✶Trentasei
Jimin disfrutaba de una humeante taza de café fuerte mientras contemplaba la magnífica vista que se extendía frente a él. En el horizonte, la luz del sol se derramaba sobre las verdes colinas, enfatizando los picos nevados de las altas montañas. Bajo él veía los tejados naranjas de las casas. Respiró hondo para disfrutar del olor a azahar que flotaba que flotaba en la brisa, en un intento por calmar los acelerados latidos de su corazón.
Había hecho el amor la noche anterior.
Recordó retazos de lo sucedido. El delicioso y explosivo placer del orgasmo. Su preciosa sonrisa. Las caricias de sus manos en la piel, que lo tocaban como si fuera frágil y valiosa, no una aventura de una noche.
Pero lo era. O al menos, era una aventura de dos noches. Porque cuando acabará la semana, la farsa llegaría a su fin y él lo dejaría. Como todos los demás.
¿Cómo había sucedido? Le había confesado sus secretos en la casa de sus primos y no había más culpable que él mismo. La ternura que Yoongi le había mostrado lo impulso a abrirse más que cualquier exigencia derivada de la pasión. Después de decidir que se marcharía en el primer avión que despegará, se encontró retandolo a hacerle el amor con la ridícula idea de sacárselo de la cabeza.
Se mordio el labio inferior y tomó otro sorbo de café caliente. Al despertarse, encontró una nota de Yoongi en la que decía que tenía cosas que hacer en la ciudad y que volvería en un par de horas para acompañarlo a las oficinas de La Dolce Famiglia. La desilusión que le produjo descubrirse en una cama vacía fue abrumadora. Siempre tenía que controlar la necesidad de salir corriendo cuando amanecía. Y por primera vez en su vida ansiaba acurrucarse en la cama con él hombre con el que había hecho el amor y llenarse de su aroma. Yoongi lo sorprendía constantemente, lo desafiaba y lo hacia ansias mucho más. Era peligroso. No sólo para su cuerpo. También para su corazón.
Tenía que largarse cuanto antes.
El corazón le latía desbocado y el rugido de la sangre le atronaba los oídos.
Estaba al borde de un ataque de pánico así que cogio la cámara de fotos, desesperado por controlar ese ridículo defecto físico. Respiró hondo y aclaró la mente. Comenzó a fotografiar el paisaje, pero decidió concentrarse en algo más concreto y cercano, en algo único e increíble. Su mente se ensimismó con el chasquido del obturador y la luz del flash mientras se movía por la terraza posterior. Cualquier cosa con tal de no dejarse llevar por la vertiginosa sensación que anunciaba la pérdida de control.
–¡Miau!
El maullido del gato hizo que se tropezara y estuvo a punto de caerse.
Solo vio una mancha negra borrosa que saltaba hacia él, de modo que se alejó como pudo, desesperado por evitar sus afiladas uñas.
–¡Mierda! –gritó mientras se alejaba de los setos en dirección a la zona pavimentada– Aléjate de mí.
El gato, o lo que fuera, lo persiguió. Unos ojos verdes dominaban la cara negra del animal, cuyas enormes patas se movían con rapidez para acortar la distancia que los separaba. Jimin se refugio detrás de un banco de hierro y lo miró con una expresión feroz. No le gustaban los gatos. Nunca le habían gustado. Los perros tenían un pase porque normalmente eran cariñosos y solo vivían para que los acariciaran. Los gatos eran distintos. Divas histéricas que se consideraban merecedoras de la atención de todo el mundo. Además, lo acojonaban. Mucho más que los niños. No pensaba seguir en ese sitio ni un segundo más. Sin embargo, el tamaño del animal que tenía delante doblaba el habitual, y casi parecía un perro de tamaño mediano. Cualquier bruja estaría orgullosa de él, porque lo miraba como si estuviera a punto de lanzarle un hechizo. Había conseguido asustarlo.
–¡Ah, veo que has conocido a Dante!
El omega se dio vuelta. Yoongi sonreía, con la cara afeitada y el pelo recogido en una coleta. Parecía descansado y fresco, mientras que él se sentía desubicado e incómodo.
–¿Qué le dan de comer? ¿Niños pequeños?
El Alfa río entre dientes y se puso en cuclillas, intentando atraer la atención del gato. Dante meneó la cola y siseo. Jimin retrocedió otro paso.
–No tendrás miedo de los gatos, ¿Verdad, cara?
El omega se estremecio.
–No me gustan. Son exigentes y rencorosos.
Yoongi estaba conteniendo las ganas de sonreír.
–Creo que harían una pareja perfecta.
–Que gracioso. ¿Es tuyo?
Él negó con la cabeza.
–No, es vagabundo. Viene en busca de comida, pero no deja que nadie se le acerque. Ni siquiera Jihoon, que tiene una mano increíble con los animales, ha podido acercarse. Dante tiene algún trauma.
El fotógrafo observó al animal en silencio. Estaba limpio, en absoluto famélico, pero sú parecía detestar a las personas. De repente, se percató de la ironía de la situación.
–Entonces, Dante consigue comida de aquellos a los que desprecia. Interesante.
–Sí, supongo que si lo es. –murmuró él.
En un abrir y cerrar de ojos, Jimin se encontró rodeada por sus brazos. Su aliento mentolado le acarició los labios y le provocó un nudo en las entrañas.
–¿Dormiste bien anoche? –preguntó mientras expulsaba su aroma.
–Sí.
–Mentiroso.
Esos ojos oscuros encerraban una promesa y un brillo peligroso. Jimin sintió un escalofrío en la columna.
–Aunque si conseguiste dormir bien después de hacerlo tres veces, tendré que esforzarme más esta noche. –dijo mientras llevaba sus brazos a su cintura.
Por la Diosa Luna –pensó y su lobo emano su aroma extasiado.
Parpadeó mientras trataba de alejarse de sus brazos, ya que necesitaba poner distancia entre ellos, Yoongi reaccionó estrechandolo con más fuerza.
–Yoongi...
–Me encanta escucharte pronunciar mi nombre.
Su boca descendió y se apoderó de sus labios. Fue un beso largo, apasionado y sensualidad.
El omega separó los labios y respondió uno por uno a los envites de su lengua, aferrándose a él todo lo posible. Gimió antes de que él comenzará a mordisquearle el labio inferior. El gesto le provocó una punzada entre los muslos a caballo entre el dolor y el placer. Sabía tan bien que ansiaba devorar cada centímetro de su cuerpo y explorar esos músculos que se ocultaban bajo la ropa. Se dejó llevar por las sensaciones, y acabo estallando en llamas y...
–¡Ay!
Yoongi lo alejó de un empujón mientras daba saltos de un pie. Jimin miró hacia abajo, espantado, y vio que Dante le había mordido una pierna. Se quedó helado al ver los diminutos agujeros que le había dejado en el pantalón, y al pensar que él podía ser la siguiente víctima. El gato levantó la cabeza con desdén y se apartó del Alfa, siseando mientras se acercaba a él.
–¡Dante! –gritó Yoongi, tras lo cual soltó una retahíla de palabras en italiano al tiempo que hacía un gesto para espantar al animal.
El gato no le hizo caso y siguió acercándose a Jimin, que cerró los ojos, incapaz de moverse y espero a que...
Dante se frotó contra una de sus piernas. De repente, escucho algo similar al sonido de un motor. Al abrir los ojos, comprendió que el animal estaba ronroneando. Le acarició la pierna con la cabeza, moviendo encantado los bigotes, y tras rodearle la pierna de un par de veces, se sentó a su lado.
Yoongi observaba la escena en silencio, mirando al gato y después a él.
–No me lo puedo creer. Jamás ha hecho esto antes –murmuró– Y nunca le ha mordido a nadie.
–¿Cómo? Yo no tengo la culpa. Te he dicho que no me gustan los gatos. ¡Yo no le dije que te mordiera!
–No. Es algo más. A lo mejor ve algo que los demás no percibimos.
El omega abrió bien los ojos.
–¿Y le dan de comer para que vuelva? – preguntó, sorprendido– ¿Les falta un tornillo o que? ¡Se lanzó hacia a tí como si fueras una lata de atún!
La química que existía entre ellos hizo que saltaran chispas. Jimin sintió que se le aceleraba el pulso. El deseo oscureció los ojos de Yoongi, que extendió un brazo para agarrarlo.
–¿Jimin? ¿Yoongi?
Ambos se separaron de un salto. La madre de Yoongi estaba en el portal de la casa, con un delantal sobre el vestido y el pelo recogido en un pulcro moño. Sus facciones patricias irradiaban un poder maternal que había sido el impulsor del éxito de su negocio y de la educación de sus cuatro hijos.
–¿Qué pasa aquí?
–Dante y Jimin acaban de conocerse.
Mamá Min resopló.
–¿Por qué está Dante tan cerca de Jimin?
–Si, esa es la pregunta del millón.
El omega se removio, incómodo y se alejó del gato asesino. Dante se limitó a mirarlo con disgusto por su cobarde retirada.
–Mamá, dentro de un rato nos iremos con Chaewon a la oficina, ¿necesitas algo?
–Te daré una lista con los ingredientes que se me están acabando. Jimin, necesito ayuda en la cocina, ¿vienes?
El fotógrafo titubeó. Aunque la madre de Yoongi le caía muy bien, en el fondo lo asustaba. Era una mujer muy lista y hacia muchas preguntas. ¿Y si cometía un desliz y echaba por tierra toda la farsa? Yoongi le hizo un gesto para que se fuera a la cocina, pero el nego con la cabeza.
–Mmm... no me gusta cocinar. A lo mejor Yoongi puede ayudarte.
Mamá Min hizo un gesto con un dedo, indicándole que se acercara.
–Yoongi ya sabe cocinar. Tu no. Ven conmigo.
Y entró de nuevo en la casa.
Jimin soltó una maldición, indignada al ver que Yoongi estaba riéndose por lo bajo.
–Odio cocinar –mascullo– Tu madre me asusta. ¿Y si sospecha algo?
–No pasará nada. Tú sé agradable, cara. Y procura que la cocina no vuele por los aires.
Jimin cogio la cámara de fotos, lo miró con expresión asesina y se marchó furioso. Escuchó un maullido detrás de él, pero se negó a hacerle caso. La ironía de la situación no se le escapaba. Parecía que en Italia debía lidiar con todo aquello a lo que normalmente le daba la espalda. Se sentía responsable de Jihoon y de sus recientes actividades. Debía de asegurarse de no matar a cuatro niños pequeños. Debía lidiar con gatos psicópatas. Y para colmo debía complacer a la madre de Yoongi no envenenando la comida. Dejó la cámara en la mesa mientras despotricaba por lo bajo.
La madre de Yoongi ya había colocado varios cuencos y tazas medidores en la larga y ancha encimera. También vio una hilera de manzanas rojas y brillantes que enorgullecerían a la malvada madrastra de Blancanieves. En el centro, se encontraba una carisma batidora con distintos accesorios. A su lado había una fila de tarros con varios ingredientes en polvo, que supuso que eran azúcar, harina y bicarbonato.
Intento fingir entusiasmo por la tarea que tenía por delante. ¡Por la Diosa, lo que daría por una copa de vino! Sin embargo, sólo eran las nueve de la mañana. Tal vez podría aderezar el café... a los italianos les encantaba el licor.
Sonrió con falsa alegría.
–Bueno, ¿que vamos a preparar hoy?
Mamá Min le entrego una hoja de papel muy usada y contesto:
–Esa es la receta.
–Ah, pensaba que ya no te hacía falta seguir indicaciones.
La madre de Yoongi suspiro.
–Y no me hace falta, Jimin. Eres tú quien tiene que aprender a seguir instrucciones. Esta es la receta de uno de los dulces más emblemáticos de nuestra pastelería. Vamos a empezar con algo sencillo. Se llama torta di mele, es un bizcocho de manzana. Perfecto para el café de esta tarde.
El omega ojeo la larga lista y se quedó atascado en el tercer paso. En una ocasión preparó un bizcocho de chocolate de los que ya llevaban la mezcla preparada en el paquete, solo porque quería probar. Al final le salio fatal porque no se dio cuenta de que debía batir la masa durante un buen rato y se encontró grumos de harina en medio bizcocho. Su novio de aquel entonces se rió mucho, y aquella misma noche cortó con él.
–Yo te supervisare. Aquí tienes las tazas medidoras. Empieza.
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