Los días pasaron, y durante dos semanas Mattian estuvo encontrándose con la criatura en todas partes, comenzaba a alarmarse y pensar lo peor.
Justo ahora era medio día e iba por el pueblo haciendo sus compras para la semana, sin darse cuenta que alguien lo iba siguiendo.

Hasta que lo tomaron de la muñeca para meterlo en un callejón y acorralarlo contra la pared.

—¿Quién demonios eres?

La persona se quitó la capucha mostrando su cabello castaño rojizo y sus ojos carmesí.

—Ah, eres tú.

—Si, soy yo.

—Vaya, puedes hablar y no solo llorar.

El vampiro lo miró de mala forma.

—Me llamó Ligh.

—Irónico.

—¿Quieres por favor decirme por qué razón me ayudaste?

—¿De qué hablas?

—Soy un vampiro maldita sea.

—¿Lo eres? No tenía idea alguna, bueno se me hace tarde y tengo una familia que alimentar, adiós.

Rápidamente apartó al chico hacía un lado y salió de ahí deprisa para no tener que lidiar con esa situación, cuando se aseguró de estar lo suficientemente lejos suspiro de alivio; por supuesto que no tenía una familia, pero era la mejor forma de librarse.

Ligh se quedó parado en su sitio por unos largos minutos hasta que terminó de procesar lo que había ocurrido.

—Estoy totalmente seguro de que está mintiendo.

Observó el cielo y volvió a colocarse la capucha, podía estar cierto tiempo bajo el sol pero su piel era sensible a el por lo que terminaba enrojecida y con dolor y sensibilidad así que prefería evitarlo directamente.
Salió del callejón y también decidió hacer unas compras, pero eran cuchillos de caza, no los necesitaba del todo, pero desde la última vez que cazó prefería evitarse el mismo problema.

Mientras analizaba un cuchillo un chico –demasiado alto a su parecer– se acercó también a ver los cuchillos, por curiosidad lo volteó a ver.
El cuchillo casi se le va de las manos, no solamente era mucho más alto que él, y durante esta semana lo había visto junto al chico que se la había pasado acosando.

Pero había algo en él que lo inquietaba, pagó rápidamente el cuchillo que tenía, lo guardo y estaba a punto de irse, pero la voz del hombre lo detuvo.

—Disculpa, ¿te conozco?

—No lo creo.

—Creo que nos hemos visto antes.

—Tal vez en otro pueblo.

Antes de que siguiera hablando se fue de ahí con dirección al bosque dejando desconcertado al hombre.

—Raro.

[...]

Por la noche ya estaba más libre sin la capa que usaba durante el día, y como ahora las personas se abstienen de ir al bosque en la noche tenía que recurrir a los animales, lo cual hacía justo ahora, devorando un pequeño conejo dentro de una capilla que estaba junto a la basílica del pueblo, la cual era enorme y le parecía absurdo que existiera esa capilla por esa misma razón.

Pero le servía para refugiarse así que no le daba tanta importancia, al menos ya no tenía que estar dentro de un tronco.
Cuando terminó con el conejo lo lanzó a alguna parte del bosque y volvió a entrar en la capilla recostandose en un banco.

—Los animales ya no me satisfacen, necesito un humano, y mañana lo tendré.