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Capítulo cuatro.

Después de haber limpiado lo que su estómago le había implorado sacar, el hombre pelinegro no volvió a aparecer en la habitación.

Se mantuvo sentado en la cómoda cama, abrazando sus piernas contra su pecho mientras miraba a la nada.

En su mente se preguntaba por qué le estaba pasando eso, ¿había hecho algo malo? Simplemente no lo entendía. Gruesas lágrimas caían por sus mejillas, bajando por su mentón hasta caer y perderse entre las sábanas.

No supo por cuánto tiempo estuvo llorando, fijándose después que la luz que entraba por aquella ventana pertenecía a la luna.

Había caído la noche.

Unos cuantos toques en la puerta de la habitación lo pusieron alerta, sintiendo el miedo volver a recorrerle cuando la cabeza del pelinegro se asomó por la pequeña abertura, sonriéndole con aquella calma que le ponía los pelos de punta.

—Buenas noches, solecito. Es hora del baño —dijo el hombre con tranquilidad, entrando por completo a la habitación.

Inconscientemente retrocedió hasta sentir el frío de la pared contra su espalda, pero el hombre pareció ignorar aquello. Tendió una de sus manos hacia él, invitándolo a tomarla.

Pasaron algunos minutos y no se atrevió a tomar la mano contraria, llevando su mirada al rostro inmutable del mayor que no parecía afectado ante su actitud, contrario a lo que pensaba, el hombre solo ensanchaba más su sonrisa. Sintiendo un par de escalofríos recorrerle por la espalda decidió que era mejor obedecer al azabache.

Con una mano temblorosa agarró la impropia, sintiendo un suave apretón ejercido en su pequeña mano. Con suavidad el hombre lo jaló fuera de la cama ayudándolo a pararse de esta, y después lo dirigió con tranquilidad fuera de aquellas cuatro paredes que había contemplado desde que despertó.

Recorrieron un pasillo algo oscuro, en total silencio, hasta que por fin llegaron frente a una puerta de madera blanca la cual supuso sería el cuarto de baño. El hombre azabache abrió la madera con tranquilidad, revelando un espacioso y bonito baño. Lo guió dentro del lugar, y después de haber entrado tras de sí cerró la puerta.

El temblor en su cuerpo pareció incrementar al verse de nueva cuenta a solas con el azabache, quien permanecía inmutable ante su sentir. Sintió su mano ser soltada, y vio como el hombre caminaba hasta la espaciosa tina, abriendo el grifo para empezar a llenarla.

Su estómago se encontraba revuelto. No quería tomar un baño, no con la presencia de aquel hombre en la habitación.

Unos cuantos llamados lo sacaron de su mente, observando al azabache sonreírle tranquilamente al lado de la, ya lista, bañera. Un nudo en su garganta se hizo presente, y parecía crecer a cada paso que daba hasta la bañera, y una vez que estuvo frente a este se perdió en la imagen de su reflejo.

Tan solo habían pasado unas cuantas horas y ya lucía fatal. Su pecho se oprimió y sintió sus ojos humedecerse de nuevo.

—Solecito, debes quitarte tu ropa. No puedes entrar con ella a la tina —murmuró en voz baja el mayor, con algo de burla y ternura en su tono.

Con manos temblorosas tomó el dobladillo de su camiseta de pijama, empezando a levantarla con temor hasta que ya no sentía la suavidad y calor de esta. El frío invadió su torso, terminando por abrazarse a sí mismo para mitigarlo, observó al hombre mirarlo con parsimonia, esperando a que terminara de desvestirse, y sintiendo sus lagrimas a punto de abandonar sus ojos, terminó por sacar las ultimas prendas que lo protegían de la mirada del azabache.

Una sonrisa abarcó el rostro del susodicho quien, tomándolo de la cintura desprevenidamente, lo ingresó con suavidad al interior de la tina. La caliente respiración del hombre mayor se encontraba entre su cuello, causándole una mala sensación.

—¿El agua está bien para ti, solecito? —Sintió las palabras chocar contra su nuca, y sin saber si era cierto o no, asintió despacio.

Las rasposas manos del mayor fueron a parar a sus hombros, igual de frías que en la mañana, y con un suave deslizamiento, comenzaron a desplazarse por su pecho con delicadeza, como sí quisiera grabarse la textura de su piel.

Su respiración se cortó, quedándose inmóvil y sin saber qué hacer, mientras las manos impropias recorrían la suavidad de su piel. Se sintió asqueado.

De un momento a otro, sintió algo frío rozar su piel, empezando a frotarse contra su brazo. Miró de reojo hacia aquel lugar, fijándose en el pequeño y lindo jabón que sostenía la mano del mayor. Cerró sus ojos con fuerza, dejándose hacer mientras deseaba que aquel baño pasara lo más rápido posible, aunque cada minuto se sentía como una eternidad.

Sintió la presencia del hombre apartarse de su espalda, y abriendo con lentitud sus ojos, lo observó de reojo inclinarse para agarrar una botella, volviendo a acomodarse detrás de sí. Sus cabellos se vieron envueltos entre las grandes manos del azabache, quien empezó a masajearlos con lentitud y suavidad. Unos minutos después sintió el frío del agua impactar su cabeza, llevándose consigo la espuma.

Una vez que hubo quitado toda espuma existente de su cabello y cuerpo, el hombre lo ayudó a salir de la tina rodeándolo posteriormente con una gran toalla blanca, que le ayudó a mitigar el frío que sentía proporcionándole a su vez seguridad al ya no verse expuesto ante el mayor.

Se dirigieron de nueva cuenta hacia la habitación en la que había despertado horas atrás, y sentándose a ordenanza del hombre en la cama, lo observó abrir el gran armario de madera oscura y sacar un par de cosas. El azabache se acercó de nuevo a él, dejando a su lado una muda de ropa.

—No estaba muy seguro de tu talla, pero creo que esto te quedará muy bien, Solecito —dijo el hombre con amabilidad, esperando paciente a que tomara las prendas.

Sin más, tomó las prendas observándolas un par de minutos antes de despojarse de su pijama y vestirse incómodamente frente al mayor.

Una vez listo, volvió a sentarse en la cama sin atreverse a mirar al pelinegro. Pero sintiendo perfectamente su mirada en sí.

Escuchó al hombre salir de la habitación, y antes de que pudiera sentirse aliviado volvió. En sus manos traía un secador.

—Bien Solecito, no puedes siete a dormir con el cabello húmedo, te puedes enfermar y no queremos eso —dijo el hombre con entusiasmo acercándose de vuelta al menor, se posicionó tras este después de conectar la máquina y empezó a secar con tranquilidad el cabello del niño.

Un rato después de que solo se escuchase el sonido del secador junto al tarareo del hombre, acabó por fin su tarea para alivio del infante, dejó a parte la máquina y fue hacia la cama para arropar al menor.

—Buenas noches Solecito, espero tengas dulces sueños —dijo el azabache, para después dejar un beso en la frente del pequeño rubio. Lo observó en silencio unos cuantos segundos antes de fruncir su ceño— Sigo esperando a que respondas, Solecito —su voz había bajado un tono al decir aquello, dandole un mal presentimiento al menor.

—B-Buenas noches, señor Changbin —respondió en voz baja, apartando la mirada. El mayor sonrió complacido.

—Eres un buen niño, Solecito, un muy buen niño... —dijo mientras acariciaba calmadamente sus cabellos. El menor lo sintió acercarse de nuevo, y pensando en que dejaría un nuevo beso en su frente se quedó quieto, esperando con paciencia a que todo eso acabara.

Sin embargo, lo que menos esperó fue sentir una leve presión en sus belfos, que lo hicieron abrir los ojos como platos.

El hombre simplemente se separó con rapidez, caminando hasta la puerta no sin antes sonreírle para después desaparecer por la madera.

La mente de Felix se encontraba confundida, y no pudo hacer nada más que llorar hasta que su cuerpo se cansó con totalidad dando paso al sueño.

Oa sí, yo aquí de nuevo skdjd
He de decir que después de este cap pasamos a un salto en el tiempo uwu

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