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Capítulo 11.

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Temprano por la madrugada, cuando el sol apenas lograba anunciarse en el horizonte, Emilia y Edward se encontraban llegando al gimnasio para comenzar a prepararse antes de la clase correspondiente de ese día.

Ella admiraba enormemente la gran voluntad que tenía el niño para poder comprometerse a seguirle el ritmo a la mujer que estaba acostumbrada a llevar una vida en solitario, la misma que a veces olvidaba su presencia por falta de costumbre pero que siempre intentaba dar lo mejor de sí para el bien de él.

Ambos estaban preparando todos los objetos que estarían necesitando para comenzar con el entrenamiento de Edward. Él entrenaba los mismos días que el resto de sus compañeros, pero la diferencia estaba en que su horario de entrenamiento iniciaba antes.

El calentamiento consistió en saltar la soga durante cinco minutos para calentar el cuerpo y mejorar la coordinación, luego continuó con un estiramiento para preparar los músculos. En segunda instancia, las técnicas de golpeo que ella le enseñó fueron golpes básicos como el jab, el cross, el gancho y el uppercut. Mientras Edward practicaba imitando la combinación de golpes que Emilia le enseñaba, una vez que se los aprendió, ella se concentraba en corregir cualquier error, hasta el más mínimo, para que él pudiese entrenar correctamente antes de su primera pelea de presentación, por la cual ya estaba lo suficientemente nervioso.

Cuando Edward comenzó la tercer etapa de su entrenamiento, la cual consistía en golpear el saco de boxeo durante tres rondas de dos minutos cada una, alternando entre los diferentes golpes y enfocándose en la precisión y la velocidad, la campanilla que indicaba la llegada de una nueva persona al local, había alertado a Emilia.

La silueta atlética de Thomas se hizo presente, mientras cargaba un bolso negro con letras y líneas blancas. En su mirada grisácea y debajo de sus ojos un par de circunferencias oscuras, demostraba el cansancio que había en él.

—¿Y a tí qué te pasó? —preguntó ella con una leve sonrisa.

Thomas resopló mientras tiraba el bolso a sus pies y comenzaba a desabrochar su sudadera negra, dejando la prenda de ropa sobre una banca, dejando al descubierto una camiseta sin mangas que le permitía lucir sus brazos trabajados en un tono levemente bronceado.

—Analía —dijo con amargura.

Emilia elevó sus cejas—Déjame adivinar, ¿ahí traes tus cosas? —el tono de burla en su voz no pudo ser ocultado.

Con bastante frecuencia, aquella mujer solía sacar sus cosas fuera del departamento cada vez que tenían alguna discusión, por lo que se había convertido en algo habitual ver aquella imagen de un hombre con barba de unos días, agotado emocionalmente, vagando entre el gimnasio y la casa de sus amigos a la espera de que Analía le pidiera una vez más, regresar.

Thomas la miró fijamente mientras sentía que la sangre le borboteaba en el interior y como si aquella pregunta hubiera sido la gota que derramó el vaso con agua, estalló.

—¡Esa mujer me tiene loco, lo juro! —exclamó—, se enojó porque no fui por Elaine. Dime, ¿cómo iba a buscar a mi hija si estaba en el hospital? —preguntó más para sí mismo, su amiga reprimió las ganas de echarse a reír en su cara.

Él era un hombre muy bueno y responsable, desde su adolescencia había estado enamorado de la misma chica, con la cual había empezado una relación hace tiempo y quién era la madre de su hija Elaine de dos años de edad. El problema estaba en que tanto Analía como él no lograban encontrar un punto medio en su relación, siempre uno de ellos se veía obligado a ceder por completo a lo que la otra parte deseaba y eso era el principal motivo de las discusiones.

Thomas amaba a Analía y Emilia estaba segura de que ella también lo amaba, solo les faltaba madurar un poco para arreglar sus diferencias y poder llevar una grata convivencia por el bien de su pequeña hija.

—¿Y le dijiste que te habían operado?

—S-si, lo hice. Incluso me levanté la blusa para enseñarle los puntos de la operación —tartamudeó, mientras se acercaba a ella y besaba su frente dándole un corto abrazo a modo de saludo. Era un hombre realmente cariñoso—. Estoy seguro que ese nuevo noviecito que tiene no ha parado de hablar injurias de mi, pero no importa, veré a mi hija cueste lo que me cueste —asintió—. Dime, ¿quién es el niño? —preguntó mirando a su alrededor.

Ella apuntó en aquella dirección donde Edward se encontraba concentrado en el saco de boxeo que estaba frente a sus narices, el mismo que se sacudía levemente ante la fuerza empleada por los puños del niño.

Thomas miraba a Edward maravillado, no había tenido la oportunidad de coincidir con él en el gimnasio pero ahora podía ver el talento del niño y lo reconocía a leguas. Felicitó a Emilia por el buen ojo que había tenido, le dijo que había pegado en el blanco al encontrarlo y decidir apoyarlo.

Le dio algunos consejos útiles que serían de gran ayuda en un futuro y bromeó con ella sobre su nuevo rol de entrenadora, a pesar de que en un inicio no quería saber nada al respecto. Edward tenía la capacidad, con su sola presencia, de cambiar el carácter de Emilia.

Dejando de lado la conversación, Emilia se acercó al niño luego de recibir con un saludo de puño a los niños del grupo que comenzaban a llegar para comenzar su entrenamiento.

Miró el rostro rojizo del niño y las gotas gruesas de sudor que caían por su rostro, notando que este se encontraba completamente absorto de su alrededor, impactando el guante sin parar contra el saco de color azul.

—Suficiente, Eddy —le dijo ella, captando su atención.

El niño se detuvo y respiró dando grandes bocanadas, ella le ayudó a quitarse los guantes y retocó las vendas de su mano para luego ofrecerle una toalla para que este pudiese secar un poco el sudor de su rostro y también le entregó una botella con agua fresca.

—¿Qué tal lo hice? —preguntó seriamente.

—Excelente —halagó—. Iremos finalizando, así que comienza con los ejercicios de resistencia, ¿recuerdas cuales son?

Edward asintió—Lo recuerdo porque odio hacerlos.

Ella dejó escapar una risotada mientras despeinaba su cabello y lo animaba a continuar con el entrenamiento. El ejercicio consistió en saltos de tijeras, burpees y sentadillas durante tres rondas de un minuto cada una, descansando treinta segundos entre cada una. Mientras él hacía aquello, Emilia colocaba una serie de conos en el suelo para que él pudiera hacer ejercicios de velocidad y correr hacia adelante y atrás, en zigzag y cambios de dirección rápidos.

Las últimas dos actividades, consistieron en: entrenamiento de sombra y estiramientos. El primero era para practicar los movimientos de boxeo frente a un espejo para lograr mejorar la técnica y coordinación; el segundo, se trataba de realizar ejercicios de estiramientos para enfriar los músculos y prevenir lesiones.

Cuando Edward finalizó de hacer su entrenamiento, se sentó en una de las bancas a observar a su alrededor, incluyendo a aquellos niños que había conocido hace algunos pocos años. Él se había dado cuenta de que Emilia ya no los entrenaba, que ahora el famoso Thomas Pickett que tanto habían esperado, finalmente se encontraba allí y era tan bueno que se sintió tranquilo al ver como sus amigos eran tratados tan bien como cuando Emilia los ayudó al inicio.

—¿Creés que lo haré bien? —le preguntó el niño a su madre adoptiva, mientras ella regresaba a su lado, luego de ayudarle a Thomas a corregir algunas posturas de los niños.

Ella asintió y lo abrazó por los hombros, dejando que él se recargara sobre ella. Edward sintió como el borde de sus ojos picaba al sentirse conmocionado por el cariño que estaba recibiendo y rápidamente envolvió sus brazos alrededor de ella, evitando que se moviera y se marchara de su lado.

—Sé que los nervios pueden ser traicioneros, lo he vivido —suspiró—. Pero lo harás increíble, he visto a tu oponente competir antes, no hay de qué preocuparse.

—Quiero hacerlo realmente bien, no quiero defraudarte —murmuró—. A demás, Dante dijo que iría a verme.

—¿Él dijo eso? —preguntó.

—Sí, me lo prometió el otro día.

—¿Y cuándo se supone que fue eso? —inquirió mientras lo miraba.

El niño sonrió ante su travesura—Fue cuando dejaste tu celular sobre la mesa, la tía Nala me dejó hacerlo —confesó—. Dijo que podía invitarlo porque Dante será parte de la familia.

—¿De qué rayos hablas? —se rió.

El niño blanqueó los ojos—De que él y tú van a ser novios.

Emilia comenzó a reír ante lo descabellado que sonaba aquello y negó con su cabeza ignorando aquello que había escuchado. Mataría a su hermana al llegar a casa.

En el transcurso de la tarde, ambos se enfocaron en repasar algunos movimientos que se reproducían a modo de filmaciones en una pantalla, ella le aseguraba que una buena combinación de golpes, le aseguraría la victoria pero que tampoco era necesaria la misma, porque lo que ella esperaba, era que Edward se divirtiera.

En una furgoneta blanca, Thomas en acompañamiento de Paul, llevaron a los amigos de Edward al evento que se desarrollaba en un recinto deportivo adecuado para la práctica de boxeo. El lugar estaba equipado con un ring en el centro, rodeado por asientos para que los espectadores pudieran disfrutar de la acción  de cerca.

A un costado, un escenario estaba en el área designada donde se llevarían a cabo las presentaciones y anuncios que los organizadores utilizarían para presentar a los boxeadores y dar información sobre el evento.

El ambiente estaba lleno de emoción y energía, con familias y amigos animando a los jóvenes boxeadores, que iban desde los ocho a los dieciséis años, mientras dan lo mejor de sí en el ring. Y la parte que más entusiasmaba a Emilia, era que también estaría la presencia de  buscadores de talento, quienes estarían atentos a las actuaciones destacadas y podrían descubrir futuras estrellas del boxeo.

Cuando Emilia se acercó a la mesa de inscripción para corroborar los datos de Edward, se topó con la silueta de Dante, quien iba vestido con un polo color mostaza y una chaqueta con cuello de color azul oscuro, junto con unos pantalones de lino beige y unas zapatillas urbanas blancas. Él le sonrió e inmediatamente ella reprodujo en su mente la vocecita de Edward con las palabras que intercambiaron en la mañana.

Sonrió sin poder evitarlo, sorprendiendo a Dante quien no se esperaba aquello. Por un instante el encuentro que habían vivido hace unas semanas atrás se le cruzó en los pensamientos y creyó equivocadamente que finalmente había roto la barrera que ella tenía a su alrededor. Emilia solo reía en su interior repitiendose que aquella idea y lo que ahora supuso que se trataba de un plan entre su hermana y su hijo, como fanáticos que eran del cantante, se estaba llevando a cabo con éxito, logrando que ambos adultos coincidieran nuevamente en un espacio.

—Si viniste —le dijo ella.

Dante se aproximó a Emilia y se inclinó repentinamente para besar su mejilla de manera rápida, tomándola desprevenida. Ella parpadeó varias veces, intentando salir de su sorpresa y cuando estuvo a punto de darle un golpe en su brazo, se contuvo advirtiendo que estaban rodeados por muchas personas, las cuales aún no habían notado la presencia del famoso.

—Edward dijo que me quería aquí, no podía fallarle a mi fan número uno —miró a los costados, notando como el lugar comenzaba a llenarse cada vez más.

Llevó sus dedos a la punta de su gorra y tiró de ella para cubrir un poco su rostro, provocando nuevamente, la risa de Emilia.

—Lo más probable es que aquí yo sea más famosa que tú, no te preocupes, estrellita —palmeó su espalda y apuntó detrás de él—. Malcom está en la tercera fila del lado izquierdo, cerca del pasillo que va hacia los baños. Ve con él, Nala te ha guardado un lugar.

El cantante asintió y antes de que pudiera decir algo, Emilia se alejó rápidamente, acercándose a una mesa donde había un grupo de personas haciendo una corta fila, presentando papeles. Supuso que era para la inscripción o algo similar.

Observó la ropa que ella llevaba, una camisa verde olivo como sus ojos, unos jeans celestes un poco rasgados en su rodilla y unas zapatillas tipo botas de color rojas. En su hombro colgaba un pequeño bolso marrón con una cadena de oro y unos lentes de sol estaban sujetos a su cabeza.

Ella, a pesar de no llevar nada extravagante, se destacaba con facilidad entre la multitud y en el ambiente que parecía estar adaptado a ella. Mayor fue su sorpresa cuando una multitud de personas la rodearon pidiéndole autógrafos o fotografías a las que ella, gustosamente, aceptó.

Esa misma tarde donde el sol comenzaba a ocultarse, el recinto deportivo se había llenado de expectación. Los espectadores estaban emocionados, esperando el inicio de la competencia de boxeo infantil de diferentes categorías.

Emilia abrazó a Edward una vez más, deseándole suerte y antes de que fuera llamado, lo tomó por los hombros y le dio palabras de aliento, recordando que aquello era un momento que debía disfrutar, independientemente del resultado.

A través del micrófono, el presentador a cargo, solicitó que las dos jóvenes promesas, Edward Higgins y Marco Vega, se acercaran para su enfrentamiento.

Marco Vega era un niño de cabellos oscuros y ojos marrones, un niño nacido en la Ciudad de México que había llegado a San Diego a cumplir su sueño de ser un gran boxeador profesional en el futuro acompañado de sus guantes rojos; en la esquina contraria, con los guantes azules que le había obsequiado Emilia, se encontraba Edward, con su cabello castaño levemente ondulado y sus ojos pardos. Ambos miraban al otro con determinación.

El árbitro llamó a los dos niños al centro del ring, les recordó las reglas y les deseó buena suerte. Luego, la campana sonó marcando el inicio de la pelea.

Edward y Marco comenzaron a moverse alrededor del ring, estudiándose mutuamente. Marco lanzó el primer golpe, pero Edward respondió con una serie de jabs rápidos que sorprendieron a Marco, manteniendo la distancia y desequilibrándolo, permitiendo marcar puntos y mantener el control de la pelea.

A medida que la pelea continuaba, Edward demostró su habilidad y técnica superiores. Aunque Marco era un oponente formidable, Edward parecía tener una respuesta para cada uno de los movimientos con una defensa sólida durante la pelea, manteniendo la guardia alta, siendo capaz de bloquear la mayoría de los golpes de su contrincante.

Tanto Emilia como Thomas, quien lo había observado entrenar, quedaron impresionados por la paciencia del niño, ya que en ningún momento se apresuró. Mantuvo la calma, estudió a su oponente tal y como ella le había dicho y esperó el momento adecuado para lanzar sus golpes, logrando conservar su energía y controlando la pelea.

Finalmente, en el último round, Edward lanzó un gancho de derecha que conectó con la guardia de Marco. Este, se tambaleó hacia atrás, y el árbitro intervino, declarando a Edward el ganador.

Todas aquellas técnicas, combinadas con su determinación y espíritu deportivo, fueron las que llevaron a Edward a la victoria en la competencia.

Emilia se aproximó rápidamente y desde abajo, le gritó al presentador que se trataba de Edward “el relámpago” Higgins.

El público estalló en aplausos mientras Edward levantaba los brazos con una gran sonrisa en señal de victoria y con el entusiasmo a flor de piel, escuchando aquel apodo al que aclamaba la multitud y que ahora le pertenecía.

A pesar de la competencia, Marco se acercó al ganador y le dio la mano, demostrando un gran espíritu deportivo.

Esa misma noche, Edward no solo ganó la competencia de boxeo infantil, sino también el respeto y la admiración de todos los presentes; sin dudas, sería un día que recordarán todos.

Cuando el niño bajó del ring, fue rodeado por los brazos de su madre que lo llenaba de palabras de orgullo y felicitaciones, al igual que el grupo de personas que estaban allí por él. En ese momento, Edward se sintió dichoso al ver a sus amigos allí y a su nueva familia, e incluso a los amigos de su madre y a Dante.

—¡Felicidades, Eddy, lo hiciste increíble! —exclamó el cantante, mientras sacudía el cabello del niño—. Haré una canción de victoria para tí, será la mejor de todas.

El niño se entusiasmó y lo abrazó agradecido—Será la mejor de todas porque tú la harás.

—¿Qué les parece a todos si vamos a celebrar la victoria de Eddy? —preguntó Nathaniel, mientras elevaba las palmas de su mano a la altura de su rostro.

—¡Excelente idea! —exclamó Malcom—. Vamos a casa, podemos hacer una barbacoa y podremos pasar una noche alrededor de la hoguera.

—Como los viejos tiempos —comentó Balthazar, mientras asentía con una sonrisa.

Teniendo aquella idea en mente, todos fueron bienvenidos en la casa de Malcom. Los niños, no tuvieron inconveniente alguno ya que el mayor de todos allí, luego de llamar e insistir tantas veces, había logrado que la directora aceptara y que además, fuera parte de la noche de celebración. Estaba orgullosa del niño y sentía que no se había equivocado en la decisión de permitir que Emilia se hiciera cargo del niño, pues había logrado hacer mucho más en tan poco tiempo que todos los profesionales que habían intentado tratar con el niño.

Ya con la noche estrellada sobre ellos, algunos se encontraban en el interior de la cocina preparando algunos aperitivos y otros estaban afuera en el asador.

Dante se encontraba frente a la hoguera en compañía de Nala, los niños y los hermanos Collins. Entre sus brazos tenía una guitarra con la que animaba la noche, interpretando cualquier canción que le pidieran.

El rasguido de la guitarra de una manera desconocida para todos, captó de inmediato la atención de los que se encontraban afuera, disfrutando de la frescura de la noche. Entreabrió sus labios e inmediatamente, comenzó a formular la letra de una canción nueva y el primer verso se dio a conocer.

Edward, el rey del ring,
Con tu fuerza y valentía, todo lo vences
Tu determinación es inquebrantable,
En cada pelea, eres imparable.

Su voz ronca se acoplaba perfectamente a los cambios que hacía entre cada acorde, maravillado a sus espectadores.

Mientras los niños cantaban y aplaudían alegres, cantando aquella canción sin parar para hacer sentir alegre a Edward, Dante buscó con su mirada a Emilia.

La misma se encontraba lejos de ellos y de Malcom y Paul que se estaban encargando de la parrillada. Ella le sonrió pero luego su atención se vio absorbida por el hombre que estaba frente a ella, que le alcanzaba una botella de cerveza sin alcohol, mientras él bebía de una que sí tenía aquel componente.

Miró intrigado al hombre pelirrojo de facciones cuadradas y pómulos prominentes que entablaba una conversación tan natural con ella que sintió la envidia reverdecer en su interior.
Sus ojos azules le dirigieron una dura mirada de advertencia al cantante y este se exaltó, no comprendiendo lo que estaba sucediendo.

—Estás frito, hermano —le dijo Balthazar, mientras miraba las chispas que salían del fuego.

—¿Por qué lo dices?

Nathaniel sonrió mientras el reflejo de la luz que emitían las llamas, le aclaraban el cabello rubio y le aportaba sombras y luces a su rostro de tal manera que lo hacían ver siniestro. Balthazar miró con desagrado a su hermano, a sabiendas de que diría alguna estupidez.

—Se dice que la presencia de una bestia pelirroja merodea a la princesa esta misma noche. Una bestia sedienta de sangre que… —comenzó su relato.

Balthazar blanqueó los ojos y empujó a su hermano, provocando que éste cayera de espaldas del asiento dónde se encontraba.

—Ignora al inadaptado —intervino—. Joss ha estado enamorado de Emilia desde hace mucho tiempo. Es como su maldito perro guardián, no tendrás oportunidad de acercarte a ella si está él.

—¿De verdad es así? —preguntó intrigado.

El cuerpo de Nathaniel se alzó por detrás del cantante y posicionándose a su lado, lo asustó—Lo que dice mi hermano es cierto, puedes intentar acercarte pero te advierto que Joss tiene un muy buen gancho derecho —le advirtió—. No creo que quieras arruinar tu delicado rostro, siendo que es lo que te da de comer.

Los hermanos Collins esta vez, rieron estando de acuerdo.

El escándalo que hacían era tanto, que Emilia les dirigió una mirada, encontrándose con el rostro afligido del cantante que tenía a un hermano a cada lado, diciendo cosas que no lograba escuchar. Sonrió para sí misma ante lo divertida que le resultaba aquella escena.

—¿Quién es? —le preguntó una voz grave a su lado, mientras seguía la mirada de ella.

—Es un amigo de Malcom, lo conocí no hace mucho… —respondió distraída—... es agradable. Eddy lo admira muchísimo y quedó aún más encantado cuando nos acompañó al parque de diversiones.

—¿Saliste con él? —interrumpió.

Emilia lo miró—Sí, fui con Edward.

—No me agrada, a leguas se nota que es un mal tipo —espetó molesto.

—Ya basta, Joss. No puedes juzgar a las personas sin conocerlas.

—Y tú no puedes confiar en cada persona que ves, Emilia —la reprendió—. ¿Acaso no te acuerdas de Dylan?

Ella lo miró molesta, ¿cómo era que se había atrevido a mencionarlo siguiera?, odiaba escuchar su nombre repulsivo y solo Joss sabía cuánto dolor le había ocasionado aquella ruptura amorosa.

—¿Cómo no recordarlo?, si lo mencionas cada vez que una persona no es de tu agrado —respondió.

—Li-li, ven aquí. Perdóname… —murmuró comenzando a caminar detrás de ella.
—Olvídalo.

Emilia se alejó de él ignorando sus llamados y se dirigió al círculo alrededor de la hoguera, donde se abrió paso entre Nathaniel y Dante, para tomar asiento a su lado, lejos de la cercanía de Joss.

Dante notó que habían mantenido una corta discusión y que el ánimo de ambos había decaído, casi que podía ver el humo que les salía por las orejas pero se contuvo de decir algo y miró de reojo como Balthazar se hacía el desentendido de la situación.

Sintió una gélida mirada como una daga perforando su cráneo y cuando elevó su vista, se encontró con la profunda y penetrante mirada de Joss, quien con un solo movimiento para alzar una de sus cejas, había dado una orden sin palabra alguna para Nathaniel, obligándolo a levantarse y posicionarse en otro lugar, quedando Emilia al medio de ellos dos.

Ella decidió ignorarlo mientras las risas reprimidas de los hermanos Collins se escuchaban como dos niños planeando travesuras.

Dante, jamás en su vida, se había sentido tan fuera de lugar y amenazado como en ese momento. Deseo estar en la seguridad de su habitación de hotel, antes de seguir sintiendo la aplastante aura del pelirrojo a pocos metros de él.

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