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Capítulo 20.


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Desde que todos los familiares y amigos de Emilia se enteraron de la verdad respecto a su enfermedad, las cosas habían cambiado notablemente.

Malcolm se mostraba más gruñón de lo normal, permanecía con una mirada triste, y cada vez que se quedaba a solas en una habitación junto a ella, no era capaz de emitir una sola palabra. Emilia no lo juzgaba. Entendía perfectamente que, cada uno de ellos, llevaría el dolor como pudiera.

Josie y Nala, por su parte, se habían convertido en sus nuevas confidentes. Si bien ellas nunca se habían llevado mal, su relación siempre parecía estar limitada por el característico comportamiento frío de Emilia. Pero ella le había dado muerte a aquella mujer y la había dejado atrás. Ahora era diferente.

Los hermanos Collins habían decidido fingir, como si nada hubiera sucedido. Sabían que Emilia odiaba que le tuvieran lástima, así que su relación no había cambiado en nada.

Thomas había sufrido un colapso, lo que la había incitado a acordar un encuentro con Analía, el interés amoroso de su amigo, y explicarle los hechos de lo que estaba sucediendo. Emilia siempre supo que Analía era una increíble mujer. Al principio ella se había mostrado con un comportamiento reacio hacia Emilia, pero luego de escucharla hablar, comprendió mejor la amistad que tenía con Thomas. Le habló sobre la nueva realidad de Paul, y sobre la enfermedad que ella cargaba para que, por lo menos, Analía se permitiera amar libremente a Thomas y decidiera, de una vez por todas, restaurar y terminar de formar aquella familia que tanto quería tener con él. Ella no dudó en pedirle disculpas por los años enteros en los que la había despreciado y por los celos que no había podido controlar. Emilia se alegró por ellos, Thomas ahora tenía en quien apoyarse cuando las cosas no resultaran bien.

Emilia sentía que, de cierta manera, mientras los días avanzaban lentamente para ella, se estaba encargando de dejar todo en orden para cuando llegara la hora. Joss se enojaba por eso, él decía con frecuencia que debía abandonar la idea de que se iría pronto, porque estaba seguro de que permanecería al lado de ellos por muchos años más.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Emilia a Edward.

Se encontraba recostada sobre el sillón de tres cuerpos que había en su departamento. Sus piernas estaban cubiertas por una gruesa cobija de lana y Edward permanecía abrazado a ella como un lindo y tierno koala.

El niño negó levemente. Suspiró y siguió concentrado en la película de acción que estaban transmitiendo en la pantalla.

—Entonces, ¿por qué tu estómago no deja de gruñir? —insistió.

Antes de que siquiera pudiera abrir su boca para responderle, el timbre lo interrumpió y de un salto, se colocó de pie para ir a abrir la puerta. Desde que había descubierto que su madre sería incapaz de cerrar la puerta con seguro, se propuso hacerlo él, por lo que todos los amigos de Emilia no podían evitar quejarse cuando intentaban abrir la puerta con normalidad, pero se la encontraban cerrada.

—¿¡Quién es!? —gritó, estando aún recostada.

—Tu único e inigualable mejor amigo —respondió Joss.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó confundida.

—Estoy bien, gracias por preguntar —respondió con sarcasmo—. Fui a comprar comida asiática, pero me di cuenta de que había comprado demasiado para mí, así que decidí compartirla con ustedes —elevó una de sus manos, dejando ver unas bolsas de papel con un logo impreso de un restaurante muy popular.

—Llegaste justo a tiempo, tenía mucha hambre —dijo Edward.

Emilia lo fulminó con la mirada mientras se levantaba para sentarse con la espalda recta. Quería creer que Edward no estaba molesto con ella, pero había descubierto que se había convertido en el mismo niño reservado que era cuando llegó por primera vez al gimnasio. No lo culpaba, entendía también que estaba dolido porque se sentía engañado al igual que Joss cuando supo la verdad de su enfermedad. Imaginó que se llevaba mejor con Joss porque éste lo entendía y mantuvo una idea en su mente para mucho más adelante.

Mientras Edward fue por algunos cubiertos y vasos para las bebidas, Emilia observó cómo su amigo tomaba asiento a su lado y dejaba las bolsas sobre la mesa ratona, comenzando a sacar todo el contenido.

—Gracias… —murmuró ella.

Joss sonrió levemente mientras negaba con la cabeza restándole importancia.

Ella le había enviado un mensaje temprano, expresando su preocupación respecto al niño que no quería comer nada que ella le proporcionara y que parecía rechazar todos sus intentos por tratar de conciliarse. Había decido entonces intervenir en aquello pasando tiempo con el niño, para tratar de ayudarlo a asimilar la situación y para que pudiera, finalmente, perdonar a Emilia. Porque, aunque Joss pensara que ella estaría bien, las probabilidades de que pudiera vivir por muchos años más eran bajas.

—¿Has hablado con Thomas? —preguntó pensativa, luego de un rato.

Joss soltó un suspiro.

—Dijo que logró acordar una cita para dentro de dos días. ¿Necesitas que te lleve? —preguntó distraído.

Emilia asintió a pesar de que no la estaba mirando.

—Por favor.

Joss asintió y le ofreció unos palillos chinos descartables junto a una cajita con una porción generosa de Chow Mein. Edward, por su parte, tomó asiento sobre la alfombra y se adueñó de la bandeja que contenía Gyozas.

La velada transcurrió tranquila. El niño y Joss mantenían pequeñas charlas. Y Emilia permanecía en silencio, acotando algún que otro comentario, pero manteniéndose al límite.

En su cabeza no dejaban de dar vueltas sus pensamientos relacionados con Dante. Se había preguntado por qué no había logrado asistir a la pelea que él sabía que era tan importante para ella. Se había sentido como una chica a la que habían dejado plantada en una cita, pero tres días más tarde, mientras ella permanecía en el hospital de Las Vegas, supo por Edward que el cantante había sufrido un accidente en el camino. No podía evitar sentirse culpable, si ella no lo hubiera invitado a ir, quizás nada trágico le hubiera ocurrido.

Intentó contactarse con él mediante mensajes que no le llegaban y llamadas que rechazaba el sistema, las redes sociales también habían sido una opción, pero cuando intentó buscarlas, Edward le dijo en medio de un llanto descontrolado por la preocupación, que habían dado de baja todas ellas.

Emilia se sintió atada de manos y pies con esa situación donde las opciones se le terminaban. Para cuando logró regresar a San Diego, había intentado buscarlo en el hotel donde se hospedaba. Tampoco se encontraba allí. Ni siquiera su padre, Malcolm, sabía nada. Era como si la tierra se lo hubiera tragado por completo, o como si todo hubiera sido solo parte de su imaginación.

Sintió un pequeño golpe en el medio de la frente y miró furiosa a su amigo que miraba la televisión con una leve sonrisa en sus labios. Estaba segura de que él la había desconcentrado.

Pero antes de que pudiera decir algo, la vibración de su celular la distrajo nuevamente y observó la pantalla sintiendo que los mamuts moribundos que habitaban en su estómago cobraban vida nuevamente.

—¿Te han dado una buena noticia que sonríes tanto? —le preguntó él, mientras dejaba los palillos sobre la mesa y se dejaba caer contra los mullidos cojines a sus espaldas.

Edward miró a su madre y Emilia entornó sus ojos en él mientras movía suavemente su celular en sus manos. Al fin iba a tener la oportunidad de obtener las respuestas que deseaba.

—No te preocupes, Eddy —le sonrió—. Mañana iremos a cenar con la familia de Dante, estoy segura de que también estará allí.

Al niño le brillaron los ojos automáticamente y asintió eufórico, mientras se ponía de pie, recogía todos los envases vacíos y se dirigía a la cocina.

Joss rezongó por lo bajo, pero se detuvo cuando ella se recostó a su lado y pasó uno de sus brazos por sobre su torso para abrazarlo.

Durante los días posteriores a enterarse de la devastadora noticia sobre la salud de Emilia, se había propuesto a sí mismo desistir de ella. Claro que al principio no había sido nada fácil, incluso aún le costaba un poco asimilarlo, pero se esforzaba cada día, diciéndose a sí mismo que ella sólo necesitaba tener un amigo a su lado. Y si eso era lo que Emilia quería, entonces se esforzaría para ser el mejor de todos.

Acarició su cabello corto. Había perdido el brillo natural que poseía debido a los tratamientos que había comenzado a hacer. Si bien eran invasivos y muchas veces la desgastaban físicamente, ella se estaba esforzando por todos, y Joss se sentía miserable por eso. Él podía notar como Emilia detestaba ir semanalmente al hospital para continuar con un tratamiento que no iba a funcionar del todo en ella, pero sin embargo, lo intentaba, porque eso era lo que todos esperaban que hiciera.

—Ya no tienes que hacerlo… —murmuró él.

—¿De qué hablas? —preguntó ella.

Joss aclaró su garganta con un carraspeo mientras acariciaba suavemente el brazo de ella y apoyaba su mejilla izquierda contra la frente de Emilia.

—Los tratamientos… sé que es muy difícil para ti seguir con ellos —le dijo—. No he dejado de pensar en que solo estamos siendo egoístas.

De repente, sintió una leve sacudida y cuando miró hacia abajo, notó las lágrimas que Emilia estaba dejando caer mientras sollozaba. Inmediatamente, Joss se enderezó en su lugar y tomó a su amiga en brazos, consolándola en silencio. Podía sentir cómo la humedad de sus lágrimas se extendía a través de su camiseta y cómo intentaba ahogar su llanto contra su cuello.

Él también lloró en ese momento, no iba a aparentar ser fuerte por orgullo. Se trataba de su amiga y la mujer de la que estaba enamorado. Estaba asustado de perderla, pero no lo demostraba abiertamente. Desde que aquel grupo de amigos se había formado, todos solían recurrir a él cuando se sentían atrofiados por los golpes de la vida, pero Joss sentía que no tenía en quién apoyarse, más que en su único pilar, que estaba a punto de derrumbarse.

Al día siguiente, Edward parecía haber recobrado los ánimos, porque no dejaba de parlotear respecto a la cena que tendrían por la noche. Emilia se sintió alegre porque, otra vez, ambos podían hablar como lo hacían antes. Extrañaba ver al niño con una sonrisa en los labios, comportándose como el niño que era y no teniendo que crear una coraza de fortaleza para fingir que todo estaba bien, cuando lo que quería era llorar y patalear por lo injusta que a veces era la vida.

—¿Qué crees que deba ponerme? —preguntó con una sonrisa en sus labios, mientras no dejaba de sacar ropa del armario.

Emilia soltó una risa nasal mientras llevaba una de sus manos a su mentón y fingía pensar seriamente al respecto entre los dos atuendos que el niño le mostraba, sosteniendo uno en cada mano. Uno consistía en un traje de gala para usar con tirantes y probablemente un moño, el otro, unos jeans negros, una camiseta de color bordó y una chaqueta de jean claro.

—¿Vas a ir a una entrega de premios? —le preguntó ella, mientras lo miraba con diversión.

Edward, inmediatamente arrojó el traje al otro extremo de la habitación y decidió ignorar la risa melodiosa de su madre mientras se dirigía nuevamente hacia el baño, en busca de su mejor colonia y los productos que usaría para lavar su cabello.

—¿No crees que es demasiado? —insistió ella.

—E-es que, estoy muy nervioso —tartamudeó.

Emilia le acarició el cabello antes de besar una de sus mejillas y abrazarlo por detrás en un intento de calmar sus nervios.

—Tranquilo, estoy segura de que Dante nos explicará lo que está sucediendo.

—Quiero que sa-salgamos los tres, co-como cuando fuimos al parque de di-diversiones —sonrió mientras posicionaba sus pequeñas manos sobre las de Emilia y miraba el reflejo de ambos a través del espejo.

—Estoy segura de que saldremos nuevamente los tres y la pasaremos increíble.

Luego de aquella charla, la tarde para ambos había transcurrido muy lentamente. Mientras más miraban el reloj en los distintos dispositivos que tenían, más ansiosos se ponían. Parecía que el tiempo solo se reía de ellos.

Finalmente, Edward se encontraba listo mucho antes de la hora pactada en la que Malcolm pasaría a buscarlos. Emilia ni siquiera lograba decidir qué prendas vestir y el niño se burlaba abiertamente de ella.

No le importó en absoluto, le agradaba la idea de que Edward parecía haber dejado atrás todas sus preocupaciones después de haber escuchado que cenarían con Dante.

Entre empujones, el niño la dejó en su habitación al darse cuenta de que ella solo estaba derrochando tiempo debido a los nervios. Él también se sentía nervioso, pero ella lo estaba aún más.

Emilia tomó un vestido negro de lanilla junto con una chaqueta de cuero y unos tenis blancos. Se miró en el espejo mientras tiraba levemente del vestido hacia abajo dudando de sus prendas, no es como si le importara lo que los demás pensaran sobre su ropa, pero en el fondo, los mamuts que habían regresado a la vida deseaban lucir bien ante los ojos de Dante.

—Malcolm ya llegó —dijo Edward.

Dejando de un lado el frasco de perfume, se miró una última vez en el espejo de cuerpo entero y salió detrás del niño tan deprisa como su cansado cuerpo se lo permitió.

Una vez a bordo de la camioneta de Malcolm, la mayoría se había enfrascado en una amena conversación, pero Emilia se sentía incapaz de decir una sola palabra. Los nervios le apretaban el estómago y se sentía un poco mareada ante las repentinas olas de anhelo que sentía por volver a ver a Dante.

A medida que los minutos pasaban, Emilia notó que el hogar de la madre de Dante quedaba un tanto alejado del corazón de la ciudad, en áreas más espaciosas y verdes debido al floreciente césped.

El vehículo comenzó a detenerse, hasta estar estacionado frente a una estructura de dos pisos, de aspecto colonial, que se complementaba armoniosamente con cercas caladas y la iluminación por medio de pequeños faroles colgantes. Los detalles más notables eran los extremos de las vigas de soporte, que estaban pintados a contraste, con un tono oscuro. Por los alrededores, en el jardín interno, había una gran variedad de árboles y arbustos con flores de diferentes colores y tamaños. Algunos colgaban de una pared y otros permanecían en grandes macetas perfectamente alineadas. A simple vista, la fachada era encantadoramente acogedora, salvo por los hombres de negro que permanecían de pie a las afueras, custodiando la seguridad del lugar.

Emilia logró reconocer a uno de ellos, el mismo que siempre seguía a Dante a todas partes, pero su semblante no era para nada el que ella recordaba. Se sintió intranquila, y en cuanto todos bajaron de la camioneta, pasó a su lado, dedicándole una tímida sonrisa que Grayson simplemente ignoró al girar su rostro hacia el costado opuesto. Ese gesto no pasó desapercibido para ella.

Caminó detrás de su familia, mirando a su alrededor, intentando dispersar sus pensamientos sobre Dante. Lo único que la distraía era el apretón de mano que cada cierto tiempo le daba Edward, a medida que se acercaban a la puerta.

Tocaron el timbre, sonó un tono en el interior de la casa y se escucharon pasos moverse en el interior.

—¡Malcolm! —fue lo primero que se oyó.

Un hombre joven de piel bronceada y cabello levemente rizado abrió la puerta y abrazó con entusiasmo al mencionado, mientras lo invitaba a ingresar junto con su familia.

—¡Andreas, tanto tiempo! —respondió—. La última vez que te vi en persona, creo que tenías dieciocho años.

—Lo sé, ha pasado un muy buen tiempo —le sonrió con nostalgia y miró a su costado notando a toda la familia de él—. ¡Josie! —exclamó nuevamente mientras se acercaba a ella y la abrazaba.

Ambos se reían alegres y no perdieron el tiempo para comenzar a intercambiar palabras animadas. Emilia lo miró sintiéndose fuera de lugar y se preguntó a sí misma qué había hecho durante su vida, que en esos momentos sentía que no conocía bien a su propia familia y las amistades que tenían.

—Ellas son mis hijas… —acotó Malcolm—... Emilia y Nala. El pequeño es Edward, mi nieto —sonrió con orgullo a lo que el niño respondió con una sonrisa tímida.

Andreas abrió sus ojos a tope.

—¡Vaya, hasta eres abuelo!

Con amabilidad, saludó a las chicas y al niño, y luego los dirigió hacia el comedor, que estaba conectado con la cocina, por lo que todos pudieron ver la espalda de las dos personas que se encontraban allí.

Emilia sintió que el aire se le quedaba atorado en sus pulmones, mientras reconocía la silueta de espaldas de Dante al lado de la mujer que dio por sentado que era su madre.

En cuanto visualizó una sonrisa en sus labios antes de girarse por completo, sintió que los mamuts que vivían en su estómago comenzaban a dar brincos, y el corazón nuevamente se le aceleró, como en aquella noche en la que habían estado juntos.

Edward la soltó y corrió hacia Dante, mientras lo abrazaba por la cintura, con sus ojos llorosos y una sonrisa en sus pequeños labios. Lo había extrañado, estaba preocupado y aterrado de ser el responsable del hecho de que el cantante no quisiera verlos más.

Todos miraron expectantes al cantante, quién había elevado ambos brazos sin saber qué hacer con el niño que se aferraba a él. En ese momento, Emilia se dio cuenta del yeso que cubría uno de sus brazos y de la mirada confusa que Dante tenía ante Edward, como si no quisiera tenerlo cerca y eso la tomó desprevenida.

—Hey, amiguito —sonrió el hombre, amablemente—. ¿Cómo te llamas? —le preguntó, mientras palmeaba suavemente su cabeza, sin saber qué hacer realmente.

El niño se apartó de él unos pocos pasos y lo miró con confusión.

—¿Por qué bromeas así conmigo, Dante? —le respondió.

El cantante frunció las cejas no entendiendo qué sucedía. De hecho, nadie en aquella habitación entendía lo que estaba ocurriendo, salvo por los familiares de él, quienes no se esperaban que aquel niño o algún otro miembro de la familia de Malcolm tuviese un vínculo al parecer tan estrecho, con Dante. En un principio, Lydia había creído que no era primordial comentarle a Malcolm sobre la verdadera condición de su hijo, sino que sería un tema que tratarían esa noche mientras cenaban y se ponían al tanto de lo que había sido de sus vidas con el paso de los años.

—¡Hey, familia, ya llegamos! —exclamó la voz del hermano mayor de Dante, mientras mantenía la puerta abierta para que su esposa pudiera pasar.

Aprovechando la oportunidad, Edward, que siendo presa de sus emociones había comenzado a llorar, salió corriendo por la puerta principal antes de que Emilia pudiese llegar hasta él, tomando por sorpresa a todos.

Emilia le dirigió una mirada dura a Dante, y negando con su cabeza, salió rápidamente detrás del niño. No quería quedarse a escuchar las respuestas a las preguntas que Malcolm había comenzado a hacer con preocupación.

«¿Cuál es su problema?», se preguntó. «Si esta fue una broma estúpida, se las verá conmigo… », murmuró enojada.

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