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Capítulo 18.

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El mismo día en el que Emilia debía presentarse al enfrentamiento con Yamileth, Dante se encontraba terminando de preparar sus valijas. Aquel viaje había durado más que de costumbre, ya que, normalmente, sus viajes eran escapadas relámpago que Kevin lo obligaba a tomar de vez en cuando. Pero ahora estaba contento, en tan solo unas horas estaría de regreso en su hogar, con todas sus comodidades y amplio espacio, a diferencia de la frialdad habitual de la habitación de hotel en la que solía hospedarse cada vez que tenía que viajar a San Diego.

Estaba realmente entusiasmado, quería llegar pronto a Las Vegas y recorrer la ciudad junto a Emilia y Eddy. Quería que ambos se quedaran junto a él en su mansión y pasar un increíble tiempo juntos. «Como… como si fuésemos una verdadera familia», pensó, sintiéndose incrédulo. Él, la persona que siempre había descartado la idea de ser una figura paterna, aun cuando a su alrededor sus conocidos ya tenían sus propias familias… Sonrió como un tonto, ser parte de aquella familia de dos que parecía tener un cupo para él, no sonaba nada mal. Apartó aquellos pensamientos mientras ladeaba su cabeza y la sacudía levemente, intentando concentrarse en lo que estaba haciendo, para no olvidarse de nada.

—¿Estás seguro de que no necesitas que te acompañe? —le preguntó Grayson, por milésima vez, hartando al cantante.

No se sentía seguro de permitir que Dante viajara solo. Sobre todo, después de notar movimientos inusuales entre Kevin y un extraño hombre que, quizás solo había visitado a su jefe una vez, pero la manera en la que había evadido la seguridad, lo había dejado en alerta. Sin contar que había escuchado a medias algunas conversaciones telefónicas un tanto sospechosas.

La actitud de Kevin no ayudaba mucho. Después de haber trabajado junto a él durante más de veinte años, había logrado conocer varios aspectos del hombre, y entre las cosas que le molestaban a Rivera, estaba el hecho de tener que programar un concierto de manera repentina en tan pocos días. Era un maldito obsesionado por el control y el orden. Por eso había algo raro en toda aquella situación que le ponía los pelos de punta. Aunque Kevin Rivera intentara disimular lo que estaba sucediendo, el guardaespaldas no podía confiar en él. Aunque tampoco quería decirle nada a Dante y arruinar el buen ánimo de los últimos días. Llegaría al fondo de todo por su cuenta.

Dante viró los ojos mientras cerraba la última valija y la dejaba en el suelo al pie de la cama.

—Grayson, relájate —le palmeó el hombro—. No es la primera vez que hago este recorrido, tendré cuidado… Además, no puedes, por nada del mundo, cancelar esa velada romántica con la recepcionista —le advirtió—. Leonora no se lo merece, es una chica muy dulce contigo.
Grayson se quejó por lo bajo.

—La cena puede esperar, mi trabajo es cuidarte el trasero.

Dante chasqueó la lengua con disgusto.

—¡Grayson, no puedes dejar esperando a una dama! —le reprochó con acento de madre—. Además, ya no soy un adolescente disfuncional que necesita tus cuidados las veinticuatro horas. Me comportaré, lo prometo —llevó su mano a la altura de su corazón y sonrió—. Nos veremos por la mañana, quédate tranquilo.

Aun así, Grayson siguió quejándose hasta que Dante terminó de prepararse y se dirigió a la salida del hotel, donde una camioneta ya lo estaba esperando. El cantante se sentía tranquilo y seguro antes de comenzar a viajar, porque sabía de sobra que su guardaespaldas se había encargado él mismo de hacer una revisión exhaustiva y meticulosa del funcionamiento del transporte que lo llevaría a ver a la mujer de la que estaba enamorado.

Dante se sentía ansioso, después de haberlo pensado casi toda la noche, se había decidido. Luego de que Emilia se consagrara como la ganadora de la pelea, porque estaba seguro de que así sería, le pediría que fuera su pareja de manera oficial. No quería ocultarlo ni dejar pasar la oportunidad y que aquel tal Joss, amigo suyo, le ganara en la carrera y se la arrebatara. De solo pensarlo, la sangre le hervía a borbotones.

Cuando Dante estuvo detrás del volante, Grayson cerró la puerta por él y se quedó apoyado ahí mismo, mientras soltaba un suspiro. El horrible presentimiento no se le iba del cuerpo, comenzaba a sentir que el cuello redondo de la camiseta le estaba aplicando una llave de judo y en varias ocasiones tuvo que tirar del borde para asegurarse de que no era más que su imaginación.

—Llámame en cuanto llegues.

Dante blanqueó los ojos y dejó escapar una risa nasal para luego palmear la mejilla de Grayson.

—Lo haré, ya deja de preocuparte. Cuida a mi madre, llévala con cuidado, y Leonora también está invitada.

Grayson asintió y se apartó en silencio, quedándose de pie frente al hotel, mirando cómo la camioneta se alejaba de su campo de visión.

Sintió una delicada caricia sobre su brazo que lo hizo bajar su rostro para apreciar a la pequeña recepcionista que le brindaba una sonrisa confortante. Leonora sabía muy bien las preocupaciones de Grayson, aunque él no se lo dijera, podía ver aquel brillo paternal cuando sus ojos se concentraban en Dante.

—Él estará bien, Grayson.

—No lo sé, no puedo deshacerme de esta sensación de intranquilidad… —comentó.

Leonora torció los labios preocupada por él y suspiró.

—Ve con él —le sugirió—. Síguelo para que puedas quedarte tranquilo, no perderás nada con hacerlo.

Grayson asintió, sabía que ella accedería a dejarlo ir detrás de Dante. Se inclinó levemente hacia abajo, lo suficiente como para besar la frente de Leonora y darle una cálida sonrisa de labios cerrados. Ella era una chica con un corazón de oro y se sentía agradecido de que decidiera fijarse en alguien tan monstruoso como él, ya que eran tan distintos como dos copos de nieve: Leonora era pequeña, hermosa y delicadamente femenina, mientras que Grayson era grotesco, más bien como un feo y sucio ogro en comparación con la hermosa princesa a su lado.

Se alejó de la recepcionista, prometiéndole que le compensaría la cena en otro momento, y se encaminó en dirección a otra de las camionetas que sus subordinados usaban. Se aseguró de que todo estaba bien antes de encender el motor y marcharse. Leonora observó cómo aquel hombre se alejaba sin pensarlo dos veces, y sonrió con encanto. Sin dudas, a pesar de su aspecto, que le ocasionaba temor a muchas personas, era un hombre muy tierno y lleno de amor.

Mirando al cielo, Dante se sintió ansioso por las nubes oscuras que parecían ceñirse sobre él, listas para dejar caer unas cuantas gotas de agua. Había cierta tensión en el aire, pero el cantante era ajeno a toda la situación. Seducido por la desesperación de ver a su amada, pisó el acelerador en cuanto dejó de ver la urbanización y en el recorrido todo era paisaje natural, sin la intervención de los humanos. Quería acortar las distancias lo más pronto posible.

El viaje duraría aproximadamente cinco horas si no se detenía en ningún momento, y estaba agradecido de que no había tráfico porque, de lo contrario, podría demorarse mucho más, y ya iba con el tiempo justo.

Dante miró a través del espejo retrovisor, encontrándose con un camión que lo seguía desde que había salido de la ciudad, pero mantenía una distancia prudente. O eso pensó, hasta que, de repente, el camión comenzó a acercarse con prisas, alertando a Dante. El conductor había estado esperando el momento adecuado para actuar, e impulsado por la cantidad de dinero que le habían prometido, en cuanto llegaron a la parte más desolada del camino, sus verdaderas intenciones salieron a la luz. Sin darle tiempo a reaccionar, un fuerte golpe, acompañado de un ruido sordo, en la parte de atrás de la camioneta, ocasionó que fuera enviado fuera del camino. Las ruedas rechinaron sobre el asfalto, dejando un rastro oscuro, y el vehículo de Dante giró como un trompo fuera de control, hasta impactar contra un árbol. Dante perdió el conocimiento casi de inmediato.

El conductor del camión, siguiendo las órdenes de quien lo había contratado, se alejó de la escena sin perder tiempo, dejando a Dante solo e inconsciente en la camioneta destrozada. El camionero estaba algo preocupado. Si bien no era la primera vez que hacía algo así, en esta ocasión le habían encargado meticulosamente que el hombre dentro de la camioneta quedara con vida, y él no estaba seguro de si su golpe había logrado su cometido, o se había pasado de la raya. Cual fuera la situación, sintió alivio al recibir un mensaje con las indicaciones de cómo llegar al lugar donde estaba el resto de su dinero.

La lluvia, que había comenzado a crear pequeños charcos en distintos lugares, ya se filtraba en el interior del vehículo a través de las grietas en el parabrisas. Algunos cristales estaban esparcidos en el interior de la camioneta y otros, más pequeños, estaban incrustados en el rostro del cantante, ocasionando que su piel mostrara raspones y cortes finos.

Pocos minutos después, como si estuviera pendiente de lo que estaba por ocurrir, un equipo médico privado llegó y comenzó a atender a Dante, asegurándose de que estuviera estable antes de llevarlo al hospital.

Mientras tanto, Dylan y Kevin observaban desde lejos. Sus rostros pálidos y sus corazones latiendo con miedo y ansiedad por lo acontecido. Habían puesto su plan en marcha, pero no tenían idea de las repercusiones que tendrían sus acciones.

—Finalmente lo hicimos… —mencionó Kevin, quien se sentía inquieto y no dejaba de ver con perplejidad el coche destrozado.

Dylan, en cambio, mirándolo con frialdad, cruzó sus fornidos brazos por sobre su pecho. Él no estaba para nada arrepentido, a diferencia de Rivera, tal como había podido ver en la breve mirada titubeante, quizás producto de la culpa, del productor.

—Será mejor que nos vayamos de aquí —se limitó a decir—. Procura que el equipo médico privado se encargue de él sin levantar sospechas, te llamaré más adelante.

—Un segundo, ¿a dónde vas? —preguntó Kevin, mientras salía de su trance y se giraba sobre sus talones para observar la espalda de Dylan, que comenzaba a alejarse.

Shaplen resopló. A pesar de ser el más joven, era el más frío y calculador entre ambos, era quien, sin dudas, llevaba la vara en el asunto.

—¿Crees que pretendo quedarme y ser atrapado? —contraatacó—. No seas inepto, ve a cumplir con tu parte del trato que yo iré a hacer lo que me corresponde. Esto apenas comienza… —dijo lo último con aires de misterio y emoción palpables en cada una de sus palabras.

Dejando atrás rápidamente a Rivera, Dylan se subió en su coche y encendió el motor, dirigiéndose prontamente hacia el lugar donde se encontraba Emilia, mientras veía, a través del espejo retrovisor, cómo Kevin iba en la dirección contraria, a sabiendas de que Dante sería llevado por la ambulancia hacia San Diego.

Ladeó su cabeza mientras la apoyaba sobre su mano izquierda, el brazo estaba apoyado sobre la ventanilla abierta y dejaba que la frescura del aire húmedo le golpeara el rostro y le refrescara el interior. Los nervios fueron disminuyendo al corroborar que el cantante había sobrevivido. Sintió alivio y estaba dispuesto, a toda costa, a comenzar con la siguiente etapa de su plan. Quería tener nuevamente en la palma de su mano a Emilia y recuperar lo que él creía que siempre debió ser suyo.

Del lado contrario, Kevin se alejaba, sintiéndose inmerso en la maraña de pensamientos entre los que intentaba darse aliento para continuar hasta el final con el daño que ya habían ocasionado. No se había dado cuenta que de frente se aproximaba el único hombre que era capaz de reconocer su coche y la matrícula en cualquier parte del mundo.

Confundido por el repentino encuentro fugaz, Grayson miró por el espejo retrovisor, confirmando que era el vehículo de Rivera, pero no se detuvo hasta que se encontró con la camioneta que había preparado meticulosamente para Dante, destrozada.

Desde que tenía memoria, el hombre al que a veces apodaban Grizzly, había sido preparado para mantener los estribos ante diferentes situaciones, ya que la profesión que había elegido requería de estabilidad mental y estómago de acero. Pero para lo que jamás lo habían preparado, era para perder la cordura en un santiamén al suponer a la persona que más afecto le tenía, en un estado crítico. Y su locura empeoró al bajarse de la camioneta y correr en dirección a donde se suponía que debía estar el cantante, y no encontrarlo. Ni siquiera había rastros de él.

Repentinamente, su celular sonó anunciando una llamada entrante y sin hacer esperar, contestó, a sabiendas de que era su jefe.

Grayson, ¿¡dónde carajos estás!? —fue lo primero que oyó en un tono desesperado—, no importa. Necesito que vayas con urgencia al Centro Médico, Dante sufrió un accidente de camino a Las Vegas.

Sin darle tiempo a responder, finalizó la llamada, y tan rápido como pudo, Grayson abordó la camioneta y, haciendo rechinar las llantas, giró en “U” y regresó por donde había llegado. En el camino, debido a los mismos nervios, se olvidó de sus vagas sospechas y lo que había visto. Su concentración estaba por completo sobre su mayor prioridad: Dante.

Al llegar al hospital de la ciudad, después de casi una hora, se encontró en la sala de espera con la figura de Lydia, la madre del cantante. Su cabello chocolate lucía enmarañado y empapado por las lágrimas que no dejaban de correr vigorosamente por sus mejillas. A su lado, Andreas, su segundo hijo, intentaba calmarla ofreciéndole una botella de agua. En el extremo contrario, el hermano mayor, Henry, parecía discutir con una enfermera.

—¡Al fin llegaste! —exclamó Kevin, mientras aparecía de repente con un celular en manos—. Quiero que tú y tu equipo saquen de aquí a esos malditos paparazzi que no dejan de infiltrarse y tomar fotografías —dijo con molestia.

Grayson parpadeó, intentando reponerse, mientras apartaba rápidamente la mirada de Lydia.

—¿Qué pasó con Dante?

Kevin negó.

—Aún no tenemos noticias, pero no te preocupes, el mejor equipo médico está haciendo todo lo posible para lograr estabilizarlo.

—¡Detente! —un grito agudo perforó los oídos de Grayson en cuanto este se dio la vuelta apresuradamente para cumplir con la orden de su jefe—. ¡Grayson White, te estoy hablando! —volvió a gritar.

Los ojos del mencionado se cerraron abruptamente mientras sentía que sus hombros se encogían. Lydia siempre le daría un poco de miedo, pues sus movimientos nunca eran previstos por él.

—Lydia…

¡Paf! Una bofetada de parte de la madre del cantante fue más que suficiente para sorprender a todos en la sala y para que la mejilla de Grayson comenzara a arder de una manera atroz. Había recibido golpes más fuertes, pero ninguno le dolía tanto como esa bofetada, proveniente de una madre herida y desesperada, que rogaba en su interior por la vida de su hijo, mientras se sumergía en aquel día donde había perdido al hombre que amaba.

—Confié en ti, ¡te confié la vida de mi hijo! —gritó nuevamente y ¡paf!, otro golpe llegó.

Su llanto la ahogaba y le impedía hablar con claridad, pero Grayson no necesitaba que fuera clara para saber lo que sentía. Él era consciente de la gran confianza que Lydia había depositado sobre sus manos desde que Dante no era más que un joven que apenas iniciaba su carrera. Ellos eran como una familia inseparable, pero ahora esa solidez, esa torre inquebrantable de confianza que habían forjado durante años, comenzaba a agrietarse por el inédito suceso.

Kevin tomó a la mujer por los hombros y la alejó de allí, entregándosela a sus hijos y regresó nuevamente con Grayson, ordenándole otra vez que comenzara con la tarea de alejar a los molestos paparazzi.

Como si se tratara de un cambio de chip, el hombre se dio la vuelta, dispuesto a cumplir a toda costa con la orden, dejando de lado sus emociones estrangulantes para cumplir, al menos, con una de sus tareas.

—Perdóname… —susurró en medio del pasillo vacío.

Y se marchó sin mirar atrás.

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