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Capítulo 29.

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El rugido del motor rompía el silencio de la madrugada. Emilia mantenía las manos firmes en el volante. La carretera oscura que se extendía ante ellos parecía una línea interminable que los alejaba de San Diego.

Dante, con la cabeza apoyada en la ventana, miraba el reflejo borroso de su rostro en el cristal. Sus dedos tamborileaban con impaciencia sobre su rodilla, como si esperaran que una melodía perdida regresara a él en cualquier momento. Era una sensación frustrante, pero ya comenzaba a acostumbrarse a ella.

—No tienes que estar despierto —dijo Emilia, sin apartar la vista del camino, irrumpiendo en sus pensamientos—. Aún nos quedan varias horas.
Dante giró el rostro hacia ella y esbozó una sonrisa cansada.

—No quiero dormir. Siento que, si cierro los ojos, todo esto se desvanecerá.

Emilia entendía esa sensación. Desde el comienzo del viaje, una parte de ella temía que la realidad los alcanzara de golpe, al detenerse. Aceleró un poco más, sintiendo el peso del destino en cada kilómetro que avanzaban. Según recordaba, no faltaba demasiado para llegar. Sin embargo, tampoco quería enfrentarse aún a estar a solas con Dante y tener que ponerlo al tanto de todo lo que estaba sucediendo.

Cuando al fin se adentraron en el sendero cubierto de árboles, un camino natural que se había marcado con el paso del tiempo, el cielo comenzaba a teñirse de tonos naranjas y rosados. Emilia redujo la velocidad y miró el mapa en el GPS de la camioneta.

—Estamos cerca. Aún recuerdo cuando Joss trajo al equipo en unas vacaciones, la cabaña está al final del camino.

El aire fresco de la montaña se coló por las ventanillas, trayendo consigo el aroma a tierra húmeda y pinos. La cabaña apareció entre la niebla matutina. Era una estructura de madera robusta, con una chimenea apagada y un porche que crujió bajo el peso de sus pasos cuando descendieron del auto.

Dante estiró los brazos y respiró hondo, sintiendo un leve escalofrío debido a su falta de abrigo.

—No está mal para un escondite.

Emilia rodó los ojos mientras buscaba la llave debajo de una de las macetas, tal como Joss le había indicado la primera vez que fue. Cuando la puerta cedió con un leve chirrido, una sensación de alivio se instaló en su pecho.

El interior era rústico, con muebles de madera oscura y una gran chimenea de piedra en el centro. Unos pocos cuadros familiares colgaban en las distintas paredes y el polvo danzaba en los primeros rayos de sol que se colaban por las cortinas cerradas. Hacía tiempo que la familia de Joss no iba allí de vacaciones, por lo que parecía una propiedad cedida al olvido.

Emilia dejó caer su cuerpo en un sillón y se frotó el rostro con las manos.

—Dos días —murmuró—. Solo tenemos que aguantar dos días.

Dante se dejó caer en el sofá opuesto, observándola en silencio. Su instinto le decía que Emilia estaba cargando con más de lo que decía, pero no la presionó. En cambio, miró hacia los costados y, en un rincón, descubrió una guitarra polvorienta. La buscó y se puso a rasgar las cuerdas, tarareando una melodía perdida en su memoria.

Emilia lo observó por un momento, y por primera vez en días, se permitió sonreír.

—Qué oportuno, tienes talento —comentó.

—Eso dicen… aunque yo aún no lo recuerdo —respondió Dante, mirándola con una chispa traviesa en los ojos.

La risa de Emilia resonó en la cabaña. Por un instante, el peso de la incertidumbre pareció desvanecerse. Sabía que él estaba bromeando, pues sus primeros años como cantante los recordaba a la perfección, solo estaba siendo un poco humilde respecto a su talento.

El sonido de la guitarra llenaba el silencio de la cabaña con acordes torpes pero melancólicos. Dante frunció el ceño, frustrado. Aunque sus dedos parecían recordar qué hacer, su mente aún se sentía como un lienzo en blanco. Todo lo que recordaba eran canciones viejas, de los primeros covers que quizás había tocado, pero no podía recordar con exactitud los acordes de cada canción de su nuevo álbum. La idea de la gira mundial, con la que insistía Kevin, aún le parecía descabellada.

Emilia lo observó en silencio mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba sobre el apoyabrazos del sofá. El viaje había sido agotador, pero la calma del bosque le daba una sensación de tregua. Se puso de pie y se acercó a la ventana, apartando ligeramente las cortinas, para asegurarse de que no hubiera nadie alrededor. Todo parecía tranquilo, solo el murmullo del viento entre los árboles y el canto lejano de los pájaros.

—¿Tienes hambre? —preguntó ella, volviéndose.

Dante dejó la guitarra a un lado y se encogió de hombros.

—No sé. Tal vez. Creo que todavía me estoy acostumbrando a no saber qué siento.

Emilia rodó los ojos con diversión una vez más. Deseó decirle que era un tonto por comportarse así, pero se contuvo intentando creer que era su manera de lidiar con la situación en la que se veía envuelto.

—Siempre puedes comprobarlo. ¿Quieres que vea qué hay en la cocina?

—Si encuentras algo que no esté caducado, será un milagro.

Ella caminó hacia la pequeña cocina al fondo de la cabaña y abrió la alacena. Como esperaba, la mayoría de los productos eran enlatados o secos, pero al menos había café y un par de paquetes de galletas que no parecían demasiado viejos.

Mientras encendía la cafetera y el olor a café comenzaba a perfumar el ambiente, Dante se acercó y se apoyó contra el marco de la puerta. Cruzó sus brazos por sobre su pecho y la miró fijamente, mordiendo levemente su labio inferior, recordando el llameante cabello pelirrojo del amigo de ella.

—¿Cuánto tiempo hace que conoces a Joss?

—Desde que éramos niños —respondió Emilia, sin volverse—. Es como un hermano para mí. Si no fuera por él, probablemente nunca me hubiera dedicado al boxeo. Me hubiese rendido mucho antes de llegar a la cima.

—¿Él también pelea?

Emilia soltó una risa.

—Joss duraría menos de un asalto en un ring. No pelea, al menos no profesionalmente. Creo que él es más como un futuro entrenador, solo que no quiere admitirlo. Pero siempre ha creído en mí más que nadie.

Dante asintió, guardando aquella información en su mente. Algo en la forma en que Emilia hablaba de Joss le resultaba familiar. Como si él también hubiera tenido a alguien así… pero la memoria seguía esquiva, negándose a ceder más fragmentos de su vida.

El fuerte aroma del café llenó aún más el aire. Emilia tomó dos tazas de la alacena, las lavó para quitarles el polvo y, luego de servir el líquido caliente, le pasó una taza a Dante antes de tomar la suya.

—Dos días —murmuró él tras dar un sorbo—. ¿Crees que será suficiente para que todo se calme?

Emilia exhaló con cansancio, apoyándose contra la encimera.

—No lo sé. Pero no podemos hacer nada más por ahora. Solo esperar.

Dante la miró con atención. Había algo en sus ojos, algo que no tenía que ver con Kevin, con la fuga o con el juicio. Algo más profundo. Algo que ella no le estaba diciendo.

Pero no preguntó.

Aún no.

Emilia dejó la taza de café sobre la mesa y suspiró mientras miraba al cantante por unos instantes, recordando de pronto la poca ropa que llevaba, debido a que se había escapado del set de filmaciones.

—Voy a ver si encuentro algo de ropa para ti. No puedes pasarte dos días con lo mismo.

Dante arqueó una ceja y miró su atuendo: no llevaba camiseta, tenía mucho maquillaje en su piel, unos jeans con agujeros y desgastados. Llevaba cadenas en sus pantalones, pero estaba descalzo.

—No sé, creo que este look de «rockero fugitivo» me queda bien.

Emilia rodó los ojos y mordió su lengua para evitar hacer otro comentario sobre cómo lucía realmente, y acerca de que estaba lejos de ser un «rockero fugitivo». Caminó hacia una de las habitaciones. Abrió un viejo armario y encontró algunas prendas que Joss probablemente había dejado en alguna visita anterior. Sacó un pantalón de tela cómoda y una camiseta gris. Dudó un momento, antes de añadir una sudadera.

Regresó a la sala y le arrojó la ropa a Dante.

—Ponte eso.

Él atrapó las prendas en el aire y las observó con fingida sospecha.

—No habrá alguna trampa en esto, ¿verdad? ¿Como que la sudadera tenga estampado de unicornios o algo así?

Emilia dejó escapar una carcajada breve. Se le hacía gracioso, debido a que él mayormente usaba ropa colorida.

—No te preocupes, tu dignidad de estrella de rock sigue intacta.

Dante sonrió y desapareció en el baño para cambiarse y, de paso, intentar asearse. Mientras lo hacía, Emilia se apoyó contra la mesa de la cocina, frotándose las sienes. Sabía que no podía evitar la conversación por mucho más tiempo. Dante tenía derecho a saberlo todo.

Cuando él regresó, con el cabello ligeramente húmedo tras haberse dado un corto baño con un diminuto trozo de jabón, notó el cambio en la expresión de Emilia.


—¿Qué pasa? —preguntó, sentándose en el sofá.
Ella tomó asiento frente a él, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas.

—Creo… que necesitamos hablar sobre lo que ocurrirá de ahora en adelante. Sobre el juicio.

Él no dijo nada, pero la forma en que su mandíbula se tensó, le dijo a Emilia que estaba listo para escuchar. Ella miró sus manos, los pequeños cayos creados por la naturalidad con la que tocaba la guitarra desde que era un niño, le resultaban más interesantes que lo que tenía para decirle, pero debía comenzar.

—Ese accidente… no fue un accidente, como ya te había mencionado —dijo con voz firme—. Fue todo un plan entre Kevin, quien tenía los medios para financiar todo, y Dylan, quien contaba con los contactos necesarios para orquestarlo.

Dante parpadeó, confuso.

—¿Qué? ¿Quién es Dylan?

Emilia tragó saliva y continuó.

—Dylan es… mi ex novio, y no quedamos en buenos términos —frotó su frente evitando su mirada—. Sospecho que Kevin quería separarnos a toda costa, no le convenía que estuviéramos juntos porque eso dañaría los planes que tenía en mente para tu futuro.

El silencio que se instaló en la cabaña fue sofocante. Dante entrecerró los ojos, tratando de asimilarlo.

—¿Por qué haría algo así?

—Porque quería controlarte —aclaró Emilia. Apoyó los codos en sus rodillas y se inclinó hacia él—. Y de alguna manera, yo se lo impedía, al hablar contigo y convencerte de que era una mierda por querer gobernar tu vida.

—Pero, ¿y Dylan? —insistió confundido.

—Está jodido de la cabeza, no lo sé —suspiró—. Ese maldito solo sabe aprovecharse de cada pequeña oportunidad que tiene. No tengo idea de cómo se conocieron, pero hicieron la dupla perfecta para joderlo todo —se recostó en su lugar y lo miró con cierta tristeza—. Sin tus recuerdos, eras más fácil de manipular. Kevin podría decirte lo que quisiera, y tú lo creerías. Así como mintió al hablarte de mí.

Dante apretó los puños. Un torbellino de emociones se agitaba en su pecho: rabia, impotencia… Se sentía traicionado. Todo lo que invadía sus pensamientos en ese momento, era que deseaba un justo juicio que acabara con Kevin por la atrocidad cometida. Con aquello que escuchaba de parte de Emilia, había comenzado a analizar los recuerdos que aún permanecían en su memoria, notando pequeñas actitudes cuestionables a lo largo de su carrera al lado de Rivera. Nada era lo que parecía, y Kevin se había encargado de camuflarlo todo correctamente bien.

—Ese hijo de…

—Por eso estamos aquí —lo interrumpió Emilia, mirándolo con intensidad—. En dos días empieza el juicio. Y necesitamos que estés a salvo hasta entonces.

Dante pasó las manos por su rostro, respirando hondo.

—Todo este tiempo… todo lo que creí… —dijo y su voz se quebró por un instante, pero se obligó a recomponerse—. No puedo creerlo.

Emilia se inclinó hacia adelante para aproximarse, extendió una mano y la colocó sobre la suya, acariciando sus nudillos, tratando, a su manera, de darle ánimos para seguir luchando en este altercado.

—Lo sé. Pero tienes que ser fuerte, Dante. Porque cuando esto termine, él no podrá hacerte más daño.

Dante sostuvo su mirada y, por primera vez, sintió que la verdad, por dolorosa que fuera, le estaba devolviendo una parte de sí mismo.

Soltó un suspiro, mientras alternaba su mirada entre los ojos grafito y las diminutas pecas casi inexistentes, como un cúmulo estelar, sobre las mejillas y la nariz de la joven. Relamió sus labios y apartó una de sus manos para posarla sobre la mejilla de Emilia, sintiéndose hipnotizado por su belleza natural. Sus dedos acariciaron suavemente su piel, mientras se iba acercando cada vez más a ella.

Desde que comenzó aquel proceso, Emilia siempre le había demostrado estar allí, firme y decidida a permanecer a su lado, sin importar las consecuencias. Las duras verdades que salían a la luz, una tras otra, y lo golpeaban, dolían cada vez menos, porque ella estaba allí para reconfortarlo y recordarle que no estaba solo. Y en ese momento de vulnerabilidad, Dante comenzaba a ver a Emilia, de nuevo, como la mujer de la que alguna vez estuvo enamorado.

La paciencia, la comprensión y el amor inquebrantable que ella parecía ofrecerle, conquistaban lentamente el corazón del cantante, mientras atravesaban con valentía las barreras que Kevin y Dylan habían tejido. Pero, finalmente, la oscura capa de mentiras y manipulación se levantaba, y le daba paso al amor verdadero, para que pudiese brillar con fuerza. Aunque dañado por las cicatrices de la traición, Dante finalmente regresaba a Emilia, escogiendo creer en su amor y en su verdad, dispuesto a enfrentar el futuro juntos.

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