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✶Dieci

Todos se volvieron para observar a una mujer bajita que se acercaba a ellos, ayudada por un bastón tallado. A cada pasa que daba el bastón golpeaba con fuerza el suelo, creando un halo autoritario que a Yoongi le provocó un escalofrío. Llevaba el largo pelo recogido en un moño, como de costumbre, y su piel morena estaba curtida por el sol y por las arrugas provocadas por las carcajadas fáciles. Había dado a luz a cuatros hijos, que eran más altos que ella y que habían salido a su padre, pero el látigo de su voz aterraba a cualquiera que se interponía en su camino o que la decepcionaba. Llevaba unos pantalones de vestir cómodos, botas y una camisa blanca con un jersey sobre los hombros sobre los hombros.

Se detuvo ante ellos. Le temblaban los labios, pero en su cara no había ni rastro de buen humor mientras observaba a omega que tomaba las manos de su hijo con expresión astuta. El silencio se prolongó sin que ella contestara.

Al final fue Jimin quien le puso fin.

–Signora Min, es un honor conocerla –su voz trasmitia todo el respeto posible mientras enfrentaba a la mirada de la madre– Su hijo es un idiota por no haberle hablado antes de nuestro compromiso. Le pido disculpas en su nombre.

Su madre asintió con la cabeza.

–Disculpas aceptadas. Bienvenido a la Familia. –Su madre le dio un beso en cada mejilla al omega antes de fruncir el ceño– Estas muy delgado. Estos omegas modernos siempre están demasiado delgados. Lo arreglaremos enseguida –Volvió la cabeza con brusquedad– ¿Niños? ¿Ya saludaron a su nuevo hermano?

La tensión que se había apoderado de Yoongi se disolvió mientras sus hermanos abrazaban y besaban a Jimin. El aliento que había estado conteniendo brotó de sus labios al abrazar a su madre. La fragilidad de su cuerpo contradecía su mirada y juventud, porque a pesar de llevar cuarenta y cinco años, se veía joven aún.

–Hola, Mamá

–Min Yoongi Rizzo, estoy muy enojada contigo, pero ya saldaremos cuentas.

Se echó a reir y le acarició la mejilla con el dedo.

Mi dispiace. Te prometo que te recompensaré.

–Si. Vamos adentro. Pónganse cómodos.

Las vistas y los olores de su hogar le provocaron una sensación vertiginosa. Disfrutó observando el tejado de terracota, los balcones con su barandilla de hierro forjado y las columnas de piedra que flaqueaban le entrada. Las paderes rojas y amarillas competían con cientos de flores silvestres de brillantes colores. Situada en la cima de una colina, la casa de tres plantas, la casa de tres plantas se erigía como una reina sobre sus súbditos, rodeada de más de doscientas hectáreas de campos y senderos. Los Alpes se alzaban en la distancia, con sus picos blancos visibles desde el balcón.

Mientras sus hermanas exclamaban al ver el anillo de Jimin, Yoongi atravesó la puerta y lo asaltó el olor a ajo, limón y a albahaca. Las baldosas del suelo relucian, y ofrecían un agradable contraste con los muebles de pino y la robusta mesa.

La cocina contaba con una extensa encimera, llena de hierbas aromáticas frescas, tomates y varias sartenes y cacerolas. Esos eran los dominios de su madre, y el paraíso en la tierra cuando se probaba por primera vez la dulce tentación de sus galletas y sus rellenos. Sus hijos habían heredado su talento, pero ninguno se acercaba a ella, de modo que confiaban en la habilidad de los famosos pasteleros que habían escogido para llevar el negocio familiar. Por curioso que pareciera, los cuatro hermanos Min -Rizzo parecian haber heredado el talento para los negocios de su padre, pero su madre nunca los había obligado a ser alguien que no eran.

El recuerdo de sus propios sueños amenazó con salir a flote, pero se negaba a regodearse en lo que no pudo ser. Ni en aquel entonces. Ni en este momento.

Ni en ningún otro.

Miró a Jimin. Estaba charlando con sus hermanas y hermano, parecía muy a gusto tras su escandalosa presentación. Era evidente que creía que él aceptaría sus extravagantes acciones con gratitud por hacer accedido a participar en la farsa.

–Jim, tengo que hablar contigo un momento.

Como si se hubiera percatado de su irritación, él le lanzó una mirada y enarcó una ceja. El Alfa tuvo que esbozar una sonrisa.

–Lleva el equipaje a tu habitación –le ordenó su madre– Ya se los prepare. Después de que se hayan acomodado, nos vemos en el Jardín para tomar café y algo para picar.

–Sí.

Sacó el equipaje del coche, regresó a la casa y le hizo un gesto a Jimin para que lo siguiera. Él se apartó de sus hermanas y subieron la escalera hacia el dormitorio. Una vez dentro, soltó las maletas en el suelo, cerró la puerta con el pie y se volvió para mirarlo.

–Una presentación muy graciosa, tigre mío. Pero creo que ha llegado el momento de dejarte claro quien manda aquí –Dio un paso hacia el omega, abrumandolo con su tamaño–Ahora mismo.

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