había sido motivo de su sorpresa y confusión.
Al ver que estaban mostrando un video casero, seguramente tomado desde el celular de algún seguidor, en el que ella había sido vista en el área de maternidad en un hospital de esa misma ciudad, ubicó rápidamente el mando del televisor y subió el volumen.
“El secreto que guardaba la modelo Marie Davies quedó al descubierto tras haber sido captada infraganti por una fanática del famoso cantante Dante Mitras, quien la reconoció al instante, mientras aguardaba en el área de maternidad…”, escuchó decir a una de las presentadoras del canal, quien se estaba encargando de contar cómo sucedieron los hechos. “Muchos fanáticos de ambas figuras que apoyaban su relación, comenzaron a indagar al respecto, tratando de descubrir la verdad. Un porcentaje bastante amplio de los mismos, opina que el bebé podría ser el hijo de Dante, posicionándose como el nuevo bebé más esperado en la industria, y que, tanto él como Marie, habrían decidido anunciar la supuesta ruptura debido a algunos inconvenientes del pasado pero que, en realidad, solo fue una fachada para desviar la atención del público”, continuó comunicando, mientras Dante sentía que caería de nariz al suelo ante las locuras que escuchaba. Se sumió en sus pensamientos, tratando de procesar las palabras que salían rápidamente de la boca de la presentadora.
Ignoró las llamadas persistentes, a sabiendas de que, posiblemente, se trataba de Grayson tratando de avisarle que ya había llegado a destino y que esperaba por él para llevarlo al estudio de grabación. Sin embargo, y a pesar de que trató de redirigir su atención al pequeño aparato de comunicación, pasó de él y se sentó de golpe sobre el sillón de tela gris, mientras tomaba su cabeza entre sus manos y miraba sus pies y la alfombra que cubría cada metro cuadrado de aquella habitación.
«¿De qué rayos se trata todo esto?», cuestionó Dante.
“A pesar de la insistencia de los medios de comunicación y el pedido masivo de los fanáticos para revelar la verdad, hasta el momento la modelo no ha confirmado o desmentido ninguna de las sospechas y tampoco se ha dado a conocer la opinión al respecto del popular cantante de rock. Se espera que, durante las próximas horas, los representantes de…”.
Un fuerte golpe en la puerta de la habitación lo sobresaltó y en un santiamén, volteó su rostro en aquella dirección con el corazón en la boca, encontrándose con la silueta robusta de Grayson White y la cicatriz que cruzaba por sobre la esquina de su ceja derecha.
Él llevaba más de quince años trabajando fielmente para Kevin Rivera, uno de los productores más reconocidos a nivel mundial, que tenía sedes de su disquera a lo largo y ancho del país. Grayson tenía el trabajo más importante de todos, según Dante, pues aquel hombre de metro ochenta y cinco se encargaba de la seguridad de cada artista que le asignaban y, ocasionalmente, cumplía el rol de chofer.
—Pensé que te había ocurrido algo —se justificó ante el semejante golpe que le había dado a la puerta para abrirla, rompiendo la cerradura al patearla.
—Pudiste llamar, Grayson.
—Te llamé más de tres veces, escuché el ringtone, pero me preocupé cuando grité tu nombre y no respondiste —se justificó.
—¿Nunca se te ocurrió que quizás podría estar en el baño? —inquirió mientras se apoyaba en el respaldo del sillón de tres cuerpos, rotando su torso para poder observar mejor. El guardia se sintió avergonzado por un momento, lo cual provocó la risa de Dante, ante la situación tan ridícula. Después, el semblante del joven cambió por completo—. Esto es una mierda, Grayson. No entiendo absolutamente nada.
—Kevin te explicará lo que está sucediendo.
—Espero que sea una buena explicación.
Con un simple movimiento de su mentón apuntando en la dirección de la puerta, Grayson cruzó el umbral y se giró sobre sus propios pies para observar fijamente al cantante, que se había levantado de su lugar con pesar. Dante arrastró sus pies y se detuvo abruptamente a un lado de la puerta y miró el picaporte que se encontraba en el suelo.
—Nos lo van a facturar muy caro, Grayson.
Observó sorprendido cómo la madera había cedido con el golpe, logrando quebrarse y hundirse en el área cercana a la cerradura y tembló al imaginar cómo se vería aquel guardaespaldas quebrando huesos con una facilidad tremenda, como si quebrara unas ramitas de árbol.
El mencionado miró con aburrimiento el desastre que había ocasionado, no era la primera y estaba seguro de que tampoco sería la última vez que haría aquello, y le restó importancia, comenzando a caminar con pasos pesados. Debido a su magnitud y porte, parecía un oso pardo.
—Ahora podremos decir que la tarjeta corporativa sirvió para algo —le dijo entre dientes, mientras se acercaba a la recepción—. ¿Cuál es el sentido de tenerla y no usarla? —preguntó, provocando la risa animada del cantante.
Detrás del mostrador, una joven señorita de cabellos rubios, con una silueta pequeña y frágil en comparación con la bestialidad de Grayson, lo miró con nerviosismo, intentando con dificultad formular una frase, ante el aura aplastante que el guardia ejercía.
—¿En qué lo puedo ayudar? —dijo finalmente, mientras la sonrisa entrenada que usaba a diario para lucir amigable con los huéspedes, temblaba levemente. Ella realmente se veía atribulada con la presencia de aquel hombre tan grande y brusco, que la miraba como si fuese un león a punto de devorarla y ella tan solo una pobre gacela bebé a la que le temblaban las piernas.
Grayson deslizó sobre el mostrador la tarjeta negra con letras doradas y el logo de la corporación, que no eran más que las siglas de Kevin Rivera. Y tratando de lucir amable, formó una extraña sonrisa que se contorsionaba y lograba el efecto contrario. Le daba miedo a cualquiera.
—Por favor, cargue todos los daños de la habitación mil cuatrocientos doce a esta tarjeta.
—¿Di-disculpe? —preguntó con los ojos tan abiertos como un par de platos.
Grayson se limitó a dejar la tarjeta sobre el mostrador, ignorando a la joven detrás del mismo y se marchó, con Dante pisando sus talones de una manera torpe mientras trataba de pedirle disculpas a la recepcionista, sin apartarse demasiado del guardaespaldas.
—Creo que tendremos que seguir trabajando en tu comportamiento hacia otras personas —mencionó Dante, una vez que estuvieron fuera.
—Me pagan para cuidarte el trasero, no para hacer amigos. Ya súbete, Kevin no deja de llamarme — respondió de mala gana.
Una vez a bordo de la camioneta negra de vidrios oscuros, se recostó en el asiento mientras suspiraba tratando de calmar sus pensamientos, que de a poco lo orillaban a la paranoia. Los edificios a su alrededor eran cada vez más altos. Entre ellos había cientos de tiendas de moda, restaurantes, y locales de venta de artículos varios. Las calles estaban abarrotadas de una multitud que iba y venía en diferentes direcciones, siguiendo su curso de manera natural, como el agua cuando desciende de las montañas.
Cuando Dante llegó al estudio de grabación, dónde solía pasar la mayor parte del tiempo en los últimos días debido a la producción de su nuevo álbum, comenzó a escuchar gritos eufóricos. Gritos agudos, provenientes de las mujeres que reconocieron la camioneta y querían acercarse a él para tomarse una fotografía o tan solo tocarlo, otros gritos ahogados por el llanto, y también unos cuantos más graves, que venían de parte de algunos hombres jóvenes, quienes traían en sus manos camisetas, con la portada de su último álbum musical o simplemente con la imagen de su cara.
Dante los observó detalladamente a través de los vidrios oscuros de la camioneta y, con una sonrisa ladina, decidió que tomarse fotografías con ellos y dar unos cuantos autógrafos no le haría daño, pues considerando que el montón de personas allí no era tan elevado como acostumbraba ver, estaría bien acercarse y dirigirles algunas palabras.
Aunque se lo negara a sí mismo, él quería a sus fanáticos, incluso si la mayoría de las veces le fastidiaba quedar atrapado entre todos ellos, o los acosos cuando trataba de tener una vida o tan solo un momento de paz siendo solo Dante, el joven a punto de cumplir treinta años y no la gran estrella de rock.
Sin poder evitarlo, pensó en el largo recorrido que hizo durante su vida para llegar hasta ese momento. No había resultado tan fácil como su padre a veces se lo pintaba. Lo había logrado con esfuerzo y dedicación. Y estaba contento, mucho. Le gustaba saber que su música era de inspiración para otras personas. Y estaba orgulloso de poder ayudar, ya que, con tanta fama y dinero, él era capaz de colaborar con varias fundaciones.
—Los muchachos están por llegar para controlar al público. Sé que no son muchos, pero será necesario. Los reporteros no dejan de llegar… —interrumpió Grayson, mirándolo por el espejo retrovisor—... cuando sea seguro, podrás bajarte y saludarlos. Firma algunas cosas si quieres y nos vamos.
—Entendido. Gracias, Grayson —. Dante asintió y sonrió palmeando su hombro, para luego volver a recostarse en su lugar.
Al poco tiempo, a través del aparato de audición que parecía un pequeño escarabajo de color negro con un cable del mismo color y que lo mantenía comunicado con sus subordinados, Grayson supo que era momento de salir. Bajó primero, se colocó unos lentes de sol para evitar que los flashes de las cámaras dañen su visión y se dirigió hacia la parte de atrás, donde abrió la puerta para Dante. Este le agradeció y se bajó, alzando sus manos al cielo con una sonrisa que formaba unos pequeños hoyuelos junto a las comisuras de sus labios.
Los gritos entusiastas de sus admiradores no tardaron en ser más fuertes y, emocionado, se acercó a la barrera improvisada que los demás guardias estaban formando para protegerlo. Ignorando los flashes de las cámaras de los reporteros, tomó cada bolígrafo que le ofrecieron y comenzó a realizar su firma sobre papeles, ropa, e incluso sobre la piel de algunos que estaban dispuestos a tatuarse su autógrafo.
—¡Dante! —escuchó un grito a su espalda que provenía de uno de los reporteros—. ¿Es verdad lo que se dice? ¿Serán padres, Marie Davies y tú?
Se detuvo por un instante, no logrando ignorarlos por más tiempo. Aprovechando la brecha de silencio que se había formado entre los admiradores y él, los reporteros comenzaron a atacar con cientos de preguntas. Sus fanáticos también rogaban respuesta. Y él no supo qué responder.
—¡Dante, Dante! —gritó otro de ellos—, ¿son ciertos los rumores sobre la falsa ruptura entre ustedes?
Cuando él estuvo a punto de responderles de una manera poco apropiada y que seguramente le traería problemas con su representante, Grayson tomó cartas en el asunto. Tomándolo por la parte de atrás del cuello de su chaqueta, lo empujó hacia adelante bloqueando la vista para que se enfocara en introducirse en aquel edificio de una vez por todas.
«¿De qué diablos hablan?», se preguntó sintiéndose mareado.
Él ni siquiera había estado con Marie, ¿por qué ella y su agencia no sacaban un comunicado negando aquellas habladurías?, realmente no estaba entendiendo nada de lo que estaba ocurriendo.
En un parpadeo, Grayson ya se había encargado de sacarlo de allí y ahora se encontraba caminando con prisa por los pasillos de aquel edificio, sintiendo cómo las paredes cada vez se cerraban más y el silencio ensordecedor le hacía presión en la cabeza.
Las cámaras ya no le enfocaban el rostro, ni los flashes dañaban su vista, pero la inquietud de sentirse desorientado era mucho peor en ese momento, causándole náuseas.
—¿Te sientes bien? —escuchó la voz de Grayson a sus espaldas.
Tenía la vista perdida, nublada. No lograba asimilar aquello que había escuchado hasta el cansancio y no podía evitar hacerse preguntas como si en verdad él podría ser el padre, porque a decir verdad había tenido algún que otro desliz con Marie hace algunos meses atrás. Se lo cuestionó tanto, que antes de siquiera escuchar lo que tenían para decirle, él ya estaba resignado a aceptar su nueva realidad.
Negó sutilmente con la cabeza ignorándolo y una vez estuvo de pie frente a las puertas dobles de madera que daban a la oficina de Kevin, suspiró y las empujó, revelando del otro lado la silueta de espaldas de su ex novia, su representante y Kevin, quienes mantenían una grata conversación como si el caos que había allí afuera no fuera importante.
—¿Quién va a explicarme lo que está sucediendo? —preguntó sintiendo como sus manos temblaban, a medida que se acercaba a los sillones donde ellos estaban sentados, bebiendo café.
Intercambió miradas con Marie, observando el cabello corto y platinado que lucía, en vez del largo y cobrizo que alguna vez él había adorado tanto. Llevaba unos jeans azules entallados junto con una polera de lanilla de color caramelo, a juego con un saco de paño del mismo color que le llegaba hasta la mitad del muslo y unas botas marrones hasta las rodillas. Su representante, Marcella, vestía unos pantalones color blanco hueso junto con una polera blanca y un saco de paño largo hasta unos pocos centímetros sobre su tobillo, del mismo color que sus pantalones, sus pies estaban enfundados en unas botas que apenas sobrepasaba sus tobillos, de punta redonda y tacón cuadrado.
—De eso mismo quiero hablarte, ven a sentarte y beber café con nosotros… —dijo Kevin con calma.
—El café y una mierda, Kevin —lo interrumpió—. ¡Dime qué es este alboroto!
—Dante, será mejor que te sientes… —sugirió Marcella—... debes calmarte, estás muy alterado.
Dante dejó escapar una carcajada. —¡Pues claro que estoy alterado! —exclamó, mientras miraba hacia el techo—, mientras ustedes están aquí sentados bebiendo café, mi carrera se está viniendo abajo por la cantidad de artículos que se reproducen y expanden como una maldita plaga.
—¡Ya basta! —gritó Marie, diciendo algo por primera vez desde que había llegado a aquel lugar donde habían acordado reunirse.
Se paró y se dirigió a Dante, bajo la atenta mirada de los representantes. Tomó sus manos apretándolas suavemente y mostrándole una de aquellas sonrisas que tranquilizaba a cualquiera.
—Dime qué es lo que está pasando… —suplicó él entre susurros.
—No es tu hijo, si es lo que te tiene tan alterado —confesó, y él sintió nuevamente que podía respirar—. Me enamoré de un miembro del equipo de maquillaje de la agencia, tú sabes en cuantos problemas podemos meternos por relacionarnos con miembros del equipo de trabajo —relató con tristeza.
—Lo entiendo, ¿pero por qué estoy involucrado? —se apartó, no siendo capaz de sostener su mirada. Se sentía feliz por ella, aunque quizás no tanto.
Kevin suspiró colocándose de pie y caminó hasta estar frente a Dante, para apoyar la palma de su mano sobre su hombro como si quisiera prepararlo para lo peor, o por si debía retenerlo si se le cruzaba por la cabeza la idea de escaparse.
—Tú vas a hacerles creer lo que ellos quieren creer —sentenció—. La idea de un hijo entre ustedes dos no les ha sentado nada mal. Marcella nos pidió nuestra ayuda para proteger la integridad de Marie como modelo de nuestros videoclips y me parece justo, considerando que ella nos ha salvado de varios aprietos cuando nuestra modelo principal se ausentaba repentinamente.
—No creo que estés pensando las cosas en frío, Kevin… —murmuró Dante entre dientes, mientras movía su cabeza lentamente de lado a lado, negando—... esto acabará mal, ¿acaso soy el único que se da cuenta? —preguntó frustrado, mirando a las mujeres, esperando a que alguien entrara en razón—. Piénsalo bien, Kevin. ¿Qué ocurrirá cuando las personas descubran que todo fue una farsa? Me odiarán, y odiarán a Marie.
Él decidió darle la espalda, dando por sentado que el cantante estrella debería dar su brazo a torcer esta vez, y se marchó de la oficina.
Cuando Dante estuvo a punto de ir detrás de Kevin para buscarlo, Marie lo interceptó, tomándolo por el brazo y le dirigió una mirada, la más enternecedora que poseía, esa que era como de cachorro, acompañada de un suave aleteo de sus largas pestañas.
Dante se quejó por lo bajo, pero no hizo mucho esfuerzo en sacársela de encima, no quería hacer un mal movimiento y convertirse en el malo de la historia.
—Dante, por favor… —susurró—... por una vez, no seas egoísta y ayúdame, así como yo te he ayudado muchas veces.
—Esto va a destruirnos, Marie… piénsalo —intentó convencerla, pero ella no hacía más que negar con su cabeza.
—Dante, ayúdame… —le suplicó con lágrimas en los ojos.
—Marie… —la observó sintiéndose herido y acorralado. ¿Cómo era posible que le hicieran aquello?
Mientras tanto, Kevin y Marcella se encaminaron en la dirección contraria, para alejarse de ambos. Ya los habían unido tiempo atrás, según sus planes, para beneficio de sus respectivas industrias, haciéndoles creer que todo había sido por decisión de ellos o de la vida. Marcella simuló quitar una pequeña pelusa imaginaria de su abrigo y detuvo su andar bajo la atenta mirada de Kevin, el hombre que le aseguraba que su modelo estrella no iba a salir embarrada de aquella situación.
—Dijiste que ese cantante de cuarta estaba comiendo de la palma de tu mano — comenzó a recriminarle—. Pero no veo que así sea, más bien es como un corcel indomable. Se te está escapando de la mano, Kevin. Aunque me empiezo a cuestionar si alguna vez estuvo en ellas.
Marcella empleó un tono burlón mientras un brillo de malicia surcaba su rostro. Era la clase de mujer a la que le gustaba meter cizaña para diversión propia, pero no le agradaba para nada cuando ella se veía afectada, y Marie Davies era la persona que más ganancias le dejaba en la industria. Por nada del mundo dejaría que le arruinaran aquella mina de oro.
Kevin soltó una risa nasal mientras colocaba las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de vestir y miraba con altanería a la mujer frente a él. —Y así es, Dante hará lo que le pida. Siempre me escucha, soy su voz de la razón.
—Yo no estaría tan seguro de ello si fuera tú —canturreó, mientras extendía la mano y miraba sus uñas esculpidas en gel.
—¿Debería sentirme insultado por ti? —preguntó, como para sí mismo—. No ha habido un día en el que no lograra adiestrar a un corcel, por más indomable que se vea —dijo con seguridad, mientras usaba la misma referencia que ella había utilizado.
Marcella se cruzó de brazos y se acercó a él, con un aura dominante semejante a la del hombre. —Espero que no me falles, Kevin. Me lo debes… —dijo entre dientes—.... suerte que mi preciosa Marie no es como tu muchacho —alardeó—. Ella es una blanca paloma dócil, me obedecerá hasta en lo más mínimo. Y menos mal que hablé con ella antes de venir, porque estoy segura de que, ahora mismo, está convenciendo a Dante.
Ella se marchó sin nada más que decirle.
Kevin sintió la amargura y el enojo borboteando en su interior. No le agradaba para nada sentirse entre la espada y la pared, mucho menos ser acorralado por una mujer. Pero Marcella no era una cualquiera. Era la más poderosa dentro de aquella industria que preparaba modelos con tanta perfección que todos parecían ser robots diseñados a medida en algún laboratorio. De solo pensar en que ella estaba comenzando a impacientarse, se sintió nervioso y rápidamente aflojó el nudo de la corbata para poder respirar mejor.
Con un simple gesto de manos, llamó a Grayson, quien estaba haciendo su aparición allí luego de haber hecho oídos sordos a la conversación que había escuchado por casualidad, y este se aproximó rápidamente a su jefe.
Su imponente figura se detuvo frente a Kevin, posicionó sus manos cruzadas detrás de su espalda y separó sus piernas alineándolas con la anchura de sus hombros. Su mirada penetró en lo más recóndito del jefe, pero este estaba tan enojado por la pequeña conversación que había tenido con Marcella, que no tuvo ánimo para exigirle que mantuviera su mirada baja porque su horrorosa cicatriz le causaba náuseas. Si no lo despedía, era porque él era realmente bueno en lo que hacía.
—Grayson, quiero que mantengas vigilado a Dante —ordenó—. Notifícame todos y cada uno de sus movimientos; quiero saber a dónde va, con quién y qué es lo que está haciendo en qué horas del día —señaló. Luego miró la pantalla del celular que estaba vibrando con insistencia en el bolsillo interior de su saco de vestir—. ¿Entendiste?
—Sí, señor —asintió Grayson White. Luego de que el jefe se marchara, se le quedó observando.
Un sentimiento de pena lo atrapó mientras la imagen afligida de Dante aparecía entre sus recuerdos.
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