✶Trentasette
¿Cuando le había dado ordenes una mujer mayor? Jamás. A menos que contará a la madre de Tae, y sólo cuando iba de pequeño a casa de su amigo. Poco a poco fue midiendo los ingredientes y echandolos a un cuenco grande. En fin, si iban a torturarlo, bien podían hablar un rato, pensó.
–Yoongi me ha dicho que le enseñaste a cocinar cuando era pequeño. ¿Siempre deseo hacerse cargo de La Dolce Famiglia?
–Yoongi no quiso ni oír hablar del negocio familiar durante mucho tiempo –respondió mamá Min– Era un apasionado de las carreras de coches
El omega menor se quedó boquiabierto.
–¿Como?
–Sí. Se le daba muy bien, aunque yo lo pasaba fatal cada vez que participaba en una. Por más que su padre y yo intentábamos disuadirlo, el siempre encontraba la manera de volver a los circuitos. En aquel entonces, la pastelería iba muy bien y habíamos abierto una segunda tienda en Milán. Su padre lo sermoneaba sobre la responsabilidad que suponían la familia y el negocio.
–No me había contado nunca lo de las carreras– murmuró Jimin sin suerte consciente de que lo había dicho en vos alta. ¡Mierda! ¿Por qué no iba a estar enterado del pasado de su marido? –Mmm, quiero decir hasta ese extremo.
–No me extraña. Apenas habla de esa época de su vida. No, Jimin, los huevos se cascan así.
Tras cascar con pericia un huevo con una sola mano, lo dejo caer en el cuenco. Jimin trato de imitarla, pero hizo trizas la cáscara. Dio un respingo, pero la madre de Yoongi le acercó más huevos y le ordenó que siguiera. Aunque el omega intento concentrarse en la tarea, no dejaba de imaginarse a un Min Yoongi Rizzo más joven que desafiaba a sus padres para pilotar coches.
–¿Qué pasó?
Mamá Min suspiro.
–Las cosas se pusieron difíciles. Un amigo de Yoon resultó herido, y eso nos inquieto todavía más. Por aquel entonces ya sabíamos que Jennie no queria saber nada del negocio y el sueño de una empresa familiar empezó a irse al traste. Claro que también se nos presentaban otra opciones. Mi marido quería crecer. A mi me gustaba cocinar y quería seguir con las dos pastelerías. Quien sabe qué camino habríamos tomado. Sin embargo, La Diosa Intervino y Yoongi eligió su camino.
El omega cascó un huevo golpeándolo con el borde del cuenco. La clara y la yema se deslizaron hasta el interior sin que cayera un solo trozo de cáscara, lo que le provocó una extraña satisfacción. El siete debía de ser su número de la suerte.
–¿Yoongi decidió dejar las carreras?
Mamá Min negó con la cabeza y su expresión se tornó arrepentida.
–No. Yoongi se marchó de casa porque quería ser piloto profesional.
El castaño contuvo el aliento.
–No lo entiendo.
–Se marchó y estuvo piloteando durante un año. Era joven, pero tenía talento y quería llegar a la fórmula 1. Pero después mi marido sufrió un infarto.
Jimin lo comprendió todo de repente. Miro a Mamá Min como si estuviera a punto de descubrir una terrible verdad. La tensión se apoderó de él mientras luchaba contra el impulso de salir corriendo con las manos en las orejas para no escuchar nada. Sin embargo, dijo con voz trémula:
–Cuéntamelo todo.
Mamá Min asintió con la cabeza mientras limpiaba las manos con el delantal.
–Sí. Debes saberlo. Cuando mi marido sufrió un infarto, Yoongi volvió corriendo a casa se quedó en el hospital día y noche porque se negaba a separarse de su padre. Creo que todos pensábamos que se recuperaría, pero entonces sufrió un segundo infarto y lo perdimos. Cuando Yoongi salio de la habitación, me dijo que abandonaba las carreras de autos y que iba a encargarse del negocio familiar.
El rubio guardó silencio mientras la madre de Yoongi reflexionaba sobre el pasado con una expresión apesadumbrada.
–Aquel día, el mismo día perdí a mi esposo, también perdí parte de mi hijo. Yoon perdió su lado salvaje, la libertad que siempre expulsaba a romper las restricciones. Se convirtió en un hijo perfecto, en el hermano perfecto, en el empresario perfecto. En todo lo que queríamos que fuera. Pero perdió algo de sí mismo.
Jimin sintió un nudo en la garganta, provocado por la emoción. Aferró con tanta fuerza la cuchara que le sorprendió que no se rompiera. Con razón el Alfa parecía intachable. Había abandonado sus sueños para convertirse en lo que mecesitana su familia. Sin pensar en sí mismo y sin protestar. Jamás había insinuado que su vida no era lo que quería que fuese.
La madre de Yoongi meneó la cabeza y volvió al presente.
–Esa es la historia. Puedes hacer con ella lo que quieras, pero he pensado que debías saberlo, porque eres su Omega.
El omega intento hablar, pero solo consiguió asentir con la cabeza. La imagen del hombre que creía conocer se hizo pedazos mientras pelaban manzanas. Tras la existencia fácil y aparentemente despreocupada se escondía un hombre lo bastante fuerte como para tomar decisiones por los demás. Por sus seres queridos.
–Jimin, háblame de tus padres.
La repentina orden lo devolvió a la realidad.
–¿Por qué no te enseñó tu madre a cocinar?
El castaño siguio pelando manzanas mientras contestaba:
–Mi mamá no es una mujer hogareña. Trabajaba en la industria cinematográfica y creía que sus hijos estarían mejor si los educaban las niñeras y cocineras. Eso sí, nada me faltó, y disfrute de una gran variedad de platos de comida.
Se sintió orgulloso de su serena y mesurada respuesta.
La madre de Yoongi levantó la mirada. Tras soltar la manzana que estaba pelando, entrecerro los ojos como si quisiera analizarlo hasta el más mínimo detalle de su expresión.
–¿Eres unido a tus padres?
El omega levantó la barbilla y dejó que la mujer mirara lo que quisiera.
–No. Mi padre se ha vuelto a casar y mi madre prefiere quedar para almorzar algunos días.
–¿Y tus abuelos? ¿Tienes tíos o primos?
–No tengo a nadie. Solo somos mi hermano y yo. Pero de verdad que nuestra infancia no fue tan terrible. Todas las necesidad estaban cubiertas y llevábamos una vida bastante regalada.
–Tonterías.
Jimin se quedo boquiabierto.
–¿Cómo?
–Lo que escuchaste. Que no tuviste una vida regalada ni mucho menos. No tenías a nadie que te guiara, que te enseñara, que se preocupara por ti. Un hogar no se basa solo en cosas materiales o en cubrir las necesidades básicas. Pero no tienes la culpa. Tus padres son imbéciles por haberse perdido a un hijo tan hermoso y especial como tú. –resoplo asqueda– Da igual. Has aprendido a ser fuerte y a caer siempre de pie. Por eso eres tan bueno para mí hijo.
Jimin se echó a reir.
–No tanto. Somos muy diferentes. –Estuvo a punto de atragantarse tras confesar la verdad. Joder, otra vez había metido la pata. –Quiero decir que, bueno al principio no creíamos que pudiera funcionar, pero acabamos enamorándonos.
–Ajá. Ya veo.
Jimin comenzó a mezclar con fuerza y el techo acabó salpicado de masa.
–¿Cuando se casaron, Jimin?
El omega se concentró y recordó las ocasiones en la que había tenido que mentir y de las que había salido airoso.
Por favor, Diosa Luna, no me falles ahora– suplico.
–Hace dos semanas.
–¿Qué fecha era?
Aunque titubeó, logro reaccionar.
–Mmm... martes. El veinte de mayo.
Mamá Min guardó silencio un instante y se quedó muy quieta.
–Un buen día para una boda, ¿Verdad?
–Si.
–¿Quieres a mi hijo?
Jimin soltó la cuchara y la miro, atónito.
–¿Como dices?
–Que si quieres a mi hijo.
–Bueno. Claro. Por supuesto que lo quiero. No me habría casado con un hombre al que no quisiéra.
Se obligo a soltar una carcajada, rezando para que no sonará falsa. La madre que trajo a Min Yoongi Rizzo... a quien tenía precisamente adelante...
De repente, sintió que unas manos fuertes le apretaban las suyas. Dio un respingo mientras la madre de Yoongi lo atravesaba con la mirada, en busca de la verdad. Contuvo el aliento. No quería estropear la farsa cuando les quedaban tan pocos días para que todo acabará. Se le pasaron un sinfín de comentarios por la cabeza con los que tratar de convencer a mamá Min de que estaban realmente estaban casados. Sin embargo, y como si de una tormenta fugaz se tratara, la expresión de la mujer se suavizó y lo miró de una forma que Jimin no supo interpretar.
– Sí. Son perfectos el uno para el otro. Le has devuelto la libertad. Ya te darás cuenta antes de que la visita llegue a su fin.
Sin darle tiempo a replicar, mamá Min le acercó la batidora y dijo:
–Y ahora te enseñaré a usar esto. Presta atención o te puedes quedar sin un dedo.
Jimin trago saliva. El insistente demonio que moraba en su interior y le susurraba que jamás sería lo bastante bueno asomo su cabeza.
–¿Por qué estás haciendo esto? Sigue sin gustarme cocinar. No voy a hornearle dulces a Yoongi ni a prepararle caprichitos reposteros cuando regresemos a Corea – Casi deseo que mamá Min le soltara un improperio.– Trabajo hasta tarde y suelo pedir comida a domicilio; además, nunca le llevo a Yoongi la cerveza. Nunca seré el omega perfecto.
Los labios de mamá Min esbozaron el asomo de una sonrisa.
–Ha intentado muchas veces amar a omegas que fueran capaz de convertirse en el omega perfecto. O al menos en la idea que él tiene del omega perfecto.
Jimin sintió un anhelo profundo y poderoso. Trago saliva para librarse de su influjo y se esforzó para desterrarlo. Al fin y al cabo, ya lo había vencido en muchas ocasiones. Al igual que Rocky, seguía luchando combate tras combate, consciente de que si se rendía acabaría vapuleado.
La madre de Yoongi le acarició la mejilla como si le hubiera leído el pensamiento. La ternura de su roce le recordó a él Alfa.
–En cuanto a la cocina, lo hago por una razón. Todo omega debe saber hacer un postre emblemático. No por los demás, si no por el mismo. Y ahora, a mezclar.
Después de pelar un sinfín de manzanas y una vez que el bizcocho estuvo a salvo en el horno, Jimin cogio la cámara, aliviado de seguir contando con todos los dedos, y se volvió para agradecerle la lección de cocina a Mamá Min. La imagen que vio hizo que aferrara la cámara con fuerza mientras la absorbía. Temblando, levantó la cámara y comenzó a disparar. Una y otra vez.
Mamá Min tenía la mirada perdida al otro lado de la ventana de la cocina, como si estuviera viendo algo que no estaba allí en realidad. Sus manos aferraba un cuenco contra su pecho, casi como si lo abrazara. Había ladeado ligeramente la cabeza y sus labios esbozaban una sonsirilla. Su expresión tenía ese brillo soñador y absorto típico de aquellos que rememoraban el pasado. Algunos mechones le rozaban las blancas mejillas, y las arrugas de su cara enfarizaban la fuerza y la belleza de su rostro mientras el sol se colaba por la ventana. La foto transmitía un emocion tan profunda que Jimin sintió que le estallaba el corazón. Era un momento capturado en el tiempo que desafiaba el pasado, el presente y el futuro. Era un momento intrínsecamente humano.
Y por un instante, allí en la cocina de Mamá Min, Jimin sintió que por fin pertenecía a un lugar. Sintió lo que se sentía en un verdadero hogar, pero enterró la emoción en el fondo de la caja y cerró la tapa de sin miramientos.
Salio de la cocina en silencio, dejando a la mujer con sus recuerdos mientras se preguntaba por qué de repente tenía ganas de llorar.
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