
Capítulo 16.
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Finalmente, el dieciséis de junio había llegado y, con ello, los nervios de todos los involucrados en el mundo del boxeo, estaban a flor de piel.
Emilia terminó de guardar la última prenda de ropa dentro de su valija de mano, mientras hablaba por teléfono con su padre, quién le confirmaba la asistencia de su familia. Al colgar y terminar de alistarse, se dirigió a la habitación del niño. Frunció las cejas al ver como éste daba vueltas por toda la habitación.
Edward estaba un poco rezagado con sus preparativos. Estaba preparando su valija intentando llevar todo lo necesario para pasar unas pequeñas vacaciones en Las Vegas, ya que Emilia planeaba tomarse unas semanas de recuperación allí mismo luego de su pelea. Enojado por no encontrar sus auriculares, cerró la valija y se sobresaltó al escuchar un carraspeo detrás de él. En el marco de la puerta, Emilia lo miraba de brazos cruzados.
—¿Te ayudo? —le preguntó.
El niño se ruborizó y asintió con timidez. Ella se acercó lentamente, mientras observaba el desorden de la habitación. Había ropa esparcida y juguetes, calcetines colgaban de los cajones de la cómoda y algunos libros de actividades escolares estaban abiertos sobre la cama. Por donde mirara, parecía que un torbellino había revuelto cada rincón de la habitación.
Emilia intentó cerrar la valija, pero, aunque ella fuera una mujer con mucha fuerza, le fue imposible. Confundida, abrió la valija y comenzó a reír al ver el contenido.
—¿Planeas fugarte una vez que lleguemos a Las Vegas? —le preguntó divertida al ver el exuberante contenido.
Edward tomó la visera de su gorra y la deslizó hacia abajo para ocultar su vergüenza.
—No sabía qué llevar…
—Lo esencial, el resto se puede comprar una vez que lleguemos —comentó—. ¿Para qué quieres un bate de béisbol? —le preguntó con gracia.
Edward se lo arrebató de las manos y lo escondió detrás de su espalda.
— El tío Jo-Jo me dijo que me enseñaría a jugar.
—Pues el tío Joss es un imbécil. ¿Y todos estos juegos de mesa, qué?
—Es que… ah, Paul dijo que quizás no podría acompañarte a algunos lugares y tendría que esperar en el hotel —rascó levemente detrás de su oreja que comenzaba a ponerse roja de la vergüenza.
Emilia suspiró y negó varías veces divertida.
—Me vas a acompañar a donde quieras ir, no te preocupes por eso. El único lugar al que no puedes acompañarme es al cuadrilátero cuando comience la pelea —golpeó suavemente la visera de la gorra—. Ven, te enseñaré a armar una valija.
Dicho aquello, juntos quitaron todos los objetos innecesarios que el niño llevaba. Metió un par de zapatos elegantes y unos cómodos que utilizaba frecuentemente para entrenar, ropa interior, algunos calcetines y dos abrigos. También un pijama, y algunas camisetas y pantalones. No demasiada ropa, porque planeaba comprarle cosas nuevas en aquella ciudad. En un pequeño bolso guardó todos los artículos de higiene personal. Por otra parte, la consola de videojuegos portátil, un libro de ciencia ficción y una notebook para que no dejara de lado sus estudios académicos.
Edward estaba un poco atrasado con sus clases, pero gracias a que tenía un tutor que le brindaba un excelente servicio de clases privadas, el niño podía ponerse al corriente de manera segura. Pronto podría retomar sus clases en un instituto y quizás hacer amigos nuevos.
El timbre sonó y, casi de inmediato, la voz de Paul anunció su llegada. Nuevamente se quejó en voz alta sobre la falta de preocupación de Emilia por cerrar la puerta de entrada, el día en que se acordara de cerrar con llave, las tortugas aprenderían a volar, dijo mientras se acercaba.
Paul les ayudó a cargar las valijas en el baúl de la camioneta. Estaban algo apresurados por llegar al aeropuerto, porque debían cumplir con un itinerario bastante apretado ni bien pusieran un pie allí. Había entrevistas, papeleos y prácticas previas al gran momento tan esperado.
En el trayecto, Emilia le envió algunos mensajes a su madre, otros a sus amigos que ya estaban en el aeropuerto esperando por ella y dejó el último, pero no menos importante, para Dante. Estaba ansiosa por lo que se venía. En su mente, luego de su gran victoria asegurada, planeaba tomarse un tiempo de descanso y salir más seguido con el cantante. Quería que pasaran tiempo juntos los dos solos porque quería conocerlo mejor. Pero también, planeaba que Eddie los acompañara en algunas ocasiones, ya que ambos parecían llevarse mejor que bien.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Paul a su lado, mientras miraba el horizonte y apretaba el volante.
Emilia suspiró.
—Ya hablamos de esto, no quiero que sigas pensando en eso. Estaré bien.
Cuando Paul estuvo a punto de abrir la boca nuevamente, fue interrumpido por el niño.
—¡Wow, miren qué grande es! —exclamó.
Emilia se colocó de lado sobre el asiento y se inclinó levemente hacia atrás.
— ¿Estás emocionado por volar?
—¡Realmente! —asintió con entusiasmo—, nunca antes lo había hecho.
Contagiada por su entusiasmo, Emilia sonrió. Paul en cambió estacionó la camioneta y suspiró, tomándose unos minutos para reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo.
En cuanto bajaron y entraron al aeropuerto, se encontraron con las personas que eran parte de su equipo de entrenamiento y amigos. Thomas, los hermanos Collins y Joss.
Paul prefería mil veces viajar por separado, pero el entusiasmo y las buenas energías de todos estaban tan elevadas, que no quería perdérselo. Miró a Emilia nuevamente, mientras caminaba detrás del grupo, observando cómo hablaban entretenidos y entre risas. La nostalgia que sintió fue inevitable. Al verlos, una serie de imágenes de un grupo de niños formándose como profesionales bajo su cuidado, le ocasionó que algunas pocas lágrimas traicioneras abandonaran sus ojos. Dejando de lado aquel sentimiento, suspiró y apresuró su paso, abriéndose camino entre la multitud ansiosa que había asistido al lugar para alentar a la boxeadora.
Algunos fanáticos llevaban carteles, revistas, camisetas e incluso gorras con la figura o el apodo de Emilia, muchos otros eran periodistas deportivos que habían asistido a filmar la partida de una gran estrella deportiva. Un grupo de guardaespaldas altos y fornidos, se encargaban de formar una barrera humana para impedir que los fanáticos se abalanzaran sobre Emilia. Mientras tanto, ella, con una gran sonrisa en su rostro e ignorando el malestar que comenzaba a sentir, firmó algunos objetos y se tomó fotografías con algunos otros, antes de marcharse finalmente.
El momento en el que Emilia abordó el jet privado junto a su equipo de trabajo, se convirtió en algo emocionante y lleno de energía. Ella había caminado durante todo el recorrido con confianza, luciendo imponente, y decidida a volver a casa con una gran victoria. Sus amigos la rodeaban brindándole apoyo y ánimo. Una mezcla de emociones invadía el aire: emoción por el próximo combate, pero también cierta tensión debido a las noticias recientes sobre Dante y Marie. Emilia se mantenía concentrada, a pesar de no poder evitar sentirse molesta y distraída por momentos. Si bien Dante le había dicho que todo estaría bien y que encontraría una solución, no se sentía segura de ello. Definitivamente quería ayudarle.
Una vez a bordo del jet, Emilia se acomodó en su asiento, cerrando los ojos por un momento para encontrar calma. La decoración era elegante, con las tonalidades rojo, negro y blanco creando un ambiente sofisticado y moderno. Las paredes estaban revestidas de cuero negro suave, con detalles en rojo y blanco. Los asientos eran de cuero rojo, cómodos y lujosos, con reposabrazos y respaldos ajustables. El suelo estaba cubierto con una alfombra negra de alta calidad, suave al tacto. El interior del jet estaba iluminado con luces tenues, creando una atmósfera relajante y acogedora. Las ventanas eran amplias, permitiendo una vista panorámica del cielo. Había una pequeña área de descanso con sofás y mesas auxiliares, donde los miembros del equipo podían relajarse y disfrutar de bebidas y aperitivos.
El ruido de los motores se hacía presente mientras el avión se preparaba para despegar y el piloto anunciaba que el vuelo a Las Vegas sería de aproximadamente una hora.
Durante el corto viaje, Paul, Thomas y la boxeadora se mantuvieron ocupados repasando estrategias y detalles del combate. Ella por su parte decidió enfocarse, además, en su preparación mental, bloqueando las distracciones externas. A medida que el jet se elevaba en el cielo, Emilia sentía una mezcla de emoción y determinación, lista para enfrentar el desafío que la esperaba al llegar y demostrar su valía como campeona invicta.
Cuando el jet aterrizó y el piloto anunció que los pasajeros podían comenzar a descender, Emilia pudo sentir los nervios a flor de piel y cosquilleando en su interior como pequeñas hormigas.
En Las Vegas fue recibida con entusiasmo y emoción. El aeropuerto estaba lleno de fanáticos, periodistas y seguidores, ansiosos esperando su llegada. Ella comenzó a descender junto con su equipo de trabajo y amigos, luciendo imponente y segura.
Inmediatamente, fueron recibidos por representantes del evento y personal de seguridad, quienes los escoltaron hacia un vehículo de lujo que los llevaría hasta el hotel donde se hospedarían. Durante el trayecto, Emilia podía observar la vibrante y animada ciudad, con sus luces brillantes y casinos icónicos.
Una vez en el hotel, fueron recibidos por el personal de la recepción. Los llevaron hasta sus habitaciones. La suite especialmente preparada para ella tenía todas las comodidades necesarias, incluyendo una cama espaciosa, un área de descanso, un baño lujoso y una vista impresionante de la ciudad.
—Mira cuántas personas… —murmuró el niño a su lado, mientras ambos estaban de pie en el balcón.
Ella soltó una risa nasal mientras apoyaba su mano sobre la cabeza del niño y le sonreía.
—Aún es demasiado temprano, el tránsito es liviano a esta hora.
—¿Qué? ¿Cómo es posible? —se sorprendió, pues lo que el niño veía era una cantidad incontable de personas y autos que iban y venían en diferentes direcciones.
—Las Vegas es conocida por ser la ciudad que nunca duerme, Eddy —dijo ella y le guiñó un ojo—. Vamos, hay que desempacar y relajarnos un momento —lo animó.
Sin rechistar, el niño asintió, y juntos comenzaron a instalarse en la habitación que iban a compartir. Tenían tanto tiempo de sobra que podían descansar y relajarse antes de los eventos previos a la pelea. Habían decidido recibir un masaje relajante en el spa del hotel antes de que Emilia tuviera que comenzar su rutina. Y durante ese pequeño momento, ambos mantuvieron una conversación en relación al evento de esa noche y los preparativos previos.
Fue un momento que Emilia agradeció. Podía compartir con Edward y transmitirle sus conocimientos. Mientras observaba sus ojos pardos brillar con entusiasmo, hubo algo en su interior que se contrajo con tristeza. Tuvo que girar su cabeza y distraerse, pensando en otra cosa, para ignorar las lágrimas que amenazaban con formarse en el borde de sus ojos.
Llegada la tarde de ese día, Emilia se encontraba intercambiando mensajes con Joss, ya que él se había quedado con el niño mientras ella continuaba con el resto de las actividades en su cronograma. Sus ojos oscuros se fijaron en Paul, quien luego de colgar la llamada importante que estaba realizando, se aproximó a ella.
—Está todo listo, pasaste los exámenes finales —le dijo.
Ella asintió.
—Gracias por correr el riesgo.
—Aun así, el médico me aconsejó que no lo hicieras, y creo lo mismo. No pelees hoy, Emilia —le suplicó.
La boxeadora le dirigió una mirada apenada y apretando los labios negó suavemente con su cabeza. Extendió su brazo hacia él y con la palma de su mano izquierda, apretó su hombro suavemente.
— Sé que así no es como se deben hacer las cosas, pero realmente quiero pelear esta última vez… —suspiró—. Te prometo que esta será la última.
Poco convencido, su entrenador asintió.
Emilia le sonrió levemente. Sabía cuán preocupado estaba él, porque Paul lo sabía todo. Se había enterado de su situación poco antes de viajar y eso le había costado un enorme regaño por parte de él, pero tampoco podía obligarla a nada, porque ella era terca como una mula y aunque le dijera que lo mejor era detenerse, Emilia lo interpretaba como que debía darse prisa.
Dio unos pequeños saltos en su lugar, para quitarse los nervios quisquillosos que le hacían cosquillas en el estómago y miró desde un costado del escenario lo que la esperaría. El ambiente en la sala de conferencias del hotel era eléctrico. Periodistas de todo el mundo, fanáticos y personalidades del boxeo se habían reunido para presenciar el cara a cara entre “La Pulga” Forks y “La Loba” Persoon. Dos de las boxeadoras más destacadas del momento.
La primera en ingresar fue Emilia, vistiendo un traje deportivo elegante de color negro y su cabello recogido en una pequeña coleta alta. Su rostro reflejaba determinación y confianza, pero también una calma serena a pesar de la presión que sentía sobre sus hombros. Se sentía lista para enfrentar el desafío.
Poco después ingresó Yamileth, con una presencia imponente y una mirada desafiante, lista para ser la primera en causar una mancha en el perfecto historial de su contrincante. Vestía un traje deportivo similar al de Emilia, solo que rojo, su color característico.
Y llegó el instante en el que las dos boxeadoras se sentaron frente a frente, separadas solo por una mesa baja, la sala se llenó de murmullos cuando ambas se dirigieron una filosa mirada. Los flashes de las cámaras iluminaban la sala, mientras los periodistas se preparaban para la entrevista. El moderador, un conocido comentarista del boxeo, comenzó con las preguntas, alternándolas entre Emilia y Yamileth.
La primera pregunta vino de parte de un periodista que formaba parte de una de las revistas de deportes más importantes de la industria del boxeo, vestía una camisa blanca y tenía una mirada entusiasta, porque incluso en ese momento, no podía creer la oportunidad que tenía de estar frente a dos jóvenes que estaban haciendo historia en el mundo del boxeo.
—¿Cómo se han preparado para este enfrentamiento y qué significa para ustedes, esta pelea?
La primera en tener la oportunidad de responder fue Yamileth.
—Mi preparación para esta pelea fue exhaustiva. He trabajado mucho en mi velocidad, fuerza y técnica — dijo, aclarando su garganta con un carraspeo e inclinándose levemente sobre el micrófono. —Pero, más allá de eso —hizo una breve pausa—, he trabajado mi mentalidad, que es un punto clave para los que practicamos este deporte.
Emilia asintió, estando de acuerdo con ella.
—Esta pelea es un desafío —continuó diciendo La Loba—, pero también una oportunidad para demostrar mi valía como boxeadora. No subestimo a Emilia, sé que es una competidora formidable, diría que es impenetrable —ambas soltaron una corta risa casi inaudible, provocando nuevos disparos de flashes sobre ellas—, pero estoy lista para dar lo mejor de mí y defender mi título.
Cuando asintió dando por finalizada su respuesta, fue el turno de Emilia, quien vagaba un poco entre sus pensamientos, pero finalmente encontró algunas respuestas.
Primero saludó y agradeció a todos por su presencia y el apoyo hacia el evento de esa noche y luego repasó la pregunta una vez más en su mente, antes de contestar.
—He estado equilibrando mis tiempos de entrenamiento para no descuidar mis actividades de, como ya saben, entrenar niños —dijo y sonrió—. Mi entrenamiento fue intenso durante los últimos meses. Centré mi preparación tanto en la resistencia física como en la estrategia de combate. Esta pelea significa mucho para mí, es la oportunidad de demostrar mi habilidad y dedicación al boxeo. No solo estoy luchando por el título o por hacer historia, lo hago por las mujeres que aspiran a competir en este deporte. Quiero demostrar que, con trabajo duro y determinación, podemos alcanzar nuestras metas.
Ambas respondieron con profesionalismo y respeto la ronda de preguntas que siguieron, sin embargo, la tensión entre ellas era palpable. Hablaron de sus entrenamientos, sus expectativas para la pelea, sus planes a futuro y algunas cosas más que demostraban que, a pesar de la rivalidad, ambas reconocían el talento y la habilidad de la otra, lo que solo aumentaba la ansiedad de todos por la pelea.
Finalmente, el momento que los fotógrafos esperaban, dio comienzo. La fotografía cara a cara.
Emilia y Yamileth se levantaron y se acercaron al centro del escenario, se colocaron frente a frente mirándose a los ojos, logrando que toda la sala se quede en silencio, todos contenían la respiración mientras las cámaras capturaban el momento. Era una imagen poderosa, dos mujeres fuertes y talentosas, listas para darlo todo en el ring.
Yamileth tenía una mirada desafiante y segura, desde su primer enfrentamiento con Emilia había notado cierto nivel de arrogancia y superioridad que deseaba eliminar, salvo que ahora notaba en ella una mirada decidida pero serena. Algo había cambiado, pero no lograba descifrar qué era.
—Trapearé el suelo contigo… —le susurró La Loba, mientras rozaba levemente su frente con ella.
Emilia soltó una risa nasal.
—Ya veremos quién trapeará el suelo con quién.
Una serie de nuevas fotografías capturaron el momento. Las fotografías serían la portada de todos los periódicos deportivos al día siguiente, un recordatorio del enfrentamiento que definiría quién iba a ser la verdadera campeona invicta.
Ambas se saludaron otra vez y se despidieron del público, para dirigirse a los lugares asignados previamente para comenzar con sus respectivos entrenamientos antes del gran momento. En la salida, ambas chocaron sus hombros con rudeza marcando su rivalidad. Emilia inhaló mientras llenaba sus pulmones de aire y luego dejó escapar el aire en un largo suspiro, los nervios que sentía le provocaban cosquillas en la punta de los dedos.
Buscó la mirada de Paul y este asintió brevemente y le dirigió una leve sonrisa que le causó confort.
«Todo estará bien…», se dijo a sí misma antes de continuar con su andar.
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