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𝟑𝟎: la tormenta ha llegado

El avión privado descendía con suavidad sobre el asfalto iluminado del aeropuerto español, sus luces parpadeando como luciérnagas en la penumbra creciente. Afuera, la noche se cernía sobre el cielo con la lentitud de una cortina pesada, envolviendo la ciudad en sombras silenciosas. El aire parecía más denso, cargado de una tensión invisible.

En uno de los asientos de cuero oscuro, Klaus Mikaelson permanecía inmóvil, con el cuerpo relajado pero la mente en un torbellino de pensamientos. Sus codos descansaban sobre los apoyabrazos, y en su mano derecha sostenía un vaso de whisky ya a medio terminar, cuyo contenido no había probado desde hacía rato. Su mirada estaba clavada en la ventanilla, pero no veía la pista ni las luces. Veía recuerdos.

Su rostro se mantenía sereno, una máscara tallada a fuerza de siglos. Pero sus ojos, esos ojos azules que siempre parecían calcular o controlar, ardían ahora con un fuego crudo, feroz, contenido. Un fuego que no se apagaba desde el día que Elena Gilbert desapareció de su vida sin advertencia alguna, dejándolo con preguntas, con rabia... y con un vacío que odiaba reconocer.

No había sido amor lo que él sintió, o eso se repetía. No podía ser amor. El amor era una debilidad que no podía permitirse. Pero entonces, ¿por qué cada pensamiento desde entonces lo arrastraba hacia ella? ¿Por qué sus noches eran invadidas por su voz, su risa, sus ojos, como un eco maldito que no lograba silenciar?

El viaje había sido largo, pero el tiempo no había hecho más que intensificar lo que hervía dentro de él: rabia, decepción… y algo más profundo, más visceral. Elena.

Había jurado no volver a pensar en ella. Había prometido enterrarla en su pasado, junto a tantas otras que habían sido sombras pasajeras. Pero Elena nunca fue una sombra. Fue luz. Y luego, oscuridad. Porque el día que se marchó, se llevó una parte de él consigo. Una parte que nunca logró recuperar.

Cuando el avión se detuvo, Klaus descendió con paso firme, su abrigo oscuro ondeando detrás de él como un presagio. Sus botas resonaban contra el pavimento mientras cruzaba la pista, indiferente al frío o al viento. Tenía un solo objetivo, y nada lo detendría.

Un híbrido lo esperaba en una camioneta discreta a pocos metros. Klaus subió sin decir palabra. No necesitaba hablar, no todavía. Su mente estaba llena de imágenes: la sonrisa de Elena, sus ojos brillantes, la forma en que lo miraba antes… antes de irse como si él no importara.

─ Está en una casa un poco antigua, a las afueras ─ informó el híbrido, con los ojos fijos en la carretera mientras maniobraba con firmeza el volante ─ el lugar está bastante aislado, rodeado de campos y árboles viejos. No hay vecinos cerca, ni vigilancia evidente. Todo parece... demasiado tranquilo.

Klaus, sentado en el asiento trasero del auto negro, no apartó la vista del paisaje oscuro que pasaba por la ventanilla. Su mandíbula estaba tensa, los dedos tamborileando con impaciencia contra su rodilla.

─ Continúa ─ ordenó con voz baja, cortante.

─ Damon sigue allí ─ agregó el híbrido ─ desde que llegó aún no se ha ido. Y también… también está Stefan Salvatore.

Hubo un breve silencio. El híbrido echó una mirada rápida al retrovisor, sintiendo el cambio de atmósfera apenas mencionó aquel nombre.

El nombre de Stefan hizo que Klaus apretara los dientes. Sintió el latido de su maldición activarse, como una garra que rasgaba desde dentro. Sabía que si Stefan estaba cerca de Elena, también lo estaría el pasado… y los recuerdos que más odiaba.

"¿Te fuiste para estar con ellos?", pensó con rencor. "¿O para huir de mí?"

Klaus giró lentamente la cabeza, su expresión endureciéndose aún más. Su cuerpo se tensó, como una bestia que olfateaba la presencia de un enemigo familiar. El hecho de que los hermanos Salvatore estuvieran presentes lo confirmaba: Elena estaba ahí.

Y no sola.

─ ¿Has visto alguna señal de ella? ─ preguntó Klaus, con voz grave, contenida como una tormenta a punto de estallar.

─ No directamente.

Su respiración se volvió más lenta, más profunda. Lo que comenzó como una simple búsqueda, ahora se convertía en algo más.

En una cacería.

Después de unas horas de viaje en silencio cargado de tensión, la camioneta negra se detuvo a cierta distancia de la casa. Klaus bajó la ventanilla lentamente, dejando que el aire nocturno y húmedo de la sierra española acariciara su rostro. Desde donde estaba, podía ver la silueta de la vivienda escondida entre los árboles, rodeada por una verja baja y un jardín que parecía abandonado.

Aguzó la vista. Sus sentidos, más agudos que los de cualquier criatura viva, captaron movimiento tras una de las ventanas iluminadas.

Y entonces la vio.

Una figura femenina, recortada contra la luz del interior. Cabello oscuro, andar suave, una risa ligera que flotó brevemente en el aire. No estaba sola. Junto a ella, Stefan Salvatore. Cercanos. Demasiado cercanos.

Rieron.

Klaus sintió cómo su estómago se contraía, como si una garra invisible se apretara en su interior. Ella... sonriéndole a otro hombre. Sonriéndole a Stefan.

Su mandíbula se tensó, y por un momento, su visión se volvió borrosa por la furia.

─ Vigila el perímetro. No te acerques hasta que yo lo diga ─ ordenó con voz baja y peligrosa mientras abría la puerta.

Abrió la puerta y bajó del vehículo con movimientos lentos, pero cargados de una amenaza contenida. Cada paso que daba lo acercaba al pasado que creía enterrado... al dolor que ella dejó tras su partida.

E iba a verla.

Iba a mirarla a los ojos.

Iba a obtener respuestas.

Y si esas respuestas no le gustaban... entonces no quedaría piedra sobre piedra.

Los árboles susurraban con el viento mientras Klaus atravesaba el pequeño sendero que conducía a la entrada de la casa. Su andar era firme, su silueta apenas una sombra entre la oscuridad. El peso de sus emociones —rabia, traición, deseo— lo mantenía al borde del abismo.

Se detuvo frente a la puerta.

Ni un segundo de duda.

Tocó dos veces, fuerte. Con decisión.

Los pasos se escucharon desde dentro. Una figura se acercó, y al abrirse la puerta, Klaus se encontró cara a cara con Damon Salvatore.

─ ¿Qué...?

No terminó la frase. Klaus no le dio oportunidad.

Con un movimiento rápido, letal, le sujetó del cuello y lo giró con fuerza. Un crujido seco se quebró en el silencio de la noche, y el cuerpo de Damon cayó pesadamente al suelo, muerto temporalmente. Sin piedad, sin palabras. Solo el juicio frío de un híbrido herido.

Klaus respiró hondo, el pecho subiéndole con fuerza por la intensidad del momento. Frente a él, la puerta seguía entreabierta. La oscuridad del interior de la casa lo invitaba… y al mismo tiempo lo desafiaba.

Se detuvo.

Durante un breve instante, una chispa de duda cruzó su mente.

Pero entonces, dio un paso.

Y nada lo detuvo.

Ni una barrera invisible.

La casa no estaba a nombre de alguien vivo. Era antigua, olvidada por el sistema, probablemente registrada a nombre de algún humano que había muerto hacía décadas. Esa negligencia burocrática fue su pase libre.

Klaus sonrió con arrogancia al dar el primer paso dentro. El eco de sus botas resonó en el suelo de madera, seco y firme. No se molestó en cerrar la puerta tras de sí.

El silencio interior era denso, como si la casa contuviera su respiración.

Y entonces la oyó.

Una voz masculina, familiar, resonó desde una habitación más allá del pasillo:

─ ¿Quién es Damon?

Klaus se detuvo en seco.

Y sonrió.

Una sonrisa fría. Afilada. Como el filo de una navaja.

─ El comienzo de tus problemas, querido amigo ─ murmuró, apenas audible, mientras comenzaba a avanzar, envuelto en sombras, con el fuego del infierno en su pecho.

¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑𝟎 !

💬 ¿Qué les pareció este capítulo? ¿Esperaban ese reencuentro?

🔥 Klaus ha llegado a España, y con él, se desata una tormenta que llevaba demasiado tiempo contenida. Damon fue el primero en enfrentarlo… pero no será el último. La tensión, los secretos y los sentimientos no resueltos están a punto de explotar.

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