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Capítulo 31.

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El amanecer trajo consigo un aire gélido y una sensación de inminencia que ninguno de los dos pudo ignorar. Afuera, la neblina cubría el bosque como un velo fantasmagórico, enredándose entre los troncos altos de los pinos. En el interior de la cabaña, la atmósfera era igual de densa.

Emilia se levantó antes de que el sol asomara por completo. Se incorporó de golpe, tambaleándose fuera del sillón... El frío de la mañana se colaba por las grietas de la cabaña, pero no era eso lo que la hacía temblar a ella.

Apenas abrió los ojos, una punzada aguda le había atravesado el cuerpo, comenzando en el estómago y extendiéndose hasta la garganta. Su respiración se fue volviendo errática y, en cuestión de segundos, sintió la acidez escalando por su esófago. No quería que Dante notara el temblor sutil en sus manos. En silencio, asegurándose de que cada movimiento fuera calculado, se alejó. Cruzó la habitación con unos pasos torpes y se encerró en el baño, asegurándose de girar la llave antes de caer de rodillas frente al inodoro.

La primera arcada fue seca, pero la segunda trajo consigo el sabor metálico inconfundible. Emilia apretó los ojos con fuerza, mientras la bilis y rastros de sangre escapaban de su boca, golpeando la porcelana con un sonido ahogado. Sus dedos se aferraron al borde del inodoro, con los nudillos blancos por la fuerza con la que se sujetaba. Las lágrimas desbordaron sus ojos mientras su nerviosismo y el miedo la carcomía. Su respiración era superficial, entrecortada. El pecho le dolía como si le hubieran clavado un cuchillo entre las costillas, y un sudor frío le perforó la frente.

No era la primera vez que pasaba. Y sabía que no sería la última.

Cerró los ojos y trató de controlar el temblor de sus manos. No ahora. No podía permitirse esto ahora.

Inspiró profundamente, obligando a su cuerpo a calmarse. Se quedó unos segundos más en el suelo, esperando que la oleada de náuseas se disipara. Luego, con movimientos lentos, se incorporó y se acercó al lavabo.

Abrió el grifo y se enjuagó la boca varias veces hasta que el sabor metálico desapareció. Cuando levantó la vista, su reflejo en el espejo la observó con ojos cansados, ojeras marcadas y una piel demasiado pálida.

Apoyó las manos en el lavamanos y dejó escapar un suspiro.

No iba a durar mucho más. Y Dante no tenía idea.

Dos días. Ya habían pasado los dos días.

Se obligó a enderezarse, a poner una expresión neutra en su rostro. Dante la estaba esperando. Tenían que volver a la ciudad.

Se echó agua en la cara, respiró hondo y salió del baño como si nada hubiera pasado.

Dante, por su parte, había escuchado a Emilia moverse de camino al baño con algo de prisa. Frunció sus cejas, tomó aire y se levantó. Ahora la esperaba. Estaba sentado en el borde del sillón, con los codos apoyados en sus rodillas y la mirada fija en el suelo de madera. Desde la conversación con Emilia, la idea de enfrentarse a Kevin había sido un eco constante en su mente. Ahora, ese eco se materializaba en la realidad.

No sabía exactamente qué le había sucedido, pero se había preocupado, y más aún cuando todo parecía agitarse dentro del baño de una manera que no lograba descifrar.

Cuando ella abrió la puerta, se chocó de frente con él. Sus labios temblaron con nerviosismo.

—¿Estás bien? —preguntó el cantante, sin poder evitarlo.

Emilia se atragantó con su saliva y asintió rápidamente.

—Sí... nada más, ya sabes... solo quería ir al baño —mintió.

Dante asintió, no muy convencido y luego estiró su mano para acariciar su mejilla. Pocos segundos después, tiró levemente de ella para poder besar su frente con dulzura y una sonrisa dibujada entre sus labios apareció ante la cariñosa muestra de afecto.

—Entonces... Buen día, mi amada.

Las mejillas de Emilia se enrojecieron rápidamente. Se sentía abochornada. Se cubrió el rostro con ambas manos y dejó escapar una pequeña risa, permitiéndose dejar atrás la situación anterior. Luego se ocuparía de ello.

Ambos se sujetaron de la mano mientras se miraban e intercambiaban algunos besos suaves y juguetones.

—No me acostumbraré a esto —confesó ella, pero se sintió más como una predicción.

Dante soltó una risa ronca y la envolvió con sus brazos, notando cómo ella acariciaba su pecho con su nariz aspirando su aroma y cómo sus manos se aferraban a él, no deseando soltarlo. Para el cantante no era extraña aquella actitud tan vulnerable de ella, pues no recordaba del todo los vestigios de la mujer que Emilia era antes del accidente. Para Dante, ella era todo lo que demostraba ser en ese instante. Una mujer vulnerable que lo amaba y permanecía a su lado, apoyándolo.

—Pues deberías, porque tú eres tan mía como yo lo soy tuyo —sonrió y besó su cabeza.

Ella sintió las lágrimas presionar los bordes de sus ojos, pero se contuvo de decir algo y simplemente se apartó, con una suave sonrisa. La verdad era que no contaba con la fuerza suficiente para emitir sonido alguno o actuar de alguna manera.

Dante interpretó aquello como que quizás era demasiado temprano como para que ella pudiera estar en sus cinco sentidos, así que simplemente rodeó uno de sus hombros con su brazo y la dirigió hacia la cocina con pasos suaves.

—Es hoy, ¿no? —dijo, al entrar a la cocina.

Se desplazaba con habilidad, preparando un poco de café, mientras ella permanecía de pie a un lado de él, observándolo. Intentaba grabar en su mente cada gesto y cada detalle de su rostro, como aquella pequeña cicatriz a un lado del mentón, que nunca había notado antes... Regresando en sí misma, se separó un momento, le pasó una de las tazas y asintió.

—Es hoy.

Dante tomó un sorbo de café, sintiendo el calor recorrerle la garganta. Sus dedos tamborileaban contra la cerámica, un hábito que ya había notado en sí mismo cada vez que estaba ansioso.

—¿Y qué va a pasar exactamente? —preguntó, con la mirada perdida en la ventana.

—Nos encontraremos con Joss, Grayson y los abogados en el tribunal —explicó Emilia, apoyándose contra la encimera—. La fiscalía tiene pruebas suficientes para demostrar que Kevin y Dylan orquestaron el accidente. Tienen grabaciones, documentos financieros y testigos.

Dante asintió lentamente, dejando la taza sobre la mesa.

—¿Y si...? —Emilia levantó la mirada al notar la duda en su voz—. ¿Y si no recuerdo lo suficiente? ¿Y si todo esto no es suficiente?

Ella se acercó y puso una mano firme sobre su brazo.

—No necesitas recordarlo todo, Dante. Lo que importa es que estás aquí, que estás luchando por recuperar lo que te quitaron. No tienen derecho a salirse con la suya.

Dante tragó saliva y asintió.

Después de terminar el café, recogieron sus pocas cosas en silencio. No era solo la tensión del juicio lo que flotaba en el aire, sino la sensación de que todo estaba a punto de cambiar, de una manera u otra.

Antes de salir, Emilia se quedó de pie en el umbral de la puerta, observando el interior de la cabaña. Durante dos días, ese lugar había sido un refugio, un pequeño respiro antes de la tormenta.

Dante notó su expresión y, por primera vez, vio el cansancio en sus ojos de una manera distinta. No solo era físico.

—¿Estás lista? —preguntó con suavidad, y le tendió la mano.

Emilia se giró hacia él y forzó una sonrisa.

—Nunca lo estoy, pero eso nunca me ha detenido.

Dante sonrió de lado al sentir cómo sus manos se entrelazaban.

El camino de regreso a la ciudad se sintió más corto de lo fue. A medida que los edificios comenzaban a asomar en el horizonte, la realidad se impuso con todo su peso. Emilia mantenía las manos firmes en el volante y su mandíbula apretada. Dante miraba por la ventanilla, sus pensamientos eran una maraña de emociones entremezcladas.

Cuando finalmente estacionaron frente al tribunal, Joss y Grayson ya los esperaban en las escaleras, con expresiones tensas pero decididas.

—Es hora —se dijeron.

Dante inspiró hondo y salió del auto. Emilia hizo lo mismo, pero antes de cerrar la puerta, miró el horizonte por un breve instante, como si quisiera grabar ese momento en su memoria.

Dos días atrás, habían huido.

Ahora, estaban de vuelta.

El tribunal se alzaba ante ellos, imponente y frío bajo el cielo gris de la ciudad. El aire estaba cargado de tensión, como si el juicio ya estuviera en marcha antes de que siquiera cruzaran las puertas.

Dante sintió un nudo en el estómago al ver a los reporteros aglomerados en la entrada, con sus cámaras y micrófonos listos para capturar cada movimiento. A pesar de los esfuerzos de los abogados por mantener el caso lo más discreto posible, el escándalo era demasiado grande como para evitar la atención de los medios.

—Respira —susurró Emilia a su lado, notando la rigidez en sus hombros.

Dante asintió, pero su mandíbula seguía tensa.

Joss se aproximó a Emilia dándole un abrazo y Grayson los recibió en las escaleras del tribunal, con una expresión sombría.

—Kevin y Dylan ya están adentro —les informó en voz baja—. También los abogados y la fiscalía. Están listos para comenzar.

Emilia cruzó los brazos, su mirada oscureciéndose con la mención de esos nombres.

—¿Qué hay de las pruebas? —preguntó preocupada.

—Sólidas —afirmó Joss interrumpiendo—. Las llamadas telefónicas entre ambos, las transacciones bancarias que vinculan a Dylan con el chofer del camión, los correos electrónicos entre Kevin y los involucrados. Tenemos todo.

Dante escuchó cada palabra, pero la información se sentía distante, como si estuviera atrapado en una niebla. Su mente no dejaba de martillarle con preguntas: ¿Qué diría Kevin? ¿Intentaría justificar lo que hizo? ¿Seguiría mintiendo?

Su respiración se volvió superficial.

Emilia notó su agitación y sin pensarlo dos veces, tomó su mano y la apretó con fuerza.

—No estás solo en esto —le dijo, con voz firme.

Dante parpadeó, sorprendido por el gesto, pero no apartó la mano.

—Vamos —dijo Grayson y asintió—. Es hora.

Cruzaron las puertas y el interior del tribunal los recibió con un silencio opresivo. Los pasillos estaban llenos de personas, pero todo parecía amortiguado, como si hubieran entrado en otro mundo.

Cuando finalmente llegaron a la sala del juicio, Dante vio a Kevin y a Dylan sentados junto a sus abogados.

Kevin llevaba su característico traje caro, y la misma expresión arrogante de siempre, como si todo esto fuera un inconveniente menor en su día. Pero sus ojos delataban una sombra de preocupación. Dylan, en cambio, evitaba la mirada de todos, con los labios apretados y los hombros tensos.

Cuando Kevin notó a Dante, sonrió de lado. Una sonrisa vacía, ensayada.

El cantante sintió cómo la rabia subía por su pecho como una ola violenta.

No más mentiras. No más manipulación.

Este era el momento en que todo cambiaría.

Dante se obligó a respirar hondo mientras cruzaba la sala junto a Emilia y Joss. Cada paso que daba lo acercaba más a la verdad, a ese enfrentamiento inevitable con el hombre que había destruido su vida.

Se sentaron en la mesa de la fiscalía, justo frente a Kevin y Dylan. La tensión entre ellos era casi palpable. Dante no apartó la mirada de Kevin, quien mantenía su postura relajada, aunque sus dedos tamborileaban con impaciencia sobre la mesa. Dylan, por otro lado, apenas alzaba la vista.

El juez entró en la sala y todos se pusieron de pie.

—Pueden sentarse —anunció con voz firme.

El juicio había comenzado.

La fiscalía inició su exposición, presentando la acusación formal contra Kevin Rivera y Dylan Shaplen. Se mostraron las pruebas: los registros bancarios que confirmaban los pagos al chofer de un camión para chocar el auto de Dante, los correos electrónicos donde Kevin ordenaba a un equipo médico atención personalizada, los mensajes entre Dylan y otros involucrados en la ejecución del plan.

Cada palabra que se pronunciaba en la sala era un golpe para Dante. Ver los hechos tan claros, tan fríos, le hacía hervir la sangre. Y cuando llegó el turno de la defensa, Kevin se puso de pie con una confianza que a Dante le revolvió el estómago.

—Su señoría —comenzó su abogado—, lo que tenemos aquí es una gran confusión. Mi cliente, el señor Rivera, ha sido acusado injustamente. No hay pruebas concluyentes de que él haya dado la orden directa para sabotear el vehículo del señor Dante Mitras.

Dante apretó los puños.

Kevin sonrió con una falsa calma.

—Lamento mucho lo que te pasó, Dante —dijo, mirándolo directamente—. Pero te han llenado la cabeza de mentiras. Yo siempre fui más que tu representante, fui tu amigo.

Dante sintió que el odio se acumulaba en su garganta como un grito contenido.

Emilia le puso una mano en el brazo bajo la mesa. Un recordatorio silencioso de que debía mantener la calma.

El juicio continuó con los testimonios. La fiscalía llamó a declarar a un excolaborador de Kevin, quien confesó haber escuchado conversaciones comprometedoras.

Finalmente, llamaron a Dante al estrado.

Él se puso de pie, sintiendo el peso de todas las miradas sobre él. Se acercó lentamente y tomó asiento. El juez le pidió que jurara decir la verdad, y lo hizo con voz firme.

La fiscal se acercó.

—Señor Mitras, sabemos que sufrió pérdida de memoria debido al accidente. Pero, cuéntenos, ¿qué sintió cuando supo que este «accidente» fue provocado?

Dante miró a Kevin y luego a Dylan. Inspiró profundamente antes de hablar.

—Sentí que me habían arrebatado mi vida —dijo con voz tensa, pero clara—. Perdí todo lo que era. No recordaba mis canciones, mi historia, ni siquiera a las personas que me importaban. Y todo porque alguien que se suponía que era mi amigo quería controlarme sin que yo lo supiera.

La fiscal asintió.

—Y ahora que lo sabe, ¿qué espera de este juicio?

Dante se enderezó en la silla.

—Quiero justicia.

Su respuesta resonó en la sala.

Kevin mantenía su sonrisa arrogante, pero Dante vio en sus ojos una chispa de incertidumbre. Dylan, en cambio, parecía más inquieto.

El juicio apenas comenzaba, pero Dante sabía que, pasara lo que pasase, era el principio del fin para Kevin Rivera y su tiranía.

Cuando el juez emitió su veredicto, el aire en la sala del tribunal era denso.

—El jurado ha llegado a una decisión —anunció con voz solemne—. En el caso de la fiscalía contra Kevin Rivera y Dylan Shaplen, encontramos al acusado Kevin Rivera... culpable de conspiración y tentativa de homicidio.

Un murmullo recorrió la sala. Kevin apretó la mandíbula y su confianza se desmoronó por primera vez.

El juez continuó.

—En cuanto a Dylan Shaplen...

Dante y Emilia contuvieron la respiración.

—El jurado lo encuentra culpable de complicidad en el intento de homicidio del señor Dante Mitras.

Dylan cerró los ojos por un momento. Su rostro estaba pálido, pero no dijo nada.

—La sentencia se dictará en los próximos días —concluyó el juez, golpeando su mazo—. Se levanta la sesión.

La tensión se rompió en un instante. Se alzaron algunas voces, los periodistas tomaban notas frenéticamente, mientras que los abogados de la fiscalía intercambiaban miradas de satisfacción.

Emilia soltó un suspiro, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, algo de justicia se hacía presente. Pero cuando miró a Dylan, su expresión se endureció. Dante también lo miraba fijamente. No había triunfalismo en su rostro, solo cansancio.

Entonces, en medio del alboroto, algo cambió.

Dylan, que hasta ese momento se había mantenido quieto, se movió con una rapidez sorprendente. Esquivó al guardia más cercano, empujó a uno de los reporteros y corrió hacia la salida.

—¡Se escapa! —gritó alguien.

Todo se volvió un caos.

Los guardias reaccionaron tarde. Dylan ya había salido corriendo por el pasillo del tribunal, esquivando personas, derribando sillas y moviendo obstáculos en su camino.

—¡Maldición! —exclamó Emilia, echando a correr tras él sin pensarlo dos veces.

Joss intentó detenerla, pero fue inútil. La adrenalina dominaba el momento.

—¡Emilia! —la llamó Dante, sin obtener respuesta, y corrió tras la mujer.

Dylan salió del edificio, empujando la puerta con tanta fuerza que rebotó contra la pared. Sus ojos salvajes buscaron una salida. No podía dejarse atrapar. No ahora.

—¡Dylan, detente! —gritó Emilia, que irrumpió en la calle justo cuando Dylan cruzaba la avenida y evitaba ser atropellado por un taxi.

Pero él no le hizo caso, ni miró atrás. Solo siguió corriendo.

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