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❦ Capítulo siete


 No one has to know what we do

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Al abrir las pesadas puertas con dificultad, Naerys se adentró en la sala del trono. La tenue luz de las antorchas apenas iluminaba el lugar, pero distinguió la figura altiva de Aemond sentado en el trono. Con una postura arrogante, él la observó acercarse lentamente, deteniéndose al pie de las escaleras. Sus miradas se encontraron, y la hostilidad en los ojos de Aemond era palpable.

—Si esperas una reverencia, tendrás que esperar eternamente —dijo Naerys con firmeza.

Aemond se levantó del trono, fijando su mirada severa en ella.

—No te atrevas a decirlo —le advirtió, anticipando las palabras que estaban por salir de sus labios.

Una sonrisa desafiante se dibujó en el rostro de Naerys mientras respondía con determinación, —Eres la última persona ante la cual me inclinaría. Nuestro hermano tiene más posibilidades de lograrlo que tú.

—Todos sabemos que Aegon es un imbécil —replicó Aemond, provocándola con sus palabras—. Tú eliges simplemente ignorar ese hecho.

Los ojos de Naerys se endurecieron ante su comentario. —Jamás te refieras de esa forma a nuestro hermano —dijo con seriedad.

Aemond descendió las escaleras y se colocó frente a ella, mirándola fijamente. Su presencia imponente no la intimidaba; estaba acostumbrada a lidiar con él y sus intentos de dominación.

—¿Por qué estás realmente aquí? —preguntó Aemond.

Naerys suspiró.

—Nuestra lealtad está con nuestro hermano, Aemond —le susurró, acercándose a él—. No importa lo que pase, al final del día solo nos tendremos el uno al otro.

—¿Temes que los traicione? Porque deberías saber que jamás lo haría —dijo Aemond, acercándose aún más. Un paso más y sus cuerpos estarían juntos.

No temía que Aemond los traicionara; temía que fuera cegado por sus ambiciones y deseos de poder. Aunque Aegon nunca mostró el deseo de gobernar, Aemond siempre lo vio como un obstáculo. A los ojos de Aemond, la mera existencia de Aegon significaba que él no era más que el segundo hijo. A su parecer, Aegon no era digno de tal responsabilidad; él lo era. Pero eso estaba lejos de la verdad.

La mano de Aemond acarició la mejilla de Naerys con suavidad antes de levantarla con fuerza para que elevara aún más su mirada. La intensidad en sus ojos parecía intentar leer sus pensamientos. ¿Podría confiar en él, o simplemente estaba tratando de manipularla?

—Jamás los traicionaría. Jamás te traicionaría —afirmó con convicción, y por un momento, Naerys casi creyó en sus palabras. Casi.

Aemond se separó de ella y sacó una pequeña caja de su bolsillo, entregándosela. Los ojos de Naerys se posaron en la caja y luego en él, intrigada por el regalo. Asintiendo, abrió la pequeña caja con lentitud. Un brillo intenso de zafiro azul la cautivó de inmediato. Era un colgante exquisito, delicado y hermoso, con una piedra preciosa idéntica a la que reemplazaba el ojo perdido de Aemond. Su dedo índice acarició suavemente el collar, observando cada detalle.

Levantó la mirada y se encontró con la intensa mirada de Aemond sobre ella.

—Creí que complementaría y resaltaría tus atributos —dijo halagador—. Y me sirve como un juramento de mi devoción por ti... hasta el final de los tiempos.

Aquella declaración la tomó desprevenida, pues ambos jamás habían sido de palabras dulces o detalles simbólicos. Simplemente eran una distracción el uno para el otro en tiempos de necesidad, por lo cual sus palabras la sorprendieron. Su mente recordó el lado posesivo de Aemond y la gran probabilidad de que sus palabras fueran vacías, solo buscando que le prestara más atención a él en lugar de a Jacaerys.

Aemond tomó el collar de sus manos, y ella le dio la espalda, apartando su cabello para que pudiera colocárselo. Sentía sus manos sobre su piel mientras sujetaba el collar en su lugar, y un escalofrío recorrió su espalda al sentir su aliento cálido en su hombro. El suave beso que depositó en su piel solo hizo que el cosquilleo se intensificara.

—Te ves hermosa —susurró Aemond en su oído, y sus manos se aferraron a su cintura, pegándola a su cuerpo. Naerys cerró los ojos, sintiendo su presencia tan cercana, y su respiración se volvió errática cuando sus labios comenzaron a recorrer su clavícula con delicadeza.

—No —se corrigió, y ella abrió los ojos para mirarlo sobre su hombro, esperando su respuesta—. Eres hermosa.

Aemond la miró con intensidad, y Naerys supo que lo decía en serio, sin la más mínima duda en sus palabras. Un sentimiento de deseo se apoderó de ella, recordando los eventos de la noche anterior junto al heredero al trono. Antes de que pudiera pensar con claridad, unió sus labios a los suyos en un beso apasionado, buscando más de lo que se había prohibido la noche anterior.

Sus manos aferrándose a su cintura, impidiéndole alejarse, justo como Jacaerys lo había hecho. Su cuerpo anhelaba estar más cerca del suyo, buscando aquella liberación que no obtuvo. No conocía lo que era el amor incondicional, pero en ese momento, Aemond era lo más cercano a ello.

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Cuando Helaena dio a luz a Jaehaerys y Jaehaera, fue Naerys quien llevó los huevos de dragón a sus cunas, con la esperanza de que estos eclosionaran y los niños se vincularan desde temprana edad con sus dragones, preparándose para ser futuros jinetes. Siendo los más pequeños de la familia, rápidamente se convirtieron en la adoración de Naerys, quien disfrutaba pasar tiempo con ellos, lo que la unió aún más a su hermana. A menudo, cuando los niños se sentían inquietos por estar encerrados entre las paredes de la Fortaleza Roja, Naerys se encargaba de sacarlos al aire libre.

En una de esas ocasiones, paseaba por el jardín con Jaehaerys en brazos, quien había estado especialmente inquieto por no haber salido en todo el día. Cada vez que lo miraba, veía reflejada en sus ojos aquella inocencia pura, y todo lo que deseaba era protegerlo de la oscuridad que acechaba el mundo, para que él pudiera seguir creciendo sin preocupaciones ni temores, algo que ninguno de ellos había podido experimentar.

De repente, Naerys notó a Jacaerys acercándose apresuradamente. Aunque él trataba de ocultarlo, ella sintió cómo su mirada se clavaba en ella con intensidad. Mientras él se acercaba con pasos decididos, una sensación de cansancio la invadió; era demasiado temprano para lidiar con él.

—Mi príncipe —saludó Naerys, dejando que una leve amargura se filtrara en su voz. Jacaerys era un príncipe, el futuro heredero al trono, y ella no era más que una Targaryen de sangre menos pura, destinada a ser su esposa, un recordatorio constante de que, sin él, nunca podría siquiera soñar con el trono. Al final del día, lo necesitaba de una forma u otra.

Sin embargo, a pesar de todo, había algo en él que la atraía. Era su vulnerabilidad, su falta de experiencia y su deseo, algo que nunca antes había visto o experimentado. A diferencia de Aemond, quien era insaciable, experimentado y seductor, Jacaerys era como un lienzo en blanco, listo para ser explorado y descubierto. Y eso era un tesoro raro, algo que Naerys debía guardar celosamente, pues esa vulnerabilidad era la clave para llegar al corazón del príncipe.

Una voz suave interrumpió sus pensamientos. —¿Princesa Naerys? —era su dama de compañía. La voz la devolvió a la realidad, parpadeando un par de veces para enfocar su mente en lo que se decía.

—¿Qué decías? —preguntó Naerys.

La dama frunció el ceño, preocupada por la aparente distracción de la princesa. —Es la hora de dormir del pequeño —informó, refiriéndose a Jaehaerys. Naerys asintió con un gesto distraído.

La dama tomó al niño en sus brazos y se alejó, bajo la atenta mirada de Naerys, quien corroboró que todo estuviera en orden.

De repente, Jacaerys rompió el silencio con una voz suave, casi tímida, que la sorprendió. —¿Está segura de que todo está bien, princesa?

Naerys no había notado lo cerca que estaba Jacaerys. Lo miró, con una mezcla de sorpresa e irritación. —Lo siento, no planeaba asustarla —dijo él, colocando su mano en su hombro en un intento de reconfortarla. Pero el contacto la incomodó, y Naerys dio un par de pasos hacia atrás para marcar claramente una distancia. No podía permitir que sus gestos amables y sus palabras la confundieran. Ella tenía un propósito.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó secamente, dejando en claro que no estaba interesada. 

Jacaerys le ofreció su mano, invitándola a caminar con él. Naerys miró de reojo hacia la ventana de los aposentos de su abuelo, quien los observaba fijamente. Aunque la idea de estar cerca del príncipe no le agradaba, no podía rechazar una oportunidad para ganar influencia. Aceptó su mano, pero con una actitud forzada, dejando en claro que lo hacía por mera cortesía. El príncipe besó sus nudillos, buscando conectar sus miradas, pero Naerys mantuvo su mirada fría e indiferente, sin dejarse afectar.

Mientras caminaban en silencio por el jardín, Jacaerys rompió el silencio con una pregunta inesperada. —Hoy es un lindo día, ¿le gustan los días soleados?

Naerys soltó una pequeña risa ante la torpeza del príncipe. La pregunta era tan trivial que casi resultaba cómica en ese momento.

—¿El clima? ¿Me pregunta por el clima? —respondió, entretenida por su intento de mantener una conversación. No podía negarlo, había algo cautivador en su torpeza y en su genuino interés por conocerla más profundamente, algo que muchos otros solían evitar.

—Me interesa la opinión de los demás. Si quiero ser un buen gobernante, tengo que tener en cuenta las diversas opiniones de mi gente —continuó él, tratando de justificar su elección de tema. Naerys lo escuchó con atención mientras él hablaba de su deseo de aprender de otros y mejorar como futuro rey.

Ella lo observó con detenimiento mientras seguían paseando. —Usted es raro —sentenció al final, asintiendo para sí misma. La mayoría de los reyes solo consideraban las opiniones de sus consejeros, quienes solían abogar únicamente por sus propios beneficios, olvidando al resto de la gente. Pero Jacaerys poseía esa extraña cualidad de querer ser un rey digno para su pueblo, algo que Naerys admiraba. Sin embargo, sabía que, si no lo hacía de la manera adecuada, podría costarle caro.

El suave sonido del agua fluyendo en una fuente cercana llenaba el aire mientras se acercaban a su borde. Era un lugar tranquilo y relajante, algo raro y agradable en la Fortaleza Roja. Se detuvieron junto a la fuente, y Naerys se permitió un momento para disfrutar de la vista del agua reflejando la luz del sol.

El silencio se prolongó entre ellos, y Naerys podía sentir la mirada de Jacaerys sobre ella. Se preguntaba si él intentaba entender sus pensamientos o si simplemente esperaba que ella hablara primero.

Entonces, Jacaerys rompió el silencio con un comentario inesperado que la tomó por sorpresa. —Aemond —comenzó, con un tono inseguro—. Él genuinamente se ve interesado en usted.

Naerys se volvió hacia él, tratando de descifrar el significado detrás de sus palabras. —¿A qué se refiere? —preguntó con curiosidad, esperando más detalles.

Jacaerys vaciló por un momento, como si se arrepintiera de haber sacado el tema, pero era demasiado tarde para retractarse. Había algo que quería decir, aunque no se atrevía a expresarlo por completo. Naerys dirigió su mirada a los alrededores, y allí vio a Baela, la hermosa hija mayor de Daemon, moviéndose con gracia. No pudo evitar notar cómo Baela buscaba a Jacaerys con la mirada.

Volvió a centrar su atención en el príncipe frente a ella, evitando intencionalmente mencionar la presencia de Baela. —Dígame, ¿los rumores son ciertos? —preguntó Naerys.

—Me temo que no entiendo a qué se refiere, princesa —respondió Jacaerys.

—Baela —dijo Naerys, mirándolo con obviedad. —Su romance con Baela.

La mirada de Jacaerys se encontró con la de Naerys, y ella pudo ver la incertidumbre y el miedo en sus ojos. Él tragó saliva y finalmente negó, llamando a los rumores mentiras, pero su mirada no era del todo convincente, y eso solo aumentó las sospechas de Naerys.

—No creo que sean mentiras, ¿por qué me miente, mi príncipe? —le preguntó Naerys con una sonrisa forzada.

Algo cambió en el aire. Naerys lo supo de inmediato. Sintió la presencia de Jacaerys acercándose, envolviéndola como una sombra amenazante. Su cercanía la abrumaba, y el susurro de Jacaerys en su oído la hizo estremecer.

—¿Por qué esconde la relación que mantiene con Aemond? —preguntó, su voz como una acusación.

Naerys intentó mantener la compostura, pero sus palabras la dejaron helada. ¿Cómo sabía de su relación con Aemond? ¿Alguien más lo había descubierto?

Trató de reaccionar, de negarlo, pero su siguiente pregunta la dejó sin palabras. —¿Disfrutó tenerlo en el trono? —preguntó Jacaerys, alzando una ceja.

El instinto de Naerys fue golpearlo, mostrarle su disgusto por sus insinuaciones. Pero antes de que pudiera hacerlo, Jacaerys detuvo su mano en el aire con sorprendente habilidad, su mirada desafiante retándola a actuar. Sostenía su mano con firmeza, evitando que lo golpeara.

—¿Cómo se atreve a siquiera tocarme? —espetó Naerys, manteniendo su voz desafiante.

—Oh, princesa, eso no decía noches anteriores, —respondió él, sus palabras reflejando un cambio en su comportamiento.

La sorpresa se reflejó en los labios entreabiertos de Naerys. ¿Desde cuándo Jacaerys se había vuelto tan... atrevido? Su faceta tranquila y cordial se había transformado en algo completamente diferente en cuestión de segundos.

—Suéltame —exigió con voz baja y amenazante, pero Jacaerys simplemente negó con la cabeza. En lugar de aflojar su agarre, deslizó una mano hasta su cintura, atrayéndola hacia él con una fuerza que la sorprendió. Sus cuerpos quedaron casi pegados, y el calor entre ellos se volvió abrumador.

Sus miradas se encontraron, y Naerys vio algo en los ojos de Jacaerys que la hizo contener el aliento. El deseo que brillaba en su mirada la hizo estremecer, y aunque trató de apartarse, no pudo evitar el impulso de acercarse más a él. Sus labios se rozaron apenas, una chispa peligrosa que amenazaba con encender todo lo que ella había intentado evitar noches anteriores la recorria. Su respiración se volvió errática, y los latidos de su corazón resonaban en sus oídos como tambores de guerra.

—No la soltaré —susurró Jacaerys, su voz baja y cargada de determinación—. Aún no ha respondido a mi pregunta.

La ira y la frustración ardían en Naerys mientras luchaba por liberarse de su agarre. No soportaba que él la tuviera atrapada, controlando cada uno de sus movimientos. Finalmente, logró zafarse, respirando aliviada al sentir que volvía a tener el control.

Pero la furia seguía ardiendo dentro de ella, y sin pensarlo, lo golpeó en el brazo con todas sus fuerzas. Jacaerys, sorprendido, respondió al golpe, aunque con suficiente cuidado para no lastimarla. ¿Acaso se estaba burlando de ella? La accion solo la enfureció más. Lo golpeó de nuevo, y esta vez él reaccionó empujándola, un poco más fuerte que antes. Naerys tambaleó hacia atrás, mirándolo con incredulidad. ¿Cómo se atrevía?

Sin poder contenerse, lo empujó con todas sus fuerzas, y ambos perdieron el equilibrio. En un instante, se encontraron cayendo juntos dentro de la fuente cercana. El agua fría los envolvió, empapándolos por completo.

Por un momento, el mundo pareció detenerse. Ambos respiraban agitadamente, empapados y sorprendidos. El vestido de Naerys se pegaba incómodamente a su piel, y su enojo se intensificaba mientras intentaba recuperar la compostura. Al levantar la mirada, vio a Helaena, quien acababa de llegar a la escena, observándolos con sorpresa y preocupación. Naerys se sentía avergonzada, furiosa consigo misma por haber caído en una situación tan ridícula.

—Esto fue su culpa —espetó, apuntando a Jacaerys con un dedo acusador. No podía soportar la idea de que él la viera en ese estado, empapada y desaliñada.

El príncipe, en un intento de enmendar las cosas, le ofreció su mano para ayudarla a levantarse, pero Naerys rechazó su ayuda de manera tajante, golpeando su mano con fuerza.

—No me toque —dijo con frialdad.

Jacaerys la miró con una mezcla de sorpresa y diversión, su tono teñido de sarcasmo mientras respondía, —Oh, lo siento, princesa.

Las palabras solo avivaron el fuego de su ira. Finalmente, Naerys se puso de pie y salió de la fuente, pero al mirar alrededor, notó que todos los estaban observando. Rhaenyra, Rhaenys, y las dos hijas de Laena estaban presentes. Un rubor de vergüenza se extendió por sus mejillas, pero Naerys se obligó a mantener la cabeza en alto, ignorando las miradas mientras comenzaba a caminar hacia el interior de la Fortaleza Roja. Jacaerys apareció a su lado, también empapado, y su sola presencia solo aumentaba su irritación. Le lanzó una mirada llena de desprecio y, sin decir una palabra, continuó su camino.

La rabia la impulsaba a seguir caminando, alejándose lo más posible de la situación con Jacaerys. No soportaba la idea de que él y Baela pudieran estar juntos, especialmente después de lo que había sucedido. Baela... La idea de que ella pudiera estar planeando asegurar su posición en el trono a través de Jacaerys era insoportable para Naerys. No lo permitiría.

De repente, se encontró con Aegon, quien la miró con una sonrisa burlona al principio, pero rápidamente cambió su expresión al ver su estado. Sin necesidad de palabras, entendió lo que había pasado. Aegon, en un gesto sorprendentemente amable, le ofreció su abrigo. Naerys aceptó el gesto con una mirada agradecida, sintiendo que su presencia, aunque no lo dijera en voz alta, la calmaba un poco después de los acontecimientos.

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¡Hola, hola! ¿Cómo están? Hoy vuelvo con otro capítulo de relleno, pero en el siguiente retomamos la trama de la serie. 

-Con amor, Val <3

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