
Capítulo 28.
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La escenografía montada en el set de filmaciones ya estaba lista. La modelo seleccionada para protagonizar el videoclip oficial de una de las canciones del nuevo álbum de Dante recibía los últimos retoques a su maquillaje en el centro del escenario. Kevin, parado a un lado del director, parecía apuntarle algo en una pantalla donde se veían las diferentes tomas de las cámaras.
Dante siguió de largo hacia donde se encontraba su estilista, tomó las prendas que habían sido seleccionadas para el video y se cambió. Luego caminó hacia el centro del escenario y dejó que la maquilladora hiciera su trabajo. Miró de reojo a la modelo, que parecía mantener una fachada completamente profesional. Él sabía muy bien que, al finalizar, ella le pediría un autógrafo y, como era costumbre, no se negaría a dárselo.
La modelo se quitó la bata que la cubría, dejando ver una lencería provocativa de color negro. Giró sobre sus talones para enfrentar al cantante y él se acercó, posicionándose según el director le indicaba que hiciera. Una de sus manos debía ubicarse en la cadera de ella, y la otra, sujetando el brazo de la joven. La canción comenzó a reproducirse y él movió sus labios, haciendo playback, mientras ambos actuaban la canción. Al inicio, ambos se movían por toda la escenografía, relatando una historia de amor, acercándose, a la vez, a la gran cama que estaba preparada para el video. Los camarógrafos, ubicados estratégicamente en cada lugar, iban capturando las tomas. Uno se encargaba de la mano de Dante, que recorría lentamente el muslo izquierdo de la modelo hasta quedar entre sus largas piernas. Otro camarógrafo tenía la misión de capturar la secuencia de los labios del cantante deslizando su boca por el cuello de la modelo hasta su mentón. Y luego, otra cámara captó el momento exacto en que sus labios se rozaban.
Por un momento, la imagen de Emilia ocupó cada rincón de la cabeza del cantante, y así, se imaginó que aquella chica que estaba debajo de él, era ella. Fue entonces cuando logró soltarse más y parecer menos rígido, algo que provocó que el director, encantado, lo animara a seguir así, para obtener las mejores tomas posibles. La modelo en cuestión, comenzó a sentir que estaba en el cielo mismo. Su profesionalismo se había disuelto como jugo en polvo en un vaso de agua: su lado fanático se había permitido fantasear con que, lo que ocurría en ese escenario, era real.
Sin embargo, duró poco, ya que Dante se detuvo abruptamente. Los mismos fragmentos de memoria que lo habían invadido en el baño, junto a Emilia, regresaron a él más sólidos, esta vez, podía ver un poco más allá. Veía su piel acaramelada enfundada en un vestido de tirantes color granate, y cómo ambos compartían unas cervezas en lo que parecía ser una terraza de algún club popular. Las reminiscencias de aquella noche del estreno de su nuevo álbum parecieron golpearlo, una detrás de otra, como piezas de un rompecabezas que comenzaban a unirse para crear, finalmente, un recuerdo de los tantos que había perdido.
—¿Dante? ¿Te sientes bien? —preguntó la modelo una y otra vez, insistente, al notar que el cantante se había quedado petrificado, ignorando los llamados del director e ignorando las miradas de todos.
Para cuando Dante reaccionó, parpadeó rápidamente y se puso de pie, frotando levemente su entrecejo.
—¿Qué haces? —preguntó Kevin, sin entenderlo.
Dante se había alejado y recogía sus cosas, ignorando a todos. Tomó su celular y sonrió al ver un mensaje de Emilia que le informaba sobre su escape exitoso y le decía que lo esperaría, en caso de que él quisiera volver a verla. No lo pensó dos veces, y le respondió de inmediato. Ignoró los gritos de Kevin, advirtiéndole que regresara, y corrió tan rápido como pudo hacia la salida trasera del edificio.
Observó a Emilia, a lo lejos, vagando por entre algunos autos, intentando mantenerse oculta, según sus propias indicaciones. Lo estaba esperando. El hombre corrió hacia ella, sin pensarlo más, sonriendo ampliamente.
Emilia lo miró confusa al notar que vestía solamente un par de pantalones anchos y rasgados, con algunas cadenas colgando a los lados. No llevaba calzado y mucho menos camiseta, así que su torso levemente definido estaba al descubierto por completo —aunque no se veía el tatuaje en honor a su padre, por lo que supuso que había quedado cubierto por el notorio maquillaje. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando sintió que Dante sujetaba su rostro con ambas manos y le plantaba un beso sin siquiera darle tiempo a reaccionar.
—Recordé aquella noche... n-no es mucho, pero yo...
Emilia no le dio tiempo a reaccionar tampoco, porque de inmediato lo tomó por el cuello y lo besó con ímpetu, provocando que Dante jadeara agradablemente sorprendido y la sujetara de la cintura, ahora con mayor seguridad y confianza en los sentimientos hacia ella, que comenzaban a florecer nuevamente.
—¡Ey!
Ambos se giraron al escuchar el grito a sus espaldas. El semblante de Kevin era atroz. Estaba realmente furioso, y se encendió mucho más al intercambiar una mirada rápida con Emilia. Le había echado leña al fuego. Los guardaespaldas corrieron hacia ellos, tras una señal del jefe, pero la reacción de Emilia fue casi instantánea, logrando tomar la mano de Dante para salir huyendo. Corrieron juntos, sin detenerse a mirar a sus espaldas, y las risas no tardaron en subir por sus gargantas hasta liberarse. Lucían como un par de lunáticos, pero se veían genuinamente felices.
—¡Joss, enciende la maldita camioneta! —gritó ella, al verlo de pie fuera de la misma, con una mirada pensativa.
Al escuchar el grito de su amiga, se sobresaltó y miró con sorpresa a los hombres que venían siguiéndolos, unos seis por lo menos. Sin pensarlo dos veces, se apresuró a subirse y a encender el motor. Una vez que Dante y Emilia se subieron a la parte trasera, y apenas lograron cerrar las puertas, salió disparado, rechinando las llantas.
Las respiraciones agitadas de ambos llenaron el silencio incómodo de la camioneta, sus risas nerviosas se hicieron presentes y Dante, ignorando la presencia de Joss, tomó a Emilia una vez más por las mejillas y volvió a besarla con libertad, esta vez con más cuidado, pero sin perder la intensa necesidad que sentía al tenerla cerca de él. Joss, por su parte, no pudo evitar mirarlos de reojo, de tanto en tanto, a través del espejo retrovisor y, a pesar de que sentía unas arrasadoras ganas de separarlos, se mordió la lengua y apretó el volante, conduciendo sin rumbo alguno, escuchando a sus espaldas al amor de su vida ser feliz con otro hombre.
—Lamento cortarles el momento, pero... ¿a dónde vamos? —preguntó, con un tono de voz serio.
Emilia y Dante se separaron, aún embelesados el uno por el otro. Intercambiaron miradas de confusión y un poco de miedo, pero sentían muchas ganas de comenzar una nueva aventura.
El cantante suspiró y asomó su rostro entre los asientos, mientras apoyaba una de sus manos en el hombro firme de Joss.
—Hermano, llévanos a donde quieras. Me da igual a dónde mierdas sea, sólo sácanos de aquí —respondió.
«No soy tu hermano, imbécil...», pensó Joss. Suspiró una vez más, y se removió un poco en su lugar cuando se detuvo en un semáforo, desabrochando su cinturón de seguridad y volteando a ver a Emilia.
La sonrisa que cargaba en el rostro por la emoción de lo que sentía por Dante, se le esfumó de repente. El rostro del pelirrojo estaba rasguñado y golpeado, y ninguno había notado eso hasta ese momento. La mano de la boxeadora se extendió a través de los asientos, con la intención de tocar la mejilla de su mejor amigo, pero fue detenida por él, quien le sostuvo la muñeca y negó con un suave movimiento de su cabeza.
—Me quedaré con Edward esta noche, lo cuidaré —le dijo—. Deberían ocultarse hoy y mañana en la cabaña de vacaciones de mi familia, por seguridad. A esta altura, Kevin debe saber sobre el juicio y podría intentar cualquier cosa.
Emilia sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas al ver la expresión alicaída en el rostro de su amigo, herido por culpa de los guardaespaldas, pero, principalmente, por ella. No se había dado cabal cuenta de la magnitud de los sentimientos que Joss tenía por ella. Siempre, incluso sin importar si debía poner en riesgo su propia vida, la seguía en todas sus locuras sin rechistar.
Ambos bajaron de la camioneta, sin darle tiempo al cantante a decir algo. Emilia rodeó el vehículo y se detuvo frente a su amigo. Dante podía verlos de frente. Intrigado, apoyando sus codos sobre los asientos delanteros, intentaba descifrar lo que sucedía entre ambos e, inevitablemente, una fuerte oleada de celos, que se le notaba en el semblante, lo invadió. Aquella sensación se le hizo reconocida y algunos pocos fragmentos volvieron a aparecer en su mente, haciendo mella en él.
—Jo-Jo... yo...
—¡Shh...! —intervino él.
Sus manos grandes la sujetaron por las mejillas, acariciándolas con suavidad. Su mirada se centró en los ojos oscuros de Emilia, mientras reprimía las ganas de soltarse en llanto como un niño pequeño. Le dolía más el corazón que los propios golpes que tenía por todo su rostro y su cuerpo, al haber sido apaleado por todos los empleados de seguridad que había tenido que distraer.
Se inclinó hacia ella y besó su frente con suavidad, dejando escapar una inevitable risa rota.
—Siempre estaré contigo, nena... —murmuró, antes de depositar un pequeño beso sobre su mejilla—. La llave está bajo la maceta, ya sabes.
Emilia observó cómo su mejor amigo retrocedía, empujándola con suavidad hacia el asiento de piloto y le dedicaba una sonrisa suave antes de cerrar la puerta una vez que ella se hubo subido a la camioneta. Sonrió y retrocedió cuando el semáforo cambió de luz a verde. Metió sus manos en los bolsillos y observó cómo el vehículo se alejaba, luego de que los conductores de la fila de autos detrás de ellos comenzaran a impacientarse. Suspiró una vez más, y sonrió, limpiándose una lágrima traicionera, antes de dar la media vuelta y alejarse en dirección al gimnasio para ir a buscar al pequeño Edward.
Mientras Emilia miraba, a través del espejo retrovisor, cómo su mejor amigo se daba la vuelta y se marchaba, al igual que ella, Dante se deslizó por entremedio de los asientos, hasta acomodarse en el lugar de copiloto. La observó un momento y luego se inclinó para encender el estéreo y poner algo de música para animar el ambiente.
—¿Ahora qué? —preguntó.
Emilia soltó un suspiro y lo miró de reojo.
—Tú decides —dijo ella. —¿Doy la vuelta en la siguiente intersección, o nos fugamos unos días para regresar en el momento del juicio?
Dante soltó una pequeña risa mientras, ansioso, miraba el paisaje a través de las ventanas. Luego volvió su vista a ella. Se elevó de hombros, sonriendo.
—Bueno... nunca he sido una estrella de rock que ocasione escándalos o que se meta en problemas. Siempre puede surgir una buena oportunidad, ¿no?
Emilia no pudo evitar reír con suavidad debido a aquel comentario. Quizás Dante estaba en lo cierto, después de todo, desde el primer instante en el que fue consciente de su profesión, supo que él no era igual a cualquier otro cantante de rock. No había noticias escandalosas sobre él y su vida privada, tampoco era visto alcoholizado en ambientes de poca monta o rodeado de mujeres distintas cada fin de semana. Tampoco era la clase de rockero que llevara aquel aspecto peligroso, luciendo ropas de tonalidades oscuras, de preferencia negro. Tampoco había tachuelas en su vestuario o delineado negro en sus ojos. Y ni hablar de tatuajes. Solo tenía uno y ni siquiera le gustaba enseñarlo.
Ella asintió y pisó un poco más el acelerador, de camino a la salida de la ciudad, para una pequeña escapada con el hombre que tenía a su lado. No estaba pensando verdaderamente en lo que hacía. Inspirada por sus sentimientos, decidió dejarse llevar, y permitirse disfrutar de su cercanía, en medio del caos.
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