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Capítulo 25.

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Una inesperada tormenta con fuertes lluvias había sorprendido a los habitantes de San Diego. Por momentos, las ráfagas de viento agitaban las gotas de agua y las movían a distintas velocidades en todas direcciones.

Emilia caminaba bajo la lluvia, empapada de pies a cabeza, pero dispuesta a cumplir su cometido sin importar qué. En su cabeza llevaba puesta una capucha grande que cubría su rostro hasta la mitad y sus manos estaban metidas en los bolsillos. Recorría exactamente las mismas calles que una vez había transitado con gusto y el corazón completamente enamorado de un monstruo. Todo el lugar parecía haberse quedado estancado en el tiempo: las mismas casas, los mismos autos, la misma flora, la misma fauna… había sentimientos del pasado que comenzaban a sacudirse, pero ella los detuvo rápidamente.

Sus pisadas eran firmes y fuertes, a cada paso salpicaba agua de los pequeños charcos que se creaban en la acera y, debido a las bajas temperaturas y la humedad del ambiente, de entre sus labios salían pequeños rastros de vaho, como si fuera una máquina a vapor. Nada iba a detenerla y el enojo que sentía alimentaba su decisión, como leña al fuego.

Interrumpió su caminata a pocos metros de una de las construcciones. Miró fijamente por un momento aquella casa de una planta a la que en el pasado había recurrido con frecuencia y que tantas veces la había acogido como si fuera propia. Las paredes seguían pintadas de color celeste opaco y el porche de madera, en perfecto estado, seguía siendo blanco. Una tenue luz iluminaba el interior. Esa era la señal que le indicaba que el bastardo de Dylan estaba dentro.

Caminó por el pequeño sendero que la conducía hacia los primeros escalones del porche, pisó algunas flores y se enlodó las botas sin darle importancia. Extendió su brazo hacia la puerta y, con su mano en puño, golpeó con fuerza.

Al otro lado de la puerta se escucharon maldiciones y quejidos. Mientras Emilia seguía golpeando con insistencia, Dylan intentaba colocarse unos pantalones de jean, tropezando y dando pequeños saltos, hasta lograr acomodarlos, abotonarse y abrir la puerta bruscamente y con enfado. No podía imaginar quién podría ser que interrumpiera, a tan altas horas de la noche, el pleno disfrute de su agradable compañía, pero iba dispuesto a soltar improperios a quien fuera. Al ver a Emilia de pie, escurriendo agua por la fuerte tormenta, su mandíbula se desencajó, mientras sentía que la respiración se le cortaba y el corazón le palpitaba con fuerza.

—¿Qué mierda haces? ¿Te volviste loca? —le gritó mirándola preocupado, tomando su brazo y tirando de él, haciendo que ella entre a la casa, sin apartar la mirada de su cuerpo, totalmente empapado y tembloroso.

Emilia miró alrededor sutilmente, con la cabeza agachada, intentando reprimir todos los recuerdos dolorosos que parecían querer distraerla de su cometido. El rostro sonriente de Dante y los momentos en los que habían estado juntos comenzaron a reproducirse en su mente como una película a alta velocidad, dándole el impulso que necesitaba para continuar.

Entonces, apretó los puños y, con lágrimas contenidas en sus ojos, elevó el mentón y le proporcionó a Dylan un puñetazo en la mandíbula, haciéndolo caer hacia atrás, sorprendido.

Un chillido se escuchó al otro lado de la habitación y Emilia miró hacia adelante, encontrándose con la imagen de una chica en ropa interior, a medio vestir y asustada por la escena que estaba presenciando. Emilia la miró fijamente y sacudió la cabeza.

—Vete, cariño. Esta miserable mierda va a destruirte la vida —le advirtió, mientras miraba a la chica con pena. Luego volvió a centrar su mirada en Dylan, quien aún seguía aturdido por el golpe.

La chica regresó por donde se había ido y se terminó de vestir con rapidez, largándose del lugar sin mirar hacia atrás siquiera una vez, dejándolos completamente a solas.

Emilia ladeó la cabeza y pateó suavemente el costado de Dylan, para comenzar a caminar por la sala, tirando algunos objetos mientras buscaba lo que sabía muy bien, sería la prueba determinante para atraparlos a él y a Kevin.

—Eres una maldita enferma… —jadeó adolorido, intentando ponerse de pie, escupiendo un poco de sangre, ya que, con el golpe inesperado, se había mordido el lado interno de las mejillas.

Ella se río y lo miró levemente por sobre su hombro. Mientras desordenaba y destruía todo lo que tocaba, sus carcajadas se mezclaban con los sonidos de las cosas rompiéndose y de los papeles revueltos que caían al suelo.

—Sí, soy una maldita enferma… —afirmó, elevando sus cejas. Sabía que Dylan no lo decía por los motivos por los cuales Emilia estaba de acuerdo con sus palabras, pero él no tenía por qué saber sobre la condición… desfavorable de su salud.

Ella siguió vagando por la casa, tirando todo lo que le parecía que no le era útil y no pudo evitar reírse cada tanto, al notar que Dylan aún conservaba cosas de ella. Quizás porque se le había olvidado tirarlas, no lo sabía bien, pero sí tenía la certeza de que ya nada le importaba, porque Dylan había sido desplazado de su corazón por Dante y el grupo de mamuts que brincaban en su estómago cada vez que lo tenía cerca.

El hombre la miró sorprendido al darse cuenta de que ella tenía la mirada fija en el lugar donde guardaba las pruebas, y una mezcla de miedo y enojo se apoderó de él, impulsándolo a ponerse de pie. Aprovechando la distracción de Emilia, se acercó a ella y la empujó lejos. Cuando comprendió que la mujer no iba a rendirse fácil y estaba a punto de proporcionarle otro gancho izquierdo, se adelantó y, con todo el pesar de su corazón, le respondió de la misma manera, enviándola a besar el suelo de madera.

Dylan era la clase de hombre que, por lo general, no le pondría una mano encima a una mujer de aquella manera, pero era débil ante los picos de emociones fluctuantes que poseía, y se dejaba controlar por ellos de tal manera, que actuaba impulsivamente. El enojo se apoderó de él en un parpadeo, y recordó el sabor amargo y el rencor que le guardaba por haberlo perdido todo. Su retorcida mente le hacía creer que la única culpable de sus miserias era Emilia.

Peinó su cabello platinado hacia atrás y la miró de arriba hacia abajo, con unos filosos ojos de gato, con desprecio y una sonrisa sarcástica.

—¿Pensabas que iba a ser tan fácil para ti? —le preguntó mientras la veía abrir sus ojos y mantener una mirada perdida, con sus pupilas deambulando como copos dentro de un domo de nieve. Soltaba quejidos mientras intentaba sentarse en el suelo, aún algo aturdida.

Sin embargo, cuando Dylan estuvo a punto de abrir la boca nuevamente para seguir lanzándole sus palabras afiladas, un golpe lo noqueó, lanzándolo lejos de Emilia.

Un destello naranja fue lo primero que vio ella antes de poder sentarse por completo y observar que Joss se encontraba sentado a horcajadas sobre Dylan, luego de haberle proporcionado un gancho derecho. El rubio sabía que no tenía mucha oportunidad contra el pelirrojo, ya que Joss era superior en tamaño y fuerza. Sus músculos no eran mitad esteroides, como los de Dylan, quien ya no pasaba tanto tiempo entrenando y estaba fuera de ritmo.

Emilia se apresuró a ponerse de pie, limpiando la sangre que caía de su nariz con el dorso de su mano. Escuchó los gruñidos de ambos, el sonido de sus puños al chocar en el cuerpo del otro y los quejidos de dolor cuando alguno lograba alcanzar el punto débil del otro.

No se detuvo para ver si su amigo estaba bien, porque sabía que Joss no iba a dejar a Dylan liberarse como si nada luego de haberla golpeado. Confiaba plenamente en él. Sus pies se movieron hábilmente sobre el suelo de madera pulida, mientras retomaba su camino hacia el mueble donde ella sabía que estaba la evidencia que necesitaba, la que completaría y afirmaría lo que Grayson le había dicho.

Al abrir la gaveta, encontró el celular con los números desechables que Dylan usaba desde hacía mucho tiempo. Emilia sorbió su nariz, sintiendo cómo la sangre aún escurría por sus fosas nasales y sintió que sus manos temblaban mientras intentaba encender el celular para cerciorarse de que fuera el correcto. La pantalla se iluminó. Su corazón latió desbocado y no pudo evitar soltar un jadeo en el que liberó toda la ansiedad que se había acumulado en su cuerpo. Ya lo tenía.

Rápidamente se dirigió hacia Joss, tomándolo por los hombros.

—Ya basta, Jo-Jo… vamos, salgamos de aquí —le dijo, intentando calmarlo. A pesar de que Joss quería seguir golpeando a Dylan hasta hacerlo añicos, se detuvo de inmediato, poniéndose de pie y caminando con la respiración agitada hacia la puerta, donde la esperó.

Antes de marcharse, Emilia volvió a mirar a Dylan. Se agachó y en cuclillas extendió su mano hacia él, acariciando su cabello y tomando sus mejillas, clavándole los dedos en su piel. Él no pudo evitar soltar otro gemido de dolor ante todas las sensaciones que recorrían su cuerpo debido a la paliza que Joss le había dado.

—Esta maldita enferma se va a dar el gusto de verte tras las rejas antes de morir…

Sus palabras fueron como una doble puñalada, tanto para Dylan como para Joss. Emilia soltó bruscamente a Dylan y se puso de pie, dejando que Joss tomara su mano con firmeza y la sacara de allí.

Sus pasos eran algo torpes, pero no se detuvo en ningún momento hasta llegar a la camioneta de Joss, quién la ayudó a subir y luego encendió el motor, dándole marcha para sacarlos de aquel vecindario de los malos recuerdos.

—¿En qué diablos estabas pensando, Li-Li? —preguntó Joss, mientras miraba las calles con los nervios de punta. Sus manos, manchadas con la sangre de la nariz rota de Dylan, apretaban con firmeza el volante. Sus nudillos punzaban, hacía mucho que no golpeaba a alguien sin un par de guantes de boxeo y le encantaba que Dylan hubiera sido el primero después de tanto tiempo. En su mente, el golpe que el platinado le había proporcionado a su amiga, le provocaba gruñidos desde lo profundo de su ser, como si fuera un animal a punto de matar a su presa. Él sabía que Emilia le hubiera regresado ese golpe de una peor manera, pero también sabía que ella no tenía la misma fuerza que antes, y eso lo ponía triste.

Emilia por su parte, miraba el celular encendido entre sus manos que descansaban sobre su regazo. Sorbía su nariz cada tanto, sintiendo cómo la sangre quería seguir escurriendo, y sus ojos se llenaban de lágrimas entre cada suspiro que dejaba escapar por los labios.

—Lo hice, Jo-Jo… tengo la evidencia que necesitábamos.

Un sollozo de alivio escapó de sus labios mientras se cubría los ojos con uno de sus brazos y dejaba salir todas las emociones contenidas.

Joss se removió inquieto en su lugar sin comprender lo que ella decía y, antes de llevarla a cualquier dirección que le pidiera, cambió el rumbo hacia una calle que también había sido frecuentada por ambos en su adolescencia. Se detuvo afuera de un local de pizzas y la miró.

—¿De qué estás hablando, Li-Li...? ¿Qué es lo que te hace llorar tanto? —preguntó él, mientras se quitaba el cinturón y se inclinaba hacia ella, acariciando su cabello y mirándola preocupado. No le gustaba verla llorar. Antes solo la había visto hacerlo un par de veces, pero ahora ella lloraba con más frecuencia y él todavía no había aprendido muy bien a consolarla.

Emilia se limpió algunas lágrimas y levantó brevemente el celular en una mano, enseñándole el aparato.

—Aquí está la prueba que necesitamos para… para ponerle fin a la mierda de Dylan y de todos los que dañaron a Dante…

Un suspiro tembloroso salió de sus labios y se movió en el asiento, para poder abrazar a su amigo incondicional. La colonia de Joss penetró en sus fosas nasales junto con el calor de su cuerpo, dándole una sensación de calma y seguridad.

—Estás queriendo decirme que… ¿te arriesgaste a la paliza de Dylan, para ayudar a Dante?

Su mandíbula se desencajó sin poder creerlo, y su mirada se oscureció, sintiendo nuevamente cómo su corazón era pisoteado por la realidad que se negaba aceptar: Emilia nunca había sido suya, ni lo sería.

Cuando ella lo llamó para pedirle ayuda, jamás se imaginó que sería para algo así. Aunque, ahora, se sentía resignado.

Envolvió el cuerpo de su amiga correspondiendo su abrazo y soltó un largo suspiro, cerrando sus ojos. Le dolía en el alma, pero era momento de dejar ir sus sentimientos hacia ella. Su cuerpo se estremeció ligeramente cuando, por accidente, la nariz de Emilia rozó su cuello, y tuvo que apretar los labios para contener un suave gemido. Cerró sus ojos y maldijo internamente. Acarició su cabello suavemente y la consoló por varios minutos. Cuando ella se calmó, salió de la camioneta y le abrió la puerta.

—Dicen que se piensa mejor con el estómago lleno —le dijo.

Detrás de Joss, Emilia vio un local de pizzas, luminoso… el mismo que ella recordaba y al que nunca había regresado desde que era adolescente.

—¿Qué hacemos aquí, Jo-Jo?

Su asombro era imposible de ocultar, mientras sorbía su nariz, miraba las luces amarillentas de la decoración y un exquisito aroma a tomate y pepperoni inundaba sus fosas nasales.

Joss le ofreció la mano mientras ladeaba su cabeza con una suave sonrisa. La lluvia había bajado su intensidad, pero, aun así, se mantenía constante y fina, mojando rápidamente el cabello de Joss.

—A veces solo necesitas comer una pizza y beber un refresco de cola con mucho hielo con tu mejor amigo.

Emilia sonrió y soltó una suave risa, aceptando tomar su mano para unirse a las personas que cenaban en el interior acogedor de la pizzería.

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