Capítulo tres.
Un par de patrullas rodeaban la casa, mientras los vecinos veían con horror y pesar la escena. Eunji se encontraba hablando con un oficial, explicándole lo sucedido, mientras un equipo de criminología investigaba la propiedad.
Habían mandado a activar la "Alerta Amber" después de que la mujer les mostrara la nota que encontró bajo la cama.
Lee Eunji se encontraba totalmente horrorizada sin creer aún que aquello le estuviese pasando. Su pequeño bebé había sido apartado de su lado, sin que ella se diera cuenta, por un psicópata que sabría Dios que haría con su hijo.
Su corazón estaba hecho trizas.
—Señor —escuchó a su lado, observando como uno de los hombres uniformados se acercaba a ellos— El señor Kim encontró algo de tejido en la corteza del árbol que está cerca de la ventana del cuarto del niño. También se encontraron marcas de aceite en un callejón cerca de aquí, al lado había un pañuelo bañado en cloroformo. Creemos que el sujeto ya tenía planeado el secuestro del menor desde hace tiempo —informó, causando un mal sabor en la señora Lee.
—Muy bien, que sigan registrando el perímetro por si encuentran algo más.
Lágrimas se acumularon de nuevo en los acaramelados ojos de la castaña, su hijo era objetivo de un lunático. Sintió que su alrededor le daba vueltas, y cuando menos lo esperó cayó en la inconsciencia bajo la preocupada mirada de los presentes.
—¡Llamen a una ambulancia! ¡Ya! —gritó el oficial mientras en sus brazos recargaba el inerte cuerpo de la señora Lee.
...
Lentas y suaves caricias eran repartidas en sus rubios cabellos, las cuales le despertaron lentamente de su sueño.
Se sentía cómodo y abrigado gracias a las colchas que lo aguardaban, abrió con lentitud sus ojitos viendo el panorama algo borroso. Hasta que detalló que nada de lo que había en aquella habitación le pertenecía y que aquella mano que acariciaba sus cabellos no se sentía igual a la de su madre.
Se incorporó con rapidez fijando su mirada a su lado, encontrando la figura de un hombre pelinegro de buen rostro que lo observaba con una sonrisa amable.
—Veo que ya despiertas, lindo solecito. ¿Has dormido bien? —preguntó el hombre desconocido con voz algo ronca.
De repente, los recuerdos de lo sucedido en la noche llegaron a su mentecita poniendo en completa alerta a todo su cuerpo, paralizándolo en su lugar. El monstruo lo había raptado.
Las lágrimas se arremolinaron en sus brillozos ojito y sin esperar ni un segundo, bajaron empapando sus pecositas mejillas. Sintió una mano fría en su mejilla que lo hizo sobresaltarse.
—Shh, tranquilo. Si eres un buen niño no te pasará nada, ¿Si? —sonrió el hombre en grande, terminando de limpiar las lágrimas de su rostro.
—¿Qu-Quién es uste-ed? —preguntó segundos después, con voz baja y temblorosa.
El sujeto pareció divertirse con su pregunta, levantándose y empezando a caminar alrededor de la cama.
—Lindo solecito, tu pregunta es muy buena, y la respuesta depende de quién pregunte —dijo sin apartar su mirada de él— Para las personas que no me conocen, soy alguien más que camina por las calles. Para las autoridades, soy un vil y horripilante psicópata muerto —hizo una pausa, llegando a su lado y tomando un mechón de su cabello, jugando con este— Y para ti, pequeño niño, soy el horrible monstruo que se ha fijado en ti.
Aquellas palabras se repitieron coml un bucle sin fin en su cabeza, el monstruo se lo había llevado, lejos de su casa y de su madre. Un sollozo de dolor y angustia fue el que dio paso a su llanto, que parecía serie indiferente al hombre frente a sí. Se recargó contra el respaldo de la cama, mientras abrazaba sus rodillas observando con ojos inquietos y acuosos al hombre moverse de nuevo en la habitación.
Lo vio tomar una pequeña bandeja de la mesita de noche que se encontraba al lado de la cama donde se resguardaba, y con una sonrisa la acercó hacia él.
—Supuse que tendrías hambre cuando despertaras así que prepare algo para ti —dijo, dejando la bandeja cerca de sus pies— Más te vale comértelo, solecito. No querrás hacerme enojar.
La advertencia le dio escalofríos, y con el miedo corriendo por su cuerpecito tomó la bandeja con manos temblorosas. Podía apreciar en un bowl mediano un poco de carne, y en otro algo de arroz, acompañados de lo que parecía ser jugo de naranja.
Pasó saliva, y sin querer pensarlo mucho tomó el cubierto y con cuidado agarró una porción de carne llevándosela a la boca. Estaba rico.
Un poco más calmado siguió comiendo, disfrutando de lo que probaba bajo la mirada brillosa del hombre. De pronto sus dientes masticaron algo duro, con extrañeza abrió su boca y sacó el objeto no masticable.
Sintió su sangre abandonar su rostro, y a las arcadas tocar su garganta. Entre sus pequeños dedos sostenía un diente no muy grande, seguramente perteneciente a un niño.
La bandera que residía entre sus piernas fue lanzada lejos junto a su contenido en el momento en que se levantó con prisa de la acolchada cama, terminando por devolver todo lo que había ingerido en el suelo.
Su garganta picaba, y su vista era borrosa. Había comido carne humana con gusto y un sentimiento de terror, angustia y asco se asentaba en su interior.
Sintió la gran figura del hombre tras de sí, y sin esperarlo sus cabellos fueron agarrados con fuerza e ira, incorporándolo del suelo mientras quejidos de dolor abandonaban sus labios.
Fue lanzado de vuelta a la cama, y sin poder reaccionar completamente lo sucedido sintió un intenso ardor en su mejilla izquierda. Lo había abofeteado.
—Te dije que tenías que comerte todo, solecito. ¿Y qué has hecho? ¡Devolverlo todo en el suelo! —gritó el hombre, completamente enojado— Había guardado especialmente para ti mi mejor reserva de carne, y así la desperdicias.
El hombre dio un par de vueltas sobre su eje, pasando repetidas veces sus manos por sus negros cabellos. Cuando se hubo calmado, volvió a mirarlo con una sonrisa que mandó escalofríos por la columna del menor.
—Te ganaste un castigo, pequeño. No comerás nada hasta que el sol vuelva a surgir en la mañana. Así aprenderás a obedecer mis órdenes, sí —susurró algo inentendible para el niño, surcando una extraña sonrisa temblorosa en sus labios— No te muevas de ahí, volveré para limpiar tu desastre.
Y sin más, abandonó la habitación dejando al pequeño en la cama mientras gruesas lágrimas bañaban su rostro.
El pequeño Felix de doce años nunca hubiera imaginado que su vida cambiaría de repente, y de la peor manera posible.
Volvió a sollozar con fuerza, añorando haber despertado en brazos de su madre y no en aquella cama junto a un lunático que lo había apartado de su vida de manera cruel e inesperada.
Y aquello sólo comenzaba.
Esto va tomando formita lskdn, vendrán algunas cosas desagradables, datos interesantes y pequeñitos saltos temporales
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