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Capítulo 19.


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Con el correr de los días, las noticias sobre el accidente automovilístico salieron a la luz, logrando que una gran masa de personas se movilizara a través de diversos medios para apoyar y animar a la familia del cantante, además de generar concientización respecto al manejo responsable.

Kevin y Dylan aprovecharon la oportunidad para poder seguir adelante con la segunda fase del plan. Si bien Rivera no sabía exactamente lo que Shaplen haría, no quería desaprovechar la brecha que habían creado. Durante los días de inconsciencia de Dante, jugó sus mejores cartas, logrando manipular y controlar toda la información a su alcance para el esperado día en el que su artista favorito despertara.

Lydia no se apartaba de la diestra de su hijo menor, y sus hijos mayores comenzaban a preocuparse por el estado de su madre, ya que no quería alejarse ni un segundo de Dante. Las cosas entre ella y Grayson estaban tensas, si bien el guardaespaldas quería darle una explicación, se quedaba sin palabras ante la mirada fría que la mujer le dirigía.

—Mamá… tienes que comer algo —murmuró Henry, mientras apoyaba sus manos sobre los hombros de su madre.

Lydia negó lentamente, mientras suspiraba y apoyaba una de sus manos sobre las de su hijo. Ver al menor de ellos postrado en una cama, con vendas y cables conectados a su cuerpo era una imagen que no hubiese querido volver a ver luego de la muerte de su esposo. Estaba reviviendo las cosas del pasado, esta vez con su hijo, y estaba tan aterrada que temía distraerse y que la situación empeorara y ya no pudiera volver a verlo.

—Mamá… ya escuchaste al doctor. Dante está bien, su estado es estable —recordó Andreas—. Te traje unos sándwiches de pan integral y un café cargado, ven a comer un bocado al menos —insistió.

Lydia giró sobre su asiento y miró a sus hijos. En ese momento las lágrimas se acumularon en el borde de sus ojos.

—Mis hijos… —susurró.

El llanto se apoderó de ella mientras se ponía de pie y abrazaba a Henry, para luego extender su brazo hacia Andreas, el cual no tardó en acercarse y abrazarla junto a su hermano. Lydia se había encerrado tanto en la salud de Dante, que no se había dado cuenta de que sus otros dos hijos estaban sufriendo por verla en aquel estado y por no saber qué hacer para darle ánimos.

—¿Qué es esta reunión familiar? —preguntó una voz entre quejidos y algo ronca.

Los tres se sobresaltaron y giraron sus cuerpos con sorpresa hacia la camilla a un lado para observar al individuo que cerraba sus ojos con fuerza y trataba de llevar uno de sus brazos hacia su cabeza al sentir punzadas.

—¡Dante! —exclamaron los tres.

—Ugh, no griten… —les reprochó—... la cabeza me da vueltas, ¿dónde estoy?

Henry sonrió ampliamente y apoyó una de sus manos sobre la pierna de su hermano y la apretó suavemente.

—Me alegra que despiertes al fin, enano —dijo, luego se apartó y miró a su madre—. Iré a buscar al médico.

Ella asintió lloriqueando mientras volvía a tomar asiento al lado de su hijo menor y le tomaba la mano llevándosela a sus labios para besarlo. Sentía mucho alivio ahora que lo veía con los ojos abiertos y hablando.

—¡Uf, Tete!, ¡menudo susto que nos diste! —exclamó Andreas, mientras con la yema de sus dedos, despeinaba a su hermano.

Dante se quejó nuevamente, mientras su madre regañaba a su hermano. Podía ver claramente que estaba en la habitación de un hospital, pero no entendía muy bien cómo había llegado allí. Cada vez que intentaba forzarse a recordar algún mínimo detalle, le daba dolor de cabeza y no lograba obtener nada más que una serie de imágenes borrosas.

Lo último que recordaba era cómo, con la ayuda de Grayson, había logrado escapar de los paparazzi y se encontraba reunido junto a su familia en una cena familiar donde su hermano mayor, acababa de anunciar su compromiso con Clarise. Había sido un momento muy alegre para todos, habían charlado durante horas, su madre y su cuñada no dejaban de parlotear sobre los arreglos de la boda y lo recordaba muy bien porque Clarise lo molestaba diciendo que si no aparecía a la ceremonia con una chica guapa, no lo dejaría entrar.

Parpadeó varias veces volviendo a concentrarse en las personas que lo rodeaban, esta vez, en la habitación se encontraba presente el médico junto con un enfermero, su madre, sus hermanos y Kevin.

—Buenas tardes, Dante —dijo el médico, mientras miraba una carpeta portapapeles que el enfermero le había entregado—. ¿Cómo te sientes? Te has dado un fuerte golpe en la cabeza.

—¿Tuve un accidente? —preguntó mientras fruncía sus cejas.

Su madre lo miró preocupada, intercambiando miradas con el médico.

—¿Qué es lo último que recuerdas, hijo? —dijo ella, mientras mordía el interior de sus mejillas con nerviosismo.

Dante miró sus brazos, el izquierdo estaba enyesado y en el derecho tenía una aguja por donde le administraban suero y la medicación correspondiente. Sentía un leve escozor en la mejilla, pero era tolerable.

—La cena de anoche, cuando Henry y Clarise nos visitaron por su compromiso —le respondió casi de inmediato y con mucha seguridad—. ¿Por qué? —preguntó distraído.

Lydia llevó sus manos a su rostro ocultando este, mientras se refugiaba entre los brazos de su hijo mayor. Dante observó confundido a su familia, yendo del asombro en la mirada de sus hermanos al destello de ansiedad y remordimiento que surcaba la mirada de su representante.

—Hermano, eso fue hace dos años —respondió Andreas.

El médico suspiró mientras apuntaba algunas cosas en la planilla y Dante sentía que la respiración se le atoraba en el pecho. «¿Cómo puede ser posible?», se preguntaba. Estaba impactado y no era capaz de emitir sonido alguno, solo escuchaba cómo le relataban que había estado involucrado en un accidente automovilístico, que la policía estaba investigando porque no había ninguna pista, salvo por la pintura salpicada en la zona del impacto de la camioneta. Una prueba de que había más de un involucrado.

—No tiene lesiones de gravedad, pero sí padece de un traumatismo craneal leve —informó el doctor—. Como lo suponía, el paciente presenta, además, un cuadro de Amnesia Retrógrada.

La familia del cantante exclamó con preocupación y hostigó al médico con preguntas mientras el enfermero seguía controlando la medicación. Sin entender bien a las personas allí presentes que de inmediato lo habían rodeado, el médico elevó las palmas de sus manos y cerró los ojos por un instante.

—No es algo grave —tranquilizó—. A medida que comience con el tratamiento adecuado, podrá ir recuperando sus recuerdos.

Lydia suspiró tranquila y se dejó abrazar por Kevin, quien en ningún momento había dejado a solas a la familia. El representante sentía un poco de miedo, Dante podría recuperar su memoria por completo. Pero, hasta que eso sucediera, podría pasar mucho tiempo y sería el tiempo suficiente como para inventar otra mentira que lo librara de la situación.

Se marchó de allí excusándose, diciendo algo sobre preparar las noticias que saldrían al aire con la nueva información de la vida de Dante, para calmar a los fanáticos que bombardeaban sus redes sociales rogando por nuevas actualizaciones al respecto.

Lydia no le dio mucha importancia, simplemente asintió. Y cuando el médico y el enfermero se marcharon, volvió a tomar su lugar al lado de su hijo menor. Acarició con suavidad su cabello y le sonrió, intentando reconfortarlo. Podía ver miedo y duda en sus preciosos ojos, tan parecidos a los de su difunto esposo.

El resto del día intercambiaron varias series de conversaciones, donde Lydia y sus hijos le contaban a Dante algunos sucesos sobre los últimos años que no recordaba. Él se sentía abrumado, todo lo que le contaban no parecía haberlo vivido él mismo, sino que se sentía como si le estuvieran relatando una película que habían visto en el cine.

Por la noche, Andreas se encontraba sentado al lado de Dante mirando la televisión empotrada en la pared frente a ellos. La habitación para pacientes VIP era amplia y tenía muchas comodidades, no solo para el paciente, sino también para el acompañante.

Dante se encontraba escuchando la lista de reproducción de las nuevas canciones que había lanzado recientemente y cada letra era una clara demostración de una camuflada declaración de amor. Era tan extraño para él, que no pudo evitar sorprenderse con las letras románticas y las melodías suaves, como si le estuviera susurrando al oído a la persona a quien iban dirigidas esas canciones.

—Andreas… —llamó mientras escuchaba como terminaba la última canción.

—¿Mh? —respondió distraído.

—¿Tienes idea de porqué este álbum tiene este nuevo estilo? —preguntó.

Su hermano sonrió mientras cambiaba de canal en la televisión. ¿Que si tenía idea?, claro que sí. Dante no dejaba de parlotear sobre ello.

—Es obvio. Porque estás enamorado —se limitó a responder.

—¿Enamorado?, ¿de quién? —se sorprendió.

Andreas suspiró.

—¿Yo que voy a saber, Tete? —elevó sus hombros—. Nunca nos dijiste quién era, pero no dejabas de hablar de ella y de mencionar que pronto íbamos a conocerla.

Dante inmediatamente comenzó a pensar sobre quién podría tratarse. Por lo que lograba recordar, durante su período de carrera, nunca había tenido tiempo para citas, salvo por su relación con Marie Davies, quién había sido una gran amiga durante mucho tiempo y con la única que había logrado tener una relación. Pero todo era confuso para él, no recordaba si ambos seguían estando juntos en una relación o si ya no estaban involucrados.

Y como si fuera arte de magia, la mencionada apareció de pronto, asomando su cabeza por la puerta con una tímida sonrisa.

—¡Marie! —exclamó el mayor, mientras se ponía de pie e iba hasta donde ella se encontraba.

—Hola, Andreas. Tanto tiempo sin verte —lo abrazó con cuidado.

—Llegas en buen momento, ¿te puedes quedar unos minutos en mi lugar? —pidió y ella simplemente asintió.

Andreas se marchó rápidamente de allí dejándolos un momento a solas.

Desde el momento en el que había ingresado a la habitación, Dante no podía dejar de observarla fijamente. Llevaba unos leggins junto con un crop top deportivo, ambos negros, y una camiseta oversize de color caramelo. Entre sus manos traía un pequeño arreglo floral y sobre su cabeza una gorra negra junto con sus lentes de sol.

No quería imaginarse la cantidad de paparazzi que debían de estar afuera. Y peor aún, no quería imaginar que aquel abultado vientre se debía a él.

—Quita esa cara, no es tuyo —respondió a la pregunta no formulada de él.

Dante suspiró, sintiendo que un gran alivio lo invadía.

—No puedo creer que pusieras exactamente la misma cara cuando viste mi barriga la primera vez —negó con su cabeza y dejó el arreglo floral sobre la mesa a su lado—. Te traje unas peonias, dicen que son un buen regalo para una persona que permanece en el hospital.

—Lo siento —dijo él.

—No lo sabías, o bueno, no lo recordabas —sonrió Marie, restándole importancia —. Me pareció que lo correcto era venir a visitarte, al menos antes de que sea demasiado tarde.

—¿Por qué?

—Porque Kevin y Marcella intentarán sacar provecho de esto —respondió—. Nosotros no sentimos nada por el otro, no te dejes engañar por lo que te dirán. Tú amas a otra mujer, no sé muy bien de quién se trata, pero se notaba que estabas enamorado —sonrió.

En medio de un silencio, Dante volvió a pensar en aquellas palabras. ¿Quién podría ser aquella mujer de la que hablaban?, se preguntaba otra vez.

—Gracias, Marie.

—¿Por qué?

Dante suspiró y nuevamente le dirigió una mirada.

—Porque estoy seguro de que intentarán sacar provecho de mi condición y, tú has decidido ser honesta conmigo —sonrió.

Ella le devolvió el gesto y, al igual que el resto, también le contó algunas cosas de las que había hecho ese año. Le habló sobre el trato que habían hecho sus representantes, Dante se indignó como la primera vez, pero también se sintió extrañado cuando Marie le contó sobre algunas cosas que él decía sobre Emilia.

Emilia se había convertido en el nuevo nombre en su diccionario de vida, y estaba seguro de que perduraría allí y lo haría sentir intranquilo hasta no descubrir quién era ella.

Algunos días más tarde, Dante fue dado de alta del hospital, y por más que había deseado regresar a su casa, su madre se había negado rotundamente. Su hermano Andreas se burlaba de él diciéndole que ahora debía vender su mansión en Las Vegas porque su madre no iba a permitir que regresara o volviera a recorrer el mismo camino donde había sufrido el accidente.

Dante seguía intentando ponerse al día con su vida, a pesar de no poder quitarse de encima la sensación agobiante de sentirse incompleto y desorientado con todo lo que sucedía a su alrededor. Por esto mismo, obedecía a ciegas todo lo que Kevin le pedía que hiciera y Rivera sentía que se había sacado la lotería porque, por fin, después de tantos años, Dante otra vez se comportaba como el cantante sumiso que alguna vez había sido en sus inicios y ya no tenía aquella actitud desafiante.

Miró pensativo a través de la ventana. El cielo estaba totalmente cubierto por una gruesa capa de nubes grises que habían anunciado una lluvia desde hace algunos minutos, el panorama que veía lucía desolado y triste, de cierta manera una nostalgia comenzaba a instalarse en su pecho.

Había comenzado con su tratamiento para recuperar la memoria cuanto antes, a pesar de que Kevin le había dicho que se lo tomara con calma porque, después de todo, tenía todo bajo control. Dante le había interpretado aquello como que eran unas mini vacaciones para él, sin embargo, no le agradaba tanto la idea de permanecer en la casa de su madre, vagando entre una habitación y otra como si fuera el fantasma de una casa abandonada. No siempre estaba solo, pero en los momentos en los que su madre trabajaba en alguna de sus florerías, se aburría.

Desde que tenía memoria, su madre adoraba tanto la jardinería que su padre, en el primer aniversario de casados, le había obsequiado tierras fértiles para que pudiera tener su propio jardín de flores. Y, con el tiempo, la florería se había convertido en su propio negocio que había prosperado muy bien con el pasar de los años.

Su padre, del cual no le agradaba hablar —y no porque hubiera sido un hombre malo, sino porque le dolían los recuerdos de él—, se había convertido en un gran cantante y un miembro valioso de la banda “Cuervos Carmesí”.

Roman Mitras había pasado de ser el mejor músico del momento a ser una leyenda cuando perdió la vida en aquel trágico accidente. A su madre siempre le había agradado la idea de que sus hijos estuvieran involucrados con el mundo de la música y el arte en general, pues ese mundo había sido parte de las bases de aquella familia, pero no le gustaba cuando los paparazzi estaban presentes. Su matrimonio con Roman había sido un completo secreto, y él se había encargado de que la identidad de su esposa y su familia se mantuviera lo más oculta posible. Pero eso terminó cuando falleció. Ya no estaba, para detener la gran explosión.

Cuando el talento de Dante fue descubierto por Rivera y la industria, Lydia no fue capaz de cortarle las alas a su hijo y, simplemente, lo dejó volar siendo un adolescente de dieciséis años. A pesar de que había deseado estar más presente en su vida durante sus nuevos pasos, Dante hizo todo lo posible para que el foco de los paparazzi se mantuviera siempre en él, y su familia tuviera la merecida paz para llevar a cabo sus vidas con normalidad.

Pero ahora, se sentía el peor de todos.

Debido al reciente accidente, los paparazzi se habían encargado de volver a sacar a la luz todas las viejas fotografías y videos almacenados en el baúl del olvido, que la familia había tratado de mantener enterrado debido al dolor de la pérdida.

—¡Dante! —escuchó que gritaba su madre desde la planta baja.

Asustado, bajó entre saltos los escalones y buscó a su madre con desesperación. Cuando sus miradas se encontraron, soltó el aire que no se había dado cuenta de que tenía retenido por el miedo.

—Lo siento, te asusté —sonrió.

Su cabello y su ropa goteaban, entre sus manos llevaba varias bolsas plásticas de compras. Extendió sus brazos con las bolsas hacia su hijo, por lo que este entendió rápidamente que ella necesitaba su ayuda y, sin pensarlo tanto, las tomó y se dirigió hacia la cocina para dejar todo sobre la encimera.

—¿Qué pasó? —preguntó—. ¿No te habías llevado la camioneta?

Ella dejó escapar una carcajada y asintió una vez que estuvo de pie a su lado.

—Me quedé sin gasolina de regreso.

—Debiste llamarme, le habría dicho a Grayson que fuera a buscarte.

El semblante en el rostro de su madre cambió abruptamente. Todo rastro de diversión se esfumó con solo oír aquel nombre. Aún sentía cierto rechazo hacia aquel hombre a pesar de las explicaciones que le diera Dante: que el guardaespaldas no tenía la culpa de lo que había ocurrido, que el detective que llevaba su caso les había asegurado que el accidente no se debía a una falla mecánica de la camioneta que Dante manejaba, sino que había sido algo intencional. Pero Lydia era testaruda, aunque su hijo no perdía la esperanza de que, algún día, podrían volver a estar en la misma habitación, ella y Grayson, sin problema alguno.

Intrigado por todas las cosas que sacaba de la bolsa, no pudo evitar mirar a su madre con algo de confusión.

—¿Para qué es todo esto?

—Ah, es que tendremos visitas mañana por la noche —respondió distraída.

Dante torció los labios tratando de ocultar una sonrisa y de ponerse serio.

—¿Me vas a presentar a un hombre? —intentó adivinar para molestar a su madre—. Te lo advierto, Lydia, no aceptaré a cualquier hombre para que pase el resto de su vida al lado de mi madre.

Ella le golpeó el brazo que estaba sano, ocasionando que Dante hiciera una mueca de dolor fingida, pues su madre no lo había golpeado fuerte.

—¡No bromees con algo como eso! —le reprochó y luego le dio la espalda para seguir guardando las compras.

—¿Entonces?

—Vendrá un viejo amigo, ¿te acuerdas de Malcolm? —preguntó, su hijo afirmó distraído con un sonido proveniente de su garganta—. Bueno, me lo he encontrado en el supermercado junto con su esposa. Estuvimos hablando un poco, dijo que vendría a verte porque no había podido hacerlo antes.

—¿Y por eso compraste tanta comida como para cinco personas?

—¿Cómo que cinco? —inquirió y lo miró con el ceño fruncido—. Me dijo que toda su familia estaba aquí, así que seremos nosotros, él, su esposa y sus hijas.

—¿Hijas?

Lydia dejó escapar una pequeña risa.

—No sé si pueda acostumbrarme a tu mala memoria, hijo —negó con su cabeza—. Pero supongo que mi pequeño, logrará recordar todo muy pronto.

No fue la respuesta que él esperaba, pero tampoco insistió luego de que ella se acercara hasta él para apretar sus mejillas.

Supuso entonces que debía esperar hasta el día siguiente para obtener respuestas.

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