Capítulo 2.
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Emilia se removió con frustración sobre su cama. Rodaba de lado a lado soltando quejidos. Intentaba conciliar el sueño, y no podía por una razón molesta: risas. Carcajadas fuertes, de hombres. Solo reconoció una, la de su padre, por lo que supuso que había invitado a algún amigo a casa y, aunque quisiera quejarse, no podía hacerlo porque él estaba en todo su derecho de hacer lo que quisiera en su propiedad, ella era la intrusa allí. Pero era un verdadero fastidio despertar de aquella manera, justo cuando en su sueño había vencido a Yamileth y estaban a punto de entregarle el cinturón y coronarla como la campeona invicta más joven. No pudo evitar pensar que su madre debió advertirles que ella estaba descansando, estaba segura de que su padre no emitiría sonido alguno por el bien de ella, él siempre actuaba conforme a conveniencia de su hija. Mucho más sabiendo lo cercana que estaba la fecha de la próxima pelea. Su padre era su fan más grande. Él mismo había experimentado lo que era ser un joven boxeador lleno de ambiciones, los entrenamientos, las dietas estrictas, los sacrificios que día a día debía hacer, porque cada mínima decisión que tomara, podía influenciar de gran manera su carrera como profesional... O Malcolm no sabía que ella dormía en la casa o, simplemente, se le había pasado por alto al estar acompañado.
Furiosa, tomó la almohada con ambas manos y la colocó sobre su cabeza ahogando un grito que solo ella pudo escuchar. La garganta le ardía, pero no se lo pudo aguantar. Quería bajar y estrangularlos a todos por ruidosos, pero si lo hacía, debía despedirse de su carrera profesional y no iba a hacerlo.
Tendría que levantarse. Qué más daba, a fin de cuentas, ya no podía dormir entre tantas risas fuertes, aunque intentara ignorarlas. Eran tan fastidiosos como un martillo neumático. Odiaba tener el sueño tan ligero, a diferencia de otras personas que, aunque el mundo se incendiara, seguían durmiendo sin notarlo. Ella era diferente, incluso hasta la gota que caía constantemente de la grifería del baño le perturbaba el sueño, a tal nivel, que hizo reemplazar la grifería hasta exterminar el sonido molesto, en la casa de sus padres, en la que solo era visita ocasional. «¿Podrían reír más alto?», continuó pensando con molestia, mientras se tapaba hasta la cabeza y comenzaba una cuenta regresiva para calmarse. Hasta que comenzó a sentir que el aire fresco de la habitación se había transformado en caliente, que le pesaba en el pecho cada vez más. Si seguía así, podría asfixiarse.
«Qué molestia, peor que un grano en el trasero», se quejó internamente, como si alguien fuese capaz de escuchar sus pensamientos.
Muy en contra de sus deseos, decidió hacer el esfuerzo y se levantó de la cama dispuesta a echar un vistazo rápido. Quizás solo estaba exagerando la situación debido al cansancio que tenía, pero, aún así, quería que supieran lo molesta que se sentía por haber sido interrumpida.
Se colocó un pantalón chándal, de esos que tenía dando vueltas por ahí y que solo usaba para andar en casa, este era gris y con letras blancas en el lateral derecho. Luego, buscó entre sus camisetas hechas un bollo dentro de uno de los cajones, alguna que fuera holgada y con nombre de banda de rock en lo posible. Encontró la perfecta, una camiseta negra de los Rolling Stone que le había quitado a uno de sus amigos, lo suficientemente larga como para cubrir su torso hasta la altura de la cadera. Mirando las espantosas arrugas, achicó sus ojos y se la colocó igual, ignorando la enorme posibilidad de que su madre la reprochara por ello.
Se paseó por la habitación estirando su cuerpo y soltando quejidos cuando sus huesos tronaban, y por fin llegó hasta el baño, donde ató su cabello en una coleta alta desprolija. Tomó sus aros y se los colocó por toda su oreja izquierda, y en el pequeño orificio que tenía en su ombligo. Aquella vez que se lo hizo, estaba encaprichada, al igual que sus amigas de la escuela. Tenía quince años, y luego de aquello, jamás volvió a ver a las que dijeron ser sus mejores amigas y que estarían para ella por el resto de sus vidas. Mucho no le importó tampoco, se llevaba mejor con los hombres y tenía amigos en el gimnasio.
Bajó las escaleras de cristal en forma de espiral y vio a su padre sentado en el mullido sillón de cuero blanco junto con otro hombre. Le restó importancia al invitado. Pasó por detrás de ellos, sin siquiera mirarlos, y se ganó por un momento las miradas de ambos cuando pronunció un “hola” mientras se dirigía a la cocina. Josie se encontraba preparando la mesa con ayuda de una de las mujeres del servicio para que todos pudiesen sentarse y comenzar a comer. Emilia se acercó a ella y le depositó un sonoro beso en la mejilla, gesto que provocó que su madre sonriera.
—¿Lograste dormir? —preguntó situándose enfrente de su hija y tendiéndole los platos para que comenzara a preparar la mesa junto a ella, mientras le hacía señas a la señora del servicio para que se retirara—. Espero que las risas no te despertaran, intenté advertirles, pero no me han escuchado. Malcolm parece embelesado con ese joven cada vez que están juntos, es como si estuviesen dentro de una burbuja e ignoran a todos los que están fuera de ella —se quejó.
—Bueno, sí lo han hecho... que mala suerte para mí —contestó su hija, cerrando los ojos y negando con la cabeza para luego torcer los labios en una mueca de fastidio—. Es insoportable, ¿quién es el tipo que está con Malcolm?
—Un amigo suyo, Dante. Creo que tiene la misma edad que tú, o algunos pocos años más, y creo que es cantante, ¿por qué no le preguntas bien tú? —la miró con una sonrisa traviesa.
«Ni de broma me acercaré», pensó Emilia casi al instante. Conocía muy bien las artimañas que su madre usaba cuando se trataba de la relación entre cualquier hombre y su hija, pues desde aquella pésima experiencia en un noviazgo pasado, Josie había descartado a cada posible pretendiente salvo cuando encontraba alguno que cumplía con su lista de deseos. El problema estaba en que ésta, no coincidía con la de su hija.
—¿Tú que eres, Wikipedia? —preguntó entre risas—, ¿vas a decirme cuál es su signo zodiacal? —continuó molestando, logrando que su madre se avergonzara por ser entrometida.
Entre risas y bromas, ambas terminaron de preparar todo. Solo faltaba llamar a los demás comensales. Emilia no quería ser la encargada de eso, porque no tenía ánimos de socializar con personas desconocidas. A lo mejor, si le hubieran avisado que tendrían visitas, podría haber invitado a alguno de sus amigos, para pasar la tarde de una manera más amena. No le agradaba la idea de tener que entablar conversación con alguien que no conocía, no se le daba bien.
Dante Mitras era la sensación del momento, ocupando un puesto en el top diez de los cien hits musicales más populares. Abriéndose paso en la industria musical más rápido que ningún otro, gracias a algunos covers de canciones de rock de los años ochenta, había tenido éxito con los espectadores en sus redes sociales, que crecían cada vez más, apoyándolo. Poco a poco, y con la fidelidad de las personas que lo admiraban, había sacado su primer sencillo con una letra cien por ciento original, y eso había bastado para que su fama despegara y se convirtiera en uno de los cantantes a cuyos conciertos más anhelaban asistir las personas.
Dante había conocido a Malcolm a través de Nala, a quien le encantaban todas sus canciones y era parte del club de fans. Padre e hija habían asistido a uno de sus conciertos, y como Malcolm tenía la capacidad financiera como para poder adquirir los mejores asientos y pases VIP tras bambalinas, fue mucho más fácil que pudieran comenzar su primera conversación.
Luego de aquello, ambos siguieron en contacto. Dante sabía algunas cosas básicas sobre el boxeo por su difunto padre, y era un gran espectador de dicho deporte. Al conocer a Malcolm, creyó que era el momento perfecto para reconectar con el recuerdo de su padre, a través de aquella afición. Y cuando contaba con alguna disponibilidad en su apretada agenda, solía escaparse con Malcolm para presenciar alguna pelea, y en ocasiones, iba hasta su mansión para almorzar o cenar con su familia.
Mientras permanecían sentados en los sillones acomodados en forma de semicírculo de la amplia sala, manteniendo una charla de temas varios, entre los cuales incluían anécdotas o chistes que los hacían reír a carcajadas, Dante pudo percibir a una persona quejarse. Y en el momento que decidió voltear su rostro en aquella dirección, sus ojos no pudieron dejar de recorrer la silueta de una mujer que nunca antes había visto merodear por allí.
Ante sus ojos, era una preciosura andante.
Pero aquella hermosura ni siquiera le dirigió una mirada, se limitó a murmurar un simple “hola”, y siguió de largo en dirección a la cocina.
Dante se removió inquieto en su lugar sintiendo curiosidad por aquella mujer, no logrando descifrar si se trataba de una alucinación o de alguien real porque nadie más que él parecía haber reaccionado ante su presencia.
—¿Malcolm? —preguntó sin lograr apartar la mirada de aquella dirección, ignorando por completo lo que su amigo le estaba relatando entre risas.
Malcolm lo miró, creyendo que tenía su atención, pero claramente no era así. Casi al instante borró la sonrisa de su rostro, para observar al joven, con algo de confusión y una pizca de preocupación debido al cambio repentino de su actitud. Intentó interponerse entre él y lo que sea que estuviera observando, para captar su atención, pero era en vano. Dante movía su cuerpo de lado a lado, para no perder de vista a la chica que estaba a unos metros de distancia.
—¿Quién es? —quiso saber.
Desde la posición en la que se encontraba, podía admirar el rostro de ella gracias a que la ancha puerta doble que dividía ambas habitaciones, se encontraba abierta. Si tan solo ella decidiera inclinar levemente su cabeza, tendría la posibilidad de ver sus ojos… Y como si los planetas se hubieran alineado y los dioses contestaran sus súplicas, ella volteó en su dirección por tan solo unos segundos. Fueron segundos eternos para él. Haber apreciado aquellos orbes oscuros como grafito y el fantasma de una sonrisa que fue producto de una situación ajena a él, fue la mejor de las maravillas que pudo presenciar.
Ella por su parte, de inmediato se enderezó en su lugar y su seriedad se hizo evidente una vez más, se había sentido cohibida ante la mirada de aquel desconocido.
—Ah, ¿te refieres a ella? —preguntó mientras rotaba su torso para ver de reojo detrás de él—. Es Emilia, mi hija mayor —informó, tomando el control de la televisión de exageradas pulgadas.
«¿Su hija?», pensó Dante.
—No sabía que tenías otra hija además de Nala —sonrió, mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando el codo sobre una de sus rodillas y colocando su mejilla en la palma de la mano para sostenerse la cabeza.
—Es una larga historia... —divagó y lo miró apretando los labios, siendo interrumpido por su esposa que se aproximaba dando aplausos para tratar de captar la atención de ambos hombres.
—Vamos muchachos, la comida está lista —dijo Josie, entrando en la sala y posicionando sus manos en su cadera como una jarra.
Ambos hombres asintieron y se pusieron de pie para seguirla. Mientras iban detrás de ella, Dante se detuvo palmeando el pecho de su amigo captando su atención y sonriendo de medio lado le dijo: —Quiero oír la historia completa, Malcolm... — Sonrió y dio un pequeño salto, para continuar siguiendo a la mujer de su amigo.
—Deberías preguntarle, a ver si puedes lograr sacarle una mínima conversación.
El tono de su voz era de diversión, sabía perfectamente que el carácter de su hija le impediría socializar abiertamente, ya que la mayoría de las veces prefería quedarse con su círculo cerrado de amigos y nunca trataba de hacer nuevos contactos. Prefería dejarle a Paul esa tarea. La mayoría de sus contactos en la industria solían intercambiar cortas y escasas palabras con ella antes de que tomara la decisión de desviar la atención hacia su entrenador y representante.
«Oh, claro que lo haré», pensó Dante al escuchar de lejos lo que Malcolm había dicho.
Pero la verdad es que no era tan sencillo, o al menos ella no se lo haría tan fácil.
Dante nunca había visto a una chica que a simple vista demostrara tanta confianza en sí misma. «Emilia», pensó y sintió que, de cada poro de la piel de la bella joven, salía mucha cosa abrumadora. Ella parecía tener un aura demasiado dominante que lo hacía sentir abochornado sin motivo alguno.
Sin importarle la mirada filosa que le dirigió dejando en claro que no tenía intenciones de hablar con él y que tampoco le agradaba su presencia, se apresuró a tomar asiento del lado derecho, junto a Josie y justo frente a Emilia. Sus ojos almendrados, cuyo interior era como una nebulosa entre verde olivo y azul capri, estaban fijos en ella, admirando cada detalle de su rostro. Quería guardarlos en su memoria, hasta el más mínimo. Ese pequeño lunar que tenía sobre la ceja izquierda, la pequeña cicatriz en forma de mínima cruz debajo del ojo en el mismo lado del rostro y las pequeñas pecas que surcaban sus mejillas dándole un aspecto de inocencia pero que, al mismo tiempo, le hacían sentir que estaba equivocado. Ella no parecía ser una chica inocente, más bien se veía como la clase de chica que tus padres preferían que evitaras, por su aura peligrosa.
Emilia elevó su mirada y lo atrapó contemplándola con curiosidad. Dante sonrió y ella levantó sus cejas, para después poner los ojos en blanco y concentrarse en su comida, decidida a ignorar por completo su presencia. No quería simpatizar con el responsable de perturbar su preciado momento de descanso.
—¿Cómo te fue con Paul? —preguntó Malcolm, tratando de iniciar una conversación para llenar el vacío que se había creado de pronto.
—Bien... —murmuró a punto de llevarse el tenedor a la boca con una porción de comida. Acumuló la mayor cantidad en una de sus mejillas, apenas masticó y continuó hablando—... el entrenamiento es cada vez más exigente, pero lo entiendo, la fecha está cerca. Paul se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza —se quejó Emilia.
—¿Qué deporte practicas, Emilia? —preguntó Dante, con auténtico interés tratando de involucrarse en aquella conversación, y saboreando el nombre por primera vez.
—¿Disculpa? —respondió Emilia, fijando su mirada en él y llevando la punta de su lengua contra la mejilla con molestia.
Él ignoró aquel tono de fastidio y sonrió de medio lado. —Supuse que hablabas de algún deporte, ¿cuál? —insistió.
—¿No es obvio? —preguntó con una sonrisa en el rostro, indicando con un leve cabeceo a su padre, que en esos momentos se encontraba intercambiando miradas cómplices con su esposa.
Dante deseó abofetearse allí mismo por haber realizado esa pregunta que al parecer tenía una respuesta tan evidente, y ahora ella creería que él era un completo tonto. Relamió sus labios, gesto que no pasó desapercibido por ella, y decidió retomar el tema de conversación.
—Interesante, creo que podríamos…
Ella bufó interrumpiéndolo y dejó los cubiertos a un lado mientras se ponía de pie.
—Disfruten del almuerzo, iré por Nala —informó.
—¿Tan pronto? —preguntó su padre.
—Me envió un mensaje, dijo que no le contestaste —explicó, mientras rascaba suavemente su nuca y se dirigía a la puerta doble.
—No has terminado tu comida —intervino Josie. Un leve tono de intranquilidad se hizo presente en su voz. A ella realmente le preocupaba cuando veía que su hija no se alimentaba correctamente, ya que practicaba un deporte que consumía gran parte de sus energías. Incluso se oponía a la idea de que Emilia decidiera seguir los pasos de Malcolm. Lo expresó muchas veces, pero fue ignorada y se sentía molesta por ello. No le agradaba para nada ver a su hija golpeada. En su mente repetía escenas que le daban escalofríos. Los golpes impactando contra el delicado rostro de Emilia, el sonido de los guantes al aporrear su carne, los moretones, los cortes y la hinchazón de su rostro. Sin mencionar el baño de sangre que había sobre ella al final de cada enfrentamiento…
—No tengo apetito, tengo sueño —respondió de inmediato entre dientes, para evitar posibles interrogantes de parte de su madre—. Regreso pronto.
—Cuídate —dijeron sus padres al unísono.
—Claro —respondió ella con algo de desinterés, desapareciendo por la puerta.
—Tu hija me da escalofríos, Malcolm —mencionó Dante, con una sonrisa en el rostro.
Josie lo miró y luego le hizo un gesto de emoción a Malcolm. Él supo que su esposa ya se había imaginado un romance entre su hija y Dante e, incluso si la idea no le agradaba demasiado, ya que era bastante protector con ella, creía que su esposa tenía un buen ojo para ver e interpretar las verdaderas emociones de las personas. Y si ella pensaba que aquellos dos jóvenes podrían tener un futuro prometedor, confiaba en ella.
Los minutos avanzaban lentamente para Dante. Después de haber almorzado y pasar un tiempo más junto a su amigo, se encontraba de pie en la sala, a punto de irse. Había tratado de hacer tiempo para volver a ver a Emilia, pero sentía que Malcolm se había dado cuenta de sus intenciones y se sentía un poco avergonzado de ello. Entonces se escucharon voces por el pasillo de la entrada y la primera silueta en aparecer fue la de una adolescente que cargaba una mochila y caminaba alegremente dando pequeños saltos.
Aquello le había resultado gracioso de ver, mientras una de las hermanas demostraba ser tan hiperactiva, la otra apenas levantaba los pies para caminar como si cargara con la condena de un cansancio eterno. Eran como el Ying y el Yang. La que tenía actitudes de un gato arisco y la que se comportaba como un cachorrito.
—¡No puede ser! ¡Dante! —gritó Nala corriendo hacía él, quien tenía sus brazos extendidos hacia ella—. ¿Qué haces aquí? ¿Viniste a verme? —se escuchó una risa y Dante dirigió su mirada a uno de los sofás, allí estaba Emilia, tratando de aguantar una carcajada.
—Vine de paso, para estar con tu padre, princesa —ella sonrió y se apartó—. Pero también vine a traerte un regalo.
—¿Qué es? ¿Dónde está? Espera, está en mi cuarto, ¿verdad? —dejó escapar un grito de entusiasmo y salió corriendo por las escaleras provocando la risa de todos.
—Bueno, ya la traje así que me iré a casa —dijo Emilia un poco risueña, al mismo tiempo que sus ojos se achicaban formando una delgada línea.
«Su voz es hermosa...», pensó Dante. En ese momento era cálida y hasta se atrevía a pensar que cariñosa y amable, nada parecida a la voz que había empleado durante el almuerzo, llena de hostilidad hacia él.
—Ve a dormir arriba, luego puedes irte al gimnasio —asintió Malcolm, mientras apuntaba hacia las escaleras—. Debes descansar bien, sabes que Paul cada vez te exigirá más.
Emilia bufó, se pasó la mano por la frente y luego por el cabello, apretándolo un poco. Ese era un signo de frustración que tenía impreso el nombre de su entrenador.
—Me iré a casa. Hablé por teléfono hace un momento con él y me dio la tarde libre —comentó poniéndose de pie—. Quiere hablar conmigo, pero me dijo que sería en otro momento, no sé de qué se podrá tratar.
La mirada de Dante seguía clavada en ella. Él se sabía en segundo plano, pero le importó poco, si de esa manera podía permitirse admirarla y escucharla hablar con aquella voz tan suave y cautivante. Así le estuviera dando la espalda, él no podía dejar de verla. Aquella chica le había encantado y aunque ella no demostrara interés alguno por él, haría lo que pudiera para captar su atención.
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