
Capítulo 21.
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En la casa de Lydia, todos permanecieron en un incómodo silencio cuando Emilia corrió detrás del niño. Malcolm era el único que formulaba preguntas que no tenían respuesta alguna. Y no se trataba de que nadie quisiera responder, sino que todos estaban sorprendidos con la reacción del niño y la madre, que parecían estar molestos con Dante como si se conocieran de toda una vida.
—¿¡Alguien va a responderme!? —estalló Malcolm.
—Cariño, cálmate... —murmuró Josie a su lado, mientras lo sostenía por el brazo derecho.
Lydia suspiró.
—Lo lamento mucho, Malcolm —dijo con honestidad—. No tenía idea de que tu hija conocía a Dante y por eso no creí que sería importante comentarte sobre la situación de él. Simplemente consideré que el pasillo de un supermercado no era el mejor lugar para hablar sobre lo que ocurre y quería que habláramos aquí.
Dante no dijo nada y, con la mirada aún perdida en el camino por el cual el niño y la mujer se habían marchado, se movió como si estuviera hipnotizado, siguiendo los mismos pasos que ellos. Nadie de los que estaban allí presentes lo detuvo. Simplemente lo dejaron marcharse, como si en realidad, él no existiera.
—Por favor, tomemos asiento para que podamos hablar —intervino Andreas.
Henry, el mayor de los hermanos, se acercó a Malcolm y palmeó su espalda suavemente mientras lo acompañaba a tomar asiento. No hizo falta que le dijera nada, podía ver una leve chispa de alegría en los ojos del mayor al verlo nuevamente después de tanto tiempo, pero no podía recibirlo con los brazos abiertos dada la situación y la abundante confusión que había en aquella habitación.
—Lo que ocurrió fue que Dante tuvo un accidente de camino a Las Vegas, nos dijo que tenía que estar allí cuanto antes, porque iría a ver a una amiga un día antes de su concierto —comenzó Henry.
Lydia no podía hablar, tan solo recordar el estado en el que se encontraba su hijo, un nudo se formaba en su estómago y las lágrimas empujaban en el borde de sus ojos con intenciones de caer.
—Según nos dijo un investigador privado que contratamos, el accidente fue intencional. Pero aún no sabemos quién pudo tener motivos para hacerle algo así —siguió Andreas—. El asunto es que, como pueden ver, físicamente Dante solo sufrió unas leves lesiones en su rostro y se fracturó un brazo, pero, lo peor, es su pérdida de memoria.
Tanto Josie como Nala llevaron sus manos a sus labios cubriendo sus bocas ante el asombro de lo que sus oídos escuchaban. Malcolm se recargó contra la silla y luego se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre la mesa y frotando su rostro, intentando asimilar lo que le estaban diciendo.
—¿Qué me quieres decir? ¿Dante no recuerda nada? —preguntó angustiado.
—Dante tiene Amnesia Retrógrada —dijo Lydia, mientras apartaba algunas lágrimas—. No puede recordar nada de lo sucedido antes del accidente. Los especialistas dijeron que, al menos, ha perdido los recuerdos de los últimos tres años. Podrá recordar algunas cosas con la ayuda del tratamiento.
Josie se puso de pie, y se acercó hasta donde se encontraba Lydia. La abrazó, consolándola, porque ella entendía el dolor que sentía como madre.
—Mi querida amiga, no te preocupes de más —le dijo—. Lo bueno es que está bien y su memoria regresará en algún momento...
Dante se encontraba mirando a través de la ventana con vista al jardín lateral, en el que un camino conducía hacia el jardín trasero. Su hombro estaba apoyado contra el firme y frío cristal mientras observaba curioso a la mujer y al niño que parecían discutir a unos cuantos pasos. El niño se veía realmente molesto, mientras trataba de apartarse de las manos de la mujer, y por un momento, el hombre sintió la adrenalina de ser descubierto espiando la situación, cuando ellos se detuvieron frente a la ventana. Pero, para su suerte, no podían verlo claramente debido a las cortinas. Dante contuvo el aire mientras se posicionaba de lado sobre la pared, ocultándose.
—Edward, ya basta —le reprochó ella, con un tono frío y autoritario.
El niño golpeó el césped bajo sus pies dando un gran pisotón mientras se giraba en su lugar y la enfrentaba. Dante lo observaba y se preguntaba si aquella actitud había sido provocada por su memoria estropeada.
—¡No es justo! —exclamó, mientras sacudía sus brazos y sus ojos comenzaban a ponerse acuosos—. ¿Por qué Dante diría eso?
—Eddy, cálmate... —le pidió ella mientras daba unos pasos hasta estar frente al niño—no estoy segura de que sea una broma. Sabemos cómo es él, no sería capaz de bromear así contigo.
—¡Él es tan malo! —siguió diciendo.
Emilia suspiró.
—Edward, estoy segura de que es un malentendido. Tómate un momento para calmarte y luego entremos para que nos explique qué sucede, ¿sí?
Ella se detuvo y se colocó de cuclillas para después tomar las manos del niño y, con sus pulgares, le dio unas suaves caricias en el dorso. El niño se rindió ante el llanto inminente que lo consumía, y comenzó a soltar lágrimas.
Dante sintió que su corazón se contraía en su pecho y llevó una de sus manos allí, para tomar en su puño la camiseta que llevaba puesta y apretar con fuerza la tela, como si aquello fuera a ser de ayuda para dejar de sentirse culpable.
Ni siquiera se sobresaltó cuando, accidentalmente, intercambió miradas con Emilia. Dante pudo notar cómo su mirada de preocupación cambiaba por una de decepción absoluta.
El cantante se removió inquieto en su lugar y se mantuvo allí, sujetando fuertemente la cortina entre su mano izquierda, mientras que su mano derecha formaba un puño contra la pared a su lado. Una leve punzada en su cabeza le dio náuseas, pero, aun así, no quiso apartarse y romper con el contacto visual que mantenía con aquella mujer extraña.
Emilia fue la primera en apartar su mirada. Sentía un fuerte recelo creciendo en su interior, y era algo contradictorio, porque su corazón no dejaba de bombear amor para él.
Andreas se aproximó a Dante, con sigilo, y observó lo que su hermano veía. La hija mayor de Malcolm parecía tenerlo absorto de todo lo demás y no pudo evitar pensar y preguntarse cómo y hace cuánto que se conocían ambos. Recordó las veces que su hermano habló de una mujer que quería presentarle y que había sido la inspiración de su último álbum. Un pequeño foco se iluminó en su cabeza mientras comenzaba a asociar lo que estaba sucediendo.
—No sé por qué... pero siento que mi corazón me duele... —murmuró el cantante.
En ningún momento se giró a ver a su hermano, sino que permaneció observando a la mujer y al niño, sintiéndose atraído hacia ellos, teniendo extraños sentimientos que no lograba descifrar.
Andreas suspiró.
—Tranquilo, todo saldrá bien... —le dijo, para intentar consolarlo. Se acercó hasta él y le dio un leve apretón en el hombro.
Unos minutos después, cuando el niño se calmó, Emilia lo tomó de la mano y volvió a ingresar a la casa, ignorando a Dante. El niño lo miró de reojo y simplemente agachó su mirada, no deseando verlo por el momento, sintiéndose confundido y molesto.
Emilia apoyó sus manos sobre los hombros del niño y miró a todos los presentes mientras se disculpaba con cada uno.
—Nos iremos primero. Lamento que no podamos quedarnos para la cena... —dijo ella, mientras soltaba un corto suspiro y le dirigía una mirada de disculpas a la madre de Dante. Malcolm la miró levemente preocupado, pero ella le dio una corta sonrisa antes de dirigirse con el niño hacia la puerta.
Afuera, en su camioneta, Joss acababa de llegar, justo a tiempo para llevarlos de regreso a casa.
Dante se acercó apresuradamente hacia ellos, pero se detuvo en la puerta cuando vio la mirada severa de Joss. Se sintió cohibido ante los penetrantes ojos de aquel hombre de cabello como llamas de fuego. Sus cejas se fruncieron levemente sintiendo que un pequeño recuerdo invadía su mente, pero no era más que un fragmento borroso y muy breve de una fogata y una guitarra.
Su cuerpo se tambaleó levemente mientras veía cómo se alejaban en la camioneta y, de no ser por Andreas, quien lo seguía de cerca, se hubiera caído. Los brazos de su hermano lo rodearon firmemente y lo estrecharon en un abrazo consolador, mientras intentaba meterlo dentro de la casa.
Dante podía percibir un extraño ardor en su interior que recorría poco a poco su cuerpo, sembrando confusión y miedo, ansiedad por los recuerdos perdidos y los fragmentos aleatorios que recibía como un rompecabezas con piezas que no encajaban de ninguna manera, como si fueran recuerdos de una persona ajena. Sus ojos se cubrieron de una fina capa de lágrimas contenidas y su mano se fue instintivamente hacia su pecho, apretando su camiseta mientras abría su boca intentando respirar.
—¡Joder, Dante!, ¡reacciona!
El grito nervioso de Andreas resonó en la habitación. Henry fue el primero en acercarse hacia ellos y visualizó el claro ataque de ansiedad que Dante estaba sufriendo. Actuó rápido y alejó a Andreas, porque visiblemente estaba empeorando el síntoma de su hermano menor.
Con sus manos grandes, tomó suavemente el rostro de Dante y giró su rostro para que pudiera observarlo a los ojos, acarició sus mejillas con sus pulgares y con una voz firme pero afectuosa, comenzó a intentar calmarlo.
—Tranquilo, Tete... sé que estás asustado, pero lo que sientes solo es temporal, ¿de acuerdo? —comenzó a inhalar y exhalar lentamente—. Haz lo que yo hago, respira conmigo...
Lentamente, Dante lograba mitigar su ansiedad. Poco después de que lograra superar el ataque, la esposa de Henry le alcanzó un vaso de agua para que pudiera beberlo y terminar de calmarse.
Henry lo miró por un momento. Se notaba el agobio y cansancio repentino en el rostro de su hermano por lo que, con ayuda de Andreas, lo llevaron hasta su habitación y lo recostaron. Su hermano menor cedía completamente al agotamiento.
Una vez afuera, Henry miró preocupado a Andreas.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —le preguntó entre susurros.
Andreas apretó sus manos con nerviosismo mientras dirigía una rápida mirada hacía la habitación de Dante. Sus dedos se retorcieron mientras pensaba con cuidado lo que iba a decir, sabía que abrir la boca sería como traicionar la confianza de su hermano menor, porque Dante solo le había hablado a él sobre esta mujer misteriosa. Al menos a detalle, porque todos sabían que Dante quería presentarles a una amiga, pero eso no había sido posible porque el accidente había ocurrido.
—No sé bien. Lo seguí y lo encontré mirando a la hija de Malcolm y al niño... —mencionó—. Se vino abajo cuando vio al hombre que vino por ellos, creo que recordó algo, pero no estoy seguro.
Henry frunció las cejas y frotó su barbilla, sintiendo levemente como el vello de tan solo unos días pinchaba su mano.
—Tienes que hablar con ella y averiguar qué pasó entre ellos —le dijo firmemente.
Andreas se quejó.
—¿Por qué yo?
—Porque tú no tienes nada mejor que hacer —le respondió—. Y porque soy el mayor.
—De veras eres odioso... —protestó, como un niño.
Henry se rió de él y luego le dio unas leves palmadas en el hombro, antes de llevarlo consigo hacia la cocina, donde todos estaban reunidos.
La cena había sido reemplazada por unas tazas de café. Los presentes se encontraban allí hablando aún sobre la condición de Dante. Henry miró a su madre y le enseñó una sonrisa tranquilizadora y le susurró un «está todo bien», antes de tomar asiento a un lado de su esposa y dirigir su mirada hacia Malcolm, quien era el que estaba hablando.
Andreas por su parte, se acercó a Nala, pidiéndole algún medio de contacto para poder hablar con Emilia. La joven sin dudarlo, con un deje de preocupación en su mirada, accedió de inmediato, facilitando el número de su hermana.
Algo dubitativo, Andreas miró el número por unos instantes antes de ingresar al chat y solicitar un encuentro con ella para poder hablar sobre lo que estaba ocurriendo realmente. Dudó que Emilia supiera la verdad de los hechos, pero estaba seguro de que querría concretar un encuentro, porque notó algo diferente en su mirada antes de que se marchara.
A la mañana siguiente, Andreas se encontraba sentado en una mesa apartada en una cafetería poco concurrida, mientras esperaba pacientemente la llegada de Emilia. Se sentía nervioso, porque ya habían pasado más de veinte minutos y ella aún no llegaba. No la culparía si a última hora decidía desistir y simplemente desaparecer. Aunque eso tampoco sería fácil, pues su familia conocía a Malcolm y se mantenían en contacto con él. De una u otra manera, Andreas iba a hablar con ella para intentar obtener algo de información y poder ayudar a su hermano. No iba a rendirse fácil.
A lo lejos, la silueta de Emilia se anunció con un aire peligroso y dominante. Vestía unos leggins negros junto con unas zapatillas deportivas, en la parte superior tenía una camiseta cuello de tortuga de color beige que resaltaba los músculos de sus brazos, junto con un chaleco puffer y una gorra negra en conjunto con unos lentes, para ocultar su rostro.
Ella siguió su camino hacia la mesa donde se encontraba Andreas y tomó asiento frente a él, quitándose sus lentes para dirigirle una sólida mirada que le puso al hombre la piel de gallina. Andreas se replanteó cómo es que Dante se había enamorado de ella, siendo que era tan diferente a todas las chicas con las que solía salir.
—Buen día... —saludó Andreas, algo intimidado por el aura de la mujer frente a sus narices.
Emilia se removió inquieta en su asiento y se inclinó levemente hacia él.
—Ve al grano. ¿Qué diantres está ocurriendo? —preguntó.
Andreas se sobresaltó en su asiento y realizó una pausa mientras el mesero le acercaba su café. Miró la taza humeante y apoyó sus dedos congelados sobre la cerámica blanca mientras suspiraba y hallaba un breve placer en el aroma al café. No hacía mucho frío, pero aquella mujer lo había dejado helado por completo.
—Dante iba a verte a ti, ¿cierto? —preguntó sin mirarla—. Aquella vez, cuando se dirigía a Las Vegas...
Emilia miró hacia un costado apretando la mandíbula.
—Acordamos que nos veríamos allí. Iría a verme pelear, pero nunca llegó —afirmó.
Andreas suspiró mientras notaba la decepción en sus palabras.
—Dante estaba muy entusiasmado, ¿sabes? —le dijo con una leve sonrisa—. Nos dijo que tenía que presentarnos a alguien muy especial para él. Sin embargo, nunca pudimos concretarlo, porque mi hermano tuvo un accidente antes de siquiera llegar.
Él le dio un leve sorbo al café, deleitándose con el sabor amargo y fuerte de la bebida caliente. Emilia por su parte comenzó a procesar la información que Andreas le brindaba y que ayudaba a llenar cada espacio vacío que había tenido durante las semanas que habían transcurrido.
—Los oficiales dijeron que el accidente fue por una falla mecánica, pero nunca creí eso. Grayson, el guardaespaldas de mi hermano, había revisado su camioneta antes de que partiera y todo estaba en orden —mencionó mientras se inclinaba levemente hacia ella.
Emilia frunció las cejas.
—¿Qué intentas decir? —preguntó—. ¿Que no fue un accidente?
Andreas asintió rápidamente e hizo a un lado su taza de café.
—Contratamos un investigador privado y él encontró rastros de pintura de otra carrocería sobre la de la camioneta de Dante. Él también cree que no fue un accidente...
Emilia sintió que el aire se le atoraba en el pecho mientras miraba fijamente a Andreas e inmediatamente su cabeza comenzaba a mover los engranajes, intentando entender la complejidad del asunto.
—Pero... ¿Quién sería capaz de hacerle algo así a Dante?
Andreas soltó un suspiro y frotó su rostro con un poco de frustración.
—No lo sé, pero quiero pedirte un favor —mencionó por lo bajo—. Mi hermano, Henry, me pidió que obtuviera más información sobre los recuerdos perdidos que te involucran porque, tal parece que verte otra vez, ocasionó una reacción inesperada en él. Entonces quiero pedirte, pensándolo mejor, dos favores.
—¿Qué es? —inquirió ella, mientras comenzaba a impacientarse.
Él la miró fijamente.
—No te alejes de Dante por lo que ocurrió... sé que será difícil, pero eras tan importante para él, que estoy seguro de que podrás ayudarlo a recuperar su memoria —le respondió.
Su mirada era suplicante. Sin embargo, Emilia miró nuevamente hacia otro costado mordiendo la piel de sus labios hasta saborear las pequeñas gotas de sangre de la herida que se había ocasionado.
Sacudió su cabeza sin saber qué responder, después de todo, no sabía en qué momento Dante recuperaría la memoria. Y tampoco estaba segura de si funcionaría antes de que fuera demasiado tarde para ella.
—Lo último que te quiero pedir, es que nos ayudes con la investigación... —mencionó Andreas y miró a su alrededor— ... algo no me sienta bien. Siento que estamos siendo vigilados y controlados por alguien. Necesito que una persona ajena a la familia nos ayude a descubrir la verdad. Por favor...
El susurro de la voz suplicante de Andreas perforó sus oídos y sacudió su esqueleto. Lo miró fijamente por un instante, mientras pensaba en la locura de acceder a lo que el hermano de Dante le estaba pidiendo. Pero, a pesar de que una parte de ella prefería hacer caso omiso y dejar todo como estaba, los mamuts en su estómago y los latidos desbocados de su corazón la impulsaban a aceptar.
Finalmente, soltó un largo suspiro colocándose los lentes otra vez.
—Lo haré. Me mantendré en contacto —finalizó, metiendo las manos en los bolsillos de su chaleco, y se levantó de su asiento, encaminándose hacia la salida bajo la atenta y relajada mirada de Andreas.
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