
𝟏𝟕: la verdad ante sus ojos
Elena despertó con una sensación incómoda en el estómago, un malestar persistente que se había vuelto casi una rutina en los últimos días. Abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz que se filtraba por la ventana, pero el mareo la obligó a cerrar los párpados de nuevo. Su cuerpo se sentía pesado, como si una niebla densa la envolviera, impidiéndole reaccionar con rapidez.
Intentó permanecer inmóvil, esperando que la sensación se desvaneciera por sí sola, pero un retortijón repentino le revolvió las entrañas, obligándola a incorporarse de golpe. El movimiento hizo que el mundo a su alrededor diera un vuelco y tuvo que aferrarse a la sábana con ambas manos para estabilizarse.
Respiró hondo, llenando sus pulmones de aire en un intento de calmar la opresión en su pecho. Sus manos temblaban ligeramente cuando se las pasó por el rostro, tratando de despejar la sensación de aturdimiento que la dominaba. Su mente estaba nublada, los pensamientos desordenados y fragmentados, como si su propio cuerpo estuviera librando una batalla silenciosa contra algo que no podía comprender del todo.
El cansancio se había convertido en su sombra constante. Ya no recordaba la última vez que se había sentido verdaderamente descansada. Por más que intentara ignorarlo, algo dentro de ella le decía que esto no era solo agotamiento… algo no estaba bien.
Con un suspiro pesado, Elena apartó las sábanas y se puso de pie con torpeza. Un ligero mareo la obligó a apoyarse en el borde de la cama antes de dar el primer paso. Su cuerpo se sentía débil, como si hubiera perdido energía sin darse cuenta. Avanzó con pasos lentos y vacilantes hacia el baño, sintiendo cómo el suelo parecía tambalearse bajo sus pies.
Al llegar, se sujetó con fuerza del borde del lavabo, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras cerraba los ojos con fuerza. El mundo giraba a su alrededor, una sensación que la hacía sentir vulnerable y pequeña. Sus dedos se aferraron al frío mármol, buscando estabilidad. Contó hasta diez en su mente, respirando hondo una y otra vez, esperando que la sensación desapareciera.
Finalmente, cuando el vértigo cedió, abrió los ojos con cautela y levantó la vista hacia el espejo. Su reflejo le devolvió una imagen que la hizo fruncir el ceño.
Estaba pálida, más de lo normal. Su piel, normalmente luminosa, tenía un matiz apagado, y sus labios parecían más secos. Unas profundas ojeras ensombrecían su mirada, dándole un aspecto aún más cansado. No necesitaba preguntarse cuánto había dormido en los últimos días; la respuesta estaba escrita en su rostro.
Suspiró nuevamente, pasando los dedos por sus mejillas, como si pudiera borrar el agotamiento con un simple roce. Fue entonces cuando, sin darse cuenta, su mano se deslizó hasta su abdomen.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Algo estaba… extraño.
Elena bajó la mirada, su pecho subiendo y bajando con respiraciones cada vez más entrecortadas. Con movimientos temblorosos, levantó un poco su remera.
El aire abandonó sus pulmones de golpe.
Ahí estaba.
No era demasiado notorio, apenas una leve hinchazón, pero no podía ignorarlo. Su vientre… no se veía igual.
Su mente entró en un torbellino de pensamientos. Su corazón latía con fuerza, martillando contra sus costillas mientras intentaba procesar lo que veía. Sus manos se posaron sobre su abdomen con incredulidad, como si el simple acto de tocarlo pudiera desmentir lo que estaba ocurriendo.
Y entonces, los recuerdos llegaron en una avalancha imparable.
Cada señal que había ignorado:
Los mareos matutinos. Las náuseas.
El cansancio. Su ciclo menstrual ausente.
La falta de apetito y, al mismo tiempo, los antojos repentinos. Las emociones fluctuantes que había atribuido al estrés. La sensación persistente de que algo en su cuerpo estaba cambiando.
Elena sintió cómo su garganta se cerraba.
Un pensamiento surgió en su mente, uno que la dejó completamente inmóvil.
No podía ser.
Pero, en el fondo, una parte de ella ya conocía la respuesta.
Su corazón latía con tanta fuerza que podía escucharlo retumbar en sus oídos, un tambor ensordecedor que marcaba el ritmo de su creciente desesperación. Su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, como si le faltara el aire, como si en cualquier momento el mundo a su alrededor pudiera desmoronarse.
Su mente se aferraba con terquedad a la lógica, intentando descartar la conclusión obvia, buscando una explicación alternativa, cualquier cosa que pudiera hacer que todo esto tuviera sentido.
Porque no lo tenía.
Solo había estado con Klaus.
Y él era un vampiro.
Los vampiros no podían tener hijos.
Eso era un hecho, una verdad absoluta que no podía ser cuestionada. Entonces, ¿cómo era posible?
Elena sintió un nudo formarse en su garganta mientras bajaba la mirada, sus manos moviéndose por instinto hasta posarse sobre su vientre. Sus dedos temblaban cuando presionó suavemente la piel sobre la ligera hinchazón que no había estado allí antes.
No.
Tenía que ser otra cosa.
Un desajuste hormonal, una mala alimentación, el estrés acumulado de los últimos días. Cualquier explicación era mejor que la que su mente intentaba imponerle.
Pero, aun así, la realidad seguía ahí, burlándose de sus intentos de negarla.
Elena tragó con dificultad, su garganta seca y rígida. Dio un paso atrás, tambaleándose ligeramente cuando el mareo regresó con más intensidad. El borde del lavabo se convirtió en su único soporte, sus nudillos volviéndose blancos por la fuerza con la que se aferró a él.
No podía ser verdad.
No quería que fuera verdad.
Pero su propio cuerpo le decía lo contrario.
Ahí estaba, la realidad mirándola de frente, inquebrantable, cruel.
Y por primera vez, Elena sintió verdadero miedo.
Elena cerró los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera bloquear la imagen que su mente le había mostrado. Sin embargo, la sensación de su propio cuerpo seguía presente, más fuerte que cualquier pensamiento racional. Intentó enfocar su mente en algo diferente, en cualquier otra cosa que no fuera lo que estaba sucediendo en su interior, pero todo se desmoronaba a su alrededor.
El aire a su alrededor se volvió espeso, cada respiración se sentía más difícil. Necesitaba pensar, encontrar respuestas, pero las palabras y las preguntas se amontonaban en su mente, sin poder encontrar una salida.
Se apartó del lavabo y dio unos pasos vacilantes, su cuerpo aún tambaleándose como si estuviera flotando. Necesitaba algo de claridad, algo que la ayudara a tomar el control de lo que sucedía. Miró hacia el espejo una vez más, buscando algo en su reflejo que pudiera explicarlo, que pudiera hacerla sentir que todo esto era solo una pesadilla.
Pero no lo había. La verdad estaba en sus ojos, en la forma en que la luz no brillaba como antes, en la fragilidad de su rostro. Su cuerpo, aún joven, parecía estar atravesando algo que no podía entender.
Con un suspiro profundo, sintió que la oscuridad comenzaba a envolverla. El miedo la estaba consumiendo, pero había algo más, algo que había estado ignorando en su interior.
Elena no podía estar sola con esa verdad, no podía cargar con esto sin ayuda. Necesitaba a alguien, alguien que pudiera ayudarla a enfrentar lo que estaba por venir. La primera persona que le vino a la mente fue Klaus. La sola mención de su nombre le provocó una mezcla de incertidumbre y necesidad, pero sabía que, a pesar de todo, él podría tener las respuestas que tanto necesitaba.
Sin pensarlo, tomó el teléfono con manos temblorosas y, en un impulso desesperado, marcó su número. Mientras esperaba que respondiera, las dudas la asaltaron, pero su necesidad de respuestas era más fuerte que su miedo. El sonido del teléfono vibrando en su oído fue como una condena, pero también una pequeña esperanza de que, tal vez, Klaus pudiera hacer que todo tuviera sentido.
El teléfono seguía vibrando en su mano, el sonido de la llamada en espera retumbando en su pecho como un recordatorio constante de su desesperación. Elena miró la pantalla, su dedo suspendido sobre el botón para colgar, indecisa. La urgencia que sentía por hablar con Klaus chocaba contra un temor más profundo, uno que se había estado construyendo desde el momento en que había notado ese leve abultamiento en su abdomen.
Era una sensación extraña, casi insoportable, como si llamarlo significara aceptar algo que no quería enfrentar. Algo que había estado ignorando durante demasiado tiempo.
¿Qué le iba a decir? ¿Cómo podría explicarle lo que había descubierto? ¿Cómo podría decirle que su mundo estaba a punto de cambiar de una manera que no podía controlar? Elena sintió que el miedo se apoderaba de ella con más fuerza que nunca. ¿Y si lo que estaba pasando era algo más allá de lo que Klaus podría ayudarla a entender? ¿Y si todo se desmoronaba por completo?
Sus manos temblaron mientras sostenía el teléfono, su mente en un torbellino de pensamientos contradictorios. Sabía que él sería la única persona que podría ayudarla, pero en el fondo, temía más la respuesta que la pregunta. Temerosa de escuchar lo que no quería escuchar, Elena dejó escapar un suspiro pesado y, con un movimiento rápido, colgó la llamada antes de que pudiera sonar una vez más.
El teléfono cayó en la cama con un suave golpe. Elena se quedó allí, de pie, sin poder moverse, el peso de la decisión presionando sobre ella. El arrepentimiento la envolvía con cada segundo que pasaba, pero no podía retroceder. Había hecho lo que sentía que era lo mejor en ese momento, aunque su corazón le decía que no lo era. Pero ahora, enfrentada a la soledad, se dio cuenta de que el miedo a lo que podría suceder si lo llamaba era más fuerte que cualquier otro sentimiento que tuviera.
Con el estómago aún revuelto y el corazón pesado, se dejó caer en la cama, cerrando los ojos, esperando que, al menos por un rato, la oscuridad la ayudara a escapar de la realidad que no podía negar.
¡ 𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟕 !
Elena ya sospecha de que puede estar embarazada pero no entiende cómo es eso posible ya que Klaus no puede tener hijos al ser un vampiro.
¿Qué tal el capítulo?
50 comentarios para desbloquear el siguiente capítulo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro