
Capítulo 17.
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Llegando la noche, más de diecisiete mil personas comenzaban a ingresar al famoso MGM Grand Garden Arena, lugar que era conocido por albergar algunos de los eventos deportivos y de entretenimiento más grandes del mundo, convirtiéndose en el escenario perfecto para una pelea de tal magnitud.
El MGM Grand Garden Arena, era un estadio de última generación, con el cuadrilátero situado en el centro del estadio, iluminado por un círculo de luces brillantes que colgaban del techo, creando un foco de atención capaz de atraer todas las miradas.
Las gradas, que se elevaban en un semicírculo alrededor del ring, comenzaban a llenarse de espectadores. Los asientos VIP, ubicados en primera fila, estaban ocupados por celebridades y personalidades destacadas del mundo del deporte y del entretenimiento. Las luces del estadio se reflejaban en las lentes de cámaras y en las joyas, añadiendo un toque de glamour a la noche.
Las paredes del estadio estaban adornadas con pantallas gigantes que reproducirían imágenes en vivo de la pelea, permitiendo a los espectadores en los asientos más alejados tener una vista clara de la acción. El sonido de los comentaristas deportivos resonaba por todo el estadio, añadiendo emoción y ansiosa expectación.
El aire en el estadio estaba cargado con la energía de una multitud de fanáticos, vitoreando y agitando carteles de apoyo. La emoción era palpable y la atmósfera de pura anticipación. El escenario perfecto para la pelea más importante en la carrera de Emilia y Yamileth.
El momento había llegado. Las luces brillaban intensamente sobre el cuadrilátero, centro de todas las miradas. La multitud murmuraba, esperando el inicio de la pelea más importante de la historia del boxeo femenino.
Emilia daba algunos saltos en su lugar para quitar sus nervios. Sus manos ya estaban vendadas, sobre sus hombros y cubriendo su cabeza portaba una capa negra con una gruesa franja dorada rodeando los bordes. En medio de su espalda, su apodo estaba escrito en letras también doradas. Llevaba unos shorts negros con falda con franjas y pequeñas estrellas que repetían el dorado de los detalles de la capa, y un top negro con su apodo en el pecho, escrito con la misma tipografía y color que en la espalda de la capa. Lucía su cabello trenzado, estaba lista para comenzar.
Paul y Thomas, y los demás de su equipo, lucían elegantes en pantalones de vestir y polos negros con “La Pulga” escrito sobre sus espaldas.
Una vez que, tanto ella como su contrincante, hicieron su presentación hasta llegar al ring, siendo animadas por los fanáticos, Emilia no pudo evitar mirar en dirección al asiento vacío que estaba reservado para Dante.
—Thomas… —miró a su amigo con intensidad, tratando de buscar respuestas que justificaran la ausencia del cantante.
—No ha respondido —negó. Él era quien llevaba encima el celular de ella y debía revisar el aparato cada cierto tiempo, esperando una respuesta por la otra parte—. Olvídalo, estás a punto de vivir la mejor de tus peleas —le respondió en medio del vitoreo de la gente, mientras le ayudaba a colocarse los guantes.
Su entrenador le dio unas palmadas en las mejillas para traerla de regreso. Emilia se topó con la mirada seria de Paul, quien le puso el protector bucal y se aseguró de que los guantes estuvieran bien ajustados.
—Has trabajado duro para llegar hasta aquí. Demostraste una y otra vez que tienes el talento, la habilidad y la determinación para ser la mejor. Esta noche no es diferente. No importa lo que suceda aquí arriba, recuerda que eres una luchadora rápida, fuerte e inteligente —le dijo, con una voz firme y segura. Emilia asintió agradecida por sus palabras de aliento, pero Paul no planeaba detenerse. Posicionó sus manos sobre los hombros de ella y añadió—: Enfócate en la pelea, en cada golpe, en cada movimiento. Recuerda todo lo que hemos entrenado, podrás hacerlo. Eres la boxeadora más rápida que este deporte ha visto, así que ve y demuéstrales a todos por qué eres la mejor.
Luego de aquellas palabras, Emilia asintió una vez más, chocó sus puños con los de él y su rostro se endureció con determinación.
De un lado, Emilia “La Pulga” Forks, conocida por su velocidad y agilidad, mantenía un rostro serio, concentrado. Sus ojos reflejaban determinación y confianza en sí misma. Conocía todos y cada uno de los movimientos de su contrincante, la había analizado hasta perder la cuenta y estaba segura de que, esta vez, podría enviarla directo a la lona con un nocaut.
Del lado contrario, Yamileth “La Loba” Persoon una boxeadora conocida por su fuerza y resistencia, mantenía una mirada intensa llena de fuego y pasión. Sus guantes blancos y su bata blanca con detalles en color rojo, mantenían un emblema de un lobo en la espalda. Su entrenador también parecía estar diciéndole algo, dado que ella, sin apartar la mirada de Emilia, asentía frenéticamente.
La multitud estalló en aplausos y vítores cuando las dos boxeadoras se miraron a los ojos, cada una reconociendo el talento y la habilidad de la otra, sabiendo que la pelea que estaba a punto de comenzar sería dura.
El árbitro las llamó al centro del ring para las últimas instrucciones, ambas chocaron los puños en un gesto de respeto deportivo, pero la tensión era evidente. La campana sonó, y la pelea más importante de sus carreras comenzó.
Ambas boxeadoras fueron demostrando poco a poco su habilidad y determinación en el ring, desde el primer campanazo, ambas se lanzaron con todo, intercambiando golpes poderosos que resonaban tan fuerte, que dejaban sin aliento al público. Nadie lograba entender de dónde provenía tanta fuerza en ambas.
Emilia esquivaba con habilidad los golpes de Yamileth y lograba adivinar cada uno de sus movimientos porque ya los había estudiado. Imponiendo su estilo de pelea, con agresividad y resistencia, estiró el brazo y, con su puño derecho, lanzó un poderoso gancho que conectó de lleno en el rostro de Yamileth, logrando que ésta trastabillara aturdida. Sin embargo, “La Loba” fue capaz de recuperarse rápidamente, y responder con un veloz uppercut que sorprendió a Emilia, obligándola a retroceder.
En ese instante, se sintió desorientada. Un sonido ensordecedor la torturaba al punto de causarle migraña. Aun así, ella quiso seguir adelante, sobre todo porque sentía que podía ganar. Ignoró los llamados de Paul en diferentes ocasiones e incluso, cuando en sus minutos de descanso Thomas le mojó el rostro para quitarle la sangre que brotaba como grifo abierto, todo lo que podía decir era que llegaría hasta el final, y preguntaba cosas referidas a Dante.
A lo largo de los asaltos, ambas boxeadoras demostraron su destreza en el ring. Emilia lanzó una serie de jabs rápidos y precisos, mientras que su contrincante contraatacó con ganchos y cruzados fuertes. Cada golpe era contestado con otro golpe igualmente poderoso, manteniendo la pelea en un equilibrio constante.
A medida que avanzaba la pelea, la intensidad aumentaba. Emilia y Yamileth intercambiaban golpes sin descanso, sin dar tregua a su oponente y ocasionando lesiones en sus rostros. Cada una mostraba su valentía y habilidad en el ring sin ceder terreno.
Pero sobre el final, cuando parecía que la pelea iba a terminar en un empate, Yamileth usó su as bajo la manga cuando encontró una apertura en la distracción de Emilia al sentirse confiada. Con un gancho de izquierda devastador, conectó con el mentón de Emilia, enviándola a la lona.
Los ojos oscuros de La Pulga se blanquearon mientras caía como un costal de papas. Algunos espectadores quedaron en silencio y otros, que eran fanáticos de Yamileth, estallaron en gritos de euforia al darse cuenta de que, con aquello, La Loba se consagraba como la campeona, por nocaut en el último round.
Al ver que Emilia no se ponía en pie, el árbitro detuvo la pelea, y al asegurarse de la pérdida de la conciencia de la boxeadora, llamó rápidamente al equipo médico. Ellos se movieron ágilmente entre las cuerdas para examinar a Emilia. Paul, que se mantenía preocupado a un costado de los médicos para no interferir, no dejaba de sentirse culpable. Y Thomas intentaba calmar a Joss, quien se había levantado de su asiento para subir sobre la lona. Los familiares de Emilia se miraban preocupados, mientras no dejaban de exclamar plegarias para que estuviera bien. Cuando notaron que se llevaban a Emilia hacia el hospital, no dudaron en salir corriendo en aquella dirección.
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Las horas pasaban cada vez más lentas. Tanto los familiares como los amigos de Emilia se encontraban ocupando la sala de espera de la sección de urgencias. El único sonido era el de las agujas del reloj y el tintineo de las llaves con las que Nathan jugaba intentando calmar su ansiedad.
Balthazar sostenía entre sus brazos a Edward, quien se había quedado dormido después de tanto esperar. Cheryl, su novia, quien ya se encontraba en la ciudad debido a que estaba visitando a sus familiares, estaba a su lado, con una botella de agua y un paquete de galletas que había comprado en una de las máquinas expendedoras. Joss permanecía de pie, sin inmutarse, a un lado de las puertas por donde habían ingresado a Emilia, mirando fijamente el cartel de “URGENCIAS”. La sensación angustiante de aquella palabra parecía querer perforarle la cabeza y el corazón. Malcolm y Josie estaban sentados, abrazados, en los sillones. Y Thomas le apretaba el hombro a Paul, que mantenía la cabeza pegada a la pared, dándole la espalda al resto.
—Esto es culpa mía… —murmuró apenas audible.
—¿Dijiste algo? —preguntó Thomas.
—Esto es culpa mía —repitió en un tono de voz ahogado, que ahora todos habían escuchado con claridad.
—¿De qué estás hablando, Paul? —le preguntó Malcolm, mientras se ponía de pie y le daba lugar a Nala para que continuara abrazando y consolando a su madre.
El entrenador se apartó de la pared con pesar. Aún con la mirada en el suelo, se dejó caer de rodillas y lloró, lamentando sus decisiones poco profesionales. Había dejado, de manera irresponsable, que su ambición por ver a Emilia tener éxito en la pelea, fuera parte de un gran logro para presumir en su historial de entrenador perfecto antes de retirarse. En consecuencia, Emilia ahora se encontraba luchando para permanecer al lado de sus seres queridos.
—Le dije a Emilia que no podía pelear, pero tampoco le insistí ni la obligué a dejarlo —respondió con la mirada perdida—. Yo lo sabía todo, sabía que su enfermedad estaba lo suficientemente avanzada como para que fuera riesgoso dejarla pelear…
—¿De qué enfermedad estás hablando? —preguntó Joss, mientras se daba la vuelta y le prestaba atención.
—Emilia tiene cáncer, y yo la ayudé a mentir, por mi propio deseo, en vez de convencerla de renunciar —lloriqueó.
Malcolm sintió que un balde de agua helada caía sobre él, ni siquiera era capaz de pronunciar palabra alguna debido a que luego de escuchar la palabra “cáncer”, se había desconectado por completo de lo que ocurría a su alrededor. Todos en la sala se quedaron impactados debido a la revelación que el entrenador acababa de hacer. Josie, con actitud desesperada, se acercó hasta él y se dejó caer a su lado mientras se aferraba a su brazo llorando y suplicando que repitiera aquello que deseaba haber escuchado mal, pero Paul no lo hizo ni negó lo que había dicho, ocasionando que Malcolm explotara finalmente.
El padre de la chica no lo pensó dos veces y en un parpadeo, tomó al entrenador por el cuello del polo elevando su cuerpo en el aire y con su puño izquierdo, le proporcionó un fuerte golpe que lo mandó a besar el azulejo bajo sus pies.
—¡Te pedí que la cuidaras! —le gritó embravecido—, ¡solo tenías que cuidar de mi hija!
Rápidamente, entre el alboroto que se había creado en la sala de espera, los presentes intentaron calmar a Malcolm, mientras Paul seguía llorando sin atreverse a mirar a nadie. Se avergonzaba de sí mismo y deseaba, con profundo arrepentimiento, regresar en el tiempo.
Luego de que transcurriese una hora en la que intentaron calmar a Malcolm y a Joss, finalmente Paul se encontraba sentado lejos de toda la familia Forks, completamente solo, esperando con ansias saber sobre su deportista. Pero ese momento nunca llegó, puesto que, de pronto, un grupo de oficiales lo rodeó.
Tanto los familiares como los amigos de Emilia, voltearon a verlos, intrigados. Uno de los policías lo incitó a ponerse de pie y el otro le tomó las muñecas por detrás de la espalda colocándole unas esposas, mientras, el tercer hombre, vestido de traje formal, le leía sus cargos y derechos. No opuso resistencia, sabía que aquello podría ser una realidad cuando decidió sobornar al médico y falsificar los papeles de Emilia. Tenía merecido lo que le estaba sucediendo.
—¿Qué hacen? —preguntó Thomas, mientras se apresuraba a seguirlos.
Todos en la sala de espera se distrajeron en cuanto uno de los médicos salió por la puerta para dar las novedades. Thomas quería quedarse, pero fue detrás de Paul y los oficiales, ignorando los llamados de su amigo Nathaniel.
—Thomas, vete —le dijo Paul, en cuanto se dio cuenta de que el mencionado los seguía, preocupado.
—¿Qué está sucediendo? No lo entiendo —insistió confundido.
El hombre de traje se detuvo un momento, observó la pequeña carpeta que llevaba en sus manos, suspiró y miró luego fijamente al responsable de tantas preguntas.
—La comisión de boxeo presentó cargos contra el acusado, debido a la falsificación de documentos privados —respondió.
—Debe haber un error, Paul no sería capaz de… —sus ojos miraron cómo el mencionado era introducido a la patrulla de los oficiales, sin darle la oportunidad de hablar con él.
—No se trata de un error, y si así lo fuera, se resolverá en la corte —respondió tajante.
Sin más que decirle, se alejó, dejando a Thomas plantado en aquel lugar.
Nathaniel apareció corriendo por detrás, y al llegar se encontró con una escena que no comprendía.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó, al ver a su amigo desorientado, mirando a la nada.
—Se llevaron a Paul, tengo que irme —le respondió rápidamente sin voltear a verlo.
—¡Espera, Thomas! —exclamó, al mismo tiempo que lo tomaba por el brazo para detenerlo—. Emilia despertó. Es más grave de lo que podríamos imaginar —le dijo con preocupación.
Thomas suspiró mientras se frotaba el rostro con desesperación.
—Mantenme al tanto de su situación, la veré cuando regrese. De verdad que debo ir con Paul… —dijo, desesperado.
Nathaniel suspiró, dejándolo libre. Pudo ver cómo la espalda ancha de Thomas se alejaba, hasta perderse de su rango de visión. No sabía muy bien lo que había ocurrido con Paul, porque los temas que involucraban la carrera profesional de Emilia, solo eran del pleno conocimiento de los tres.
Miró sus pies, enfundados en un par de zapatillas deportivas, y mordió el interior de su labio mientras reprimía el llanto. Quería regresar a la sala de espera, pero el ambiente estaba tan decaído… Escuchar el llanto desconsolado de la madre de su amiga y ver a todos con un semblante triste, solo le daban ganas de huir de allí. Habría acompañado a Thomas, pero tampoco se sentía capaz de dejar a su amiga, porque, de entre todos los presentes, él era la única persona con la capacidad de reprimir sus emociones y conservar la calma en situaciones difíciles. Aunque no estaba seguro de cuánto tiempo podría seguir así.
De regreso a la sala, se encontró con su hermano y Cheryl consolando a Eddy. Los Forks estaban abrazados mientras infinitas lágrimas descendían por sus rostros atribulados. Y Joss, quien sentía que ya no tenía más lágrimas para derramar, se encontraba sentado en uno de los sillones, sosteniendo su cabeza con sus manos.
—Pueden pasar a ver a la paciente —informó un nuevo médico, para luego marcharse.
A pesar de que todos querían verla, la prioridad esa vez fue de sus padres, quienes de inmediato se acercaron hacia la enfermera que los llevaría hasta la habitación donde Emilia permanecía descansando.
Emilia parpadeó reiteradas veces, sintiendo una fuerte luz fría que la cegó por completo cuando intentó abrir sus ojos de repente. Al acostumbrarse, entre quejidos, notó que estaba en una habitación de hospital y el característico olor a medicamentos y desinfectante le causó náuseas. Se inclinó hacia un costado y vomitó.
Unas cálidas manos rápidamente le sostuvieron el corto cabello para evitar que este se ensuciara. Sintió unas ardientes miradas sobre su espalda, que le advirtieron que no estaba sola y que no era su imaginación todo lo que estaba sucediendo. Cuando se estabilizó, notó la preocupación y la decepción, y el miedo, en el rostro de sus padres.
—Ya no es necesario que nos ocultes la verdad —le dijo Josie.
En ese instante, a Emilia se le llenaron los ojos de lágrimas y el labio le tembló involuntariamente.
—Lo siento… —murmuró.
—¿Por qué no dijiste nada? —preguntó su padre, mientras negaba con su cabeza, sintiendo un gran ardor en su pecho.
Emilia sollozó al darse cuenta de cuánto dolor le había ocasionado a sus padres y solo podía pensar en que aquel dolor se incrementaría con el paso de los días.
No se había rendido. Cuando supo lo que tenía, pensó en que no tenía escapatoria. Pero, al tener a Edward en su vida, ver a sus amigos avanzar y el amor que recibía de su familia, deseó pelear con todas sus fuerzas, incluso si estas comenzaban a escasear. Sin embargo, la enfermedad no era algo de lo que fácilmente podría escapar, era más complicado que eso.
El tratamiento que había decidido continuar, no iba a eliminar su enfermedad, solo iba a retrasar lo inevitable, pero, aun así, a espaldas de todos, soportó cada dificultad sola, porque quería evitarles el dolor. Y no se había dado cuenta de que estaba ocasionando el efecto contrario, porque ella no tenía por qué enfrentarlo sola. Tenía amigos y familia que la amaban y la acompañarían incondicionalmente.
—Al principio no era capaz de asimilar lo que estaba sucediendo, y cuando lo hice, creí que podría enfrentarlo sola. No quería preocupar a nadie —confesó.
Malcolm cerró sus ojos con fuerza.
—Eres mi hija, Emilia. Me preocuparé por ti, así sea que solo te hagas un rasguño —negó con su cabeza sintiéndose incrédulo—. Parte de ser padre, incluye preocuparse por un hijo y no importa lo que sea, porque, incluso hasta lo más mínimo nos preocupa. Y eso no se puede evitar, ¿entiendes?
Ella asintió, dejando caer sus primeras lágrimas. Su padre se acercó a ella, tomó su mano y con su vista recorrió sus brazos descubiertos y adornados, no solo por la tinta de sus tatuajes, sino también por algunas marcas rojizas y hematomas que se anunciaban.
En medio del nuevo silencio que se formaba, llenado solamente por el sorbido de la nariz de Josie, Emilia suspiró e inclinó su cabeza hacia un costado, evitando mirar a sus padres.
—Supongo que no les han dicho, pero he tomado una decisión… —comentó con cautela—. Espero que logren comprenderme. La enfermedad está muy avanzada y las probabilidades de que un nuevo tratamiento funcione, no son muy buenas. No quiero vivir la tortura de aferrarme a una esperanza ficticia, engañándonos a todos, fingiendo que funcionará, cuando la realidad es que no lo hará.
Su madre sollozó mientras la abrazaba. No quería aceptar esa realidad, se negaba a hacerlo. Sin embargo, sabía que la testaruda de su hija no cambiaría de opinión, y se limitó a obligarse a sí misma a aceptar la decisión de Emilia y a acompañarla en el proceso, a pesar de sentirse, en el fondo, furiosa por aquella locura.
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