
Capítulo 15.
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El sonido despreocupado de un par de pies arrastrándose captó la atención del hombre sentado detrás del escritorio. Estaba a punto de abrir su boca para soltar improperios, y pobre del desafortunado que había decidido arruinar su concentración, porque él se encargaría de arruinar su vida. Aunque, intrigado por lo que veía, mantuvo la boca cerrada mientras tamborileaba sus dedos sobre la madera del escritorio. Dirigió una mirada inquisitiva hacia el individuo que, con completa libertad, había tomado asiento en los sillones de cuero, invadiendo descaradamente el espacio privado de Kevin. Por algún motivo se mantuvo en silencio y no llamó a seguridad, no supo decidir si por la postura intimidante y aquellos músculos que parecían querer rasgar la tela de su ropa o por la amenaza en los ojos brillantes del hombre. Aunque más tarde iba a hablar severamente con los encargados de la seguridad, porque no podía creer que ese joven hubiera ingresado a su oficina tan fácilmente
—¿Y tú eres? —preguntó.
—Dylan Shaplen, hablamos por teléfono hace unos días —se presentó cortante.
Kevin elevó sus cejas con asombro y, ocultando una sonrisa detrás de su mano, se puso de pie y caminó hacia el juego de sillones. Tomó asiento frente a Dylan y ladeó su cabeza mientras apoyaba sus brazos extendidos en el respaldo del sillón, cruzando una de sus piernas por sobre la otra con total confianza, intentando demostrar dominio en el lugar, aunque estuviera sintiendo todo lo contrario. Ambos se miraban desafiantes en una lucha silenciosa donde ninguno quería ceder ante el otro.
—Me preguntaba cuándo sería el momento en el que por fin nos conociéramos en persona… —Kevin sonrió a medias. Sus labios terminaron por curvarse hacia abajo en una mueca.
—La situación lo ameritaba.
Kevin observó la cabellera platinada y la mirada aguda en esos deslumbrantes ojos de gato. Se daba cuenta de que Dylan era un hombre de carácter fuerte y temperamento volátil. La sonrisa sarcástica y la manera en la que le había hablado días atrás, con palabras afiladas y un tono de voz calculador, le indicaba que era alguien dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de lograr una oportunidad de éxito. Y que todo lo que habían conversado, era un plan que llevaba ideando desde hace un buen tiempo.
No era muy diferente de Kevin, él era muy astuto y manipulador. Siempre buscaba una próxima oportunidad sin importarle quién tuviese que ser pisoteado para conseguir lo que quería. Su ambición y su falta de escrúpulos los convertían en aliados perfectos para llevar a cabo el plan de ambos: separar a Dante y Emilia. Independientemente de lo que Dylan sintiera por ella y sus motivos, a Kevin solo le importaba mantener a su cantante de oro lejos de una mujer que estaba fuera de sus planes para el éxito de Dante, quien aún tenía mucho que ofrecerle a la agencia.
Dylan y Kevin no podían dejar de sentir una tensión palpable. Ambos hombres eran conscientes de lo que estaban a punto de hacer pero, incluso así, ambos estaban dispuestos a seguir adelante sin importar las consecuencias.
El plan que Dylan tenía en mente era peligroso y cruel, pero ninguno parecía sentir remordimientos. Para ellos, luego de pensarlo un poco, el fin justificaba los medios, y estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para conseguir lo que querían. Sin embargo, ninguno era consciente de las repercusiones que sus acciones traerían, ni de las consecuencias a las que se enfrentarían si su plan se descubría.
—Sé que harás un buen uso de tus conexiones dentro de la industria musical —dijo Dylan—. Te diría que lo envíes lo más lejos posible, pero planifica un concierto en Las Vegas. Tiene que ser para dentro de tres días. Yo haré que el resto suceda, no te preocupes.
Kevin asintió.
—Haré las llamadas necesarias en este momento —confirmó. Luego le dirigió una mirada curiosa mientras se ponía de pie y acomodaba su chaqueta antes de que el joven pudiera marcharse—. ¿Por qué te interesa tanto separarlos? —preguntó.
Shaplen hizo una mueca.
—Alguna vez amé a Emilia, es cierto, lo admito —soltó una risa nasal leve—. Pero todo lo que siento ahora es amargura y rencor —se sinceró—. Le quitaré todo lo que tiene, y haré que experimente el mismo desasosiego que viví.
Kevin observó cómo erguía su cabeza y, con la frente en alto, se marchaba de allí sin mirar atrás. Decidió no perder ni un minuto más e, inmediatamente, se comunicó con su asistente para darle estrictas y concretas órdenes de con quién debía hablar, dónde y a qué hora debía viajar Dante para dar el concierto, con la excusa perfecta de promocionar el lanzamiento de su nuevo álbum. Kevin tenía que reconocer que, a pesar de que se había negado a que ese álbum saliera a la luz, los seguidores del cantante habían apoyado en gran manera su nuevo estilo musical e, incluso, había ganado más seguidores de distintas edades.
Rivera caminó lentamente por su oficina mirando a su alrededor. En cada lugar donde posaba su mirada, veía reflejado su éxito y su influencia en la industria de la música. Era un espacio amplio y moderno, con paredes de vidrio que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. Las paredes laterales de la oficina estaban adornadas con discos de oro y platino y fotografías enmarcadas de los artistas más importantes que representaba. Entre ellas se destacaba la fotografía de Dante, tomada durante uno de sus conciertos más memorables. La fotografía mostraba al artista en el escenario con su guitarra en mano y una expresión apasionada en el rostro. La sonrisa deslumbrante que tenía el joven, mientras se veían pequeños puntos brillantes en el fondo, debido a las linternas de los celulares de sus fanáticos, le había taladrado la conciencia a Kevin. ¿De verdad estaba a punto de hacer lo que habían acordado? ¿No era suficiente todo lo que ya le había hecho? ¿Y si perdía a Dante en el proceso?
Con esas incógnitas dando vueltas en su cabeza, suspiró y se marchó de allí sintiéndose demasiado cobarde y culpable como para seguir mirando sus fotografías.
Al otro lado de la ciudad, Dante se encontraba rodeado de un grupo de personas que se encargaba de maquillarlo, peinarlo e incluso de acomodar su vestimenta. Fuera de aquel círculo, había grandes trípodes con reflectores para mejorar la iluminación, algunos fotógrafos de una revista de moda mundialmente conocida y un director que le indicaba cómo debía posar frente a las cámaras, mientras lucía el atuendo inédito que sería el que debía vestir hasta el próximo lanzamiento.
Recibió halagos por su excelente trabajo y también por su belleza natural. Sobre sus hombros portaba una chaqueta de cuero negro y debajo llevaba el torso al desnudo, luciendo sus músculos levemente definidos. Vestía, además, unos jeans anchos y una cadena decorativa que colgaba de su cintura. Por último, un collar de cuentas negras adornaba su cuello. Su cabello tenía leves ondulaciones, dándole un aspecto natural y salvaje.
Cuando el director anunció que tomarían un descanso, Dante volvió a felicitar a todos por su excelente trabajo y caminó a grandes pasos en dirección a Grayson, que estaba de pie mirando a los alrededores, atento y vigilando como un águila.
—¿Nada aún? —le preguntó Dante, con un leve brillo de esperanza en su mirada.
Grayson negó con la cabeza mientras cruzaba sus brazos por delante de él, sin dejar de lado su postura dominante.
—Dale tiempo. Si ella realmente lo vale, intentará contactarse contigo —le respondió.
—No se trata de eso, Grayson —se quejó—. ¿Tú qué harías si luego de pasar la noche con tu pareja, a la mañana siguiente ves en todas partes que ella está con otro? —le planteó.
Grayson abrió su boca, pero rápidamente la cerró al sentir una oleada de celos.
—No me agradaría. Estaría molesto.
—¡Exacto! —palmeó su hombro y tomó asiento en un lugar designado para él, mientras sostenía una botella de agua—. Debe estar realmente molesta, y aunque intente contactarme con ella, sé que no me lo permitirá y está bien. Tiene derecho a enfadarse conmigo y a no querer verme de nuevo… —reflexionó apenado.
Grayson estaba a punto de contestarle, pero fue interrumpido por el director que llamaba a todos nuevamente al escenario con fondo blanco que habían preparado. La sesión de fotografías continuó, entre cambios de vestuarios y escenarios. Dante se sentía un poco agotado. Su día aún no había finalizado y, saliendo de allí, asistió a algunos programas televisivos donde le hicieron entrevistas y lo invitaron a cantar en vivo algunas de sus nuevas canciones, que ya eran un éxito.
El atardecer llegó al fin. Una vez que abordó la camioneta, Dante le rogó tanto como pudo a Grayson para que lo llevara en dirección al local de boxeo donde Emilia solía entrenar. Ansioso, miró a través de las ventanas, pensando en un sinfín de escenarios, aunque en todos, ella lo echaba fuera del local en forma de polvillo de huesos. Pensó que estaba haciendo mal al asistir al gimnasio, pero mientras más se demoraba en llegar y el silencio de ella aumentaba, su desesperación por explicarle lo que había ocurrido comenzaba a incrementarse, porque, sí, los paparazzi se habían encargado de obtener unas buenas tomas y, en las fotos, Marie y él parecían una pareja inseparable.
Al estar frente al local, miró a Grayson de reojo y, sin darle tiempo de hablar, bajó apresuradamente, empujó las puertas frente a él e ingresó, encontrándose con varias personas que se marchaban del lugar. Sobre un cuadrilátero, ella y un grupo de hombres se encontraban manteniendo una grata conversación. Por primera vez la veía desenvolverse con naturalidad en su ambiente. Las risas suaves que sus amigos le provocaban por unos malos chistes, el brillo en sus ojos al hablar de algún recuerdo y el ánimo que sus amigos le daban, lo hicieron sentir completamente desubicado.
Ella se detuvo en cuanto sus miradas se cruzaron, dejó caer sus brazos, que hasta ese momento habían permanecido cruzados por debajo de su pecho, y le sostuvo una mirada perpleja. Parecía tener ganas de preguntarle por qué estaba él allí.
Ignorando las bromas de sus amigos, Emilia bajó del cuadrilátero bajo la atenta mirada de ellos y se acercó hasta Dante.
—Hola… —murmuró él, sintiéndose intimidado.
—¿Qué estás haciendo aquí? —interrumpió.
—Quería hablar contigo. Te envié mensajes, pero no respondías y no estaba seguro si tú…
Ella chasqueó la lengua y apuntó hacia la derecha con su cabeza.
—Dejé mi celular en casa. Sígueme, estrellita.
En silencio y cabizbajo la siguió, ignorando las idioteces que le gritaban el par de hermanos. Se sentía un tanto avergonzado al ser el centro de atención de todos los presentes allí, por lo que, en cuanto ella lo llevó a lo que parecía ser una pequeña habitación de espera, en medio de un pasillo que indicaba con un cartel el vestuario de mujeres a la derecha y el de hombres a la izquierda, se sintió aliviado de tener privacidad.
Él tomó asiento en uno de los pequeños sillones de tapizado rojo, con las palmas de sus manos sobre sus rodillas y su mentón escondido en su pecho. No se atrevió a mirarla.
—Estás enojada, ¿cierto? —preguntó mientras miraba un punto fijo en el suelo.
—Completamente.
—¡Emilia, te juro que yo no…
Ella elevó una sus manos para hacerlo callar en cuanto éste la miró, apretó el puente de su nariz y arrugó sus cejas con evidente fastidio.
—No estoy enojada contigo, imbécil.
—Ah, ¿no?
—Estoy molesta con los estúpidos de tu agencia y de la agencia de esa modelo. ¿Por qué demonios los obligan a hacer algo así? ¿Quién diablos creen que son? —bufó, mientras acariciaba su corta melena, intentando calmarse—. Deberías detenerlos, esta mierda solo va a causarte problemas. Deberías… no lo sé, decirles la verdad a tus fanáticos o, de lo contrario, cuando sepan que todo fue un engaño, te apuntarán con el dedo a donde vayas. Esto podría arruinar tu carrera.
—No puedo hacer eso.
—¡Saca huevos, gallina! —le gritó y luego se arrepintió. «Cierra esa bocota tuya…», se reprochó a sí misma. Acercándose a él, se sentó a su lado y tomó su mano soltando un largo suspiro—. Discúlpame, Dante. Es que esta mierda es injusta, sé que te están obligando a hacerlo, pero debe haber una manera de acabar con todo esto. Es un maldito abuso y no sólo lo están sufriendo ambos, también afecta a las personas a su alrededor.
Dante frotó su rostro con ambas manos en señal de frustración, hasta ese momento, no lo había visto de aquella manera.
—Solo intentaba protegerla, buscaré la manera de terminar con esto sin que nadie resulte afectado. —Sin poder evitarlo, escondió su rostro entre el hombro y cuello de ella con repentina confianza, y percibió un suave aroma a flores—. ¿Estás usando un perfume nuevo? La otra noche no tenías esta fragancia.
Ante el fugaz recuerdo de aquella noche en la habitación del hotel, Emilia sintió que su cuerpo vibraba por sí solo y un pequeño calor comenzaba a cubrir su rostro y orejas. Intentando hacer los recuerdos a un lado, carraspeó su garganta y soltó una risa nasal.
—Claro, es una fragancia que aún no ha salido a la venta… —decidió tomarle el pelo— sudor y aromatizante de ambiente con fragancia a lavanda que usaron hace un momento para eliminar el olor a vómito del cuadrilátero —respondió.
Dante hizo una mueca de asco mientras se apartaba de ella y luego de intercambiar miradas, ambos rieron. ¿Sería posible que el súbito enamoramiento que sentía por ella, ocasionara que incluso aquel aroma que impregnaba su piel le resultara atractivo?
Sonrió con sus labios cerrados, mientras extendía la mano izquierda para tomar un pequeño mechón de su cabello y acomodarlo detrás de su oreja. Incontables veces había visto aquella acción en películas románticas y, a pesar de que le parecía algo cliché, no pudo evitar hacerlo porque, cuando sus ojos se encontraban y se sostenían, creaban una conexión que se sentía única. Él se sentía tan atraído como las polillas a la luz.
Ella mordió apenas su labio inferior y miró hacia el suelo sintiéndose avergonzada nuevamente. No entendía desde qué instante había comenzado a sentirse de aquella manera por él. Era algo que le agradaba, porque podía ver en esos ojos brillantes completamente perdidos por ella, que Dante no era un mal hombre.
—Mañana será mi último día de entrenamiento antes de viajar a Las Vegas —comentó repentinamente—, tú, ¿tal vez quisieras…?
Dante asintió.
—Iré a verte —la interrumpió—. Estaré en primera fila alentando por ti.
En el instante en que ella le devolvió la sonrisa y asintió entusiasmada, deseó cumplir aquella promesa, y haría todo lo que pudiera para lograrlo.
Emilia, inesperadamente, se sentía aún más motivada para ganar la pelea. Además de hacerlo por ella, quería hacerlo bien para impresionar a Dante porque, después de todo, sería la primera vez que él la vería boxear profesionalmente.
Detrás de una de las paredes, escuchando todo, se encontraba Joss. Su entrecejo se frunció y sus dientes emitieron un chirrido al apretar con fuerza su mandíbula, en conjunto con sus manos que estaban convertidas en puños. Estaba evidentemente enojado, y dispuesto a ir en busca de aquel debilucho que se estaba robando la atención de su amiga, que también era su primer amor.
Un leve toque sobre su hombro derecho fue más que suficiente para hacerlo reaccionar y con un hábil movimiento, giró su cuerpo, acorralando a la persona que lo había asustado. Un par de ojos grises lo miraban con reproche.
—Olvídalo, amigo.
Joss bufó mientras se apartaba de él con un leve empujón. No tenía ánimos para escuchar otro reproche de parte de Thomas. Era consciente de que la situación en la que se encontraba era por su propia culpa, ya que, cuando tuvo la oportunidad de abordar el tren con destino al corazón de Emilia, se asustó y se alejó, rechazándola.
Desde su juventud, debido a su agraciada apariencia, se había dedicado a jugar con el corazón de las mujeres, y en su mente jamás se le cruzó la idea de mantener una relación estable. No era una persona que se apegaba a alguien. Era frío, una vez que obtenía lo que quería, porque se aburría fácilmente.
Cuando conoció a Emilia, sintió que algo en él había cambiado. Al principio, su amistad era tan sólida que la consideraba una hermana, pero mientras más tiempo pasaba a su lado, más descubría que su interés por ella no se correspondía con el de una simple amistad. Quería ser capaz de amarla como un hombre ama a la mujer con la que desea formar una familia. Enamorado de Emilia, creyó absurdamente que era un simple capricho de querer obtener algo que se había prohibido a sí mismo. Y tenía miedo de que aquel pensamiento se convirtiera en una realidad. No quería lastimar a la única mujer que había permanecido a su lado a sabiendas de lo que hacía con ellas, cuando las usaba como un juguete y luego las desechaba como pañuelos descartables.
—Joss, detente —ordenó su amigo.
—Vete a joder a otra parte, Thomas —le respondió, de mala gana.
El mencionado lo tomó por la parte de atrás del cuello de su camiseta, y tiró de él para alejarlo lo suficiente como para que ambos pudieran conversar sin ser escuchados por Emilia.
—Pero, ¿¡qué diablos crees que haces!? —preguntó Joss furioso, pero susurrando. —Sé que no puedo pedirte que no la ames, pero si vas a hacerlo, guárdate tus sentimientos —le pegó en el pecho con su dedo índice—. Por primera vez después del bastardo de Dylan, puedo verla sonrojarse por alguien y ese deseo en sus ojos que buscan a una sola persona y esa persona, amigo mío, no eres tú —le dijo con un tono de voz seco—. Perdóname, Joss, pero fuiste un imbécil cuando tuviste la oportunidad, así que, ahora, déjala ser feliz con quien eligió.
—¿Y dices ser mi amigo? —se quejó, cruzándose de brazos.
Thomas suspiró.
—Ambos son mis amigos y es por eso que quiero el bienestar de los dos, pero, esta vez, tienes que ceder —negó con su cabeza mientras ponía su mano sobre el hombro de Joss—. No quiero verla sufrir otra vez, déjala disfrutar de esto. Estoy seguro de que él es un buen tipo. Sé que te diste cuenta de eso con solo mirarlo.
Joss rezongó mientras se cruzaba de brazos y, chasqueando la lengua, se alejó, no sin antes chocar su hombro con el de su amigo para abrirse paso. Thomas tenía razón, él también quería ver a su amiga ser feliz con alguien una vez más, incluso si ese alguien no era él.
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