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Capítulo 32.

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Los días pasaron lentamente desde la huida de Dylan. No había rastros de él y la policía seguía buscándolo, pero, sin pistas concretas, su caso comenzaba a desvanecerse en la burocracia. Para muchos, Dylan Shaplen era un hombre acabado, un fugitivo sin futuro. Sin embargo, Emilia no lo veía así.

Ella lo conocía demasiado bien. Sabía que Dylan no era de los que se rendían fácilmente. Y, si estaba huyendo, significaba que aún podría tener un as bajo la manga para intentar liberarse... y eso era algo que no permitiría.

Fue entonces cuando lo recordó.

Una tarde, mientras revisaba viejos recuerdos, intentando buscar pistas sobre su paradero, algo hizo clic en su mente: las peleas clandestinas. Dylan siempre hablaba de esos lugares cuando aún estaban juntos. Le fascinaba el mundo de las apuestas ilegales, el dinero fácil, la adrenalina de pelear sin reglas. Por eso es que le costaba tanto boxear profesionalmente, ya que, a pesar de su potencial, ningún entrenador quería arriesgarse por las manchas de corrupción en su historial. ¿Quién iba a querer lidiar con un tipo que solía meter peso dentro de sus guantes para dar golpes más fuertes?

Si necesitaba esconderse y ganar dinero rápido, solo había un sitio al que podría haber ido.

Emilia tomó su chaqueta. Sabía exactamente a dónde ir.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Joss, interrumpiendo su marcha.

Ella se detuvo abruptamente en medio de la sala y parpadeó, volteando a verlo.

—Ya sé dónde puede estar Dylan, iré a buscarlo —respondió, sin más.

Joss negó, la tomó por los hombros, y comenzó a guiarla suavemente hacia el cómodo sillón de la sala. La sentó, le cubrió las piernas con una manta que reposaba en el respaldo del mismo y, luego, tomó sus mejillas para que pudiese verlo a los ojos. Emilia ya no estaba en condiciones para hacer el papel de heroína. Su salud se había deteriorado con el paso de los días y ambos eran dolorosamente conscientes de ello.

Habían procurado hacer todo lo posible para que Edward no tuviese que verla cuando le daban hemorragias, o cuando sentía que sus pulmones iban a estallar y no podía respirar adecuadamente. El niño no era tonto, pero prefería fingir que no se daba cuenta de nada, para que no tuviesen que esforzarse tanto por causa de él.

—Olvídalo. Llama a las autoridades y deja que ellos se encarguen —le dijo, firme y preocupado.

Había visto a su amiga obsesionada, consumida por la necesidad de encontrar a Dylan a como diera lugar. Ambos habían tenido varias discusiones al respecto, porque Joss consideraba que Emilia ya había hecho más que suficiente al priorizar al cantante en varias ocasiones antes que a su propia salud. Y Joss, asqueado de la situación, esperaba que Emilia le dijese la verdad a Dante, y que él estuviera a su lado para apoyarla. Pero ella seguía diciendo que aún no era el momento. Quizás era cierto...

Después del juicio contra Kevin y Dylan, las cosas en la vida de Dante habían cambiado radicalmente, una vez más. Algunos recuerdos iban y venían, en diferentes momentos del día, aclarando de a poco el panorama para él. En cuanto a las discográficas de Rivera, al cerrar sus puertas había dejado a muchos artistas nuevos en la deriva, sin saber muy bien qué hacer y, en ese momento, el más joven de los Mitras, con el apoyo de su familia, adquirió un edificio que planeaba adaptar para ayudar a tantos artistas que deseaban darse a conocer. Por el momento, todo marchaba viento en popa y eso lo mantenía entusiasmado y alegre, casi al borde de olvidarse de Dylan. Pero Emilia no podía olvidarlo.


—No funcionará... Dylan lo sabrá y se irá. Es nuestra única oportunidad, Jo-Jo.

Joss suspiró, exasperado y negó, mientras se cruzaba de brazos. Esta vez no iba a ceder, y ella lo sabía.

—Dije que no.

—Eres un odioso... —murmuró, de mal humor, resguardándose bajo la calidez de la manta.

No pudo evitar que sus ojos se cerraran casi al instante, dejándose consumir por el cansancio que sentía, debido a su enfermedad. A medida que cada músculo de su cuerpo se relajaba, la sensación aplastante la abandonaba, y la boxeadora descansó, como rodeada de suaves y esponjosas nubes.

Joss sonrió y acomodó de nuevo la manta. En algún punto de la noche, la cargó entre sus brazos y la llevó hacia su habitación, la arropó en su cama y se marchó, dejándola descansar. Sin embargo, Emilia no estaba del todo dormida, y no planeaba quedarse de brazos cruzados, no ahora que podía atrapar a Dylan.


Se abrigó un poco más y salió a hurtadillas de la casa, tomándose un taxi para poder aproximarse al lugar que daba vueltas en su mente. Unas calles antes de llegar, le pagó al taxista y se bajó. Caminó entre la oscuridad y el silencio de las calles vacías, metiendo sus puños en los bolsillos de su abrigo.

El callejón frente a ella estaba oscuro, húmedo. El eco de pasos resonaba en la distancia. Emilia mantuvo la capucha baja, asegurándose de que la sombra ocultara su rostro. Sabía que, si alguien del pasado la reconocía, podría meterse en problemas antes de siquiera empezar.

A medida que avanzaba con pasos seguros por los callejones que parecían un laberinto sin salida, el sonido de gritos y golpes la fue guiando hasta una vieja bodega con luces parpadeantes. Un hombre enorme custodiaba la entrada, revisando a cada persona que intentaba pasar. Emilia se acercó con paso firme, sin titubear.

—¿Negocios o placer? —gruñó el guardia, mirándola de arriba abajo.

—Peleo.

El hombre arqueó una ceja bajando su rostro para verla y soltó una carcajada seca.

—¿Tú? ¿Estás segura?

Emilia solo alzó la mirada y sonrió de lado.

—Debes ser nuevo aquí, no te he visto nunca —respondió y luego su mirada penetrante le caló los huesos al hombre—. Sombra Roja está aquí, hazte a un lado.

El tipo, al reconocer aquel apodo, se encogió de hombros y la dejó pasar sin dudarlo, por el contrario, agachó su cabeza en señal de respeto. Había escuchado cientos de historias de una joven del pasado, a la que apodaron «Sombra Roja». Se decía que era la mejor, y su apodo hacía honor al gran rastro de sangre y misterio que la seguía en cada combate. Jamás creyó que podría verla y presenciar su regreso.

Emilia dejó atrás al sorprendido grandulón. El guardia la observó irse, y decidió postear en las redes la noticia. El regreso de Sombra Roja causó revuelo, y no faltó quien nombrara a Emilia entre las supuestas verdaderas identidades de la luchadora secreta. Así, en pocos minutos, el móvil de Joss se llenó de unas cuantas notificaciones. Veía los comentarios que la nombraban, y no lo podía creer. Se dirigió al cuarto de su amiga, y la desesperación se hizo dueña del pelirrojo. Ató cabos, y comprendió que ella había ido en busca de Dylan. Tenía que hacer algo. Revisó las redes, buscando pistas del tugurio donde decían haber visto a «la leyenda». Cuando tuvo el nombre del lugar, decidió que era momento de llamar a la policía.


Adentro, el ambiente era sofocante. El olor a sudor, sangre y tabaco impregnaba el aire, causándole un poco de náuseas. Un círculo de espectadores rugía alrededor de un ring improvisado, donde dos hombres intercambiaban golpes brutales, sin más protección que un simple vendaje cubriendo sus nudillos. La multitud, hombres con más alcohol que sangre corriendo por sus venas, vitoreaba con cada impacto. Las apuestas pasaban de mano en mano, como algunas mujeres.

Emilia caminó abriéndose paso entre ellos, manteniéndose en las sombras, mirando de tanto en tanto a su alrededor, buscando aquellos ojos verdosos llenos de malicia.

Nunca esperó tener que regresar al nido donde Dylan una vez la arrastró.

—Busco información sobre alguien —susurró al primer apostador que encontró.

El hombre, de rostro curtido y cicatrices en los nudillos, la miró con desconfianza.

—Aquí la información cuesta.

—¿Cuánto?

—No es dinero lo que quiero —miró el montón de billetes que tenía entre sus manos, mientras comenzaba a contar cuántos de ellos tenía—. Es un espectáculo.

Emilia sintió el pulso acelerarse, mientras hacía tronar sus dedos dentro de los bolsillos de su abrigo.

—Peleas, ¿no?

El tipo sonrió.

—Ganas tres combates y hablamos.

Emilia bajó la capucha lentamente, dejando que su mirada hablara por sí sola.

—Dime cuándo empiezo.


El primer combate fue brutal. Emilia, aunque más rápida y técnica que su oponente, sintió el desgaste casi de inmediato. Sus pulmones ardían, su cuerpo estaba más pesado de lo normal, y aunque lograba esquivar la mayoría de los golpes, cada impacto que recibía dolía el doble de lo habitual.

El segundo combate fue aún peor. Sus piernas temblaban, su visión se nublaba por momentos, pero no podía detenerse. No ahora.

Cuando terminó el tercer combate, con su último oponente desplomándose en la lona de concreto, Emilia apenas logró mantenerse en pie.

Sacudió sus manos mientras se tambaleaba hacia una de las esquinas. Los vendajes de sus nudillos estaban empapados en sangre de sus contrincantes, no había dañado de gravedad a ninguno de ellos, pero les había dado algunos golpes en las zonas justas como para sacarlos del juego lo más rápido posible. Necesitaba conservar fuerzas, aún no sabía a lo que se iba a enfrentar cuando viera a Dylan.

El hombre que le prometió información la miró con una mezcla de asombro y diversión, y se acercó con un bolso lleno de billetes que ella le había hecho ganar, con las tres victorias consecutivas.

—No pensé que llegarías tan lejos —dijo, lanzándole una botella de agua—. Pero la pelea real todavía te espera. Una más, y es todo.

Emilia bebió un sorbo y escupió la sangre que se acumulaba en su boca.

—¿Dónde está Dylan?

El hombre chasqueó los dedos, señalando hacia el centro de la bodega. La multitud se agitó. Una nueva pelea estaba por comenzar.

Y ahí estaba él.

Dylan Shaplen.

Se veía diferente: más delgado, más cansado, con los nudillos ensangrentados y la mirada vacía. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Emilia, algo cambió en su expresión.

—¿Tú? —murmuró, incrédulo.

Emilia se quitó la capucha.

—Sabía que te encontraría aquí.


El organizador de las peleas, al ver la tensión entre ellos, sonrió con astucia.

—Parece que tenemos un combate especial esta noche —anunció—. Damas y caballeros, la luchadora misteriosa contra el hombre más buscado de la ciudad. ¿Quién apuesta?

La multitud rugió.

Dylan negó con la cabeza.

—No voy a pelear contigo, cariño.

—No tienes opción —susurró ella—. No voy a dejarte escapar otra vez.

Dylan apretó los dientes, enfurecido por la actitud que ella había adoptado. Si tan solo lo hubiera olvidado y dejado atrás... Ahora la haría arrepentirse, por atreverse a buscarlo, por encapricharse con entregarlo a las autoridades.

Y la pelea comenzó, sin marcha atrás.


Emilia atacó primero, lanzando golpes rápidos, pero Dylan los esquivó con facilidad. Su cuerpo ya no respondía como antes, el dolor era insoportable. Pero no se detuvo.

Dylan, aunque reacio, terminó defendiéndose.

Un derechazo la hizo tambalear.

Un gancho al hígado le quitó el aire.

Su visión se tornó borrosa, su cuerpo flaqueó, pero se mantuvo en pie.

Hasta que ocurrió.

Dylan, en un intento de frenarla y harto de su insistencia, le lanzó un golpe desesperado que, aunque no llevaba toda su fuerza, impactó directo en su sien.

El mundo de Emilia se oscureció.

Cayó al suelo, su cuerpo desplomándose, sin resistencia, sobre la sangre derramada de sus anteriores contrincantes.

—¡Emilia! —gritó Dylan, agachándose junto a ella.

Volvió a reconocer a la mujer que una vez le había arrebatado suspiros porque sí... era la mujer de la que había estado enamorado. Y sintió que el peso de la culpa caía brutalmente sobre sus hombros. Su avaricia, su egocentrismo y la malicia de un corazón rencoroso, con las vueltas de la vida, solo habían intentado opacar y aplastar aquella chispa radiante que ella poseía. Dylan detestó el día en el que Dante se le había cruzado por delante. Si no se hubiera involucrado con ella, ahora mismo no se habría visto obligado a enfrentarla, y lastimarla, y...

Pero antes de que pudiera hacer algo, el aire se llenó del sonido de las sirenas, y la bodega se iluminó en tonos rojos y azules.

—¡Policía! ¡Todos al suelo!

El caos estalló.

Dylan parpadeó y cuando elevó la vista, vio de frente el rostro enfurecido de Joss, quien estiraba el brazo para proporcionarle un buen golpe, que lo envió de espaldas al suelo. Cuando intentó huir, algo mareado por el golpe, su propio cuerpo no respondió. Estaba demasiado malherido. Sintió cómo los oficiales lo rodeaban, cómo lo esposaban, empujándolo contra el suelo.

Mientras tanto, solo podía escuchar los gritos desesperados de Joss, que movía sus manos alrededor de ella, algo frenético, sin animarse a tocarla por miedo a causarle mayor daño. Emilia yacía inconsciente, su respiración débil. Joss intentaba obtener, en vano, alguna respuesta de parte de ella, y un oficial alertaba sobre la captura del fugitivo, al mismo tiempo que otro pedía asistencia médica en la escena del combate.

La pelea había terminado.

Pero el destino de ambos aún estaba por decidirse.

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