
Capítulo 10.
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Las ramas de los árboles se sacudían levemente debido a la leve brisa marina que lograba abrirse paso entre las primeras calles alejadas de la costa. El cielo estaba levemente nublado y pintado con una gama de colores preciosa entre el naranja y el morado; sin que se dieran cuenta, el día había transcurrido rápido y entre risas y bromas, fue la mejor tarde para los tres.
Emilia se encontraba recostada sobre el asiento mientras tenía la mirada perdida en el cielo, escuchando la respiración tranquila de Edward que había caído rendido al haber caminado y corrido de un lado a otro, intentando conocer cada lugar, hasta el más pequeño, que tenía el parque.
—¿Puedes dejarme en casa de Malcom? —preguntó ella en un murmuro.
Dante frunció su entrecejo y aprovechando que estaba en un semáforo en rojo, la observó intentando analizar aquel tono que había empleado para pedirle aquello. No había sido un simple murmullo como cuando estás agotado por haber pasado un día genial, era un tono de voz que debido a los nervios vibraba.
—Claro… —asintió—... pero, ¿estás bien? —preguntó en parte por cortesía.
No estaba seguro de si ella le respondería, había notado lo reservada que era y sentía que aún no tenía ni una pizca de confianza en él. No por ello, iba a dejar de ser amable, así que intentó decirle que estaba bien si no quería responderle, pero antes de poder emitir sonido alguno, ella se removió en su lugar y suspiró mientras apoyaba el peso de su cabeza sobre su mano derecha y ahora se dedicaba a observar a las personas que iban y venían en diferentes direcciones, absortas de lo que ocurría a su alrededor.
—Es irónico que una persona como yo, que ha entrenado toda su vida para pelear con otras personas, le tenga miedo a decirle la verdad a sus padres… —comentó y volvió a suspirar.
—¿A qué te refieres? —inquirió, mientras ocultaba una sonrisa—, no creo que la palabra miedo esté en tu vocabulario tampoco.
Aquello les provocó una leve risa al recordar el momento donde Dante estaba en el tramo más alto de la montaña rusa y soltaba plegarias a diestra y siniestra; la situación en sí, se sentía como un sueño para él, se sentía como un adolescente enamorado el cual estaba agradecido con Dios, por haber recibido la atención de la chica que le gustaba.
Emilia lo miró por un ínfimo segundo, antes de cerrar sus ojos, de pronto volvía a sentirse extremadamente agotada y le atribuyó aquella sensación, esta vez, a la grandiosa tarde que había tenido.
—Malcom no sabe nada sobre Edward… —murmuró—..., le pedí a mis amigos que no le dijeran nada. Edward es un niño muy dulce, fuera de lo temperamental que pueda llegar a ser frente a otras personas; me aterra la idea de que quizás, Malcom pueda decir algo que lo lastime.
Dante sonrió ahora sí y carraspeó su garganta—Bueno, siempre he creído que hay distintos tipos de miedos y el tuyo es un miedo muy noble —la miró de reojo, notando como ella ahora lo miraba por completo—. No es irónico, los hijos, aunque no lo queramos y a pesar de que no nos hayan hecho algo, tenemos miedo de nuestros padres. Miedo a defraudarlos por las decisiones que tomamos —llevó una de sus manos a su cabello y lo frotó levemente—. Mi madre siempre, desde que tengo memoria, ha sido una mujer amorosa y eso no quita el hecho de que no le tenga miedo.
—¿También tuviste miedo cuando se esparcieron las noticias de tu hijo? —preguntó empleando un tono de inocencia, pero en el fondo, ella quería saber más al respecto.
El semblante de Dante se desfiguró en un santiamén, como si un edificio en ruinas se viniera abajo. Sus ojos chispearon en enojo contenido, sus nudillos se volvieron blancos debido a la fuerza que ejercía sobre el volante y su quijada se movía suavemente en señal de que estaba apretando los dientes.
—Eso es diferente —se limitó a responder. Sin observarla, detuvo el andar de la camioneta y apagó el motor mirando enfrente—. Llegamos —anunció sin más.
El tono gélido que había empleado, la hizo sentir un poco fuera de lugar, ¿cómo era que con una simple pregunta, el chico divertido y sonriente se había evaporado?.
«¿Acaso es un robot y cambió de personalidad como si fuese un chip?», se preguntó.
Se dirigió a los asientos traseros de la camioneta y sostuvo la puerta para Dante, quien sin pensarlo dos veces, había decidido cargar al niño en brazos y llevarlo.
—No tienes por qué hacerlo. Dámelo, puedes irte —intentó tomar al niño pero fue en vano, ya que el cantante se hizo a un lado esquivando su cuerpo y caminó en dirección a la entrada.
—¿Quién dijo que me iría? —preguntó, comenzando a subir los pequeños escalones principales—, me quedaré como tu plan b. Si algo no marcha como quieres, escaparemos —relamió sus labios y le sonrió ampliamente.
Ahí estaba otra vez aquel brillo que adornaba sus orbes fuera de lo común, la combinación de colores eran más claros; y ella se detuvo por un instante a medio camino, mirándolo extrañada no logrando seguirle el ritmo a sus cambios de humor.
Pero esta vez, no iba a negar que aquello que le había dicho, le agradaba más de lo que hubiera imaginado y lo agradecía.
En absoluto silencio, ambos ingresaron en la mansión. Emilia mordía la punta de su lengua tratando de abstenerse a soltar un vómito verbal ni bien estuviera frente a sus padres, suspiró incontables veces a tal punto que había logrado poner nervioso a Dante.
Lo primero que visualizaron, fue la silueta de Nathaniel recostado en el amplio sillón. Llevaba puesta una camiseta básica de color roja y una sudadera con capucha de color negra con dos líneas blancas alrededor de la manga, estaba descalzo, pues al ingresar se había quitado el calzado para no ser regañado por Josie. Sus ojos, casi de inmediato al descubrir que entre los brazos del músico se encontraba Edward, se abrieron de sopetón y cambió la postura sentándose recto.
—Te volviste loca —le dijo su amigo, mientras negaba rápidamente.
—Cierra la boca —le susurró con molestia.
Mientras ambos mantenían una discusión entre susurros, en ese instante, Dante había notado cómo era la verdadera Emilia al estar con personas que tenían su confianza absoluta. Sus ojos, pese a que estaban oscuros, eran capaces de emitir su propio brillo y a pesar de que el entrecejo lo tenía fruncido levemente, le era inevitable ocultar la amplia sonrisa que tenía en su rostro.
Por más de que el momento parecía ser el mejor para poder integrarse en la conversación, se mantuvo callado y no pudo evitar sentirse nervioso ante la imponente presencia de Malcom, quien estaba sonriendo hasta un segundo antes de visualizar al niño entre los brazos del cantante.
—Nath, por favor dile a Dante donde queda mi habitación, para que pueda dejarlo allí —le rogó con la mirada que se abstuviera de decir cualquier clase de comentarios al respecto y como si este le hubiera entendido por completo, solo asintió y comenzó a subir escaleras arriba seguido del artista.
—¿Qué sucede? —preguntó su padre, mientras cruzaba sus brazos por sobre su pecho.
Emilia suspiró—Tenemos que hablar —contestó, mientras tomaba asiento en el apoyabrazos del sillón y miraba fijamente a su padre, para luego llevar ambas manos a su rostro y frotar el mismo con desesperación—. Ese niño, es mi hijo, Edward… —murmuró.
Malcom dejó escapar una carcajada y se lanzó de lleno en el mueble, para después mirarla fijamente y darse cuenta de que ella no estaba bromeando. Jamás en sus años criando a Emilia, la había visto tomar una decisión tan imprudente como la que le acababa de comentar. La miró con desaprobación y comenzó a negar con su cabeza a medida que la seriedad teñía sus facciones.
—¿En qué estabas pensando cuando lo hiciste?
—Ese es el problema, no estaba pensando —respondió ella, intentando poner un poco de humor a la situación pero su padre no iba en la misma sintonía.
—Emilia, tener hijos no es fácil —le recordó—. No se trata de simplemente ponerle tu apellido y ya está. Tienes que invertir tiempo y dinero, y precisamente, tiempo es lo que te falta —insistió—. ¿De dónde sacaste al niño? —preguntó nuevamente.
Ella suspiró—Edward es parte del grupo de niños que he estado entrenando en las últimas semanas. Si tan solo lo vieras, papá, verías el increíble talento que yo veo en él —dijo entusiasmada, mientras tomaba asiento a su lado.
Su padre la observaba en silencio, analizando el matiz de emoción en la voz de su hija y el brillo en sus ojos al hablar del niño. Escuchó atentamente como ella le relataba todo lo que había descubierto de la vida de Edward, lo conmocionado que estaba cuando ella le dijo que lo adoptaría y lo feliz que estuvo ese día cuando salieron junto a Dante al parque de diversiones.
Malcom suspiró y frotó su frente intentando aclarar su mente y no enojarse por como había hecho las cosas su hija, porque había formas de hacerlo y a ella le había importado un comino por actuar con impulsividad.
—¿Edward, dices que se llama? —le preguntó, mientras la mirada de reojo y ocultaba una sonrisa.
Emilia asintió y se abalanzó sobre él para darle un abrazo, tomándolo desprevenido, ya que su hija no solía ser demostrativa de afecto; tenía sus muchas otras formas de hacerlo y dar abrazos no era una de ellas, precisamente. Comenzó a pensar, casi de inmediato, que a lo mejor el niño que estaba junto a ella era el motivo por el cual ella había dejado caer su muralla de protección, porque no solo se trataba del afecto, sino que también había notado por la manera de hablar sobre Dante y su buena predisposición para relacionarse con el niño ese día, que ella tenía algo diferente esa vez.
Ella se sentía tranquila y feliz, a pesar de que no demostraba esto último, debido a que
Algo risueña, después de haber intercambiado una corta conversación agradable, Nathaniel y Dante aparecieron y se unieron a ellos. En algún punto del intercambio de palabras, Emilia había dejado escapar un gran suspiro cuando su cuerpo se acopló al respaldo del sillón.
Sus ojos se cerraron lentamente y antes de que pudiera marcharse a la habitación a dormir, se había desvanecido en aquel lugar.
De pronto se sentía débil, sin ganas de vivir y por alguna razón, estaba de pie frente a una camilla metálica y al mirar a su alrededor, notó que no había nadie más que ella y una extraña persona. Un par de gritos la sobresaltaron, un llanto desgarrador no dejaba de hacer eco entre las cuatro paredes en las que estaba atrapada y un escozor en su garganta provocó que llevara sus manos a aquella zona.
«¿Acaso… fui quien gritó? », pensó.
Un pitido constante le causó migraña, giró su rostro hasta donde se encontraba la camilla y a paso lento, se aproximó para ver de quién se trataba aquella persona que tenía el rostro cubierto. Con determinación, tomó la sábana blanca con sus manos que habían comenzado a temblar y una gota de sudor frío le recorrió la columna al momento de tirar de la sábana. Casi se cae de espaldas al ver el reflejo de su rostro sin vida. El pitido del marcapasos se transformó en un sonido ensordecedor, su corazón había dejado de latir y a pesar de que sintió como el pecho le dolía de una manera intensa, no pudo evitar derramar lágrimas mientras miraba todos los cables que estaban conectados a aquel cuerpo que le resultaba ajeno.
De pronto todo a su alrededor comenzó a sacudirse y lo que antes era una imagen clara de su cuerpo sin vida en una habitación de hospital, ahora era un espacio en negro, donde solo distinguia suavemente el murmullo de personas a su alrededor.
—¡Emilia! —escuchó el grito de una mujer cerca de ella. La mencionada se sobresaltó saliendo de aquella pesadilla y con la mirada perdida y la mano en el corazón, la silueta de Josie comenzó a hacerse nítida—, ¿te sientes bien? —le preguntó con preocupación.
—Si… —balbuceó—... ¿me quedé dormida? —frotó sus ojos con una de sus manos mientras se enderezaba en su lugar.
—Yo no diría dormir, más bien te desmayaste —respondió Nala, cuya presencia había pasado por alto su hermana mayor.
—¿Segura estás bien? —insistió Josie, su entrecejo estaba fruncido en señal de absoluta preocupación.
Emilia asintió y sonrió con los ojos apenas abiertos—Tranquilas, estoy bien. No se preocupen.
—No nos pidas eso, tremendo susto el que nos diste —comentó su hermana.
—Pero estoy aquí, perfectamente —se apuntó a sí misma—. Cálmate, hermana mía, no me he ido aún como para que te adueñes de mi habitación —dejó escapar una carcajada.
La menor blanqueó los ojos y se marchó en dirección a la cocina, seguida de su madre. Con lentitud, Emilia se colocó de pie y caminó detrás de ellas, encontrando la vista de su padre junto a Nathaniel y el niño, jugando en el jardín con un par de guantes de boxeo, el cual Edward los llevaba puestos para golpear al rubio según las indicaciones de su abuelo.
—¿No te has ido aún? —preguntó ella, mientras tomaba asiento a un lado de Dante.
Este elevó sus hombros despreocupado y continuó mirando al niño con una sonrisa en sus labios—No me imaginé que fuera tan bueno, Edward tiene muchos talentos ocultos —respondió—. No puedo dejar de verlo, además, tu amigo hace caras graciosas —comentó y luego soltó un par de risas que Emilia imitó.
Ambos miraron como Nathan se quejaba de no querer continuar con el juego, mientras se acariciaba el abdomen tras haber recibido una paliza por parte del niño.
Ella codeó a Dante y sonrió acercándose a él—Disfruta mientras sea gratis, luego tendrás que pagarme para verlo pelear.
Mientras ambos parecían sumidos en una pequeña conversación entre susurros y toqueteos tontos, como un par de enamorados, ante los ojos de su madre; Josie y su hija menor intercambiaban miradas cómplices y oprimían chillidos de típicas fanáticas de series coreanas, cuando finalmente llegaba la escena que tanto habían esperado ver.
Emilia comenzó a bostezar nuevamente, mientras se quejaba levemente, esperando no ser escuchada pero había resultado en vano, ya que su madre se había dado cuenta de ello.
—¿Qué ocurre? —le preguntó de inmediato, mientras se acercaba a ella bajo la atenta mirada del cantante.
Su hija mayor negó con su cabeza—Nada, solo me siento cansada aún —mintió.
—Deberías ir a recostarte y descansar un poco más. Dante, hazme el favor y ayudala a llegar a la habitación —le indicó con una mirada a la que no le podía decir que no. Esa misma mirada cuando su madre le ordenaba algo que debía acatar sí o sí.
Mientras él se colocaba de pie, podía escuchar como Emilia refunfuñaba por lo bajo al estar en completo desacuerdo con lo que su madre pedía pero en cuanto los cálidos dedos de Dante tocaron su cintura, se mantuvo en un silencio sepulcral.
El cantante pasó uno de sus brazos por su espalda para ayudarla a subir las escaleras ya que había notado que le faltaban fuerzas, se resistió ante el repentino deseo de tomarla en brazos para ayudarla a subir e hizo como si no se hubiera dado cuenta de la falta de fuerzas de ella, atribuyendo aquello al día tan movido que habían pasado juntos. Bajo las indicaciones de ella, finalmente llegaron a la habitación que le pertenecía a ella cada vez que decidía quedarse en la mansión Forks.
—Gracias —le dijo ella, una vez que comenzó a tomar asiento sobre la cama.
Dante sonrió y negó con su cabeza, estar cerca de ella le agradaba. La observó fijamente así como ella lo miraba, y sintió el preciso momento en el que sus respiraciones se mezclaron a causa de que él estaba levemente inclinado sobre ella. Sus orbes de extraña combinación se posaron sobre los labios pronunciados de Emilia, al notar como esta los tenía entreabiertos, soltando un suspiro que no había logrado contener.
Mientras uno no podía evitar pensar en querer concretar la acción de unir alguna parte de su cuerpo, la otra se encontraba en un conflicto interno al no poder sacarse de la cabeza la imagen de aquella mujer embarazada.
—Deberías irte —intervino ella, apartando la mirada y el rostro de él, concentrándose en el primer objeto que tenía enfrente—, tu familia debe estar esperándote.
—¿Mi familia? —preguntó aturdido, viendo como Emilia se alejaba.
Ella asintió mientras se colocaba de pie y le daba la espalda—No te hagas el tonto, sabes de lo que hablo.
Dante suspiró y frotó su cabello con desesperación mientras la seguía por toda la habitación, tratando de finalmente, explicarle lo que sucedía—Marie Davies no es mi novia, es una amiga —explicó, rápidamente.
—No tienes que explicarme nada —sacudió su cabeza, mientras presionaba su mano derecha sobre su pecho para empujarlo lejos de ella.
Él atrapó su mano y la sostuvo en aquel lugar, impidiendo que siguiera moviéndose—Tal vez, pero quiero hacerlo —se aproximó a ella aún más, Emilia sintió que la saliva se le hacía espesa y no podía tragar debido a los repentinos nervios que la atacaban—. Los medios de comunicación sólo suponen cosas sin saber del todo la verdad. La verdad es que ese bebé no es mío. Marie rompió la regla de oro de no relacionarse íntimamente con el personal de la empresa, mi representante y la suya, hicieron un acuerdo donde no íbamos a desmentir o aceptar lo que supusieron con tal de proteger a la madre del bebé.
Emilia lo miró extrañada—¿De qué hablas? —inquirió—, eso es absurdo. ¿Y qué hay de tí?
Dante bufó, mientras miraba hacia un costado—Lo mío vale mierda a su lado, mi representante me ha obligado a aceptar porque le debemos el favor —respondió con amargura.
Emilia quedó consternada, ¿cómo podían ser capaces de hacerle algo como aquello? Se sintió incapaz de mirar a los ojos a Dante. Ella quería saber la verdad desde un principio, pero de entre todas las cosas que imaginó, ninguna era sobre que el cantante se veía obligado a seguir con aquel juego, arriesgando su propia carrera y mucho menos se esperó, que a su representante no le preocupara.
De repente decidió mirarlo nuevamente, encontrándose con el ceño fruncido de él y como movía sus labios levemente, mordiéndose la piel del interior debido a la evidente ansiedad y estrés que le generaba la situación. Si ella hubiera estado en su lugar, las cosas serían diferentes, definitivamente.
«Vaya mierda que te tocó…», pensó.
Se removió en su lugar percatándose de que su mano seguía sobre su pecho y que él aún le sostenía la mano, fue traicionada por su propio cuerpo y sus dedos se movieron por sí solos, ejerciendo una leve caricia en aquella zona que captó la atención de Dante casi de inmediato.
Emilia no sabía si creerle a ciegas, estaba un poco inquieta porque sentía que tenía más dudas que respuestas pero tampoco se sentía con el derecho de seguir preguntando para calmar su curiosidad de la vida ajena. Ella no era nadie, pero por algún motivo que aún no lograba comprender, le molestaba no ser nadie.
Miró sus ojos verde olivo que danzaban con el azul capri en una intrigante combinación extravagante y majestuosa, estaba buscando alguna señal que indicara sus mentiras pero no había nada y contuvo el aliento al darse cuenta de que, por primera vez después de Dylan, estaba sintiendo miedo a enamorarse nuevamente. No quería enamorarse, no quería sufrir, no quería decepcionarse porque no había funcionado.
Dante movió rápidamente una mano frente al rostro de ella que parpadeó rápidamente reaccionando—¿De verdad te sientes bien? —le preguntó y se inclinó para mirar sus orbes de carbón.
—Sí, lo estoy.
Él negó—Dime la verdad, Emi.
El cuerpo de Emilia vibró ante aquel repentino tono de voz de preocupación que él había empleado y el apodo que, si bien no era nada fuera de lo común, la pronunciación que le daba era especial; la cercanía de su cuerpo y el calor sutil que emanaba acompañado de aquella colonia almizcleña que ahora podía percibir con mayor claridad, la habían puesto realmente nerviosa a tal punto que cerró sus ojos al sentir que no podía sostenerle la mirada o haría alguna imprudencia.
«¿Le digo o no?», se cuestionó en sus pensamientos.
Dante no poseía una altura descomunal, por el contrario, su estatura era promedio y Emilia podía fácilmente alcanzar sus labios si se elevaba en puntas de pie.
Sintió como la mano de él le daba un apretón y la piel de su frente hacía contacto con la suya luego de que se inclinara en silencio, ambos esperando por lo mismo.
—Bésame, Emilia… —suplicó él, en un débil susurro.
Y no hubo tiempo para arrepentirse, pues aquellas palabras sirvieron para impulsarla a cometer aquel acto que estaba anhelando. Ambos se fundieron en un beso ansioso y apasionado que, aunque no lo reconocerían, lo deseaban desde el primer instante en el que intercambiaron miradas.
Los finos dedos de la mano libre que Emilia tenía se enredaron entre los mechones más largos del cabello de Dante; él en cambio, posicionó su mano libre en la espalda baja de ella para poder acabar de una vez por todas con la distancia mínima que le impedía sentir su cuerpo.
Aquel beso, fue tan lento que se convirtió en una tortura divina.
Pero tan pronto como ambos se separaron por falta de aire, Dante depositó un casto beso sobre la frente de ella y sonrió sintiéndose extrañamente feliz y entusiasmado.
—Deberías irte... —murmuró ella, sin ser capaz de verlo a los ojos.
Dante borró la sonrisa de su rostro y frunció el entrecejo, retrocediendo dos pasos—¿Quieres que me vaya? —preguntó mirándola fijamente. Ella asintió lentamente y el cantante sintió un sabor amargo en el interior de su boca—, ¿por qué? —quiso una explicación a su repentino comportamiento.
Él había creído que ambos estaban en la misma sintonía.
—Tengo miedo... —susurró dudosa, tratando de buscar las palabras adecuadas para expresarse—... no quiero volver a enamorarme.
—¿Crees que podrías enamorarte de mi? —preguntó él, suavizando su entrecejo.
Ella blanqueó los ojos y se alejó de él, para volver a tomar asiento sobre la comodidad de su cama; esta vez, Dante no la detuvo pero si la siguió con la mirada y se acercó a ella, quedando de pie a su lado.
—No fue lo que dije.
—Lo sé, pero quiero saberlo —asintió y luego se agachó para conectar sus miradas—. Quiero saber si tengo la posibilidad de enamorarte.
Ella elevó sus hombros y fingió desinterés mirando en distintas direcciones—Quién sabe. A lo mejor si me escribes una canción, lo pensaré.
Dante asintió aceptando el desafío que ella le había puesto, incluso si sólo se trataba de una broma, él estaba considerando hacer una canción basada en ella ya que no podía sacarla de su cabeza.
El bostezo de Emilia lo trajo de regreso a la realidad y recordó el motivo por el que estaban allí, así que se despidió de ella y antes de marcharse, le robó un beso rápido, un poco tosco a causa de que intentaba no ser atrapado por ella pero Emilia logró alcanzarlo sin mucho esfuerzo y lo golpeó en el brazo provocando la risa de ambos, como dos niños que escondían un secreto.
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