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❦ Capítulo tres

Arranged marriage

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Presionó su oído contra la fría pared de piedra, intentando captar las voces que se filtraban a través de ella. Era su madre, hablando con Larys Strong nuevamente. Los había visto juntos en múltiples ocasiones, pero era la primera vez que tenía el privilegio –o quizás la desgracia– de escuchar una conversación entre ellos.

—Lo hice por ti, Alicent, —confesó Larys. —Maté a mi padre y a mi hermano, por ti. Eran amenazas. Hice lo que había que hacer para garantizar que nuestro camino permaneciera despejado.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras el peso de sus palabras caía sobre ella. Había asesinado a su propia familia sin pensarlo dos veces.

Naerys quedó congelada en su lugar, inquietada por lo que acababa de oír, siendo testigo de un lado de su madre que nunca había visto antes. El comportamiento generalmente sereno de Alicent se esfumó y, en su lugar, una mirada de horror e incredulidad cruzó su rostro.

—No... Larys, ¿qué has hecho? —jadeó Alicent, su voz temblando de miedo. —Nunca pedí esto. Ha ido demasiado lejos.

Larys, sin embargo, no parecía inmutarse por su reacción. Su expresión permaneció firme, sus ojos fijos en Alicent. —Era necesario, —respondió, con una voz inquietantemente tranquila. —Tenía que suceder.

—Yo... nunca quise esto, —susurró Alicent.

Naerys quería acercarse a su madre, ofrecerle consuelo, pero sabía que revelarse solo complicaría aún más las cosas. Así que permaneció oculta, con el corazón pesado y lleno de culpa. ¿Qué pasaría ahora?

Se alejó del lugar con manos temblorosas y un miedo inmenso. En ese momento, solo sabía que necesitaba a su hermano mayor.

Se dirigió a la habitación de Aegon con paso apresurado. Cuando entró, lo encontró de pie, con un libro en las manos. En cualquier otro momento habría cuestionado aquella inusual acción de su parte, pero estaba demasiado abrumada como para pensar en ello. La mirada de Aegon reflejó una mezcla de sorpresa y preocupación a su llegada. Sin decir una palabra, se acercó y lo abrazó, hundiendo su cabeza en su pecho. Por unos instantes, Aegon no respondió al abrazo, pero después de unos segundos, envolvió sus brazos alrededor de su hermana.

Permanecieron en silencio durante un tiempo. Naerys cerró los ojos y dejó que el abrazo de su hermano poco a poco la tranquilizara. Aegon podía ser un bravucón, pero en el fondo, aunque no lo demostrara, le preocupaban cada uno de sus hermanos, especialmente sus hermanas.

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Lo recordaba como si hubiera sido ayer. La noticia de la muerte de Laena Velaryon sacudió a todos en la corte. Fue una pérdida inesperada que los llevó a viajar a Marcaderiva para asistir a su funeral. La muerte de Lord Lyonel y su hijo Ser Harwin significó el regreso de Otto Hightower, el abuelo de Naerys, como Mano del Rey.

Vaemond Velaryon preparó un discurso para Laena en Alto Valyrio. Durante el discurso, Daemon se rio, descartando cualquier indirecta sobre la pureza de la sangre Velaryon y los hijos de Rhaenyra.

No mucho después, el ataúd de Laena fue devuelto al mar, donde los Velaryon pertenecían. Con cada instante, el féretro se hundía en las profundidades, llevándose consigo el dolor de su pérdida. Laena había vuelto a su hogar.

En medio de tal momento, Naerys observó entre la multitud y no pudo evitar mirar a Jacaerys de vez en cuando. Su presencia le recordaba las palabras que había escuchado en aquel pasadizo, las confesiones de Larys sobre los horribles actos que había cometido contra su propia familia y cómo esa pérdida ayudó a que su abuelo fuera restaurado como Mano del Rey. Le era inevitable no sentir culpa. 

Después de la ceremonia, todos se reunieron en un festín para honrar la memoria de Laena.

—Aegon, —llamó Naerys, esperando poder ir a molestar a la gente juntos. Pero en lugar de recibir una sonrisa o un gesto de complicidad, Aegon la despachó con un simple movimiento de mano.

—Ahora no, Naerys. Estamos teniendo una plática de adultos —dijo Aegon con un tono serio, refiriéndose a él y a Aemond, quien parecía gustarle ese estatus de "adulto", pues levantó la cabeza en alto.

Los ojos de Naerys se abrieron con incredulidad. ¿Una plática de adultos? No entendía por qué de repente la excluían, por qué actuaban como si fueran tan superiores, como si sus travesuras no tuvieran cabida en su mundo de "adultos" cuando ellos eran los que siempre tenían la iniciativa.

—Aburridos, ustedes se lo pierden, —alzó los hombros restándole importancia.

Aegon suspiró, pareciendo cansado. —Naerys, entiende que hay cosas que son más complicadas, cosas que los niños no entienden.

¿Niña? Comparándolos, la más madura de los dos era ella.

Helaena, que había estado observando en silencio, se acercó y le tomó la mano. —No importa, —dijo Helaena. —Naerys y yo encontraremos nuestra propia diversión.

Helaena y Naerys se dirigieron al jardín, recorriendo cuidadosamente las hojas y las flores en busca de los insectos más fascinantes. Su objetivo era sorprender esta vez a Aegon. Mientras observaban a las mariposas revolotear y los escarabajos corretear, Helaena dijo con cierta duda en su voz —¿Estás segura de que quieres dárselos a Aegon?

Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de Naerys mientras asentía con entusiasmo. Sabía que su hermano no estaría contento, pero eso solo aumentaba sus deseos de hacerlo. Después de todo, él fue el que dijo que era un adulto, ¿no? Debe actuar con la madurez de uno.

—Sí, Helaena, —respondió Naerys con una chispa de malicia en sus ojos. —Será divertido. Además, escuché una vez que le gustaban los seres con patas largas.

Helaena parecía poco convencida, pero no podía resistirse. Juntas continuaron su búsqueda, atrapando con cuidado las delicadas criaturas en pequeños frascos. Después de colectar suficientes, ambas ingresaron sigilosamente en la habitación donde Aegon y Aemond se estaban hospedando, conteniendo sus risas mientras llevaban a cabo su plan.

Con cuidado, colocaron los insectos debajo de las sábanas y almohadas de su cama, asegurándose de que estuvieran bien escondidos. Después de colocar los insectos en su lugar, se retiraron de la habitación en silencio, esperando que la noche llegara para poder ver su reacción. 

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Naerys observó de cerca cómo Jacaerys se acercaba a las hijas de Laena Velaryon, Baela y Rhaena, tomando la mano de Baela en un gesto de apoyo. No pudo evitar rodar los ojos ante lo que consideraba una exageración innecesaria. ¿Por qué Jacaerys sentía la necesidad de actuar de esa manera? No era cercano a Laena, y aunque su muerte era lamentable, no veía por qué se molestaba en mostrar tanta compasión.

Se apartó de la escena, desviando la mirada hacia otro lado. No quería ser testigo de esa farsa de empatía y consuelo. No podía entender cómo Jacaerys podía sentirse tan afectado por la muerte de alguien con quien apenas tenía relación.

Suspiró, tratando de dejar de lado su frustración. Sabía que cada persona tenía su forma de lidiar con la pérdida. Caminó alejándose del lugar, dejando atrás aquellos gestos de compasión que no lograban llegar a ella.

El sol comenzaba a ponerse en el horizonte mientras Aemond y ella permanecían juntos, observando la escena frente a ellos. Su abuelo, Otto, estaba exigiendo a Aegon que se retirara a descansar después de haber alcanzado un nivel preocupante de embriaguez. Inevitablemente, pensó en la sorpresa que Aegon encontraría en la comodidad de su cama y no pudo evitar la pequeña sonrisa que se posó en sus labios.

Aegon, con su mirada vidriosa y tambaleante, se resistía a la idea de irse a la cama. Protestaba de que estaba perfectamente bien, pero sus pasos inestables dejaban claro que el alcohol había tomado un fuerte control sobre él. Aemond y Naerys se miraron, compartiendo una mirada mientras veían cómo finalmente Aegon obedecía a Otto, quien lo guiaba al interior del castillo.

Aemond y Naerys levantaron la vista hacia el cielo cuando un rugido resonó entre las nubes. Un dragón. El rugido despertó la curiosidad de Aemond, quien comenzó a bajar rápidamente las escaleras que conducían a la playa. Pero antes de que pudiera proceder, la mano de Naerys se posó suavemente en su hombro, deteniéndolo.

—No te preocupes, Naerys. Puedo manejarlo, —respondió confiado, y sin opción, Naerys asintió, alejando su mano y dejándolo ir.

Naerys se sentó junto a Jacaerys, observando la pequeña fogata que crepitaba frente a ellos. Sentía la necesidad de hablar, de expresar sus pensamientos, aunque sabía que no serían bien recibidos. Sus deseos de contarle lo que había escuchado eran demasiados.

—No diré un "lo siento" por mis acciones, —comenzó a decir. —Porque no lo siento, tampoco lamentaré la muerte de Ser Harwin.

Jacaerys la miró con evidente molestia. Naerys no se inmutó ante su mirada. Simplemente, encogió los hombros y respondió: —Me apetece compañía.

Él frunció el ceño, mirándola molesto. —Eres una mala persona, ¿Y aún así, estás aquí porque no quieres estar sola?

Naerys mantuvo su mirada serena, dejando que el resentimiento aflorara en sus palabras. —No entiendes. Tu padre jamás te dejó de lado ni a ti ni a tus hermanos por su hija.

Jacaerys la miró con una mezcla de tristeza y molestia. —No es justo culparme por los actos de mi madre o de tu padre. Somos personas diferentes, Naerys.

—Puede que sean diferentes, pero eso no cambia las cosas. Tu madre jamás hizo el intento de cambiarlo; hasta se puede decir que le agradó.

Finalmente, Jacaerys se levantó con resignación y, antes de marcharse, susurró, —Nunca estuve molesto porque me hubieras derrotado.

Naerys lo observó alejarse sin saber cómo reaccionar a eso. ¿Era real que no le molestó que una niña le hubiera ganado en una pelea?

Suspiró, sintiendo un ligero alivio mientras comenzaba a recorrer el área por su cuenta. Mientras caminaba, un rugido retumbó en el cielo y atrajo su atención. Levantó la mirada y se encontró con la majestuosidad de Vhagar volando sobre ella. Una sonrisa se dibujó en sus labios al darse cuenta de que Aemond había logrado montarlo.

Sin poder contener la emoción, corrió hacia el lugar donde Aemond había aterrizado con el poderoso dragón. Saltó hacia los brazos de su hermano, riendo con alegría. —¡Lo lograste, Aemond!

Ambos se dirigieron con entusiasmo hacia la entrada del castillo, pero su ánimo se vio interrumpido por la presencia de Baela y Rhaena, respaldadas por Jacaerys y Lucerys.

Los ojos de Naerys se encontraron con los de Baela, quienes los observaron fijamente. Su voz resonó cuando exclamó, —Es él.

Aemond, sin dejarse intimidar, respondió con confianza, —Soy yo.

Baela, con una mirada desafiante, afirmó que Vhagar era el dragón de su madre. La voz de Naerys sonó firme cuando respondió,—Tu madre murió. Vhagar tiene un nuevo jinete.

Pero Rhaena no estaba dispuesta a aceptar esa verdad. —¡Es mía! ¡La reclamo!

Aemond, por su parte, respondió con sarcasmo, —Tal vez tus primos puedan encontrarte un cerdo en el cual volar. Te quedaría bien.

Todo sucedió tan rápido que Naerys apenas pudo asimilarlo. El ambiente estalló en violencia pura y se manifestó en una serie de ataques y golpes. Rhaena, impulsada por la ira, se lanzó contra Aemond, quien la derribó al suelo en un rápido movimiento. Baela, en un intento de defender a su hermana, golpeó a Aemond en la mejilla, solo para recibir un fuerte golpe a cambio, que la hizo caer al suelo junto a Rhaena.

Las palabras amenazantes de Aemond resonaron en el aire mientras vociferaba: —¡Atáquenme otra vez y se las daré a mi dragón!

Sin embargo, antes de que Naerys pudiera procesar lo que estaba sucediendo, Jacaerys se abalanzó sobre Aemond, logrando conectar un golpe sorpresivo. Pero la fuerza de Aemond resultó ser superior, y rápidamente logró derribar a Jacaerys. Entonces, Lucerys corrió hacia Aemond en un último acto desesperado. Sin pensarlo dos veces, Naerys se interpuso entre ellos, empujando a Lucerys hacia el suelo.

En ese momento, Baela, aún llena de rabia, aprovechó la oportunidad y golpeó a Naerys por la espalda, haciéndola caer junto a Aemond. El dolor recorrió su cuerpo, pero no permitió debilitarse. El enojo se apoderó de ella mientras golpeaba duro el estómago de Baela, quien soltó un grito de dolor mientras se alejaba, momentáneamente aturdida por el impacto.

Rhaena tomó el lugar de su hermana y comenzó a golpear a Naerys sin piedad. Ella intentaba cubrirse, pero cada golpe era un nuevo tormento que se sumaba al dolor que ya sentía. Baela, a pesar de su propio dolor, se levantó del suelo y le propinó una patada en el estómago, haciéndola retorcerse de dolor.

Su visión se volvió borrosa mientras observaba a Lucerys y Jacaerys golpeando a Aemond sin cesar. Sentía una mezcla de impotencia y rabia al ver a su hermano siendo golpeado sin poder evitarlo. Con un último esfuerzo, logró liberarse del agarre de Rhaena. Su instinto se apoderó de ella y golpeó con fuerza el rostro de Rhaena, viendo cómo escupía sangre. Sin embargo, su alivio fue momentáneo, ya que en ese momento no fue consciente de la presencia de Baela acercándose sigilosamente por detrás.

Un golpe brutal en su cabeza la hizo caer al suelo, la punzada aguda del dolor recorrió su ser. Su vista se nubló aún más, sintiendo una fatiga abrumadora apoderándose de ella, como si su cuerpo y su mente se rindieran ante el agotamiento.

Sus ojos se cerraron lentamente mientras luchaba por mantenerse consciente. El sonido del grito desgarrador de su hermano resonó en sus oídos, pero ya no tenía la fuerza para responder. Todo se desvanecía en la oscuridad, y finalmente se rindió a ella.

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Mientras tanto, en una de las recámaras de Marcaderiva, Aegon yacía inconsciente en su cama, ajeno a lo que pasaba a las afueras de su habitacion. Los insectos,  comenzaron a explorar el entorno, escalando por las sábanas y aproximándose cada vez más al cuerpo dormido de Aegon.

El alcohol le había robado a Aegon la lucidez necesaria para sentir la presencia de los insectos. Sus sueños eran confusos, mientras los insectos exploraban su cuerpo sin encontrar resistencia. Finalmente, el momento llegó. Aegon comenzó a despertar lentamente, sintiendo una ligera comezón en su piel. Con los ojos entrecerrados, se removió en su cama, sin percatarse de la invasión que lo rodeaba.

Cuando abrió los ojos por completo y enfocó su mirada en la cama, el disgusto se reflejo en su rostro. Los insectos, ahora claramente visibles, se arrastran por su cuerpo, causando una mezcla de asco y confusión en Aegon. El efecto del alcohol se disipó rápidamente mientras Aegon saltaba de la cama con un grito ahogado. Se sacudía frenéticamente, tratando de destruir los insectos.

Helaena quien estaba oculta en algún lugar cercano, no podría contener la risa al escuchar la reacción de su hermano. Su broma había sido un éxito, pero la incertidumbre la recorría al no divisar a su hermana menor.

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Naerys se encontraba tumbada en una improvisada cama en la sala principal del castillo, rodeada por los maestres que hacían todo lo posible por asistirla. Su cabeza latía de dolor y, a medida que recuperaba la conciencia, las voces a su alrededor comenzaban a hacerse audibles.

El maestre se acercó a ella con una mirada de alivio. —Princesa, ¿puede escucharme? —preguntó con suavidad, esperando una respuesta.

Alicent, su madre, se precipitó hacia ella con cautela, asegurándose de no lastimar la venda que cubría su cabeza.

—Naerys, ¿qué sucedió? —exigió respuestas su padre. Pero, a pesar de sus esfuerzos por concentrarse, las palabras parecían desvanecerse antes de que pudiera procesarlas.

Alicent, percibiendo su fatiga, decidió ignorar al rey y se dirigió al maestre con urgencia. —¿Estará bien, maestre? ¿Cuánto tiempo tomará su recuperación? —preguntó con voz temblorosa.

El maestre asintió con tranquilidad. —Sí, majestad. Solo necesita un poco de tiempo para recuperarse. El dolor se desvanecerá con el tiempo.

Con un gran esfuerzo, Naerys logró articular sus palabras en un susurro casi inaudible. —Fueron Baela y Rhaena. Ellas me atacaron —declaró, captando la atención de todos en la habitación. —Jacaerys y Lucerys atacaron a Aemond, pero antes de eso Baela y Rhaena comenzaron al atacar a Aemond.

El rey, furioso, clavó su mirada acusadora en Aemond. —Aemond, mírame. Exijo saber quién te ha contado tales mentiras —demandó con voz firme y autoritaria, logrando confundir a Naerys, pues no tenía idea a qué se refería.

Aemond, titubeando en lo que sería su respuesta, finalmente habló. —Fue Aegon. Fue él quien nos lo reveló a todos —confesó, señalando a su hermano mayor.

Viserys, atónito, se aproximó a Aegon, quien parecía confundido por la situación. —¿Dónde escuchaste estas calumnias, hijo? ¡Aegon! —preguntó con voz entrecortada, su rostro reflejando una ira inexplicable.

Aegon, sin saber cómo responder, miró a su alrededor, encontrando miradas acusadoras dirigidas hacia él. Suspiró profundamente antes de hablar. —Lo sabemos, padre. Todos lo saben. Solo tienes que mirarlos —dijo, dándole una mirada rápida a los hijos de Rhaenyra.

Un silencio abrumador llenó la sala antes de que el rey decidiera romperlo con sus palabras. —Estas disputas interminables deben terminar, ¡somos familia! —exclamó con voz firme. —Ahora pídanse disculpas y muestren buena voluntad el uno hacia el otro. ¡Su padre, su abuelo, su rey, lo demanda!

Sin embargo, Alicent intervino y desafió la idea de que unas simples disculpas serían capaces de remediar el daño causado. —Aemond ha sido dañado permanentemente, —dijo ella. —La buena voluntad no va a curarlo.

Naerys sintió un nudo en su estómago al escuchar esas palabras. Sabía que su hermano había perdido su ojo en el conflicto, una herida que no se podía reparar. La tensión aumentaba en la sala mientras Viserys buscaba una solución, debatiéndose entre la presencia de tantas personas atentas a la manera en que manejara la situación. —¿Qué quieres que haga? —preguntó con impotencia.

Alicent no se detuvo y siguió presionando. —Hay una deuda que debe ser pagada. Con el ojo de uno de sus hijos, —exclamó con firmeza. La propuesta era justa.

La tensión en la sala alcanzó su punto máximo mientras Alicent y Viserys se enfrentaban en una batalla verbal. Naerys sintió su corazón latiendo acelerado mientras sus voces resonaban en el aire. Alicent estaba desesperada. —¡Él es tu hijo, Viserys! ¡Tu sangre!

Viserys intentó mantener la calma, advirtiendo a Alicent sobre las consecuencias de dejarse guiar por el enojo. La situación dio un giro cuando Alicent, decidida a buscar su propia justicia, exigió a Ser Criston que le trajera el ojo de Lucerys Velaryon, aunque fue detenido por órdenes del rey.

Mientras el rey se alejaba de la sala, Alicent tomó su daga y se dirigió amenazante hacia Lucerys. Pero antes de que pudiera hacer algo, Rhaenyra se interpuso, bloqueando el camino de Alicent. El caos se desató en la sala, con la gente dispersándose en busca de protección.

El corazón de Naerys latía con fuerza mientras observaba la escena frente a ella. Ser Criston intentó avanzar, pero fue detenido por Daemon, quien claramente había tomado partido en esta confrontación familiar. Los lazos se desgarraban ante sus ojos, y todos parecían elegir lados sin siquiera pensarlo.

En medio del caos, Naerys se levantó y se posicionó entre sus hermanos: Aegon, Helaena y Aemond.

—Tú has ido demasiado lejos —dijo Rhaenyra, aún sosteniendo a Alicent mientras esta le apuntaba con la daga en mano.

—¿Yo? ¿Qué he hecho más allá de lo que se espera de mí? Siempre protegiendo al reino, ¿no? A la familia, a la ley, mientras tú te burlas de todo —Alicent replicó con palabras llenas de resentimiento.

—¡Alicent, déjala! —demandó el rey, su voz cargada de autoridad.

—¿Dónde está el deber? ¿Dónde está el sacrificio? Aplastados una y otra vez por ti —Alicent continuó desafiando.

—Suelta la daga, Alicent —exigió Otto, intentando mantener la calma.

—Y ahora le quitas el ojo a mi hijo, lastimas a mi hija, y hasta crees tener derecho sobre eso.

—Es agotador, ¿no es así? Esconderte detrás del manto de tu honradez —replicó Rhaenyra con una mezcla de tristeza y enojo. —Pero ahora te ven por quien eres en verdad.

Alicent se enfureció y se zafó del agarre de Rhaenyra, cortando el brazo de esta en el proceso. La daga cayó al suelo, y todos en la sala fijaron su mirada en Alicent.

Un nuevo silencio se apoderó de la sala, y en ese momento Aemond habló desde el lado de Naerys, rompiendo el silencio. —No te lamentes por mí, madre, —su voz resonó con una extraña calma. —Fue un intercambio justo. Tal vez perdí un ojo, pero gané un dragón.

La sala quedó sumida en un nuevo silencio, mientras las miradas se cruzaban entre los presentes. Naerys observó a Rhaenyra, notando cómo se percataba de su mirada cargada de odio hacia ella. En ese momento, sintió que su profundo resentimiento hacia Rhaenyra se incrementaba por las decisiones que había tomado y las consecuencias que habían recaído sobre su familia.

El rey, su padre, los observó. Finalmente, tomó la palabra y anunció su solución para mantener la paz en la familia. —En vista de los conflictos que han surgido entre nosotros, he llegado a una decisión. Jacaerys y Naerys se casarán cuando tengan la edad suficiente. Esta unión matrimonial servirá como un símbolo de reconciliación y una oportunidad para unir a nuestra familia una vez más.

La sala quedó en silencio, sorprendida por la propuesta del rey. Las miradas se cruzaban entre los presentes. Naerys se encontró con la de Jacaerys, quien parecía igualmente sorprendido y abrumado por la propuesta. 

Rhaenyra fue la primera en hablar, sorprendiendo a todos al ceder al matrimonio propuesto entre Jacaerys y Naerys. Naerys se quedó sin palabras, sin poder creer lo que estaba escuchando.

—Padre, —comenzó Rhaenyra diciendo—. Aunque este matrimonio no puede ser lo que más anhelo, estoy dispuesta a aceptarlo por el bien de nuestra familia. Si este matrimonio puede ayudar a sanar heridas y construir un futuro más pacífico, estoy dispuesta a hacerlo.

Antes de que Alicent pudiera expresar su desacuerdo, Otto intervino con una sonrisa en su rostro. —¡Es una idea maravillosa! Si esto puede unir a nuestra familia y restaurar la paz, debemos apoyarlo sin dudarlo.

Las palabras de Otto dejaron perplejos a todos, incluyendo a Alicent. Naerys se quedó sin habla, sin poder procesar completamente lo que estaba sucediendo. El panorama había cambiado de manera radical.

Alicent, aunque visiblemente preocupada y en desacuerdo, decidió no contradecir abiertamente a Otto y aceptó el matrimonio propuesto.

—Este asunto ha llegado a su fin —declaró el rey.

Naerys se acercó rápidamente a su madre, buscando consuelo y protección en sus brazos. Sintió cómo el abrazo de Alicent la envolvía, brindándole refugio. A su lado, Aemond también buscó el consuelo de su madre. Se aferraron el uno al otro.

Pero fue entonces, en medio de aquel momento, cuando sus ojos se encontraron con los de Baela y supo que nada habia terminado.

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Un capítulo intenso, sin duda. Tengo que admitir que estoy emocionada de que por fin vayan a poder conocer a Naerys adolescente, sin duda será mi faceta favorita. ¡Espero que les haya gustado el capítulo! No se olviden de votar y comentar ;)

-Con amor, Val

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